Mafia

Mafia


Segunda parte » 27

Página 35 de 75

27

Sarah

No hay nada que hacer cuando una delicada emoción se tiñe de un dolor oscuro y abrasador. Es la señal que indica que todo se acaba y que de nada servirá la fuerza y el valor. Quizás para definir cuan aterrador será el final.

Había cambiado, en todos los aspectos en los que una podía cambiar una persona. Había sufrido la pérdida, había sentido el calor de una familia. Había reído, llorado, huido, vencido y sentido cómo una vida que no era la mía crecía en mi interior. Había experimentado lo que era amar y ser amada, en todas las versiones.

Esa mirada azul, que me lo había dado todo… Ahora quería arrebatármela.

<<Enrico…>> Sentí como mi fuero interno lloraba, profundamente herido. <<Te lo ruego, no aparezcas.>>

El viento matinal me golpeó con crueldad, como si de algún modo algo etéreo hubiera decidido responder a mis plegarias. En aquella azotea el tiempo se había detenido. Ni siquiera parecía que respirar fuera necesario. Pero de algún modo lo hacía, aunque supiera que en cuestión de minutos ya no serviría de nada.

Angelo me miró. Y yo respondí sintiéndome débil.

Aquel hombre era mi padre.

Él no tenía por qué saberlo, de hecho dudaba que tuviera ese conocimiento. Pero tampoco habría servido de mucho. Esa persona no sabía amar.

Comenzó a caminar a mí alrededor, sabiendo que la veintena de hombres armados que había repartidos por el lugar le protegían de cerca, darían su vida por él.

Cerré los ojos con la finalidad de controlar las ganas de llorar, pero el gesto me hizo comprender algo escalofriante: había dejado de tener miedo al notar que el desaliento era mucho mayor. Perder nunca había sido tan terrible.

<<Lo siento, Kathia…>> Por mi culpa iba a perder a la única familia que le quedaba. Mi amor por Enrico iba a arrebatarle a su hermano.

—¿Qué debería hacer para detener esto? —pregunté de súbito, al volver a mirar a Angelo.

Este alzó las cejas y sonrió mordaz mientras se guardaba las manos en los bolsillos de su pantalón. Le había dado una excusa perfecta para divertirse un rato, pero pensé que quizás de ese modo atraería su atención y se olvidaría un poco del verdadero motivo por el que estábamos allí. Se olvidaría de Enrico.

—¿Buscas hacer un trato conmigo? —Torció el gesto enfatizando su aspecto perversamente interesado—. Déjame pensar… —Supe que no iba a lograr nada—. ¿Qué tal… si me entregas a Cristianno? ¿Puedes hacer eso? —Se me detuvo el corazón.

Por supuesto que no podía hacerlo. Pero me sorprendió mucho más que supiera que Cristianno estaba vivo. Contuve una exclamación, pero al parecer fue muy evidente porque soltó una carcajada que animó a sus hombres.

Ellos también rieron, pero hubo algo mucho más espeluznante. El sonido de sus ametralladoras. Dios mío, aquello iba a ser una masacre. Enrico no tendría alternativa.

—¿Por qué? —sollocé. Las lágrimas resbalaban incontrolables por mis mejillas. El cabello me golpeaba en la cara avivado por el viento.

—Querida, solo son negocios. —Un comentario que creyó razonable.

—Una vida no puede negociarse —gruñí terminando con su sonrisa.

Angelo me clavó una ojeada fría y oscura. Aquellos ojos estuvieron a punto de engullirme.

—¿Lo dice la prostituta que ha pasado su adolescencia atrapada en una red de trata de blancas? —Quiso ser duro y cruel y lo consiguió.

—¡Precisamente por eso estoy tratando de negociar! —grité con todas mis fuerzas. Tragándome la pequeña punzada de dolor que sentí en el vientre—. ¡Enrico solo compró mis servicios!

Tenía que convencerle, tenía que hacerle creer que no existía amor entre los dos. ¿Pero cómo iba a hacerlo si ni yo misma me lo creía?

Por eso Angelo sonrió de aquella manera. —Pretendes hacerme creer que no hay nada entre tú y él más allá del sexo—. Ni siquiera se molestó en preguntar. Supo que una afirmación me dañaría mucho más.

—Así es —gemí. El llanto me ardía—. Si buscas herirle utilizándome, no lograrás nada. Él no me ama.

—Miente. —Su voz…

Enrico irrumpió allí con una contundencia sobrecogedora. Todo mi cuerpo tembló al oírle, de rabia, de locura, de adoración. Resentimiento. Odiarle siquiera bastaba.

Le miré sabiendo que cuando me encontrara con sus pupilas todo mi ser se debilitaría. Traía consigo un final que no deseábamos ninguno de los dos.

—Ya lo sé, Enrico —se mofó Angelo—. Lo sé. Pero nos ha regalado un acto muy hermoso, ¿no crees?

—Desde luego —repuso él sin apartar la vista de mí.

Era consciente de que Angelo se le acercaba, pero le dio igual. Estaba examinando si yo tenía algún daño evidente.

—Extrañamente indulgente. —El Carusso aprovechó el comentario para darle unos toquecitos en el hombro.

Mi fuero interno se tomó aquel gesto como una advertencia de lo que prometía el momento. Lo supe en cuanto Enrico le miró.

—No soy un hombre benévolo, Angelo. Eso ya lo sabes. —masculló mientras yo analizaba su aspecto. No tenía ni idea de lo que había pasado, pero no era complicado imaginar que venía de una fuerte reyerta.

Ese pasado suyo de pronto pareció cobrar un pujanza capaz de instalarse en aquella azotea.

—Te has corrompido con la edad. —No lo admitiría, pero Angelo sentía cierta debilidad por Enrico.

—No pienso justificar mi naturaleza, no soy un cobarde. —La connotación amenazante incluso a mí me atemorizó.

—¿Por eso estás aquí?¿Por qué no lo eres?

Yo misma podría habérselo dicho, que su valentía iba a terminar con él.

—¿Qué quieres oír realmente, Carusso?

Angelo se colocó tras él y apoyó una mano en su pecho sabiendo que a Enrico le incomodaría el contacto. Aun así lo disimuló y se puso a prestar demasiada atención a todos los detalles.

—Mírala —susurró Angelo—, a los ojos, Materazzi. —Obedeció y me desagarró encontrarme con su mirada. Jamás había visto sus ojos tan enrojecidos—. Y ahora piensa… ¿Qué puedes darme que evite que ella tenga la misma muerte que tuvieron tus padres y hermanos?

Aquellas palabras solo Enrico las entendió. Él sabía cómo había muerto su familia, lo había vivido en persona. Por eso me miró como si fuera inalcanzable.

—Mi vida —jadeó muy seguro de sí mismo. Y yo me sobrecogí.

—¡NO! —chillé queriendo ir hacia él—. ¡No te dará nada! —Me dirigí a Angelo al tiempo en que un esbirro me detenía—. ¡No dejaré que lo haga!

—¡CÁLLATE! —me gritó Enrico.

Seguramente me vio capaz de cualquier cosa.

Seguramente entendió que no estaba dispuesta a dejarle morir.

—¡Qué emocionante! —Aplaudió Angelo.

—Me tienes aquí, es lo que querías —espetó Enrico a solo un palmo de la cara del Carusso—. Deja que se vaya.

<<Hijo de puta… Quieres salvarme y te niegas a que yo haga lo mismo>>, gruñó mi fuero interno.

—Ahora viene la parte en la que me dices que ella no tiene nada que ver con todo esto. —Angelo entendió que aquella conversación debía llegar a su fin. Ahora prefería otro tipo de diversión. Algo un poco más intenso—. Y es posible. Pero sabes bien cómo funciona la mafia: hay que encontrar el punto débil de nuestros enemigos. —Se alejó de Enrico y comenzó a caminar de un lado a otro, lentamente, sabiendo que sus movimientos enfatizarían lo que diría a continuación—. Te pedí que la mataras —me señaló con la cabeza— y me hiciste creer que obedeciste. Podría también mencionar al Gabbana. Esa patraña estuvo muy bien organizada por tu parte.

>>Así que, en honor a tu extraordinaria inteligencia, se me ha ocurrido algo bastante entretenido. —Su rostro cambió, se volvió mucho más oscuro y siniestro—. Entrégame a Cristianno y a Kathia y dejaré ir a tu putita a cambio de sus vidas. Y la tuya.

Dios mío…

Casi pude sentir como el interior de Enrico se desfragmentaba.

Después me miró y ya no pude hacer nada para evitar llorar. Hubiera querido ser más resistente, pero la situación me superó. Angelo no imaginaba la importancia que tenía lo que le estaba pidiendo. Pero aun así sabía que le atrapaba, que nos metía de lleno en una encrucijada. Mi vida por la de su hermana y Cristianno. Ni siquiera era discutible. Y eso era lo que más hería a Enrico.

Enseguida noté un rastro de disculpa en sus húmedos ojos. Me pedía perdón por no poder darme esa vida que queríamos compartir juntos, por no poder tener elección.

Supongo que no esperaba que yo respondiera aceptando mi destino; morir con él era casi tan maravilloso como vivir a su lado.

Quise ir hasta él, me abalancé hacia delante sabiendo que el esbirro me detendría. Pero aun así insistí y luché. Porque supe que de esa manera mis palabras llegarían con más fuerza.

—Enrico… —sollocé con demasiado vigor. Y negué con la cabeza—. No me importa… No me importa… —Él cerró los ojos unos segundos, dejando escapar una lágrima.

—Ni a mí tampoco si es contigo. —Un murmullo lento y sincero.

Gemí antes de llevarme una mano a la boca. No quería apartar la vista de él, ni aun teniendo los ojos completamente anegados en lágrimas.

—Terminemos con esto, pues. —Angelo chasqueó los dedos. La señal.

Y Enrico abrió los brazos lentamente para llevarse las manos a la cabeza.

El esbirro me instó a arrodillarme casi al tiempo en que Enrico hacía lo mismo. No podríamos ni despedirnos con un beso. No podríamos volver a tocarnos.

Te quiero. Leí en sus labios. Y sé que respondí haciendo lo mismo, pero no me bastó. No supe qué hacer para evitar que se sintiera culpable.

Iba a ser una buena muerte. Me sentía orgullosa. Pero esa pena que le producía la evidencia se la llevaría consigo.

—¡Te quiero, Enrico! —Un clamor intenso—. No me arrepiento, cariño. —jadeé tartamudeando.

Él cerró los ojos con una débil y triste sonrisa en los labios.

<<Nos veremos al otro lado, mi amor.>> No sé si lo pensé yo o fue lo último que Enrico me transmitió.

Yo también cerré los ojos.

Ir a la siguiente página

Report Page