Mafia

Mafia


Segunda parte » 28

Página 36 de 75

28

Cristianno

Quizás en otras circunstancias habría sido más consciente del peligro al que estábamos expuestos. Pero en ese momento lo único de podía pensar era en ver a Enrico y sacarle con vida de allí.

No fue difícil entrar en el hotel. Ni siquiera sabiendo que las inmediaciones estaban atestadas de gente curiosa y prensa buscando una respuesta a lo que estaba pasando. Éramos noticia. Pero lejos de preocuparme por la presencia de tanto civil y los problemas que nos traería estar en boca de todo romano, debíamos tener cuidado. Era de sobra evidente que no nos permitirían subir a la azotea.

Apreté la mano de Kathia y eché a correr por el pasillo del servicio agazapado tras Diego y Eric. Maldije estar tan incomunicado, no sabía por dónde diablos podían venirme las hostias.

Mi hermano me miró y me hizo señales con las manos. Me estaba informando de que atravesaríamos la cocina del hotel y subiríamos a la azotea por el ascensor de mantenimiento. Era una buena idea sino hubiera sido por los cuatro individuos que se nos acercaban. Me habría reído al verlos (era así de confiado), principalmente porque no sería demasiado complicado eliminarlos, pero resultó que sabían gritar y alertaron a sus compañeros. Cuatro personas no podrían ni en sueños enfrentarse a un séquito como el que se aproximaba. Mucho menos si uno de los integrantes de nuestro equipo apenas estaba acostumbrado a coger un arma.

Algo dentro de mí se contrajo, tenía que pensar a toda prisa en qué hacer. Y lo mejor era…

Kathia se soltó de mi mano.

—¡Qué coño…! —Pero ella ignoró mis protestas. Y cogió un extintor que había colgado de la pared.

En ese momento empezaron los tiros.

La vi encogerse pero insistir en su tarea sabiendo que Eric, Diego y yo la protegeríamos. De hecho mi hermano fue el primero en cubrir a Kathia, y yo hice lo mismo, pero preferí avanzar hasta ella. Le arrebaté el extintor de las manos antes de entregarle el arma. Había entendido perfectamente sus intenciones y eso me produjo un fuerte escalofrío. Jamás había imaginado que terminaría teniendo una gran compañera de batallas. Era tan emocionante como perturbador.

Di un paso al frente y activé el extintor. Aquel gas blanco y pesado formó de inmediato una pared que bloqueó a los esbirros. La desorientación nos daría un par de minutos para escapar.

—¡Vamos! —grité presionando el extintor de forma intermitente.

Eric cogió a Kathia del brazo y echó a correr hacia la cocina sabiendo que Diego no dejaba de disparar a ciegas cubriendo su huida. De hecho una de las balas alcanzó a un esbirro y este cayó a mis pies sin vida al tiempo en que Diego me cogía del cuello de la chaqueta.

Tiró de mí y me instó a correr mientras el cubría mis espaldas. Era una reacción lógica teniendo en cuenta que él era mi hermano mayor. Pero me fue irremediable sentir molestia al pensar que Diego podría llevarse un disparo por protegerme.

No nos costó demasiado atravesar la cocina. Al entrar en el ascensor me estampé contra una de las paredes y agaché la cabeza para coger aire.

—Toma —dijo Diego entregándome su dispositivo auricular. Sabía que a mí me importaba mucho más que a él.

Conforme me lo ponía descubrí la presión a la que estaban sometidos el resto de nuestro equipo. Había desconcierto, hablaban uno encima de otros. Pero sobre todo, descubrí el temor entre líneas.

—¿Qué hacemos con los civiles? —preguntó Sandro, algo agitado.

—No hay tiempo, desalojarán en cuanto escuchen disparos —repuso el segundo de Enrico.

Presioné el auricular contra mi oído.

—Thiago, informarme —jadeé.

—Nazionale y Torino cubierta, tenemos objetivo localizado. —Lo que quería decir que tenían visión concreta de la azotea.

—Dame la posición de Enrico. —Kathia me miró ansiosa. Un ramalazo de miedo se cruzó por sus ojos, pero rápidamente lo contuvo. Ella sabía que no podía permitirse ahora sentir temor.

—Está rodeado —repuso Thiago, y agradecí que eso no pudiera escucharlo su hermana.

—Las cosas se están poniendo feas ahí arriba, chicos —añadió Sandro al tiempo en que el ascensor se detenía en el último piso.

No hacía falta que me lo asegurara, el simple modo en que se comunicaban ya lo indicaba. Ellos eran profesionales, estaban acostumbrados a ver todo tipo de cosas y a vivir todo tipo de experiencias. Pero aquella no era una situación normal. Las vidas de dos personas que queríamos estaban en peligro real. Si no éramos eficaces, morirían.

Diego se cuadró de hombros al apuntar con el arma hacia las puertas del ascensor mientras nos instaba a apoyarnos en la pared. No sabíamos lo que podíamos encontrarnos al otro lado.

—Cristianno, cubre la parte baja. —Enseguida me acuclillé tras él apuntando por el hueco de entre sus piernas.

Se abrieron las puertas al tiempo en que tres esbirros disparaban. Pude alcanzar a uno, pero resultó ser el mismo que alcanzó Diego y eso dejaba vivo a los otros dos.

Me lancé a por Kathia y Eric sabiendo que terminaríamos tirados en el suelo, mientras mi hermano se arrastraba eliminando con certeza a los otros dos esbirros. Le seguirían más, estaba seguro de ello. Así que cogí mi arma la cargué, me asomé y disparé. El ascensor era un blanco perfecto. Debíamos escondernos.

Tiré de Kathia hasta ponerla en pie y la empujé fuera. Eric mientras tanto se hizo con su arma y empezó a disparar protegiendo la salida de su amiga. Esa compenetración fue lo que más me atormentó. Si Mauro y Alex hubieran estado allí, ni Eric ni yo nos hubiéramos sentido como si nos faltara algo.

Pudimos protegernos en la curva del pasillo. Pero si eran listos (y estaba seguro de que así era) no tardarían en rodearnos. Aquello tenía tan mala pinta como lo que estaba escuchando.

—Mierda… —suspiró Sandro—. Es una lotería saber quién coño va a disparar.

Iban a matar a Enrico.

—No, no lo es —añadió Valerio.

—Joder… —jadeé creyendo que solo lo había pensado.

Pero no fue así y Kathia se dio cuenta. Aquella mirada suya me mostró como su corazón caía en picado hacia un lugar desconocido, lleno de un terror que jamás había sentido. No podía permitir que me mirara así, no podía permitir que atravesara el dolor de perder a su hermano. No si yo estaba allí con ella.

—Te tengo —advirtió Valerio.

Contuve el aliento.

Kathia

Un disparo lejano.

Estaba empezando a acostumbrarme a escucharlos, pero esa vez los temí más que nunca.

Una fuerte oleada de tiros le siguieron. Retumbaban sobre nuestras cabezas. Mi mente lo procesó como el inicio de una ventisca.

—¡Enrico! —jadeé notando como mi cuerpo tomaba el control por sí solo.

Los esbirros que había allí dispararon sin pensar al tiempo en que Cristianno tiraba de mí contra él. Si hubiera tardado un segundo más, me habrían acribillado a tiros. Pero siquiera por esas temí. Lo único que me importaba era poner a salvo a Enrico.

—¡No hagas locuras! —exclamó Cristianno al mirarme. Sus ojos estaban desesperados.

—¡Enrico está allí!

Debería haberle enfadado mi imprevisibilidad e incluso la forma desquiciante que tuve de hablarle. Pero lejos de eso, cogió mi rostro entre sus manos y apoyó su frente en la mía.

—Me importa tanto como a ti —susurró.

Después me soltó, descargó su arma, se hizo con el cargador que Eric le entregaba y miró a su hermano mientras terminaba su tarea.

—Si aprovechamos el ataque podemos deshacernos de los esbirros del pasillo. Necesito llegar allí arriba, Diego. —comentó y su hermano asintió con la cabeza.

El mayor de los Gabbana se permitió el lujo de hacer una mueca orgullosa. Él tenía tantas ganas de unirse al desastre de la azotea como su hermano menor.

—Nadie esperará que vaya por detrás —sugirió Eric sin saber que Diego le fulminaría con la mirada.

—Buena idea. —Comentó Cristianno. Pero no todos estaban tan de acuerdo.

—No, no lo es. —Creo que lo que más le molestó a Eric fue que Diego ni siquiera le mirara a la cara al hablar—. Iré yo.

—No necesitas hacerte el héroe conmigo, Gabbana. Porque no lo eres. —Era la primera vez que escuchaba al Albori decisivo y duro.

A continuación, desapareció por el pasillo corriendo a trote mientras Diego le observaba como queriendo terminar con su vida.

—Tienes que solucionarlo, pero ahora no. —Un comentario casi tan adecuado como el tono en que lo dijo. Definitivamente Cristianno sabía bien lo que ocurría entre aquellos dos.

Tragué saliva y acerqué una mano a Diego. No sé si le sentó bien aquel gesto, pero necesité transmitir confianza y supe que lo había logrado al verle tomar aliento.

Minutos después, se oyó un disparo al otro lado. Fue la señal que indicaba la intervención rápida de Diego y Cristianno.

Mi respiración me atronó en los oídos mientras les observaba moverse con aquella extraordinaria agilidad. En cierto modo me maldije por quedar fascinada ante la brutalidad de Cristianno.

Hubo un instante en que soltó su arma, prefirió el cuerpo a cuerpo. Y le arrebató la vida a varios esbirros con sus propias manos.

Me arrastré por el suelo y capturé la pistola. Si éramos cuatro los que luchábamos, en cierto modo se notaría mucho más la resistencia. Apunté y disparé al hombre que cubría las escaleras de la azotea.

Enrico

Probablemente fue demasiado cruel no cerrar los ojos. Era un gesto que ignoró la imposibilidad y ambicionó congelar el tiempo. Y es que una parte de mí quería estar con Sarah antes de que ninguno de los pudiera respirar.

Solo existía ella, arrodillada en el suelo lista para morir mientras respondía a mi mirada entre temblores y lágrimas descontroladas. Varios hombres le apuntaban con sus armas, iban a disparar. Pero ambos sabíamos quién sería el primero en morir.

Inesperadamente, me asfixió un sentimiento. Aquel que me producía el cuerpo de Sarah cuando mis manos resbalaban por su piel. No era el mejor momento para recordarlo, pero lo acepté con resignación.

El chasquido de un arma me estremeció.

<<Lo siento, Kathia… Estaré contigo desde el otro lado, mi niña…>> Había llegado la hora.

Tragué saliva y me concentré en el ritmo discordante de mi aliento sin saber que se desataría la más imprevisible de las respuestas.

Cuando opté por desconectar las comunicaciones con mis compañeros lo hice pensando que aquella era una batalla perdida y no quería que todos cayeran conmigo. Un último acto de protección que algunos entenderían como estoicismo y otros como alevosía.

Pero no sé cómo pude creer que se retirarían.

El estallido de una bala atravesó la distancia y terminó en el pecho del esbirro que iba a dispararme. No sé de dónde demonios provino el disparo, pero aquel hecho hizo que la situación cambiara por completo.

Me levanté del suelo al tiempo en que soltaba un magistral golpe en el mentón de uno de los esbirros que me rodeaban, y le arrebaté el arma. Escuché el sonido de los huesos de su mandíbula al fracturarse y el de su cuerpo al desplomarse en el suelo sin vida. Pero todo eso sucedió mientras se desataba un tiroteo a nuestro alrededor. Otro más.

Los esbirros del Carusso siquiera sabían a quién debían disparar y eso me alegró porque mis compañeros estaban allí aunque no pudiera verlos.

Sarah quiso venir en mi busca y yo empecé a eliminar a todo aquel que se interponía en el camino para poder llegar hasta ella, pero ninguno de los dos contamos con que Angelo la capturaría.

Supo que si la convertiría en su escudo, nadie tendría el valor de dispararle. Por eso me mantuve precavido. Y Angelo aprovechó esa ventaja.

Sarah

El Carusso me arrastró consigo y me obligó a esconderme tras un tubo de ventilación. Los tiros rebotaban en el metal. Me atronaban en los oídos, pero no me importaba. Tenía que salir de allí y saber si Enrico estaba a salvo.

¿Pero cómo iba a hacerlo? Ni siquiera podía caminar, me temblaban demasiado las piernas.

<<Coraje, Sarah. Es tu familia la que está expuesta.>> Vi un arma a unos pocos metros de mí, junto al cadáver de un francotirador. Si me hacía con ella, quizás podría eliminar a Angelo.

Intenté moverme sin saber que el Carusso me capturaría del cuello y me estamparía contra el muro.

—Si te mueves un centímetro, te mataré —gruñó, atemorizado y completamente desencajado por la rabia. Leí el final en sus ojos.

—Amenazas como un buen cobarde —mascullé sin apenas aliento.

—Si no te he eliminado ya es porque eres importante para él. —Sí, era importante para Enrico, había sido imposible disimularlo, pero no podía consentir que utilizara ese pretexto en nuestra contra.

Los disparos ya no eran tan continuos. Cesaban con lentitud, señal de que aquello estaba llegando a su fin. Pero nada de eso me garantizaba la integridad de Enrico. Nada. Necesitaba verle con urgencia.

Aunque me bastó con escuchar su voz.

—¡Sal de ahí, Angelo! —Gritó Enrico—. ¡Ya no tienes escapatoria!

—¿Estás seguro? —sonrió el Carusso. Y tiró de mí con furia, hasta colocar mi espalda sobre su pecho.

Poco a poco salimos de nuestro escondite. Me apuntaba con un arma en la cabeza mientras presionaba con fuerza mi cuello con su antebrazo.

Enrico apretó los dientes. No quería mostrar su miedo a perderme para que Angelo no pudiera regocijarse, pero los tres allí nos dimos cuenta de todo lo que sentía por mí.

—Ignórale. —Le supliqué mientras analizaba su estado. Enrico tenía sangre y no logré descifrar si era suya o de sus enemigos—. No será capaz de hacer nada. —Pero a Angelo eso le afectó mucho más de lo esperado y me golpeó con el puño de su pistola. Contuve un gemido mientras sus brazos me sostenían con fuerza para que no cayera al suelo.

Escuché a Enrico gruñir y dar unos tímidos pasos hacia delante.

—¡Ni te muevas! —El cañón de aquella arma se hizo más fuerte sobre mi sien.

Tosí un par de veces.

Y entonces la mirada de Enrico cambio a la par que me asfixiaba. Se tornó mucho más oscura y cruel. Fuera lo que fuera lo que iba a suceder, Enrico saldría vencedor de allí. Era demasiado poderoso como para obtener lo contrario.

—¿Lo sabes, verdad? —dijo sin dejar de apuntar a Angelo—. Sabes a quien pretendes matar.

La sonrisa del Carusso reverberó en mis oídos.

—¿Y qué te hace pensar que me importa, Materazzi? —Después de todo, lo sabía. Angelo lo sabía.

Enrico torció el gesto.

—Es tu hija —gruñó.

—¡Cállate! —La ofuscación de Angelo se descontrolaba.

Fue entonces cuando me di cuenta de que nos movíamos hacia el precipicio. Realmente no sabía que pretendía llevándonos hacia allí, quizás tirarme al vacío, pero insistí más en el hecho de tener a Enrico siguiendo de cerca cada uno de nuestros pasos.

Apenas nos separaban un par de metros.

—No tienes alternativa —continuó mostrando la soberbia espeluznante de sus hombros—, que la mates o no, no te librará. Sabes que hoy vas a morir.

—Pues me la llevaré conmigo. —Aquella voz ya no pertenecía al Angelo carismático y seguro de sí mismo que se conocía. Ese hombre ya era pasto de la enajenación—. Te la arrebataré, Enrico. Como hice con tu familia.

Escuchar aquello fue como recibir un golpe. Incluso me estremecí. Casi pude sentir la pérdida que supuso para él ver a toda su familia consumirse entre las llamas.

Angelo tropezó. Había llegado al filo de la azotea. Si decidía moverse, ambos caeríamos.

—Puedes morir como un hombre, Carusso.

—El honor. —Volvió a sonreír. Esta vez con nostalgia—. Ninguno de los dos conocemos su verdadero significado, ¿no es así, traidor? —Sonó como el peor de los insultos.

—Venganza, es la única palabra que necesito conocer. —No sabía que tras decir aquello volvería a escuchar un disparo.

No sé dónde impactó, ni siquiera había sido herida, pero lo cierto fue que no tuve tiempo de pensar demasiado en ello. Porque Angelo me arrastró consigo.

El vértigo me inundó mientras mi cuerpo era impelido hacia el precipicio. Vi a Enrico echar a correr un instante antes de caer.

Instantáneamente supe que ni siquiera me daría tiempo a sentir el pavor por la caída, dado que mi mente se había detenido en la última imagen que tenía de Enrico. Pero cuando más segura estaba que iba a impactar en el suelo de la Piazza della Reppublica, sentí como unas manos capturaban mi brazo. Aquella maniobra me hizo estamparme contra la fachada del hotel y notar como todos mis huesos crujían.

—¡Te tengo, Sarah! —gritó Enrico. Dejó de importarme el dolor al mirar hacia arriba y verle.

—¡Dios mío! —jadeé mareada por el repentino miedo que sentí.

Algo tiraba de mis piernas, algo me empujaba hacia el vacío. Ahora que Enrico me tenía sujeta, no podía resistir la idea de caer. Intentar contener las lágrimas fue inútil.

—¡No voy a soltarte, ¿me oyes?! —Me aseveró Enrico—. ¡No lo haré, amor! —Y eso lo sabía, pero no estaba segura de que pudiera soportar el peso de dos cuerpos.

—¡Ja! ¡Enrico, no puedes hacer nada! —gritó Angelo enganchado a mis caderas, sabiendo que la sangre se le derramaba del cuerpo— ¡No la soltaré!

Miré hacia abajo. El Carusso reía y se movía de un lado a otro. Había aceptado morir, pero le divertía saber que podía terminar con un par de vidas más. Era ruin hasta el final.

—¡No dejes de mirarme, ¿de acuerdo?! —me exigió Enrico. Aquella mirada suya estaba más desbordada que nunca—. Confía en mí.

—Te quiero…—gemí.

Ir a la siguiente página

Report Page