Mafia

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Segunda parte » 29

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Cristianno

Le di una patada a la puerta con mucha más fuerza de la que esperaba y entré en la azotea percibiendo como el desasosiego se me amontonaba en la boca. Era tan desquiciante que ni siquiera podía fijar la vista en mi objetivo.

Y entonces lo vi. A Enrico con medio cuerpo descolgado del bordillo y las piernas bloqueadas por la tensión. Supe qué estaba pasando, supe lo que pretendía.

<<Sarah.>>

Eché a correr desesperado y detuve mi carrera al apoyar las manos en el reborde de cemento.

—¡Cristianno Gabbana! —gritó Angelo enganchado en la cintura de Sarah—. ¡Maldito diablo!

Cargué mi arma mientras observaba de reojo como los dedos de Enrico rasgaban la piel del antebrazo de Sarah. Se resbalaba, pero prefería herirla antes de dejar que cayera al vacío. Y ella no se quejaba, creo que siquiera sentía el dolor.

Apunté a Angelo sin saber que le daría la bienvenida al gesto con una sonrisa retorcida. Seguramente le resultaba igual de irónico que a mí que yo fuera quien terminaría con su vida.

Lo único que lamentaba era no poder ensañarme con él. Aunque podría resarcirme con su querido Valentino Bianchi.

—No veremos en el infierno, Carusso. —Y disparé. En su cabeza. Sabiendo que esta reventaría hasta deformarse.

El cuerpo de Angelo cayó en picado al vacío, pero no me detuve a disfrutar de la imagen. Me preocupó más que la inercia arrastrara a Sarah. Enrico apenas la tenía sujeta de los dedos cuando yo la capturé del otro brazo.

Tiramos juntos de ella hasta tocar el suelo de la azotea.

Lo primero que sentí fue el profundo jadeo que liberó mi garganta y la fuerte presión que me perforaba el pecho. Enrico estaba vivo, Sarah también y acababa de eliminar a uno de mis enemigos más poderosos. Se suponía que debía estar orgulloso, joder.

Pero no lo estaba.

<<Esto no ha terminado, ¿no es así, Enrico?>>, pensé al mirarle. Sarah se había encadenado a él mientras lloraba y Enrico se esforzaba en abrazarla, pero algo no funcionaba.

Él lo sabía.

Y yo también.

Su mirada me lo dijo todo.

<<¿Y ahora qué hago? ¿Qué puedo hacer?>>

Sarah

La vida se respira con ritmo. El aliento surge con coordinación. Unas veces más veloz que otras, pero siempre siguiendo una armonía. Un corazón late en sintonía a la propia existencia. Pero cuando todos esos factores se resienten, ya no queda nada. Siquiera vale la resistencia externa o el empeño emocional.

Y Enrico lo entendía.

Supo que tarde o temprano yo me daría cuenta de que su corazón dejaría de latir. De que la sangre se acumularía en la zona herida y obstruiría todo sus pulmones. Moriría en mis brazos y sin embargo parecía orgulloso.

Me incorporé completamente aterrorizada. Y al mirarle comprendí que había sido herido mucho antes de que me salvara. No había podido remediar las balas y no le había importado agravar su herida al mantener mi peso a la par que el de Angelo.

Lo vi. El agujero en su pecho, por el que se derrochaba su sangre.

Enrico tosió y lo hizo de una forma agonizante.

—No… —mascullé entre lágrimas—. No puedes hacerme esto… —No pude dejar de llorar.

Él se esforzó en levantar una mano y la llevó a mi mejilla ahuecándola con cariño.

—Necesitaba volver a mirarte de esta manera —jadeó sin fuerzas. Se iba. Se iba de mi lado, del lado de su hermana, del de su familia.

—Cállate —espeté cogiendo su mano—. No necesito que me digas nada…

Vi a través de sus ojos como Cristianno se arrastraba hasta llegar a nosotros.

—Joder… —susurró al mirar el pecho de su hermano postizo. Y fue mucho más listo y capaz que yo al cubrir enseguida la herida con las palmas de sus manos. Seguramente pensando que ese momento sería mucho más duro en cuanto apareciera Kathia.

Sus pasos retumbaron conforme se acercaba a nosotros.

—¡ENRICO! —gritó antes de arrodillarse a su lado. Su hermano liberó toda la devoción que sentía por ella en solo una mirada. Supongo que pensó que ahora que Kathia estaba allí, podía irse en paz—. ¿Qué es esto? —Colocó las manos sobre las de su novio.

Kathia

Miré a Cristianno por entre la niebla de mis lágrimas mientras sentía como el tiempo se detenía y me hacía temblar con violencia antes de llenarme de recuerdos que compartía con Enrico. Una parte de mí moriría con él.

—Cristianno… —Ni siquiera sé porque le llamé, pero quizás él comprendió bien a qué me refería mucho antes de entenderlo yo misma.

Echó mano a su espalda y capturó un cuchillo. Sin dudar rasgó la camisa de Enrico y dejó al descubierto la herida. La sangre borboteaba sin control, señal de que seguramente la bala todavía estaba en su interior. Si no la sacábamos pronto las arterias terminaría por obstruirse y provocar una hemorragia interna irreversible.

Ni siquiera lo pensé. Introduje los dedos en la herida y hurgué hasta dar con el canto redondo de una bala. Enrico se quejaba entre débiles jadeos, pero no parecía demasiado consciente de lo que le estaba haciendo. Ni siquiera parecía prestar atención a los reclamos gimientes de Sarah.

Saqué la bala y al mismo tiempo Cristianno taponó de nuevo la herida con sus manos. La sangre no tardó en tintarlos. Igual que había hecho con los míos durante la maniobra.

—¡Diego! —gritó.

—¡Lo sé! —exclamó esté.

Al mirar a mi alrededor, me di cuenta de todo. Eric estaba tirado de rodillas en el suelo, siquiera se atrevía a acercarse. Diego insistía en su teléfono, pidiendo una ayuda que ninguno sabíamos si llegaría a tiempo. Sarah completamente perturbada, rogándole a Enrico que se mantuviera despierto. Y yo perdida en unos ojos azules que no dejaban de maldecir no poder hacer nada; Cristianno creía que era el culpable. Pero no lo era.

No lo era.

Miré a mi hermano.

—Kathia… —Su voz apenas sonó. Y supe que él necesitaba tocarme y que yo debía responder, pero no pude moverme.

Se quedó muy quieto.

Se quedó muy quieto mientras yo me ponía en pie.

Cristianno

—¡Kathia! —grité mientras ella se alejaba de su hermano, lentamente.

Pero no me escuchó. Ya no veía ni entendía nada. Se había quedado atrapada en ella misma. Su mirada ya no estaba allí, si no en una recóndita parte de su memoria. Quizás en sus recuerdos, no lo sabía. No fui capaz de encontrar el modo de mantenerla conmigo, de hacerla responder a la posible última necesidad de Enrico.

El impacto emocional que se apoderaba de ella era mucho mayor que cualquier amor que sintiera por algunos de los que estábamos allí. Por un momento Kathia dejó de ser esa chica que tanto conocía. No se dio cuenta del modo en que el shock se imponía y la alejaba de todo. Y mientras tanto su hermano se moría en mis manos.

—¡Ya están llegando! —chilló Diego, pero ambos sabíamos que quizás ya no serviría de nada.

Kathia nos dio la espalda. Probablemente ella también lo sabía, aunque parte de sí misma se negaba a admitir que tal vez ya no compartiría su vida con Enrico. Puede que esa fuera la batalla que se estaba dando en su interior; rendirse a la evidencia o mantener la esperanza. Qué más daba todo ya. Que Angelo hubiera muerto, que Kathia me amara, que yo la amara a ella… Nada de eso importaba en ese instante. Enrico se moría y Mauro quizá le seguiría pronto, si no se había ido ya…

Dios mío…

—¡Kathia, escúchame! —clamé mientras el llanto de Sarah se hacía más y más violento.

Pero de pronto Enrico tosió y un hilo de sangre resbaló de su boca. Aquella señal no era positiva. Indicaba hemorragia. Poco a poco su mirada se fue apagando. Perdía la consciencia.

Aparté a Sarah y me acerqué a su rostro.

—Si me dejas ahora, no te lo perdonaré —mascullé ajeno a si realmente podía escucharme o no. De todas formas seguí hablando y cogí su cara con mis manos ensangrentadas—. Eres mucho más fuerte que todo esto, Enrico.

Lo vi, vi de soslayo como Kathia caía de rodillas en el suelo y se perdía en la visión dorada del horizonte de Roma. Fue cuando Enrico dejó de respirar y cuando Sarah gritó al cielo.

Me negué. Enrico no podía morir así. No por aquellos motivos, no de esa manera.

Apoyé mi frente en la suya mientras las yemas de mis dedos se clavaban en sus mejillas. Su piel estaba fría, pero me importaron mucho más las espantosas ganas que tuve de llorar.

—Se lo prometiste, Enrico… —gemí evocando la promesa que le había hecho a su hermana.

Y me quedé muy quieto.

Allí había un corazón que todavía no había dejado de latir.

No permitiría que dejara de latir.

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