Mafia

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Segunda parte » 33

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Cristianno

Arrastré los pies.

Aquel lugar que anteriormente me había parecido demasiado grande, ahora se reducía a un insignificante zulo que me robaba el aliento. Deambulé, no muy lejos de la sala principal, y terminé en una especie de cueva iluminada con una luz anaranjada.

Me apoyé en la barandilla descubriendo que aquel delgado tubo de metal me separaba de un abismo de roca que no parecía tener fin. Justo como mis sentimientos.

Me arrepentía de haberle hablado así a mi padre, de hecho aquella había sido la primera vez. Tal vez por eso le sorprendió tanto. Pero ya no podía volver a atrás, le había hecho daño. No, ambos estábamos dañados, él y yo, y mi abuelo.

—Hijo mío… —La voz de mi padre me inundó con tanta fuerza que creí que me desplomaría. Y la vista se me humedeció como si fuera un puto crío asustado.

Le miré. Ahora no tenía que aparentar ser un tipo duro. Aquel hombre era mi padre, el mismo que había entrado en mi habitación en mitad de la noche y me había protegido de la oscuridad porque sabía que la temía.

—Lo siento… —casi sollocé y creí que terminaría haciéndolo cuando ahuecó su mano en mi mejilla. Cerré los ojos y me dejé llevar por la elegante robustez de su piel.

—No… —Sonrió con tristeza y yo me aferré a su muñeca.

—Es solo que… —intenté decir—. Supongo que tengo algo de miedo.

Y aunque me frustrara era algo que no podía evitar.

—Cualquier hombre lo siente alguna vez.

—¿Incluso tú?

—¿Crees que porque a veces se tema dejas de ser quién eres? —intervino mi abuelo, que se había colgado de Kathia para poder caminar mucho más estable. El cansancio en él era bastante evidente—. Estás muy equivocado, pequeño.

Me froté el cabello. Me desesperaba todo aquello, estaba pensando con demasiada velocidad. Miles de pensamientos, miles de emociones.

—¿Qué clase de hijo tuviste? —siseé creyendo que solo era un pensamiento. Pero resultó que mi abuelo captó muy bien el comentario.

—Lo lamento. —Se disculpó con angustia, captando toda mi atención—. Pero un padre no puede hacer nada si un hijo sale traidor. Solo rezar porque el daño sea mínimo.

<<No, no te justifiques. No tienes la culpa.>> Pero mi consciencia no fue capaz de entenderlo en ese momento.

—¿Rezar? —Resoplé una sonrisa, antes de clavarle una mirada dura y cruel—. Enrico puede morir —mascullé con saña—. Eric puede morir. Mauro… —Tragué saliva antes de señalar la puerta—. Tengo a la mujer de mi vida sufriendo por todos ellos, atrapada y sin salida. —Señalé a Kathia antes de que ella cerrara los ojos—. Y a toda mi familia en peligro. —Empecé a levantar la voz—. ¡¿Quieres que rece?! ¡¿Quieres que le ruegue a un ser que ni siquiera existe?! —Clamé. Pero me hirió hacerlo y ver el daño que habían causado mis palabras en mi abuelo—. Lo siento… Lo siento…

Y me llevé las manos a la cara.

—Cristianno… —Noté la mano de mi abuelo acariciarme la espalda. Se había soltado de Kathia y había venido hasta mí—. No te disculpes por algo que sientes. No has dicho nada malo. Pero entenderás como me siento.

Lo engullí con la mirada. No sentía tristeza o nostalgia, ni siquiera rabia. Solo era… salvaje. Un maldito depredador hambriento.

Capturé sus hombros y me acerqué un poco más a él.

—Pídemelo, abuelo —hablé entre dientes—. Pídeme lo que quieras y lo tendrás.

Él sabía lo se escondía tras mi comentario. Él sabía que le estaba pidiendo permiso para matar a su hijo. Y alzó el mentón y las cejas con demasiada soberbia antes de mirar a Silvano.

—¿Qué dice el Capo de la cúpula Gabbana? —Le preguntó. Este sintió un retorcido placer que apenas pudo disimular y medio sonrió.

—Que no soy yo quien debe decidirlo, ¿no es así, hijo? —Una mirada perversa.

Torcí el gesto con esa misma crueldad que a ambos nos definía.

—¿Quieres que yo decida? —Casi sonó a broma. Y él sonrió antes de dar un paso al frente.

Me señaló con una mano.

—Tú eres el rey ahora.

Fui pasto de mis instintos más primarios. Y después de sentirlos pegándose a mis entrañas, miré a Kathia. Encontré fuerza en su mirada, encontré una esperanza que ella misma se estaba esforzando en tener aun sabiendo que su hermano podía morir, aun sabiendo que Eric y Mauro podían morir. Aun sabiendo que tanto ella y yo podíamos morir.

Kathia era tan mafia como yo. Ella en ese momento se convirtió con rotundidad en mi propia esencia.

—Bien. —Un jadeo—. Pues decidiré como Capo de la Mafia. —Lo dije mirando a Domenico a los ojos.

—Que así sea. —Ahí estaba la respuesta.

Ahora, realmente, sí que era el dueño del imperio Gabbana.

—Señor, más inconvenientes —dijo Sandro al irrumpir allí de súbito con varios guardias más—. La prensa comenta que la muerte de Angelo ha sido un asesinato y nos lo acredita. Somos noticia en todos los informativos.

—Maldita sea —farfulló Silvano en voz muy baja.

Seguramente acababa de darse cuenta de que aquella era la primera vez en su vida que nos acorralaban por todas partes.

—Habrá que jugar con ellos. —Un comentario inesperado. Kathia avanzó hasta mi padre y se plantó frente a él con valentía.

—¿Qué quieres decir? —quiso saber y entrecerró los ojos. Fue muy sencillo darse cuenta del pequeño atisbo de malicia que asomó por su mirada.

—Si entregamos una nueva información nos dejarían tranquilos, ¿no es así? —dijo segura de sí misma—. Después de todo así es como funciona la prensa sensacionalista.

Me acerqué a ella.

—¿Qué tipo de información debemos entregarles?

—Una imagen. Envié una imagen a tu móvil hace unas semanas. Olimpia aparece en ella manteniendo relaciones sexuales con Valentino. Es una fotografía explícita.

Casi sonreí. Porque lo que pretendía era maravillosamente perverso.

—Intentas hacer creer que todo esto es un crimen pasional.

—La prensa lo entenderá así y comenzará a asediar a Valentino y Olimpia. —Una dulce ventaja—. Eso nos dará tiempo para preparar el rescate de Mauro y reorganizarnos.

Que nos observáramos de aquella manera, como si en cualquier momento fuéramos a saltar uno sobre el otro, como si lo único que nos importara fuera engullirnos a besos, hizo que apenas pudiéramos escuchar los murmullos de los demás.

—Sandro… —No aparté la vista de Kathia—…dile a Valerio que entre en mi dispositivo y analice su contenido. Quiero esa imagen lo antes posible.

—Y localizad a Macchi —repuso mi padre—. Él es el único que puede hacer este trabajo. Lo quiero para ayer. ¡Vamos, vamos!

Se marcharon de allí dejándonos a Kathia y a mí a solas bajo aquella luz y extraña corriente viciada.

Kathia

Nadie se opuso a mi estrategia. La aceptaron dichosos sabiendo que de esa manera matábamos varios pájaros de un tiro.

Filtrar una imagen de esas características provocaba rumores que daban sentido a demasiadas cosas. La prensa pensaría que lo sucedido se había debido a que mi padre había descubierto que mi esposo se acostaba con su suegra. Se imaginarían que Angelo encolerizó y se enfrentó a Valentino y que este en un arrebato le asesinó mientras yo huía.

Era una solución retorcida y placentera.

<<Veamos cómo sales de esta, Valentino>>, porque estaba más que claro que todo el mundo en Roma iría tras él después de descubrirlo. Aun así me costó encontrar placer en algo así.

Me mantenía firme porque Cristianno me necesitaba, porque no había dejado de mirarme y buscarme en silencio. Pero mi pecho…Todo mi ser era un maldito agujero de miedo e inseguridad.

Acaricié el vientre de Cristianno, primero con la puntas de los dedos y lentamente colocando la palma de la mano. Su cuerpo se contrajo bajo mi contacto y cerró los ojos soltando un pequeño y tembloroso suspiro. Ninguno de los dos entendía porque había decidido tocarle. Pensaba que si lo hacía todo aquello sería mucho menos duro.

Me acerqué lento mientras mi mano llegaba a su clavícula y rodeaba su cuello. Cristianno se dejó llevar. Me permitió acariciarle y no le importó que el gesto provocara que una lágrima se escapara de sus ojos. La borré con la yema del pulgar.

—¿Soy un canalla por desear hacerte el amor con todas mis fuerzas en un momento como este? —dijo bajito apoyando su frente en la mía conforme sus manos se acomodaban en mi cintura.

Ya no había espacio entre nuestros cuerpos, pero esa exquisita cercanía ahora estaba llena de dolor. Ambos sufríamos y me gustó que él no tratara de disimularlo.

—No —susurré—. Significa que eres humano y que quieres poder disfrutar de situaciones insignificantes fuera de todo peligro. ¿Qué podría tener de malo querer ser feliz?

¿Qué podría tener de malo querer ser un simple chico de dieciocho años? Sus palabras ocultaban un sentido más aparte del evidente. Él quería que todo terminara, que ninguno de los suyos volviera a sentir miedo. Estar conmigo sin sentirse culpable por el daño que eso pudiera causar en nuestra familia.

—Tocarte no es insignificante, Kathia —jadeó adoptando un gesto de sufrimiento. Algo en mi tembló—. Gracias.

—¿Por qué?

—Por estar a mi lado. Por no dejarme caer… —Supe el matiz que cobraría su confesión. Pude ver esa parte desgarrada de él que pretendía hacerse con el control—. Y lo siento.

—Cristianno, no sigas. —No quería oírle culparse… Pero me ignoró.

—Por ponerte en esta situación, por no poder hacer nada para evitar que Enrico y Mauro…

—Basta… —Puse un dedo en sus labios—. No tienes la culpa de nada —susurré mientras me perdía en su mirada—. Todo lo que has hecho o intentado hacer tenía como objetivo proteger a los tuyos. Ni se te ocurra culparte de nada.

Precisamente ese era mi miedo en ese momento.

Cristianno sonrió con desgana.

—Enrico y Eric están en un quirófano, Kathia. —Fue cruel hacia sí mismo—. Y Mauro…

—Enrico y Eric sobrevivirán y a Mauro lo traerás de vuelta en unas horas, ¿me has oído? —Le interrumpí casi con violencia al tiempo en que capturaba su rostro y le obligaba a mirarme de frente. Al menos uno de los dos debía mantener la esperanza.

Después le siguió el silencio y esa conexión indestructible que nos unía cobró fuerza. Habría dado mi vida por poder borrar todo lo que había sucedido esa mañana y besarle. Y él pudo darse cuenta de mis pensamientos.

Se acercó a mi boca y esperó en ella mientras su aliento se mezclaba con el mío. A ambos se nos precipitó, ambos notamos ese escalofrío que nos punzaba cuando estábamos cerca. Pero esta vez surgió mucho más intenso.

Le besé con suavidad, apenas fue un roce. Y aun así bastó para que él temblara.

—Cristianno. —Interrumpió Alex con elegancia. Sé que no hubiera querido hacerlo, pero no tenía remedio—. He localizado a Macchi. Hemos quedado con él en Labaro. Tenemos una hora.

—¿Hemos? —preguntó alzando las cejas. Poco a poco volvía a ser él.

Alex se puso arrogante y se cruzó de brazos. Al mirarle sentí un latigazo de nostalgia por aquellos días en los que sólo éramos un grupo de amigos y reíamos y bromeábamos juntos.

—Por supuesto iré contigo —admitió—. ¿Algún inconveniente, socio?

Cristianno sonrió y suspiró al tiempo.

—Si lo tuviera me arrancarías la cabeza. —Eso lo sabíamos todos.

—Buen chico.

Cristianno me acarició las mejillas y acercó sus labios a los míos. Después se alejó de mí por el pasillo. Me quedé mirando su bonito cuerpo desgarbado, su ropa manchada de sangre y el cansancio adueñándose de su forma de caminar. Aun así no perdería nunca la sensualidad, pero incluso esa cualidad sufría.

Noté la mano de Alex confortar mi espalda en una caricia muy tierna. Me apoyé en su brazo y le besé el cuello.

—Tened cuidado, por favor. —No hizo falta que respondiera a mi petición. Su mirada me dejó bien claro que no debía temer.

Un momento más tarde, me quedé sola en aquel pasillo sin saber qué hacer. Notando el miedo a todo lo que me rodeaba. Cuando de pronto percibí a alguien más allí.

Poco a poco me di la vuelta.

Diego me observaba sorprendido con los ojos demasiado enrojecidos sobre un rostro laxo y pálido en exceso. No tenía buen aspecto, pero enseguida percibí cómo trataba de disimularlo. Él no quería que yo viera lo profundamente herido que estaba, lo que me indicaba que no esperaba encontrarse conmigo, sino desaparecer.

Empecé dando un paso tímido. Temí que él huyera y se tragara en soledad toda la tristeza que le embargaba. Sin embargo se quedó muy quieto, y pude acercarme a él.

Miró al techo mientras se mordía el labio. Seguramente le había venido un amago de lágrimas que quiso evitar.

—Ha entrado en coma… —Y mi aliento se detuvo—. Los médicos siquiera saben cuándo despertará. Dicen que es algo imprevisible. —No podía creer que Eric estuviera en esas condiciones. No podía creer que su bonita vitalidad y alegría se viera reducida a un sueño obligado.

Nuestras miradas se encontraron. Diego descubrió en mis ojos que la muerte de Angelo jamás podría satisfacerme si ello me robaba a mi hermano y mi gran amigo. Y yo pude ver en los suyos arrepentimiento. No sabía los motivos, pero tras toda aquella capa de dudas y rencores encontré a un hombre que había descubierto lo que era amar a alguien.

Le abracé y noté como el dolor se repartía entre nosotros.

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