Mafia

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Segunda parte » 34

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Cristianno

Ettore Macchi era un gran periodista que trabajaba en uno de los más reputados periódicos del país. Se caracterizaba por la veracidad de sus artículos y la profunda profesionalidad con la que hacia su labor. Y para colmo era un espléndido admirador del dinero que le proporcionaba la mafia. Pero eso nadie lo sabía, excepto nosotros.

Le ofreceríamos dos cosas a las que no podría negarse: la mejor exclusiva de su vida y el mejor pago, por tanto no me cabía duda de que asistiría a nuestro encuentro. Atardecía junto al río en Labaro, el pueblo contiguo a Prima Porta.

No me habría importado ir solo, pero tener a Alex allí conmigo me benefició bastante. Había sido muy inteligente al decidir acompañarme. Ambos estábamos sufriendo las heridas de nuestros amigos, de nuestros compañeros, el peso de todas las verdades. Siempre habíamos sido los cuatro, no podía pedirle que mantuviera la calma por nuestros compañeros si ni siquiera yo era capaz de controlarme. Pactamos tácitamente compartir el dolor.

Alex fue menguando la marcha conforme nos acercábamos al puente. Era un lugar tranquilo, donde un vehículo tan sencillo como el que llevábamos no levantaría sospecha a esas horas de la tarde.

—¿Sabes qué? —dijo en cuanto apagó el motor.

—Hum. —Le miré de reojo al tiempo en que me mordisqueaba un nudillo y verificaba los alrededores.

Alex se apoyó en el volante y resopló antes de hablar.

—No tengo miedo. —Tal vez debería haberme impactado más su confesión, pero esperé porque supe que había más—. Creo demasiado en que todo esto saldrá bien. Salvaremos a Mauro, Eric y Enrico sobrevivirán. Pero no estoy seguro de una cosa.

—¿De qué? —Pregunté con recelo.

Alex no era de los que se ponían a divagar sobre emociones en voz alta. Cuando llegaba a ese punto era porque tenía motivos por los que hablar.

—De ti. —Rotundidad.

—No sé qué quieres decir, Alex. —Opté por disimular y miré por la ventanilla. De fondo escuché el sonido de una Vespa que se acercaba a nuestra posición.

—Te arriesgarás y sobra decir que no pensarás en ese riesgo. —Mierda, se había dado cuenta—. Lo he sabido cuando te he mirado tras ver el vídeo.

Me humedecí los labios. Todavía no me atrevía a mirarle.

—Solo quiero que esto termine.

—¿A costa de qué?

—Alex. —Me estaba poniendo nervioso. Él sabía que yo no funcionaba de esa manera, que no me gustaba hablar de mis sentimientos más hondos.

—Cállate, Cristianno —me ordenó—. ¿Te duele? ¿Estás sufriendo por nuestros compañeros? —Me mantuve en silencio y eso le encrespó—. Responde, joder.

—Sabes qué sí. —mascullé echándole una ojeada encendida—. ¿Para qué coño lo preguntas?

De pronto, me cogió de la chaqueta y me empujó contra él sabiendo que el gesto me pondría muy difícil respirar o moverme.

—Escúchame, capullo —dijo entre dientes, muy cabreado, a solo un palmo de mi cara—. Si se te ocurre morir antes que yo, asegúrate de hacerlo completamente porque entonces pienso perseguirte hasta despedazarte. —El corazón me dio un vuelco. Latió de una forma muy extraña. Ese chico que me odiaba en ese momento estaba dispuesto a dar su vida por mí—. Aunque lo mejor sería que ninguno de los dos muriera.

El chasquido de la puerta trasera. Alguien entró al vehículo.

—Qué romántico todo —dijo aquel tipo mientras Alex me soltaba.

—Ettore Macchi —balbuceó mi amigo acomodándose en su asiento.

—Bingo. ¿Sabéis que me habéis jodido la mejor mamada de mi existencia?

Por supuesto, se me olvidaba comentar que aquel maldito periodista también era un conquistador de cuidado. Cuarenta y tres años extraordinariamente bien conservados, cabello moreno, ojos verdes, buena reputación y buena billetera no pasaban desapercibidos para ninguna mujer.

—No se te ve muy apenado —ironicé sin molestarme en mirarle.

—Bueno, Gabbana, hay algo mejor que el sexo.

—¿El dinero? —espetó Alex. Algo que hizo mucha gracia al periodista.

—Eso también. —Le dio un golpecito en el hombro y después se apoyó en los respaldos de nuestros asientos—. Contadme, tenéis a toda la ciudad revolucionada, por no comentar que mañana apareceréis en los titulares de toda la prensa del país. —Sí, eso lo imaginábamos—. ¿Qué tenéis para mí?

Eché mano al sobre que había dejado en la guantera y se lo entregué.

—Descúbrelo tú mismo.

Macchi abrió el sobre con impaciencia, muy emocionado. No se imaginaba lo que vería, pero sabía que sería grande. De lo contrario no había recibido nuestra llamada.

Extrajo la imagen al tiempo en que alumbraba con una pequeña linterna que sacó de su bolsillo. Sabía lo que iba a ver: a Olimpia a cuatro patas mientras Valentino la penetraba con brusquedad.

—Joder… —gimió asombrado—. ¿Es auténtico?

—Puedes perder el tiempo en verificarlo, si lo deseas.

—Eres un cabrón muy listo, Gabbana. —Sí, Ettore reía, porque estaba completamente encandilado con el material—. Vaya tela, la señora del Carusso follada por su propio yerno. Esto es una bomba.

—Bien, veo que has entendido el concepto.

—Cambiar los titulares, eh —sonrió—. Eso te costará caro. Ya sabes cómo trabajo. —Le entregué otro sobre que cogí del bolsillo interior de mi chaqueta. Se echó a reír mientras miraba en su interior. El sutil destello que emitió su mirada fue suficiente respuesta para saber que haría su trabajo de forma impecable—. Aunque por cien mil euros puedo hacer mucho.

Volví a mirar al frente mientras notaba como Alex sonreía casi indignado.

—Si alguien descubre que estás haciendo tratos con nosotros, sobra decirte dónde terminarás y de qué modo —le recordé.

—Cristianno, no es la primera vez que nos hacemos favores y nunca ha sucedido nada —comentó con voz cantarina—. ¿Por qué iba a ser diferente ahora?

Eso era cierto, pero ninguno de los favores realizados hasta ahora se parecía a aquel. En este caso buscábamos filtrar una noticia real y falsa a partes iguales, que pretendía insinuar un crimen pasional. Ello provocaría que todos los ojos estuvieran puestos en las familias Bianchi y Carusso. El acoso de la prensa sería incesante y les pondría contra las cuerdas. Lo que les agotaría muchísimo la paciencia y actuarían de una forma mucho más desquiciada y predecible. Ese tipo de reacción nos daba ventaja. Además de darnos el tiempo necesario para salvar a Mauro y justificar el hecho de que Angelo Carusso hubiera muerto en tales condiciones.

—Sabes cómo funciona esto —admití—. Si no te amenazo, puede que olvides quien soy.

—Nada más lejos. —Ettore abrió la puerta y se preparó para salir—. Estará en portada como titular del día. Cualquier otra noticia será pura basura.

—Bien.

—Debes de estar muy loco para hacer esto. —Agitó el sobre junto a su cara antes de guardárselo en la chaqueta—. Muy loco… o ser demasiado listo.

—Digamos que me gusta más la segunda opción.

Sarah

Aquella maldita máquina de café se había propuesto sacarme de quicio. Llevaba quince minutos pulsando un botoncito e intentando servirme una maldita taza caliente en vano. Pero no estaba dispuesta a llevarme la peor parte. La aporreé varias veces notando como la frustración se adueñaba de mí. Era una estupidez, pero la espera de la operación de Enrico me Impacientaba.

Tomé asiento en una de las sillas de aquel gigantesco comedor industrial y apoyé la cabeza sobre las manos antes de suspirar.

Enrico llevaba casi tres horas en el quirófano y la cosa parecía que iba a extenderse un par de horas más. No sabía nada de lo que estaba pasando allí dentro, pero de alguna forma que tardaran tanto era una buena noticia. Significaba que no había muerto. Aunque eso no me bastaba. El tiempo parecía pasar demasiado lento.

—Toma. —Valerio apareció de improvisto y me entregó una taza de té en un vaso de plástico—. Está caliente.

Al mirarle casi creí que se trataba de una deidad que se me había aparecido. Valerio no se dio cuenta de hasta qué punto le necesité junto a mí. Tenerle allí mejoraba un poco las cosas.

—Gracias —le sonreí y después di un sorbo—. Está bueno.

—Esa máquina está rota.

—Es bueno saberlo. —Trivialidades. ¿Era una egoísta si disfrutaba de la tranquilidad que ello me proporcionaba? Quizás sí.

Observé al Gabbana sabiendo que él me devolvía la mirada con la misma intensidad. El cansancio también se había instalado en él. Le había aparecido una bolsa oscura bajo sus preciosos ojos y su cuerpo desprendía agotamiento por todos lados. Aun así resistía y todavía conservaba aquel aspecto tan cándido como elegante.

Desvié la vista hacia el suelo y apreté el vaso con cuidado.

—Si muere…

—No va a morir, Sarah —me interrumpió brusco.

—¿Cómo estás tan seguro, Valerio?

—Es Enrico Materazzi —espetó. No quería que yo dudara de eso—. Luchará hasta al final.

—¿Y si incluso eso no basta? —Casi sollocé, apretando con fuerza los ojos.

No lo vi, pero noté como Valerio tomaba asiento a mi lado. Segundos después me obligó a mirarle cogiéndome de la barbilla.

—Bastará —susurró acariciándome la curva de la comisura de mi boca con su dedo pulgar. Me embrujó, supo que podía hacer cualquier cosa con mis emociones en ese momento—. Sé que es difícil, Sarah. Pero el miedo no ayuda.

—Es inevitable.

—Lo sé y por eso debes ser más fuerte que nunca. —Fue paciente y delicado. Fue más Valerio Gabbana que nunca, y eso me hizo adorarle un poco más. Aquel hombre era maravilloso—. Debes confiar en él. Y también descansar un poco.

Sonreí. Estaba de acuerdo, lo necesitaba, pero…

—No podría —admití volviendo a tomar un sorbo de aquel té.

Valerio aprovechó para retirarme el pelo de la cara y enroscarlo en la oreja. Justo después acercó sus dedos a mi muñeca. Tenía la marca de las esposas y las heridas ocultas bajo un vendaje que Valerio acarició.

—¿Cómo estás? —preguntó—. Me han dicho que mi padre te obligó a hacerte un chequeo médico.

Cierto. Tras recibir la noticia sobre Eric, Silvano ordenó a su esbirro que me llevara junto a uno de los médicos y me examinara dado que todo el mundo sabía de mi estado de riesgo. Quise negarme, pero una mirada suya lo impidió y terminé tumbada en una camilla siguiendo las instrucciones de un doctor durante media hora.

—Todo está bien —reconocí notando como el llanto comenzaba a escocerme en los ojos—. Tengo la tensión un poco más baja de lo normal, pero el feto resiste y no parece que corra peligro. —Mi hijo quería vivir. Quería conocer a su padre y pertenecer a aquella maravillosa familia.

<<Enrico…, tienes que ayudarme a criar a nuestro bebé…Por favor…>>, gimió mi fuero interno.

Pero Valerio era listo. Demasiado. Me conocía bien. Sus miradas me arrinconaron, y aun así no fui capaz de apartar la mirada.

—Entonces, ya tienes una buena noticia que darle a Enrico cuando salga del quirófano. —Rompí a llorar justo cuando él me abrazaba con fuerza—. Siempre voy a estar a tu lado, lo sabes, ¿verdad? —me susurró.

—Sí… Sí, lo sé, Valerio —sollocé.

No recuerdo el tiempo que estuve llorando en sus brazos, pero aquel abrazo no perdió fuerza y ni delicadeza en ningún instante.

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