Mafia

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Segunda parte » 31

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Cristianno

Era el tercer cigarro que encendía y observé como el humo se arremolinaba entorno a mí antes de ser arrastrado por la brisa vespertina.

Al llegar a Prima Porta, Alex comprendió que necesitaba un momento a solas conmigo mismo, y el aire fresco ayudaba. Así que entró en el búnker sin preguntar. Al cabo de unos minutos asomó medio cuerpo por la trampilla, me lanzó una petaca y se volvió a marchar.

Respiré hondo y miré el paisaje. Las espigas doradas resaltaban bajo un cielo despejado que atardecía. Tanteé el bordillo de la entrada de aquella casucha y capturé la petaca. La desenrosqué y me la coloqué en los labios segundos antes de saborear el contenido casi al tiempo en que el chasquido de la trampilla volvía a sonar tras de mí.

Iba a darme la vuelta y a dirigirle unas miraditas a Alex de esas que dicen: «Lo estabas haciendo de puta madre hasta que has empezado a insistir». Pero resultó que aquella manera de caminar no era de mi amigo.

Le di una calada a mi cigarro esperando paciente la entrada arrogante de la Carusso. Apareció, sí, pero su típica altanería se había quedado en el camino.

Giovanna se mostró ante mí con timidez y tristeza. La observé desde abajo. Había enroscado sus manos sobre el regazo, enfatizando la postura temerosa que lucía, y no terminaba de levantar la cabeza o de mirarme de frente. Apenas me enviaba unas ojeadas indecisas.

Sabía lo que estaba pensando, sabía el nombre que le había puesto a sus pensamientos. Incluso lo llevaba grabado en la piel.

—¿Puedo? —preguntó señalando el bordillo.

—Adelante.

Ella tomó asiento a mi lado, rodeó sus piernas con los brazos y apoyó la barbilla sobre las rodillas.

Joder, nunca creí que terminaría compartiendo el mismo espacio con aquella chica. Giovanna siempre había sido una piedrecita más en mi camino; cuatro cruces de palabras estúpidas en los pasillos del colegio, miraditas envenenadas en las cenas que por huevos debíamos compartir y poco más. Razón de más para destacar lo perturbador que era el asunto.

—¿Qué haces aquí? —Quise saber.

—Te vi en las cámaras… Puedo irme si quieres…

—No. No es necesario.

Le di un trago a la petaca y se la pasé sin apartar la vista de enfrente. Giovanna rozó mis dedos al aceptar y bebió con prudencia antes de devolvérmela. Que estuviera allí conmigo compartiendo bebida y un silencio cómodo era muy desconcertante.

—La última vez que hablamos también anochecía —comentó de súbito recordando la conversación que mantuvimos el día que decidió formar parte activa de aquella guerra.

Todavía me costaba asimilar la sed de venganza que me mostró y lo decidida que estaba a vengar la muerte de su padre. La información que nos proporcionó fue bastante buena: Angelo estaba liado con Úrsula y para colmo había asesinado a su propio hermano porque este quería desvincularse de la traición que nos preparaban.

Contuve el conflicto que estaba a punto de estallar en mi pecho.

—Técnicamente aún no es de noche —la corregí concentrado en los últimos destellos del sol.

—Sí —Giovanna resopló una sonrisa demasiado entristecida—, y me amenazaste de muerte. —Lo dijo con naturalidad, como si no tuviera importancia.

Así que yo hice lo mismo.

—No fue una amenaza sino una promesa.

<<No me costará abrirte en canal y ver cómo te desangras, Carusso>>, le dije aquella vez señalando con un cuchillo el camino que tendría la herida que terminaría con su vida si decidía jugar conmigo.

—La palabra de Cristianno Gabbana siempre se cumple. —Se mofó porque en cierto modo le molestaba que así fuera.

—Incluso ahora. —Contra todo pronóstico.

—Esa es una de las cosas que más odio de ti. —Hizo una mueca y me arrebató la petaca. Perfecto, aquello casi parecía una reunión de viejos amigos ahogando las penas en alcohol. Si hubiera sido en otro momento, probablemente incluso habría bromeado con ella.

—Lo que insinúa que hay algo que te agrada.

Giovanna cogió aire y miró al cielo unos segundos.

—Que sepas amar de esa forma. —Me cortó el aliento. Admiraba que fuera tan pragmática. De todas las respuestas que podía darme, aquella era la más impensable—. Me gustaría saber si es genético.

Tardé un poco en asimilar la contundencia con la que había hablado.

—No lo sé. —Mauro—. Pero le conozco y no ama por amar —dije sabiendo que le había causado la misma reacción que ella en mí.

—Te he odiado. —Que lo admitiera no era algo nuevo—. Hasta la saciedad. Y ni siquiera sabía por qué. —De pronto sonrió amargamente—. Hubo una época en la que incluso me odié a mí misma porque no podía dejar de seguirte con la mirada. Era frustrante.

Lo fue mucho más que me confesara que una vez sintió atracción por mí. Aun así eso no era lo importante, Giovanna no pretendía confesarme nada. Lo que quería decirme era mucho más complejo que aquellas banalidades.

—Pero con el tiempo, ese odio pudo con todo —continuó—. Te tenía tanta aversión que ahora soy incapaz de entender por qué te necesito… —Ahí estaba. Se resignaba a las exigencias de sus propios instintos, se exponía justo como yo había creído que haría. Pero no esperé que me doliera verla empezar a llorar—…Tengo mucho miedo, Cristianno…

Miedo… a perder a Mauro.

Sarah

Apenas había luz, pero a mis ojos aquella pacífica penumbra resplandecía incómodamente. El fuerte silencio hizo que primero sintiera rechazo y después extrañeza. No me gustaba esa sensación de solemne calma que me rodeaba, me hacía creer que en cualquier momento se desataría una tormenta.

Pero hubo algo mucho más llamativo que todo eso: saber que no estaría sola cuando regresara a la pasarela que nos mantenía al otro lado del quirófano. Los asientos estaban vacíos, las luces de emergencia parpadeaban cada pocos minutos y bajo una de ellas, en el suelo, Kathia se había encogido de piernas y había hundido la cabeza en el hueco que había formado con ellas.

No se movía, apenas se escuchaba su respiración, motivos suficientes para pensar que se había quedado dormida mientras esperaba.

Retrocedí.

Si íbamos a quedarnos allí, aquel acondicionamiento terminaría destrozándonos. Así que busqué una manta en la primera habitación libre que encontré y regresé de nuevo al pasillo.

Procuré no hacer ruido al acercarme. Que Kathia durmiera era una notable muestra del agotamiento al que había sido sometida. No quería despertarla por mi torpeza. Cubrí su espalda y sus hombros con la manta y tomé asiento junto a ella. Se había cambiado de ropa y tenía el cabello húmedo.

Quizá era estúpido, pero sentí demasiadas ganas de llorar al mirarla. En ese momento, Kathia era la perfecta representación de todo lo que nos había ocurrido en las últimas horas. No había espacio en ella para indicar que algo hubiera podido salir bien.

No, aquella chica de ojos grises como la plata y rostro extraordinario había visto y sentido el suficiente dolor como para perder las fuerzas.

Súbitamente, levantó la cabeza al tiempo en que yo contenía una exclamación. Ninguna de las dos esperamos esa reacción.

—Lo siento —jadeó Kathia, presurosa—. No quería asustarte. Es que no esperaba a nadie aquí.

Tragué saliva y terminé sonriendo antes de apartarle el pelo de la cara.

—Tranquila, puedes seguir durmiendo —susurré, pero cometí el error de hacerlo mientras le echaba una ojeada a la puerta del quirófano.

Kathia suspiró.

—No quiero hacerlo. Aunque sea inevitable. —Pero ella sabía tan bien como yo que no se podía hacer nada contra el cansancio—. He tenido una pesadilla. He soñado que caminaba por entre los cadáveres de todos mis amigos.

No quise seguir escuchando ni tampoco que ella continuara hablando. No era bueno comentar algo tan trágico.

Rodeé sus hombros con uno de mis brazos y la atraje hacia mí hasta acomodarla en mi pecho. Kathia se dejó hacer, no se resistió en absoluto. Es más, me dio la sensación de que su peso era el de una pluma. Sus manos rodearon mi cintura.

—El tiempo pasa demasiado lento —dijo bajito, arrastrando un pequeño temblor.

A Kathia, el temor a perder a Enrico o Eric también se le había asentado en la garganta y le procuraba un tono de voz desigual.

—Debes pensar que estamos más cerca de obtener novedades. —En cualquier momento podía salir el doctor.

—No quería venir —admitió—. Una parte de mí no está preparada para lo que pueda pasar.

Miré al frente. Mis dedos se colaban entre su cabello. Mi respiración poco a poco se desbocaba. Mis extremidades ardieron. Si yo perdía el control y me venía abajo, ¿entonces ella que haría? Necesitaba ser fuerte, por ella y también por mí.

—Perder a Enrico no es una posibilidad, Kathia.

No me creí del todo mis palabras, pero al menos bastaron para que ella contuviera sus temores.

Cristianno

Giovanna enterró su rostro entre las manos y dejó que su llanto marcara el ritmo. Temblaba entre sollozos. Poco a poco se hizo tan pequeña que temí que desapareciera.

—¿Te importaría?

Me miró de reojo. Entendió que quería decir, le preguntaba sobre lo que sentiría si perdía a mi primo.

Tuve que instarla a hablar.

—Sabes a lo que me refiero, contesta —le exigí entre susurros. Amenazantes y honestos.

—No sabía que había llegado a quererle de esta manera. —Sonó algo desesperada. Giovanna no estaba acostumbrada a amar, no sabía cómo contener tantas emociones—. Cuando hemos recibido el vídeo y le he visto atado y ensangrentado… —Se llevó una mano a la boca. El llanto no la había dejado hablar, pero entendí todo lo que quería decir—. Te busqué. Necesitaba con urgencia mirarte. Ver tu reacción.

Me quedé muy quieto, impresionado.

—¿Por qué?

—Porque si tú estás todo parece un poco menos peligroso.

Solté el aliento notando una creciente opresión en mi garganta. Giovanna no pretendía aumentar mi carga, sino mostrarme como de importante me veía.

—Lo siento… —gimió—. Yo fui quien le entregó a Valentino el modo de ponerse en contacto contigo desatendiendo tu petición de borrar el rastro. Intenté resistirme, lo prometo. Pero él…

—Basta… No tienes porqué continuar, Giovanna.

Ya sabía que aquella disculpa era honesta, que había intentado hacer lo imposible por evitarlo y que estaba completamente implicada con nosotros. No hacía falta que se ensañara consigo misma ni que recordara el momento que Valentino seguramente le había hecho pasar.

—Ya no me queda nada, no sé qué me depara el mañana —sollozó mirándome a los ojos—, pero sí sé que esto que siento se ha convertido en el centro de mi mundo y no quiero perderle. Siquiera aunque él no me ame… —Me entregaba todos sus sentimientos sin importarle lo que yo pudiera hacer con ellos.

—Mauro no es Valentino, Giovanna. —Creo que fui demasiado brusco—. No promete en balde, ni finge un sentimiento que no siente, porque jamás te tuvo aprecio. Ni el más mínimo. —Todo lo que Mauro empezó a sentir por ella no estuvo influenciado. Con el paso de los días el rencor entre los dos menguó y comenzó a surgir un sentimiento más afín que terminó por convertirse en amor. Era tan sencillo como eso, y no le permitiría dudarlo—. Así que si tu miedo es saber si te quiere de verdad deberías empezar a preguntarte si estás preparada para que así sea.

Giovanna contuvo el aliento. Ninguno de los dos esperó mi crueldad. Pero me sentí orgulloso. No iba a regalarle los oídos. Ella misma me había dado permiso para meterme en su cabeza y destripar sus pensamientos.

—Si le ocurriera algo, lo mejor habría sido no sentir nada. —Joder…

—No podrás oponerte —Si lo que Giovanna temía era lo mismo que yo había temido antes de morir, entonces era imposible no sentir empatía—. Si estás enamorada de él, no podrás oponerte, ni siquiera viviendo una situación extrema.

No sé por qué cerré una de mis manos en un puño. Lo apreté con fuerza, encargándome de que ella no viera lo que mis propias palabras me habían provocado. Quizás al decirlo en voz alta el peso de mis sentimientos cobraba mucho más sentido.

—Tú no pudiste, ¿no?

No, no pude resistirme a Kathia. Ni siquiera cuando era el crío al que le gustaba correr en pelotas por la orilla del mar en pleno verano. Recordé que siempre que Kathia pasaba, me escondía ruborizado y la espantaba lanzándole agua para que no pudiera ver el sonrojo que me provocaba.

—Solo tú sabes si es la misma clase de amor —susurré al mirarla—. ¿Te interpondrías entre él y una maldita bala?

Cerró los ojos y frunció los labios. No iba a darme una respuesta, pero la supe. La supe muy bien. Y por eso me acerqué a ella y la envolví con mis brazos.

—No voy a dejar que muera, Giovanna —le susurré al oído.

—¿Lo prometes?

—Es mi compañero.

—Él es mi vida —gimió destrozándome.

Aquella era la mujer que había elegido mi primo y, aunque todavía había cierta tensión entre nosotros, empezaba a entender por qué había terminado enamorándose de ella.

<<Mauro… tienes que oír esto. Haré lo que sea para que puedas oírlo.>>

De nuevo el chasquido de la trampilla. Esa vez los pasos sonaron mucho más desesperados. Thiago siquiera se molestó en salir, tan solo asomó la cabeza y me miró con agonía.

No hizo falta que dijera nada. Me levanté de súbito y eché a correr hacia el interior del búnker.

La respiración me atronó en los oídos. El corazón se me estrellaba contra las costillas, iba a reventarme.

Enrico había salido del quirófano.

Y respiraba.

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