Mafia

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Tercera parte » 42

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Mauro

Me sentía extrañamente reconfortado.

Quizás el haber comido y dormido plácidamente sabiendo que mi primo estaba a mi lado tenía algo que ver. Todas las inquietudes que me habían atormentado, Cristianno las había apaciguado con mucha discreción. Él tenía ese don, y supongo que, en cierta manera, se debía a lo mucho que nos conocíamos.

Alcancé la camiseta que había a los pies de mi cama y coloqué los pies en el suelo disfrutando del frío que la maniobra me produjo. Pero lejos de vestirme, me quedé muy quieto, observando la pared que tenía enfrente.

Aún notaba la quemazón en mi cuerpo, pero no me importaba. Solo necesitaba sentirme capaz de mantenerme en pie e ir hasta Eric. Que tropezara en el camino e incluso me tambaleara, me daba igual. Tenía que ver a mi amigo.

Pero una sensación me detuvo en cuanto terminé de colocarme la camiseta. Me sorprendió notar a Giovanna con aquella intensidad cuando ella ni siquiera era consciente de que yo la sentía allí. Había entrado sigilosa en la habitación, seguramente creyendo que yo todavía dormía.

—Hola —dije bajito. Un instante más tarde, Giovanna contenía el aliento, y yo la miré de reojo.

Se había recogido su cascada de rizos cobrizos en un desenfadado moño y sus mejillas no mostraban ese rubor habitual en ella. Estaba cansada, muy pálida y con una mirada demasiado apagada.

—El doctor ha dicho que debes reposar al menos veinticuatro horas —comentó cabizbaja, acercándose a mí.

Sí, lo sabía, pero también sabía que era Mauro Gabbana y me costaba acatar órdenes que no fueran de mi madre o Cristianno.

Sonreí porque mi cuerpo lo necesitó y porque verla me provocó demasiadas emociones. Conforme se acercaba, su aroma me cosquilleaba en la nariz y el deseo me golpeaba el vientre. Hubiera sido muy hipócrita de mi parte no admitir que en ese momento estaba completamente fascinado con ella.

—Creí que no vendrías. —Un susurro que hizo que la Carusso por fin me mirara a los ojos.

—Pensé que lo mejor era que descansaras. —Mentira. Hubiera sido más realista decir que en el fondo tenía miedo a encontrarse conmigo y eso me provocó una nueva sonrisa. Esta vez un tanto melancólica, señal de lo mucho que empezaba a conocer a esa chica—. ¿Por qué sonríes?

—Porque crees que puedes mentirme.

La cogí de la mano y tiré de ella hasta colocar sus caderas entre mis piernas. La cercanía le impresionó, pero tampoco hizo mucho por evitarla.

Se quedó muy quieta, examinando cada esquina de mi rostro. No me dio la sensación de que estuviera inspeccionando los daños. Aquel reconocimiento era algo más, algo diferente. Yo la dejé hacer. Pensé que si tenía esa necesidad era bueno que la saciara, que marcara el ritmo.

Me perdí en sus ojos, en las pequeñas motas marrones que le adornaban las pupilas, mientras mi cara se reflejaba en ellas dándome la impresión de que en cualquier momento me atraparían. Y no me habría importado, porque estaba completamente loco por ella. Irrevocablemente implicado.

Su aliento impactó en mis mejillas. Esa extraordinaria calidez me despertó. Poco a poco la excitación se hacía presente entre mis piernas. Mis instintos querían más cercanía, más piel, más contacto. Estaba llegando a un punto en que no podría detenerlo. Era curioso como el deseo y la necesidad podían despertar de formas tan imprevistas.

Giovanna lo supo, y enredó sus dedos entre mi cabello, tirando ligeramente de él para inclinar mi cabeza hacia atrás. Acercó su boca a la mía y rozó mis labios con la punta de su lengua. Se me escapó un gemido al tiempo en que mi excitación me estremecía.

—¿Te haces idea del miedo que sentí al creer que te perdía? —susurró casi temblorosa. Y mis manos apretaron sus caderas invitándola a que se acercara un poco más a mí, a que me sintiera.

Su lengua volvió a repasar la línea de mi labio inferior. Esa vez abrí un poco más la boca.

—No te librarás de mí tan fácilmente, Carusso. —Un gruñido agitado. Encendido.

—Eso espero. —Pero cuando creí que por fin podría besarla, se alejó.

Esa fijeza con la que me observaba, ese desconocido fuego que habitaba en sus ojos, me enloqueció. Redujo a un solo punto los motivos por los que había caído en ella. Y es que simplemente se trataba de Giovanna, y era lo único que necesitaba.

Se acercó a la puerta, bloqueó el picaporte y regresó a mí, asegurándose de mantener la distancia entre nosotros. Quería que aquel momento fuera de los dos, que no nos perdiéramos detalle el uno del otro. Iba a ignorar su timidez y a exponerse ante mis ojos sin reparos.

Muy despacio, se desprendió de su jersey, y después del pantalón. Las líneas de su piel blanca, aquellas sensuales partes de su cuerpo que todavía permanecían ocultas, el modo en que soltó su cabello y dejó que cayera sin control sobre sus hombros… Todo eso, me hizo perder la cabeza.

Tragué saliva fascinado con la curva interior de sus muslos que se perdía bajo la ropa interior. Imaginé la humedad que quizás empezaba a empapar esa zona y la sensación que se expandiría cuando entrara en ella. Ya no podía controlarme. Hacerle el amor ahora era una necesidad casi tan importante como respirar.

Me quité la camiseta. Si Giovanna decidía entregarse a mí de esa manera, no quería ser menos. No quería que pensara que ella debía darlo todo.

Se acercó a mí. Pasos suaves y lentos, dando pie a que yo no pudiera dejar de mirarla. Levantó sus manos y las apoyó en mis hombros, acariciando con sus pulgares la curva de mi cuello.

—Desnúdame. —Ese susurro me dejó sin aliento. Recorrió todo mi cuerpo enardeciendo zonas que ni siquiera sabía que existían.

Envolví el arco de su cintura y ascendí hasta la curva de sus pechos antes de rodear sus costillas y cubrir su espalda. Me hice con el broche de su sujetador y lo deshice al tiempo en que Giovanna suspiraba y cerraba los ojos. Con una caricia, deslicé lo tirantes y retiré la prenda si apartar la vista de su torso, ahora desnudo.

Cogí aire y me mordí el labio. Pensar en lo cerca que estaba de aquella parte hacía que mi excitación me latigueara insistente. Pero me contuve, porque quería más. Así que volví a rodear su cintura y escondí mi rostro entre sus pechos dándole pequeños besos con toda la intención de incitar aquella zona. Giovanna me abrazó mientras yo la besaba, envolvió mi cabeza con tanta delicadeza que no pude evitar soltar un suspiro y clavar las yemas de mis dedos en su piel.

Me alejé un poco y capturé uno de sus pezones con mi boca. No me alejaría de allí hasta saborearlos. Se endurecieron sobre mi lengua, se estremecieron hasta hacerme jadear. Poco a poco nuestros alientos se descontrolaban. Gritaban las decenas de necesidades que se escondían bajo nuestra piel, las mismas que yo estaba completamente dispuesto a obedecer.

Acaricié el filo de sus braguitas. Mi ansiedad deseaba arrancárselas y empezar cuanto antes, pero estaba disfrutando de aquel momento. Quería extenderlo lo máximo posible. Fui pausado. Liberé a Giovanna de aquella prenda con lentitud, llevando mis besos a la curva de sus caderas, al centro de su vientre y de nuevo a sus pechos. Ni una parte de su cuerpo se libraría de ellos.

La prenda se precipitó al suelo y Giovanna tembló al ver como mis ojos deseaban su entrepierna. Pensé en tumbarla sobre la cama y perderme en saborear aquella parte hasta dejar de sentir mis labios, hasta que ella se volviera loca. Pero Giovanna me obligó a mirarla cogiendo mi rostro entre sus manos. Creí que hablaría, que me diría cualquier cosa, pero no fue así. Ella apoyó una de sus rodillas sobre la cama y después imitó el gesto con la otra colocándose a horcajadas sobre mi pelvis. Se asentó en mi dureza y apoyó su frente sobre la mía recordándome que todavía no la había besado.

Era bien sabido que todo mi cerebro estaba puesto en el modo en que el centro de nuestros cuerpos se estaba rozando, el mío todavía bajo el pantalón, el suyo completamente liberado, pero su boca… entre abierta y humedad, dividió mi atención.

Y la besé. Lento, suave, ardiente, exaltado. De todas las formas. Ese beso detuvo el tiempo. No, me detuvo a mí en mitad una extraordinaria tormenta mientras mis brazos la sostenían con fuerza.

—Giovanna… —gemí al notar el modo tremendamente erótico en que estaba moviendo sus caderas sobre mi regazo.

—Quiero sentirte dentro de mí… —jadeó ella deshaciendo el lazo de mi pantalón. Era una prenda liviana que me habían proporcionado los enfermeros. No llevaba ropa interior, así que no fue complicado que ella pudiera capturar mi excitación en un solo movimiento.

Contuve una exclamación al notar sus dedos rodeando esa zona de mi cuerpo. Hizo un poco de presión al tiempo en que volvía a besarme y se inclinó hacia delante. Creo que me sobre excitó el hecho de que Giovanna llevara las riendas con aquella decisión.

Levantó sus caderas y me colocó en el balcón de su entrada. Pero se quedó quieta. Saboreó mi aliento entrando y saliendo precipitado de su boca mientras nuestros ojos se consumían en una mirada muy cercana.

Fui yo quien lentamente movió las caderas. Empecé notando la humedad, después una fuerte y maravillosa presión que me oprimía y enloquecía. Y un instante más tarde, la embriaguez de saberme dentro de Giovanna.

Ella gimió con una dulce voz al tiempo en que arqueaba la espalda e inclinaba la cabeza hacia atrás. Tuve espacio suficiente para besar su cuello y a la vez moverme en su interior. Primero con lentitud, dejando que la zona donde se unían nuestros cuerpos se aclimatara al contacto. Seguidamente incrementé el ritmo con embestidas suaves y determinadas. Supuse que podría estar así durante un rato, pero Giovanna quería más. No se conformaba con tan poco. Exigía una cadencia más ruda, mucho más intensa.

Así que, manteniéndome dentro, la cogí de las caderas, me levanté y me tumbé sobre ella en la cama. En esa postura pude incrementar las embestidas, pude aumentar la presión de mi cintura sobre la suya y también disfrutar del modo en que su respiración se convertía en pequeños silbidos de placer.

Cogí sus brazos, los extendí sobre su cabeza y la atrapé con mi pecho mientras mis caderas adoptaban un ritmo duro y resistente. No la besé, no quise hacer nada que me evitara observar su rostro contrayéndose de placer. Esa era la imagen más fascinante que vería jamás.

Y quería memorizarla.

Quería asegurarme de ser el único que pudiera verla.

—Te quiero… —siseé mirándola a los ojos. Esperé mil reacciones, pero jamás que pudiera llorar. Giovanna dejó que sus lágrimas cayeran sin control de la comisura de sus ojos antes de cerrarlos.

Llegamos juntos al clímax mientras mis labios borraban el rastro de aquellas lágrimas.

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