Mafia

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Tercera parte » 43

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Sarah

Ying dormitaba cuando entré a su habitación aquella mañana. Su pequeño y escuálido cuerpo se estremeció al verme, pero enseguida me reconoció y emitió una dulce sonrisa. Fue un gesto que me provocó demasiada tristeza, no por la soledad que trasmitía, sino por la desolación que almacenaban aquellos ojos negros.

Me esforcé en sonreír. No quería que ella viera lo consciente que era de su sufrimiento. Ying ahora debía pensar en recuperarse del todo, en empezar de nuevo, y yo iba a ayudarla.

—Buenos días, guapetona —dije jovial tomando asiento en el filo de la cama. Ella volvió a echar una sonrisilla, esta vez más tímida y sonrojada, y se apartó el pelo de la cara.

Ahora que podía mirarla con mayor claridad y detenimiento me di cuenta de que era una joven bastante bonita. Tenía unas facciones dulces y redondeadas y ojos rasgados en perfecta sintonía con sus cejas. En cuanto se recuperara, luciría un aspecto realmente encantador.

—Dime, Ying, ¿te gusta el chocolate? —Le mostré la cajita de chocolates que había conseguido en la despensa hacia un rato. Un pequeño brillo asomó en su mirada antes de asentir con la cabeza—. Bien, es una buena noticia. Lo he traído para ti. ¿Quieres un poco? —comenté mostrándole los bombones para que pudiera coger.

—Gracias. —Fue un murmullo, pero me sentí contenta de hacerla conversar conmigo. Se llevó el chocolate a la boca, curiosamente ruborizada—. ¿Cómo está el pequeño bebé? —preguntó de improvisto. Algo que me dejó bastante sorprendida.

Con paciencia, Ying comprendía que lo único que yo pretendía era acercarme a ella. Me acaricié el vientre y le guiñé un ojo.

—Casi tan bien como tú —le sonreí—. ¿Lograste descansar? —Me arrepentí de inmediato al ver que su rostro volvía a ensombrecerse.

Yo había pasado por una situación muy similar. Sabía que las cosas no se olvidaban de pronto. Siquiera en una situación estable. Formarían parte de nuestras vidas.

—Tengo pesadillas —admitió y no era de extrañar.

Decidí acariciarla. Al principio quise retirar su cabello, pero enseguida pensé que ese gesto la haría más retraída, así que me limité a coger su mano con mucho cuidado.

—Ahora estás a salvo, Ying —le dije en un tono de voz cálido y seguro—. No tienes nada que temer, ¿lo sabes, verdad?

—¿Tú estarás conmigo?

—Por supuesto —le aseguré—. Yo y muchos más. Aquí todos te protegeremos.

Ella cogió aire aprisa y se limpió los ojos. No quería llorar y me pareció el gesto de una persona que llevaba contenida mucho más tiempo del que yo creía. Quizás todo venía desde su niñez.

De pronto sentí que allí había alguien más. Alguien que no se atrevía a entrar, que estaba pensando demasiado qué hacer.

Sonreí para mis adentros y miré hacia la puerta. Si prestaba un poco más de atención podía reconocer el aroma del Gabbana.

—Eres bienvenido, Valerio. ¿Por qué no te nos unes? —le invité. Y él se mostró al cabo de unos segundos.

—Hola —dijo más tímido que nunca. Jamás le había visto así y eso me pareció realmente encantador. Algo en lo que Ying no estaba de acuerdo.

Ella contuvo un gemido y se agitó queriendo salir de la cama y esconderse. Pero capturé sus manos a tiempo y la obligué a mirarme empleando movimientos muy suaves. Valerio mientras tanto se rezagó, no supo bien si marcharse o resistir allí.

—Shhh, tranquila —indiqué—. No tienes que tener miedo. Es un gran hombre. —De los mejores que jamás había tenido el placer de conocer. Si Ying le daba una oportunidad, no se arrepentiría. Y quería que pudiera conocerle como yo lo hacía. Realmente lo necesitaba—. Se llama Valerio —continué antes de mirarle de reojo. Este había adoptado una expresión de lo más tierna—. ¿Por qué no te presentas? —le insinué a la joven china.

Ella le miró de reojo, todavía cabizbaja. Algo de ella empezaba a aceptar la visita de un intruso a su habitación. Pensaba que si yo lo reconocía, ella también podía hacerlo, y me confortaba que de algún modo gozara de su confianza.

—Xiang Ying —murmulló. Y creo que el corazón de Valerio dio un vuelco.

—Encantado de conocerte, Xiang Ying —repuso, tan dulce como elegante, mirando a la joven con fijeza.

Ying respondió a esas miradas, primero con timidez y miedo, después con curiosidad. Y ni siquiera se dio cuenta del modo en que terminó examinando el rostro de Valerio.

Aquella forma que tuvieron de contemplarse fue mágica.

Creo que en ese momento comprendí que el destino es algo de lo que no se puede escapar.

Enrico

Apenas fue necesario explicarme nada para que supiera perfectamente cómo estaba la situación. Que más allá del rescate de Mauro, tampoco es que hubiera cambiado demasiado, y nos ahorró las partes más tormentosas.

De eso me di cuenta en cuanto miré a Cristianno. No me lo diría pero, que yo estuviera allí, sentado en la cama con las piernas cruzadas como si fuera un adolescente en una reunión con sus colegas, fumando un cigarrillo y bebiendo café de máquina, hizo que se sintiera un poco menos pesado.

Sobre las sábanas, un ejemplar de La Repubblica recalcando el titular «Escándalo sexual» por encima de los rostros de Valentino Bianchi y Olimpia di Castro. Ettore Macchi había sido listo. Había empleado las palabras justas y necesarias para atraer al lector y así perderse en las cuatro páginas que abarcaban y demostraban la noticia. Ese periodista hacia muy bien su puñetero trabajo.

—Roma está revolucionada —dijo Thiago, sentado a mi lado mientras masticaba chicle ruidosamente—. Todo el mundo habla del affaire entre Olimpia y Valentino, son noticia en todo el maldito país. Y están empezando a justificar lo ocurrido. —Lo dijo con una calma un tanto sádica. Se notaba que ahora estaba empezando a disfrutar del golpe.

Él y Alex se nos habían unido sin objeciones en cuanto se les llamó. De hecho parecían emocionados con la idea de pasar a la acción.

—Pero también empiezan a preguntarse el porqué de la supervivencia de Cristianno —añadió Alex, que estaba cruzado de brazos apoyado en la pared junto al asiento de Kathia.

Ellos dos habían compartido la bolsa de patatas que Alex había llegado comiendo a mi habitación. Y tuve que admitir que ver aquellas carantoñas de lo más normales entre los dos me produjo un ramalazo de bienestar bastante tierno. Dentro del caos, siempre había algún gesto que te hacía mantener la cordura y me gustaba saber que mi hermana lentamente se recuperaba.

—Eso tiene solución —repuse, llenando el lugar con mi voz.

Había llegado el momento de volver a controlarlo todo, de nada servía pararme a pensar en que ahora era un enemigo para Valentino tan importante como Cristianno. Mucho menos si tenía en cuenta que Angelo Carusso había muerto… Sí, estaba muerto y eso me satisfacía enormemente.

—Daré un comunicado de prensa informando que Cristianno era un testigo protegido. —Sonreí—. Y que tras recibir varias amenazas e intentos de asesinato decidimos optar por esta solución hasta poder resolver el caso. —Cristianno me miró cómplice al tiempo en que yo le daba la última calada a mi cigarrillo.

—¿Quién se opondría al comisario general de la policía? —Ironizó Alex provocando la sonrisilla de todos.

Entonces, muy de repente, caí en la cuenta del cambio tan repentino que había dado la situación. Todos los planes que habíamos organizado e intentado trazar con mucho cuidado, paso a paso, se habían ido a la mierda en segundos. Estábamos atrapados y no parecía que pudiéramos encontrar una salida a menos que saliéramos ahí afuera e iniciáramos una reyerta hasta que solo quedara un vencedor. Pero eso era lo que parecía a primera vista. Sin querer, o quizás queriendo de una forma inconsciente, habíamos dado un revés a través de Ettore Macchi que nos proporcionaba oxígeno.

Y Cristianno lo había pensado al mismo tiempo que yo. A ese chico nunca se le escapaba nada, era demasiado osado.

—Quiero salir de Prima Porta —Habló sin pensarlo demasiado. Dándole voz a mis pensamientos.

—¿Quieres? —Dije torciendo el gesto y entrecerrando los ojos—. ¿En qué piensas, Gabbana?

—En lo mismo que tú Materazzi, no te hagas el tonto. —Esas ironías, dichas con sutileza y provocación, nos impregnaron de una elegante malicia.

—¿Salir? —intervino Kathia, algo extrañada. Ella todavía no se había dado cuenta de lo que pretendíamos y era lógico. Porque todo lo que yo estaba planteando en cierto modo nos empujaba a improvisar.

—Ahora toda la ciudad está sobre ellos observándoles con lupa —explicó Cristianno—. Están en boca de todo el mundo. No se les ocurrirá hacer una mierda.

—Lleva razón, Kathia —le seguí y eso indignó a mi hermana y emocionó bastante a Cristianno sin saber que yo me daría cuenta de los deseos que pulularon por su mirada al mirar a su novia.

—Hemos asesinado a Angelo Carusso y provocado que todo el mundo les acuse a ellos —masculló ella—. ¿Y decís qué queréis salir de aquí? ¡Es una maldita locura!

—Creo que lleva razón, chicos —le apoyó Alex, que tampoco parecía muy convencido.

Ellos pensaban en el resentimiento que sentirían los

Carusso y los Bianchi, no en el hecho de que ahora estaban más débiles que nunca. El cerebro de la trama estaba criando malvas, nadie sabía a quién obedecer y tampoco qué hacer. Había llegado el momento de tomar las riendas ahora que se podía.

—Según se mire —añadió Thiago—. Si ahora no damos la cara, la gente empezará a sospechar y perderemos esta ventaja.

Exacto. Ese pequeño respiro era una ventaja.

—Adriano Bianchi sigue siendo el alcalde. ¿Tengo que recordároslo? —Kathia estaba empezando a encolerizar.

—Adriano es un puto payaso vestido con traje de firma —comentó Cristianno frustrado, avanzando hacia ella mientras se la comía con los ojos—. ¿Crees de verdad que tiene cojones para pensar en una estrategia? Te recuerdo que si él es el alcalde de Roma es porque nosotros lo decidimos antes de que todo esto pasara.

No debería haber sido tan brusco al hablarle, pero casi al instante, todos allí supimos que ella no se retraería. Era la chica que le echaría cara, como siempre había hecho. Y eso, contra los principios de Cristianno, le puso muy cachondo. Era hombre, no me costaba deducirlo.

Agaché un poco la cabeza. Estábamos intentando crear una estrategia, no quería ver como mi hermana y Cristianno se encendían el uno al otro en todos los sentidos. Ellos eran así, ardientes, incontrolables.

—Pero no deja de ser un maldito cargo público del gobierno nacional. Tiene poderes. ¿Quieres buscarnos un problema que no tenemos? —gruñó Kathia entre dientes, peligrosamente cerca de Cristianno.

—¿Qué quieres que responda, Kathia? ¿Qué me la suda completamente? —admitió seguramente pensando que de haber estado a solas con ella la habría empujado contra la pared…

<<Joder,… ¿Por qué demonios tengo que ver eso?>>, pensé un tanto avergonzado.

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