Mafia

Mafia


Tercera parte » 44

Página 53 de 75

44

Mauro

Creo que aquella fue la primera vez que hice el amor con alguien con el que había sentido que incluso me temblaban las piernas. Y no, no se debía a que mi estado físico fuera mejor o peor, sino al hecho de haber compartido un momento realmente profundo e intenso con la otra persona. Verdaderamente único.

Nos habíamos fundido el uno con el otro de un modo que jamás había experimentado. Nos habíamos tocado como si nos creyéramos capaces de colarnos bajo la piel y nos habíamos susurrado al oído decenas de palabras. De haber podido, de haber sabido que gozábamos de una intimidad plena y que no estábamos rodeados de incertidumbre, me habría pasado el día entero entre los muslos de Giovanna, hasta que me dolieran los párpados.

Pero ella, con una sonrisa cómplice en los labios, se fue porque era mucho más capaz que yo de controlar todo aquel frenesí. Y yo ignoré el escozor de mis heridas y me planté bajo el agua de mi ducha.

Al principio había temblado y soportado el dolorcillo punzante e incómodo, pero con el tiempo me agradó la sensación y noté que lentamente volvía el Mauro de siempre, que todos aquellos días apenas habían calado en mí. Excepto si pensaba en mi padre…

Pudiendo ser consciente de todo lo vivido y descubierto, ya que mi organismo lentamente eliminaba los narcóticos que me había proporcionado, la verdad ahora era un poco más penetrante. Yo, hijo de Fabio Gabbana… Todavía me parecía impensable. Todavía no podía creer que, aunque esa fuera la verdad, Alessio hubiera estado toda mi vida fingiendo ser quien no era, para después traicionar de la forma más infame y detestable.

Enterré la cara entre mis manos, varias gotas de agua se me colaron por la nariz. Me desquiciaba sentir aquella presión. Pero no pudo descontrolarse, escuché un ruido tras de mí. No vi nada al echar una ojeada, quizás había sido un acto reflejo de mis propios instintos. Tal vez ellos no querían que pensara demasiado porque aún no estaba preparado.

Por eso seguí con la ducha y apoyé los brazos en la pared. Hasta que de pronto la puerta se abrió y vi a Alex portar un cubo entre las manos. Al principio siquiera me dio tiempo a pensar, pero cuando sentí el agua helada que contenía aquel recipiente resbalando por mi cuerpo me cagué en sus ancestros en todos los putos idiomas que existían. A Alex y a mi puñetero primo (sí, él curiosamente también estaba allí y de alguna manera había participado) les pareció tan gracioso que comenzaron a descojonarse de la risa incrementando mi frustración. Y frío.

—¡¿Eres gilipollas o qué?! —grité, con una vocecita más típica de una adolescente fervorosa en pleno concierto de Justin Bieber, mientras alcanzaba una toalla haciendo malabarismo para no partirme la crisma.

Así eran mis queridos compañeros, toda amabilidad y comprensión. Aprovechando cualquier descuido para extender su bondadosas manos y ayudar. ¡Malditos cabrones!

—¡Pero qué tenemos ahí! —Exclamó Alex al tiempo en que yo me encogía de piernas para tapar mis partes pudendas porque, por alguna extraña razón, mi puto sistema locomotor no era capaz de taparse con la toalla—. ¡Parece un garbancito!

Más carcajadas. ¿Y qué quería? ¿Qué la tuviera como un puñetero bate de béisbol? ¡Joder, me acababa de echar un cubo de agua fría!

—¡Iros a la mierda! ¡Capullos! —Continué gritando, ahora ya cubierto con la toalla—. Uno no puede estar tranquilo ni un segundo, joder. —Salí del baño empujando a Cristianno con el hombro.

Incomprensiblemente, solté una risilla. La verdad es que habría sido una broma que yo mismo habría hecho de haber estado en el lugar de mi amigo, ellos ya sabían cómo era. Y supongo que me molestaba que no se me hubiera ocurrido a mí antes. Aunque no estaba de más apuntársela.

—No te quejes —intervino mi primo—. Lo has estado hace un rato, ¿no? —Ja, por supuesto. Pero todas las increíbles sensaciones que Giovanna me había dejado se habían ido a la mierda.

—Imbéciles —farfullé sonriente mientras empezaba a vestirme.

Esperé que las bromas continuaran, que disfrutáramos de un rato trivial sin presiones, como siempre habíamos hecho. Pero allí faltaba uno de nosotros y, aunque entendía que Alex y Cristianno habían hecho aquello para animarme, reírme me hizo sentir un poco traidor.

Y no fui el único en pensarlo.

Enrico

Si alguien se enteraba de que había salido al exterior sin tan siquiera avisar, se iba a enfadar bastante. Pero es que, antes de que todo se iniciara, necesitaba un momento a solas para coger aire y llenar mis pulmones.

Lo hice, sabiendo que el gesto me dolería un poco, pero también que me revitalizaría. Percibía el agujero de bala que tenía en la clavícula latiendo con vigorosidad, casi como si fuera el centro de gravedad de mi cuerpo. Me habían dicho que el tamaño quizás era más grande de lo normal debido a que Kathia había extraído la bala con sus propias manos. Pero no me importaba. Realmente, en el futuro, mostraría aquella cicatriz con el orgullo de saber que mi hermana me había dado la oportunidad de contarlo.

De pronto, no era el único que estaba en aquella casucha mirando por la ventana roída. Thiago había sido sigiloso al salir, o tal vez mis pensamientos eran demasiado potentes y no le había oído abrir la trampilla. Le miré por encima del hombro antes de darme la vuelta y apoyarme sobre el alfeizar para tener mejor perspectiva de su presencia.

—Esa expresión de «Te odio con todas mis fuerzas pero me alegra que estés bien», ¿a qué se debe? —Mi segundo era expresivo en exceso, más de lo que él pensaba.

Frunció los labios y pronunció aún más su expresión seria.

—A que odio con todas mis fuerzas que hayas estado a punto de morir —admitió para mi sorpresa—. Y que ni siquiera contaras conmigo para ello.

Cogí aire y lo expulsé lentamente mientras me cruzaba de brazos. De haber estado en su lugar, yo habría sentido lo mismo, pero Thiago no podía influenciar en el respeto y cariño que me unía a él. La toma de decisiones en base a mis sentimientos por mis compañeros eran solo mías y siempre buscaría ahorrarles peligro. Aunque me costara la vida. Esa era mi personalidad.

—¿Cómo crees que se lo habría tomado Chiara? —Repuse y, aunque le molestó bastante, lo comprendió.

—Eres un hijo de puta —resopló una sonrisa a la que no tardé en unirme.

—Se me da bien dar donde más duele, deberías saberlo.

Thiago se apoyó a mi lado y después se quedó pensativo, con las manos apretadas entre sus muslos y la cabeza un poco gacha. Le conocía bien, sabía que estaba pensando en otro tipo de situación, una un tanto más sentimental. Siempre actuaba así cuando iba a hablar de Chiara, y eso que no hablaba muy a menudo. Éramos hombres demasiado reservados.

—Se ha enfadado conmigo —admitió—. Se ha dado cuenta de que le he impedido el acceso al país, lo que insinúa que ha intentado entrar.

Por supuesto que lo intentaría, ante todo era una Gabbana. Llevaba en los genes el ser tenaz. Y además amaba a Thiago desde la niñez. Saberle en peligro, seguramente la desesperó.

—Es inteligente, Thiago —reconocí dándole un toque desenfadado a mi tono de voz. No quería que mi compañero se viniera abajo—. Tanto que no sé cómo demonios gestionas una relación con ella. Cuando tenía dieciséis años ya era más lista que tú… —bromeé sabiendo que se reiría.

—Cuando tenía dieciséis años no hacía más que meterme en problemas y yo, como un crío, caía. —Alzó las cejas al confesarme aquello y ese gesto hizo que el asunto fuera un tanto divertido—. Y de saber que he estado a punto de perderme el hablar contigo de esto.

No esperé que le mencionara en un susurro, ni mucho menos que tras aquellas palabras se escondieran tantísimas emociones. Era como si todos los años de amistad y unión que habíamos compartido, de pronto se amontonaran delante de nosotros.

—Pensé que si venías conmigo, me lo pondrías más difícil. —En ese momento quería ahorrarme el debatirme entre Sarah y él, no quería verme en la encrucijada de arrastrar a uno de los dos o tal vez los dos conmigo a una muerte segura.

—Disculpas aceptadas —sonrió Thiago dándome un pequeño empujón—. Ahora te toca compensarme, monada. —Sabía lo que quería decir. Quería batallar. Sin barreras, salvaje. Quería que le diera la oportunidad de resarcirse y poder enfrentarse de frente al peligro sin que yo le detuviera.

—Adelante… —Le aseguré. Pronto llegaría ese momento.

—Ettore ha filtrado tu comunicado especial en la versión digital de su periódico. El resto de la prensa se ha hecho eco y ahora no dejan de alabarte —explicó—. En respuesta, Adriano se ha visto obligado a programar una rueda de prensa. Será esta tarde, a las seis, en el ayuntamiento. Por otro lado, el hotel está siendo desalojado. Me consta que los Carusso volverán a la mansión después de enterrar a Angelo. Y eso iba a darse en un par de horas. A veces improvisar un plan en poco tiempo resultaba de lo más fascinante.

—Bien, eso lo hará todo un poco más interesante. ¿Se sabe algo de Alessio?

—Se ha hecho con el edificio Gabbana, como estaba previsto.

No estuvo de más pensar que eso sucedería. Alessio se había atrincherado en el edificio y contaba con una guardia de más de cincuenta hombres solo para protegerle porque seguramente sabía que no se lo íbamos a poner tan fácil.

Pensaría en su final después de entregarle los bienes Carusso a la heredera de Angelo.

—¿Qué se te está ocurriendo? —Quiso saber, Thiago.

—Dime, ¿hasta dónde crees que será capaz de llegar Olimpia di Castro? —No estaba de más disfrutar del momento.

—Hasta donde podría llegar una mujer vanidosa. —Esa ironía que mi compañero empleó para hablar me emocionó bastante.

—¡Bingo!

Cristianno

Hablamos. Expusimos a Mauro todas las novedades sin ningún tipo de reserva mientras nos tragábamos la impotencia de saber que Eric no intervendría. Que continuaría con los ojos cerrados, siendo un participe rígido de nuestra improvisada reunión en su habitación.

Estaba tan quieto que incluso me molestaba. Se estaba perdiendo el momento en que los cuatros volvíamos a estar juntos. Pero no podía enfadarme con él, no podía exigirle nada, solo que se mantuviera con vida. Y aunque no se lo estaba diciendo en voz alta, seguramente lo percibía. No había dejado de mirarle en todo el tiempo que llevábamos allí.

Hasta que Mauro decidió ponerse a buscar un bolígrafo.

Alex y yo no entendimos muy bien lo que pretendía, pero, cuando lo vimos tomar asiento junto a la cama de Eric y acercarse a su rostro pálido con el bolígrafo preparado, lo supimos.

—¿Qué coño haces? —Realmente pregunté porque me intrigaba escucharle.

—Dicen que a los pacientes en coma es bueno tratarlos con normalidad —explicó al tiempo en que empezaba a dibujar un bigote sobre los labios de Eric—. Bien, pues eso estoy haciendo. Va a tener una carita divina cuando despierte.

—¡Serás capullo! —Sonrió Alex intentando aportar la normalidad al asunto.

Me hubiera gustado poder hacer lo mismo que él e intentar divertirnos porque de ese modo, en cierta manera, ayudábamos a estimular a Eric, pero no pude.

—Si despierta… —jadeé. Fue un pensamiento que no debería haber dicho en voz alta, me arrepentí de inmediato.

Mauro y Alex se quedaron inmóviles, observándome turbados con mi confesión. Ninguno de los tres necesitábamos aquello.

—¿Qué has dicho? —Preguntó Alex, arrastrando un poco de rencor—. Nada…

—Cristianno… —Me instó Mauro.

—Es solo que le miro y… —Me pellizqué el entrecejo y dejé la mano allí, ocultando mi vista de ellos—. Simplemente temo no volver a hablar con él. —Y eso nadie podía evitarlo.

—Fuiste tú quien me dijo que no debería tener miedo, ¿lo recuerdas? —Me reprochó Alex en cuanto le miré.

—Lo sé… —Pero ¿qué más podía hacer? A veces me molestaba que todo el mundo me creyera tan imperativo. Yo también cargaba con mis temores, también me veía doblegado por mis emociones y miedos, no era distinto de los demás, joder.

Un jadeo que me cortó la respiración y después me hizo temblar.

Alex miró hacía el mismo punto que yo. Mauro lo hizo más lento.

Y entonces…

…Eric habló bajito, sin apenas aliento.

—¿Qué estás haciendo, Mauro? —Esa voz, la voz de mi amigo, de mi compañero, nos dejó complemente congelado y con la sensación de creer que los ojos se nos saldrían de las órbitas.

—¡Te lo dije! —exclamó Mauro emocionado, haciendo referencia a su comentario anterior. Enseguida cogió la cara de su amigo con delicadeza y comenzó a besarle las mejillas y la frente—. Oh, joder… —Eric se esforzó en levantar una mano y tocar a Mauro.

Fue entonces cuando me levanté y eché a correr hacia la puerta.

Diego debía saberlo, debía mirar al chico del que se había enamorado y dejar de sufrir de una maldita vez. Tenía que vivir ese momento con él. Pero no hizo falta que le buscara. Su rostro asomó desencajado tras la madera.

Su mirada enloquecida, excesivamente brillosa, producto quizás de la emoción y de las lágrimas que querían salir. Me empujó con suavidad y entró en la habitación. Encontró a un Eric entre los brazos de su amigo que todavía no era capaz de aceptar la consciencia.

Probablemente eso y el hecho de que no pudo cruzar una mirada con él, hizo que decidiera salir de allí.

Le seguí aprisa y le detuve cogiéndole del brazo porque no entendía aquella respuesta en él.

—¿No vas a quedarte? —pregunté al tiempo en que Terracota, dos enfermeros y los padres de Eric pasaban junto a nosotros. Iban a verificar el estado del pequeño Albori.

Diego se quedó mirándoles porque no tuvo valor a mirarme a mí.

—No me necesita…—susurró y yo apreté los dientes.

—Te aborrezco cuando te comportas como un obstinado —confesé con un gruñido—. No admitas pensamientos que la otra persona ni siquiera ha tenido. Me enferma.

Y le dejé ir. En ese momento, las barreras y cargas de Diego me importaban una mierda. Quería estar con mi amigo. La vida le había dado una segunda oportunidad, y a mí con él.

Ir a la siguiente página

Report Page