Mafia

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Tercera parte » 45

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Sarah

Giovanna fue la última en incorporarse a la bonita y tranquila tertulia que habíamos improvisado en la habitación de Ying. Kathia y Daniela había logrado que la joven china se sintiera muy cómoda e incluso sonriera. No sin dejar de observar a Valerio de reojo (que estaba sentado en un rincón soportando las bromas de Dani) siempre que podía.

Eso me enternecía porque de alguna manera, y aunque su cuerpo todavía fuera suspicaz, Valerio se había convertido en su punto de referencia. Lo que insinuaba que Ying también percibía esa bondad cálida que el Gabbana desprendía.

Aquella tensa calma (y decía tensa porque todos allí éramos conscientes de que el peligro continuaba acechando) se vio engrandecida con el despertar de Eric. Los médicos nos advirtieron de que todo estaba controlado, que el verdadero riesgo había pasado y que ahora solo necesitaba tranquilidad y descanso para recuperarse del todo.

Me escabullí con la intención de dar aquellas buenas nuevas a Enrico. Iba a alegrarle saber que la situación de los nuestros poco a poco se controlaba y nos daba una tregua. Pero al entrar en su habitación, no esperé encontrarle terminando de abotonarse la camisa de un impecable traje gris.

Contuve el aliento en cuanto me miró, influenciada por el erótico poder de sus pupilas, pero también por el hecho de que, aunque no me lo dijera, Enrico pretendía salir de allí cuando todavía estaba herido.

—¿Qué estás haciendo? —pregunté algo enfadada.

Enrico alzó las cejas y adoptó un gesto incrédulo que me irritó bastante.

—Intento hacerme el nudo de la corbata.

Caminé hacia él, aparté sus manos de un manotazo y cogí la prenda.

—Trae —mascullé pensando que podría ahorrarme el ayudarle y empezar a persuadirle de lo que demonios pretendía.

No conté con que sus miradas me engulleran de aquella manera. Enrico me observaba con fijeza, analizaba mis movimientos, sabiendo que me intimidaba estar a solo unos centímetros de su boca. Seguramente imaginaba cómo sería dar rienda suelta a la enorme excitación que lentamente se establecía entre nosotros.

—Esto se te da bien… —me halagó en un susurro.

—Puede. Eric ha despertado. —No debería haber sido tan rotunda, pero fue el único modo que se me ocurrió de decirlo para evitar demostrar que me estaba volviendo loca el modo en que su escotadura yugular asomaba por entre el último botón de la camisa.

—Esa es una gran noticia —admitió con un brillo dulce en la mirada. Y seguramente habría manifestado más alegría si mi expresión se lo hubiera permitido—. ¿Qué quieres decirme Sarah?

Fue listo, supo que no me atrevía a mirarlo a la cara y enfadarme con él. Tal vez porque me influenciaba mucho el haber estado a punto de perderle.

—¿En qué estás pensando? —Pregunté tajante.

—En salir de aquí. —El modo en que torció el gesto me irritó tanto como encendió.

—Y, por supuesto, no te parece una mala idea.

—En absoluto. —Maldito canalla—. Porque no voy solo. Tú vienes conmigo. —Terminó susurrando.

—No me importa —espeté terminando el nudo de la corbata. Enseguida me crucé de brazos y le sometí a unas miradas bastante enervadas—. Todavía no estás recuperado. ¿Tengo que volver a verte sangrar para que lo entiendas?

Se acercó a mí y me cogió de los brazos con ternura.

—Cariño…

—Si me hablas así en un momento como este, yo… —Me detuve porque me frustró que fuera tan tierno.

Eso le hizo gracia y continuó.

—Sarah… —jadeó.

—Basta… —le advertí—. Estoy enfadada.

Volvió a sonreír y apoyó su frente en la mía.

—Te enfadarás más si te digo que me da igual, que es por una buena causa.

—Has estado a punto de morir —farfullé—. ¿Tanto te cuesta entenderlo?

Y entonces, Thiago apareció acelerado y le importó un comino interrumpir el momento. Al parecer tenía prisa y no escatimó en contagiar a su compañero.

—Enrico, dispositivo en marcha.

—Entendido —asintió Enrico que me miró extrañado al ver como yo intentaba largarme de allí al tiempo en que Thiago lo hacía. Me detuvo cogiéndome del brazo—. ¿A dónde vas?

—Se me han quitado las ganas de continuar hablando contigo —le reproché soltándome de su sujeción. De nada sirvió que sus dedos se hubieran hecho más fuertes y poderosos entorno a mí.

Caminé por el pasillo notando como mi enfadado alcanzaban cotas que incluso me provocaban espasmos. Tampoco había sido para tanto, eso ya lo sabía, pero era la primera vez que combatía contra esa parte tan imperativa de Enrico y eso, ya de por sí, frustraba. Estaba herido y no iba a darse tiempo para recuperarse. De ese modo, en vez de solucionar todos nuestros problemas, no haría sino agravarlos. Y preocuparme más de lo debido. ¿Qué quería que hiciera, que le dejara ir sin rechistar? Aquel hombre era un cabezota de mucho cuidado. Me exasperaba esa parte de él.

Nada más llegar a mi habitación, entré al baño y comencé a desvestirme por pura inercia. Me aliviaba saber que aquel espacio disponía de bañera, necesitaba destensar mi cuerpo y remojar mi malestar. No se me ocurría mejor manera que dándome un baño.

Llené la tina, dejando que el vapor inundara el lugar, me recogí el cabello y me metí en ella notando cómo todos los reproches que quería a darle a mi hombre salían a flote.

Tenía ganas de chillarle, de discutir con él hasta sonrojarle. Pero cuando le vi entrar, fui incapaz de recordar todo lo que quería decirle. Creo que incluso me costó recordar cómo se respiraba. Probablemente porque me observaba como si en cualquier momento fuera a saltar sobre mí.

Me hice la arrogante, desviando la mirada y reconociendo que sentí algo de vergüenza al saberme completamente desnuda. Aunque en realidad me gustó que él hubiera empezado a disfrutar de mí, del modo en que mis piernas temblaron al ver cómo se acercaba.

La costura de su camisa marcó la curva de sus caderas con cada paso que daba, enfatizando su erotismo. La corbata medio deshecha atravesando su pecho, las mangas ajustadas a sus muñecas. No había terminado de vestirse, lo que me indicaba que había preferido ir en mi busca.

Enrico torció el gesto, esa vez con cierta siniestralidad, mientras se cruzaba de brazos.

—Con ese carácter, ¿intentas recordarme que todavía tienes veinte años?

—Vete a la mierda. —Espeté sin tan siquiera mirarle.

Suspiró y escuché cómo se acercaba a mí. Miré de soslayo justo cuando se remangaba las perneras de su pantalón de pinzas y se acuclillaba en el suelo antes de apoyar sus brazos en el filo de la bañera. Parecía cansado.

—¿Vas a enfadarte conmigo? —comentó cariñoso, dándome a entender que no soportaría discutir.

—Es probable. —Y no pude evitar sonreír, quizás porque el tono que empleó me recordó al de un niño. Acaricié el arco de sus cejas justo cuando él apoyaba barbilla sobre sus brazos cruzados. Deslicé mis dedos por su cuello—. ¿Te duele? —susurré rozando el lugar de su herida.

—Un poco. —Enrico cerró los ojos un instante—. Pero seguramente se debe a la cura de esta mañana.

—¿Estás bien? —Se me encogió el corazón—. ¿Ha sangrado?

Él decidió que si hablaba con una sonrisa en los labios, yo entendería que estaba siendo sincero y así fue.

—Estoy bien, Sarah. Realmente bien.

—Tienes que dejar que cuide de ti.

—Ya lo haces. —Acercó una mano a mi escote y dejó que la punta de sus dedos acariciaran mi piel, colándose bajo el agua.

Temblé al notarlos resbalar por mi vientre.

—¿Qué estás haciendo? —musité.

—Relájate. —Pero él no me miraba, estaba concentrado en el camino que habían decidido trazar sus dedos—. Déjame disfrutar de este momento.

Rozó mi pubis y yo lentamente abrí las piernas dándole la bienvenida a cualquiera de las sensaciones que me deparara el momento. Enrico acarició el centro de mi cuerpo, primero procurando dar un rodeo que terminara de encenderme; después tocando el punto exacto que me robó un jadeo.

Convulsioné y creí que me asfixiaría en la excitación al descubrir el modo en que él analizaba mis reacciones. Enrico no quería irse sin antes hacerme gritar.

Arqueé la espalda, dándole más acceso a sus caricias. Sus dedos se colaban dentro de mí, salían, me acariciaban, proporcionaban la presión perfecta para que mi aliento se acelerara. Me estaba volviendo loca, siquiera era capaz de contener mi voz. Y él continuaba observándome con un intensidad seria. Sus ojos se habían oscurecido, si no hubiera sabido lo que me estaba haciendo incluso habría temido.

Iba a alcanzar el clímax y me pareció injusto que solo lo disfrutara uno de los dos, por eso cogí su mano y traté de detenerlo. Pero Enrico incrementó la presión, y acercó su boca a mi oído.

—Estás ruborizada…—Su roce había adquirido un ritmo endiabladamente exquisito—. Tu boca está abierta… porque estás imaginando como te llevo a la cama y te follo hasta hacerte gritar. ¿Me equivoco, Sarah? —El aliento me ardía en la garganta con cada bocanada de aire que cogía. Notaba como todos mis músculos se contraría. Estaba tan cerca—. Dímelo, quiero oírlo —susurró.

—No… —gemí con los ojos cerrados. Hubiera querido mirarle, pero no podía pensar en otra cosa más que en sus dedos—… No estás equivocado.

—¿Lo quieres?

—Ah, sí… —Y me empujó al abismo. Tuve un orgasmo sabiendo que Enrico no se había perdido detalle de ninguno de los temblores que recorrieron mi cuerpo.

Él era ese tipo de hombre, que provocaba que la intimidad más obscena te convirtiera en la mujer más adorada del universo.

Me desplomé tratando de recuperar el aliento. Su mano continuaba entre mis piernas. No se movía, no presionaba. Estaría quieta, haciéndome creer que casi formaba parte de mí, hasta que me estabilizara y pudiera volver a iniciar la tarea.

Pero esa vez, fui yo la perspicaz.

Mientras miraba fijamente sus ojos azules, en ese momento de quietud y silencio, con una asombrosa agitación sexual entrelazándonos, Enrico lo fue todo. Siempre lo había sido.

Hice fuerza con los brazos y me puse en pie. El agua resbalaba por mi piel mientras él me contemplaba sin perderse detalle. Le miré algo presuntuosa, imitando su seriedad, antes de salir y coger una toalla.

Seguramente pensó que le hablaría, pero preferí mirarle e invitarle a que me siguiera a la habitación mientras me deshacía el nudo del cabello y dejaba que cayera libre sobre mi espalda.

No vi cómo me seguía, pero lo sentí tras de mí y eso ya era suficiente para enloquecerme.

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