Mafia

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Tercera parte » 46

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Enrico

Recordé que el sexo, como yo lo había vivido hasta el momento, nunca había sido una necesidad imperativa. Comprendía que favorecía el desahogo y la liberación de tensión. Mucho más necesario en hombres que en mujeres. Y recurría a ello porque en ocasiones me molestaba físicamente.

Sin razón aparente, pensé en la primera vez que practiqué el sexo. Tenía quince años cuando una compañera del instituto me acorraló en los servicios del recinto y se levantó la falda. Por aquel entonces mis hormonas estaban revolucionadas y ni siquiera me paré a pensar en si estaba bien o mal. Pero cuando terminé y vi que la muchacha se marchaba sin tan siquiera despedirse, me sentí el gilipollas más grande del puñetero planeta. Desde entonces, todas mis relaciones habían sido por pura necesidad. Jamás hubiera creído que perdería la cabeza por la excitación.

Hasta que conocí a Sarah.

Aquella mujer me había vinculado a ella de por vida, y puede que incluso por más tiempo. No había manera de imaginar mi futuro sin verla en él.

Sarah tomó asiento en el filo de la cama y se cruzó de piernas encargándose de que uno de sus muslos quedara completamente a la vista. Su piel brillaba bajo la tenue luz amarillenta que salía del baño.

Debería haber sabido controlarme. No era el mejor momento para disfrutar de aquello, pero mi cuerpo me lo exigía y no quise acallar esa necesidad. Todo lo demás debía esperar.

Intenté acortar la distancia cuando los ojos de Sarah se entrecerraron.

—No, quédate de pie. —Me detuvo con una autoridad inédita en ella, y después observó mi cuerpo del mismo modo en que yo había observado el suyo, como un depredador. No tardó en darse cuenta del punto que había alcanzado mi excitación—. Desnúdate —me ordenó.

Y yo tragué saliva con disimulo porque era demasiado orgulloso como para admitir que me había intimidado su forma de hablarme. Pero eso no hizo más que ponerme mucho más cachondo.

Desabroché la camisa mientras la observaba fijamente. Sarah respondía inmutable. Queríamos ese juego, los dos, pero ambos sabíamos que esa parte autoritaria de mí no tardaría en hacerse con las riendas. Tal vez por eso ella estaba disfrutando tanto del momento. Respiraba agitada, no se daba cuenta del modo en que sus dedos se clavaban en la piel de sus muslos.

Mi tórax se tensó con fuerza alrededor de los pulmones, y una aturdidora sensación de asfixia hizo que la presión que sentía entre los muslos fuera aún más contundente.

Terminé de quitarme la camisa y la corbata y me acerqué a ella con lentitud, controlando las ganas de lanzarme con el poco sentido común que me quedaba antes de perder la cabeza.

Sarah acercó una mano a mi cinturón. Comenzó a desabrocharlo con elegancia. Cada pocos segundos rozaba la piel de mi vientre y me estimulaba. Fue ella quien se deshizo de mis pantalones y de mi ropa interior. Y ahora que estaba desprovisto de barreras que me ocultaran, me sentí dichoso.

Noté un espasmo en mi miembro. Esa zona quería participar cuanto antes, pero no estaba dispuesto a darle toda la atención porque quería disfrutar de otras cosas antes de que llegara el momento. Sin embargo Sarah no opinaba lo mismo. Me acarició, rodeándolo con sus dedos mientras lo analizaba con la mirada.

Leí sus intenciones, iba a lamerlo y temblé de expectación mientras mis dedos se enroscaban a su cabello. Reconozco que me parecía una idea muy tentadora sentir su cálida boca allí abajo, pero no lo deseé. Así que retiré su rostro de mi cintura y la obligué a mirarme.

No iba a permitir que hiciera algo por lo que había llorado tanto en el pasado. No era esa clase de hombre.

—Todavía no… —le susurré y ella torció el gesto enternecida. Quizás para Sarah hacerme una felación era símbolo de confianza, de otro modo no creo que se hubiera atrevido. Pero como ya había confesado, no lo necesitaba—. Puedes darme cosas mejores… —Acaricié sus labios provocando su estremecimiento.

—Pídemelas —suspiró ella.

—Levántate. —Y entonces retiré la toalla, rodeé su cuerpo con mis brazos y pegué su piel a la mía encargándome de que no hubiera espacio entre los dos. Sarah respondió a mi abrazo con delicadeza—. Jadeas…

—No entiendo cómo eres capaz de controlarte de esta manera.

—No me estoy controlando —la miré—. Estoy sintiendo. —Y cerré la distancia entre nuestras bocas. Notaba la punta de sus pechos rozando mi tórax, la humedad caliente de su entrepierna incitando la mía.

Apreté sus caderas, mis dedos incluso juguetearon con la hendedura entre sus nalgas. Quería volver a sentir el tacto de aquella zona aterciopelada. Pero opté por levantarla del suelo, cargar su cuerpo y tenderlo sobre la cama. Cuando retrocedí para contemplarla, el aroma a sexo que ambos desprendíamos me produjo un zumbido en los oídos.

Sarah me miraba con deseo, estaba lista para aceptarme, casi tanto como yo deseaba colarme dentro de ella. Pero mientras yo analizaba toda la cantidad de cosas que iba a hacerle a su cuerpo, Sarah decidió tocarme.

Deslizó su mano desde mi hombro hasta la parte baja de mi vientre, analizando con la mirada el recorrido que ella misma había trazado. Me acerqué a su boca y volvía a tomarla, estaba dejando que mi lengua abriera paso de un modo mucho más fervoroso. Sarah respondió con avidez, con hambre, aunque limitando la energía de sus caricias por temor a herirme. Lo que me volvió aún más loco.

Capturé sus brazos y los coloqué sobre su cabeza. Los quería allí, atrapados mientras comenzaba a lamer su cuerpo. Empecé por su cuello, continué por su clavícula y descendí a uno de sus pechos donde decidí quedarme un rato.

En ese momento, Sarah separó un poco más las piernas, dándole más espacio a mi pelvis y provocando que pudiera rozar su zona más erógena sin necesidad de emplear mis dedos. Eso le robó un gemido e hizo que se contrajera debajo de mí.

Me impulsé hacia arriba y le hablé al oído con un gruñido.

—Me gusta ese sonido. —Después me apoderé de su boca y le acaricié el sexo.

Los intensos ataques de mi lengua disentían con las caricias delicadas que le proporcioné. Sarah arqueó las caderas. Fue la señal que necesité para decidir empujar mi boca hacia allí abajo.

Lamí la zona sabiendo que Sarah percibiría una sensación mucho más vívida que con mis dedos. Me encargué de que los suaves mimos sobre ese vulnerable y ardiente lugar de su cuerpo la enloquecieran. La hicieran volver a gemir como lo había hecho en el baño.

Me clavó las uñas en la nuca mientras ella se retorcía de placer, no quería que me detuviera. Pero, siempre que tenía ocasión de mirarme, me enviaba una ojeada frustrada. Y es que seguramente, una parte de su mente, estaba pensando que no era justo que ella estuviera disfrutando más que yo. Quizás no imaginaba que para mí eso era más que suficiente.

Sonreí mientras sentía como el orgasmo de Sarah estallaba en mis labios, ayudándola con la presión de mis manos a sobrellevar las pulsaciones. Cuando finalmente se aquietó, regresé a su rostro. Y supe que si decidía penetrarla en ese momento, la sensación que controlaba su cuerpo se dilataría hasta empujarla de nuevo al éxtasis. Así que preparé mis caderas, me acerqué a la entrada y entré en ella con una segura lentitud que terminé con pujanza. Mi miembro se vio rodeado por una presión escurridiza y tiré de sus rodillas para deleitarme aún más.

Después envolví su cintura con mis brazos y la embestí con delicadeza, y ella me siguió hasta que la tormenta que recorría nuestros cuerpos se enardeció e hizo que Sarah me empujara. Me obligó a sentarme mientras ella se colocaba a horcajadas sobre mí y volvía a absorberme con su cuerpo. Capturé sus caderas, las apreté conteniendo un gemido entre mis dientes y empezamos a movernos al unísono, mirándonos a los ojos, con las frentes una apoyada en la otra; ella exigiéndome rudeza, y yo dándosela sin tapujos.

Nos convertirnos en animales salvajes. Nos desinhibimos. Amándonos hasta la locura. Ratificándonos que aquella mujer era la reina de hasta la última de mis emociones.

Esa vez grité al alcanzar el clímax. Y me sorprendió que no dejara de ocurrir.

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