Mafia

Mafia


Tercera parte » 47

Página 56 de 75

47

Mauro

Lo bueno de que Enrico fuera el comisario general de la policía romana era que, si queríamos disponer de todos los dispositivos, podíamos hacerlo y para colmo nadie podía oponerse. Precisamente eso era lo que me activaba; ese elegante imperialismo del que gozábamos, incluso en los peores momentos.

—Deséame suerte, bombón —le dije a Eric tras besuquear toda su bonita y respingona cara. Por cierto, habíamos estado dos horas intentando quitarle las pintadas del labio—. Es posible que tu príncipe me arranque la cabeza en cuanto se entere. —Bromeé refiriéndome a Cristianno.

Y es que todos allí pensaron que me quedaría en Prima Porta sin resistirme. Por supuesto pensaron que, por ahora, tendría dormida esa parte de mí que tanto le gustaba la camorra; aunque no fuéramos a encontrarnos con ella, íbamos a vivir un momento que no estaba dispuesto a perderme.

—Buena suerte —sonrió Eric, todavía muy debilucho—. Y cuida de mi niño. —Esa puñetera debilidad que sentía por mi primo… ¡A los demás podían darnos viento!

—¡¿Y mi cabeza qué?! —exclamé fingiéndome ofendido.

Salí de allí con una sonrisa, notando el hormigueo expectante de la emoción. Me sentía fuerte, me sentía preparado, era capaz de cualquier cosa y notaba esa energía fluyendo por mis venas mientras caminaba por el pasillo.

Hasta que mi primo dejó de hablar con Alex, Thiago y Kathia y me miró como si fuera su peor enemigo. Levanté los brazos tras dejarme someter a su examen visual. Se había dado cuenta de que estaba vestido para salir a la calle.

—¿Qué coño haces? —preguntó.

—Ponerme al día —dije como si conmigo no fuera la cosa. Lo que le enervó bastante.

—Regresa. —Y el muy capullo volvió a su conversación dando por hecho que le obedecería—. No oigo como te largas, Mauro. —Lo dijo sin mirarme.

—Porque no pienso irme —admití haciéndome el gallito.

Cristianno cogió aire, se cuadro de hombros y me miró de frente dejando que todo su cuerpo desprendiera las ganas de partirme la cara que estaba sintiendo.

—¿Buscas problemas?

—¿Oh, los quieres? —Acepto que le estaba tocando los cojones y que me sorprendió bastante que, con la poca paciencia de la que disponía, supiera contenerse de aquel modo.

Se frotó la cara con exasperación.

—Mauro, joder… Regresa —gruñó.

—¿Cristianno, realmente piensas que voy a perderme este momento? ¿Cómo tengo que explicarte que estoy bien?

Íbamos a hacernos con la mansión Carusso, íbamos a desposeerlos de su bien más preciado y a entregárselo a la única heredera de Angelo Carusso. Joder, Kathia también estaba allí, era nuestro momento. No habría tiros, ni huidas ni imprevistos porque solo se buscaba enervar al enemigo al estilo Materazzi. Quería disfrutar de ese instante y ver la cara que se le quedaría a la di Castro cuando eso pasara.

—Dios, me sacas de quicio… —Cristianno se había dado cuenta de mi reflexión.

—Te adoro… —Tiré de sus brazos y le abracé hasta levantarlo un poco del suelo. Empecé a besuquearle.

—¡Auch! ¡No me des besos en el cuello! —Se quejó entre risas al intentar esquivarme sin éxito.

—No seas modesto, sé que te gustan.

—¡Estate quieto!

Giovanna apareció en el momento en que soltaba a mi primo. Cruzada de brazos, nos observaba sonriente. Me acerqué a ella como si hubiera sido hipnotizado por su presencia. Fue fascinante el modo urgente en que me sentía reclamado.

—¿Vas con ellos? —Quiso saber, hablándome dulce,; y yo me acerqué un poco más a sus labios.

—¿Eso te asusta?

—Supongo que debo acostumbrarme a que seas un suicida. —Iba a ser la chica de un mafioso, eso era indispensable.

Cogí su rostro entre mis manos y la besé en la frente.

—Intenta descansar. Esta noche no voy a dejarte dormir.

—Veamos que tienes preparado. —Una sonrisa pícara.

Kathia

Me quedé mirando por la ventanilla el tropel de hombres armados que había tomado la Via delle Magnolie de principio a fin. Pensé que en realidad no sería necesaria la intervención de aquellos dispositivos, pero Enrico insistió en intimidar con su cargo y convertir nuestros enfrentamientos privados en algo público. Y tampoco estaba demás cubrirse las espaldas en caso de que hubiera algún imprevisto violento. Aunque dudaba que algo así pudiera pasar.

Por cómo se había organizado todo, ninguno de nuestros rivales podía ahora moverse sin que cientos de miradas le siguieran. Ni tampoco podían desarrollar sus movimientos en el campo de la mafia porque era ilegal. Sí, aquella batalla la habíamos disfrazado de criminalidad natural. Lo que quería decir que, cualquier movimiento que un Bianchi o Carusso hiciera podía convertirlo en enemigo público de todo el país. Se le detendría, para luego eliminarlo y de esa manera nadie cuestionaría nada porque éramos la autoridad máxima de la ciudad.

Era una estrategia bastante retorcida, todos ignorarían que la mafia dominaba todo a su paso, incluso los pensamientos de la gente.

Bajé del coche. Desde mi perspectiva, la mansión Carusso resaltaba entre los árboles de forma espectacular. Aquella enorme y suntuosa residencia todavía conseguía aturdirme.

Seguí a Cristianno y a los chicos hacia la verja principal para unirnos a Enrico, Sarah y los demás. Ella me observó algo confundida, no sabía qué demonios hacía allí rodeada de medio centenar de agentes. También fue inevitable que recordara el momento en que, en ese mismo lugar, recibió un disparo. Evitó mirar cuando varios hombres terminaron de abrir la verja.

Súbitamente se oyeron tiros y enseguida miré a mi alrededor pensando que no habría estado de más hacerme con un arma, pero al ver que Cristianno siquiera se inmutaba me di cuenta de que no debía temer. Los agentes de Enrico acababan de eliminar a varios esbirros por precaución al ver que empuñaban sus armas. Lo que nos despejó por completo el jardín principal. El dispositivo se dividió en grupos que rodearon la casa.

No, allí no se iba a iniciar un ataque. Porque no hubieran tenido nada que hacer.

Terminábamos de atravesar la zona cuando sentí los dedos de Cristianno enroscarse a los míos. Él sabía bien lo difícil que se me hacía volver a aquella mansión. En ella, había sufrido y había descubierto los secretos que marcarían mi vida. Por mucho que el lugar gozara de una belleza extraordinaria, no podía evitar pensar en todo el mal que había vivido allí dentro.

Pero la mirada de Cristianno me indicó algo que yo había pasado por alto. Y es que todo no había sido malo. Le había conocido a él. Le había besado por primera vez.

La puerta principal hizo un chasquido al abrirse provocando que todos mis pensamientos se congelaran. Hubo un instante en que siquiera fui capaz de sentir el contacto de los dedos de Cristianno. El rostro enturbiado de Olimpia me atravesó el pecho. No miró a nadie más que a mí, deseando en silencio que mi cuerpo ardiera hasta matarme. Ese odio que me procesaba, no pasó desapercibido.

Mauro se cuadro de hombros y avanzó hasta colocarse delante de mí. Buscaba protegerme de aquel mudo asedio.

—No eres bienvenida en esta casa —gruñó Olimpia, haciéndose la aristócrata. Y eso provocó la sonrisa perversa de Enrico y Cristianno, que se miraron y después decidieron volver a mirar a la viuda del Carusso como si fuera una cucaracha.

—Me temo que estás en un error —dijo mi hermano antes de inclinarse hacia ella—. Olimpia di Castro.

Vi a Sarah temblar de intimidación y seguramente excitación. Nunca había tenido el placer de ver a su hombre en su papel de mafioso completamente desglosado.

Enrico chasqueó los dedos y un grupo de hombres entró; Olimpia recibió un fuerte empellón que la obligó a moverse hacia atrás para evitar caer al suelo. Los agentes enseguida se pusieron a rastrear el enorme vestíbulo y a distribuirse por la planta mientras nosotros entrabamos bastante calmados. En mi caso, lo hice notándome algo desconcertada. Jamás hubiera creído que volvería a la mansión de esa manera. Casi siendo la anfitriona. Pero en cuanto a Sarah… ella siquiera era capaz de moverse con normalidad, todo en su expresión corporal indicaba el alto grado de confusión que estaba sintiendo.

Me solté de Cristianno y fui hasta ella; gesto que agradeció aferrándose a mí y mostrándome una tímida sonrisa.

—¿Qué es esto? ¡No podéis entrar! ¡No tenéis derecho! —Gritó Olimpia encarándose a Enrico—. ¡¿Cómo te atreves a venir aquí, asesino?!

Apreté los dientes y me propuse avanzar hasta ella con la intención de desfigurarle la cara a golpes; no iba a tolerar que insultara a mi hermano de aquella manera. Pero Alex leyó mis intenciones y me detuvo con delicadeza.

Enrico no pareció tomárselo tan mal. Sonrió abiertamente, manteniendo su tranquila postura, con las manos en los bolsillos. Aquella elegante crueldad solo logró alcanzarla Cristianno.

—¿Te suena el nombre de Rena Zaimis? —Preguntó Enrico, irónico—. ¿No? Te refrescaremos la memoria.

Cristianno sonrió abiertamente. Ahora le tocaba a él.

—Era una escort que trabajaba para Mesut Gayir en la década de los 90. —El timbre de su voz, ronco, pausado, duro, no solo me hizo vibrar a mí, sino que exasperó a Olimpia hasta el punto de hacerla mostrar los dientes como un perro rabioso.

—No me interesa nada de lo que me digáis —gruñó—. Fuera de mi casa. ¡Ahora!

—No es tu casa. —No pude evitar intervenir. Y ella me miró con el mismo odio de hacía unos minutos.

—Maldita…

—Angelo contrató los servicios de esa prostituta hasta en quince ocasiones. —Continuó Cristianno interrumpiendo los improperios de Olimpia. Avanzaba hacia ella y después retrocedía, jugaba con las distancias porque sabía que eso acorralaba a la Carusso—. Y llegó un momento en que siquiera utilizó protección. Verifícalo si quieres.

Enrico extrajo unos papeles doblados del bolsillo interior de su chaqueta. Olimpia los ignoró por completo.

—Fuera…

—¿O si no qué? —Retó Cristianno con mucha ironía—. ¿Vas a llamar a la policía?

De pronto dos agentes asomaron en el vestíbulo con sus armas pegadas al pecho.

—Jefe, el perímetro está limpio —Comentó uno de ellos.

—Proceded con la limpieza —les ordenó Enrico. Lo que significaba que la seguridad de la mansión había sido aniquilada.

—Sí, señor. —Ambos volvieron a marcharse dejando a Olimpia completamente desmarcada. Empezaba a entender que no tenía nada que hacer.

—¿Qué significa todo esto? —Quiso saber, adoptando ahora un tono mucho más resignado.

Enrico se acercó a ella y procuró inclinarse para que su forma de hablar llenara por completo los pensamientos de Olimpia.

—Tienes delante de ti a la hija ilegítima de tu difunto esposo —murmuró y enseguida miró a Sarah sabiendo que esta contendría un escalofrío.

Apreté la mano de mi cuñada al notar como los ojos de la Carusso se clavaban en ella.

—Mientes.

Y Enrico sonrió.

—Supongo que pensabas en esperar un par de días a levantar el testamento porque si no la prensa creería que eres una furcia sin corazón. —Armónico, amenazante—. Pero resulta que no será necesario. Porque yo tengo ese testamento y tú no apareces en él. —Agitó los documentos frente a las narices de Olimpia.

—No te queda nada —añadió Cristianno—. Aunque todavía tienes una alternativa. De ese modo no lo perderías todo.

—¿Por qué iba a creeros? —Olimpia insistía en continuar retándonos. Desde luego aquella hipócrita entereza era de admirar—. No sois más que sucias ratas.

—Ratas… —Se carcajeó Mauro, contagiando a su amigo Alex.

—No pienso hacer tratos con un Gabbana. —Se hizo la estoica.

—¿Incluso si uno de ellos te ofrece la oportunidad de continuar manteniendo tu alto nivel de vida? —dijo Enrico

—Si no quieres verte mendingando en las calles, no te queda alternativa. —Le siguió Cristianno.

Entonces Olimpia se dejó consumir por el silencio que se estableció de pronto. La muy cabrona se lo estaba pensando. Le importaba un comino que su esposo hubiera muerto, que tuviera que rendirse ante un Gabbana. Iba a hacer cualquier cosa por mantener su estatus. Pero ¿qué era cualquier cosa? ¿Qué tenían en mente Cristianno y Enrico?

—¿Qué tengo que hacer? —Ahí estaba la confirmación de lo zorra que era Olimpia di Castro.

Lo que satisfizo muchísimo a mi familia.

—Adriano Bianchi va a dar una rueda de prensa en menos de una hora —dijo Enrico dándole paso a Cristiano.

—Elimínale y se te proporcionará el veinticinco por ciento del imperio Carusso —añadió sin darse cuenta de que me dejaba sin aliento.

Esa había sido la idea desde el principio. Por eso no les había importado nada de lo que yo había dicho en la habitación. Porque ellos, mientras todo el mundo comentaba, se lo dijeron todo en silencio.

—¿Qué garantías tengo? —preguntó Olimpia, que ahora había adoptado un papel mucho más accesible.

—No las tienes. Tendrás que confiar. —Enrico supo que con aquello, ya la tenía en el bote.

Sarah

A Olimpia le asignaron cuatro agentes que la trasladarían al hotel para que cumpliera con la parte del trato que le habían propuesto Enrico y Cristianno.

Una extorsión de frivolidad en exceso a la altura de la viuda de Angelo… Ella no había escatimado en aceptar aquello, no le importaba robar una vida para mantener sus lujos. No conocía a esa mujer, pero creo que las referencias que había reunido de ella no hacían justicia con lo que acababa de ver.

Todavía no salía de mi asombro.

No era amiga de los radicalismos, pero no había mejor forma de explicarlo. Estaba empezando a experimentar el libre albedrío sin ningún tipo de reservas. Ya no sentía sometimiento, ni degradación. Me pertenecía a mí misma y elegía a quien pertenecer.

Pero era curioso que fuera capaz de respirar con normalidad e incluso satisfacción sabiendo todo lo que había visto y vivido. Y era muy inesperado que me hubiera dado cuenta de ello justo cuando más desconcierto sentía. Resultaba que esa sensación simplemente era fruto de la estabilidad.

Todo aquel razonamiento cobró vida propia en cuanto me alejé del barullo y terminé frente a los ventanales que mostraban la infinita explanada del jardín trasero de la mansión.

Fuera cual fuera la verdad, me sentía una extraña estando allí.

Unos pasos, suaves y delicados, que se detuvieron a unos metros de mí. Enrico me observó con gentileza, dejando que sus facciones abandonaran la vileza que había mostrado ante Olimpia.

—Temo cuando callas de esa manera —me confesó caminando medio cabizbajo antes de volver a mirarme—. Porque soy incapaz de saber lo que estás pensando.

Sonreí desganada. No podía creerme lo que acababa de decir. Él, sin saber lo que una persona estaba pensando… Era demasiado inverosímil.

—Me sorprende… —admití y volví la vista hacia los jardines—. Esto no es real…

—¿Por qué lo crees? —Enrico se acercaba lento.

—No me hagas responder. —Porque si lo hacía no sería capaz de gestionar aquello—. Cuando firmé aquellos documentos, cuando me contaste que era la hija de Angelo Carusso… ¿Ya tenías planeado todo esto, verdad? —Quise saber.

Quizás no era momento para ello, pero decidí satisfacer esa parte de mí que necesitaba oír a Enrico.

—No te lo habría contado de no haber sido así. —Por supuesto.

—A veces me da miedo ese control que tienes de todo.

—Si no fuera ese tipo de hombre, no habríamos llegado tan lejos. —Un comentario rotundo y directo, cargado de razón. Y es que Enrico sabía bien que su extraordinaria paciencia tarde o temprano iba a darle frutos. Ahora podían empezar a verse.

Me abracé el torso y cogí aire sabiendo que la presión en mi cuerpo no menguaría. Mucho menos si tenía en cuenta que Enrico estaba muy cerca de mí. Todavía tenía muy fresca la sensación de contacto de su cuerpo desnudo contra el mío.

—Esta no es mi casa —gemí rechazando la verdad.

—Sí lo es —espetó él—. Lo es desde el momento en que naciste. No seas tan modesta.

—Tú ya pones ese toque de maldad que falta. —Enrico entrecerró los ojos.

—Me reprochas… —Y yo me arrepentí enseguida. No lo había dicho con el objetivo de herirle, si no de deshacerme de aquel maldito caos.

—No… Lo siento, es que todo esto…

Estaba demasiado agotada, necesitaba descansar y silenciar un rato mi cabeza.

Enrico me acarició los brazos y me obligó a mirarle alzando mi mentón con delicadeza.

—Te dije que me dieras tiempo, que debía ultimar unas cosas antes de poder ser libre para estar contigo. Y ahora que llega el momento, ¿te acobardas?

Apreté los dientes y di un paso hacia atrás.

—Ni se te ocurra pensar que es cobardía. Pero cuando mencionaste eso, no me dijiste que era la hija de un Carusso. —Mascullé, dije cada una de aquellas palabras sin preocuparme por controlar la posible ira que pudieran contener—. Nunca he tenido nada en la vida, había ocasiones en las que ni he sabido si podría comer. Todo lo que recuerdo son desgracias y penurias y violencia, ¿Y ahora me pides que me crea la heredera de un imperio multimillonario? —Terminé alzando la voz y liberando unas tímidas lágrimas que nos sorprendieron a ambos.

Enrico no habló, no iba a decir nada. Solo me observaba con fijeza, bien atento a mí. Y supe que me dejaría comentar todo lo que yo quisiera porque lo necesitaba y porque era el único modo de desahogar el trastorno que todo aquello me producía.

En realidad, hubiera querido poder callar y lanzarme a sus brazos.

—Es probable que no puedas hacerte una idea de lo que siento, porque tú siempre has vivido así. No conoces otro tipo de vida. —Me limpié un par de lágrimas y volví a mirarle. Ya no había reproche en mi voz, tan solo intimidad, esa misma que compartía con él y que por primera vez iba mucho más allá del deseo que nos teníamos—.Y además siquiera yo misma sé bien lo que me pasa, pero no me pidas que lo acepte sin más. —Me quedé sin aliento y terminé apoyando mi cabeza en su cuello—. No lo hagas…Debes darme tiempo.

Enrico me besó en la sien y enseguida rodeó mi cuerpo con sus brazos. Creo que en ese momento me di cuenta de que había vuelto a enamorarme de él. Jamás en la vida me habían permitido hablar de esa manera, y mucho menos sentirme plenamente escuchada y comprendida. Él lo había hecho con el talante que le caracterizaba.

—Y lo tienes —jadeó en mi oído—. Así como me tienes a mí. Yo solo quiero darte la vida que mereces vivir. A ti y a nuestro hijo.

Le miré sabiéndome con los ojos enrojecidos y el corazón latiéndome en la boca. Ese hombre era demasiado asombroso para ser verdad.

—Pues entonces quédate conmigo…, es que es lo único que necesito.

Me besó atrapando mi rostro con sus manos y transmitiéndome todo el amor que sentía por mí. Quizá en otra ocasión habría sido capaz de asimilarlo, pero en aquel momento no me podía creer que me amara del mismo modo en que yo le amaba a él. Le abracé dejando que mi boca tomara las riendas de mi necesidad de él y aceptara su dulce lengua. No pude evitar pasar las yemas de mis dedos por su herida. Aquella zona de su piel ardía.

De pronto su teléfono móvil comenzó a sonar. Enrico se alejó resignado, sabiendo que, de no haber sido por esa interrupción, tal vez habríamos terminado haciendo el amor de nuevo, a quemarropa.

Un mensaje que cambió su gesto al sonreír.

Después buscó un número de teléfono y se llevó el aparato a la oreja.

—Silvano… —Me clavó una mirada demasiado sardónica. Algo había ido realmente bien—. Te acabas de convertir en el nuevo alcalde de la ciudad de Roma.

Ahogué una exclamación.

Ir a la siguiente página

Report Page