Mafia

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Tercera parte » 55

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Kathia

Me asombraba que su maldad no tuviera límites. Siempre había creído que existía gente mala capaz de hacer todo tipos de atrocidades. De hecho, cuando conocí a Valentino, de algún modo, supe que su personalidad estaba infestada, pero nunca esperé encontrarme con alguien así. Aquello desmarcaba a cualquiera, no se me ocurría la forma de interactuar con él.

—¿Por qué haces esto? —Le reproché conteniendo un sollozo—. No tienes salida, te has equivocado. ¿Por qué sigues?

Valentino era consciente de que su estrategia no se había podido gestionar al completo. Al huir, él sabía que se había ido al traste su idea de penetrar en Prima Porta y arrasar con todo el mundo.

—Es sencillo —espetó tan serio que incluso me hizo temblar—. Por pura venganza. No voy a tolerar que seáis felices, Kathia. —Ahí estaba la verdad de todo aquello. No era odio o rencor, simplemente le movía una obsesión corrosiva—. Y voy a dejarme la piel e incluso mi vida ¡para terminar con los dos! —Gritó.

Temblé y cerré los ojos un instante sabiendo que las lágrimas no tardarían en surgir. Pero no estaba dispuesta a darme por vencida. Todavía me creía capaz de encontrar una solución. Necesitaba con urgencia volver a tocar a Cristianno, aunque fuera una última vez.

Siempre habíamos sido los dos. Aquella situación venía de antes, eran rencores del pasado que habían desembocado en aquella guerra. Pero si Cristianno y yo no nos hubiéramos enamorado, las cosas quizás se habrían dado de otro modo.

Sí, siempre habíamos sido los dos… quienes habían movido el odio de todos nuestros enemigos. Cristianno despertando la envidia, y yo siendo creada para una venganza por celos y ambiciones. El resto solo habían sido arrastrados al infierno.

Le miré. Los síntomas empezaban a cambiarle. La debilidad poco a poco le absorbía. Sus ojos… ya no brillaban como de costumbre. Cristianno ya no podía luchar, no tenía fuerzas. Estaba al borde de la inconsciencia, pero aun así, resistía. Por mí… Porque él tampoco estaba dispuesto a terminar de aquella manera.

—¿Qué quieres? —gruñí y eso le llamó bastante la atención al Bianchi, que torció el gesto, interesado.

—¿Me propones un trato? —Cristianno hizo una mueca al escucharle.

—Lo único que te interesa ahora, después de haberlo perdido todo, es separarnos, ¿no? —Aniquilarnos. Pero no tuve valor a decirlo en voz alta—. ¿Qué quieres?

Sonrió de nuevo y le echó una rápida ojeada a Cristianno.

—Tu vida por la suya —me advirtió, dejándome sin alternativa.

—¡Kathia! —gritó Cristianno, agitándose entre los brazos de Valentino, importándole una maldita mierda la pistola que le apuntaba.

Él sabía que Valentino era capaz de disparar y sin embargo le dio igual. Levanté las manos y le rogué que dejara de moverse.

—Shhh, cierra la boca, Gabbana. Deja hablar a los mayores —repuso el Bianchi con burla mientras me miraba de reojo—. Sé que tenéis el antivirus. Puedes salvarle. Le soltaré, si a cambio tú cubres su lugar. Alguien tiene que saciar mi sed de venganza.

Pero sabía que si aceptaba, Valentino de todas formas mataría a Cristianno y después reanudaría sus intenciones de asaltar Prima Porta.

—Ni se te ocurra, Kathia… —jadeó Cristianno porque también se había dado cuenta. Y no pensaba en su muerte o en lo que pudiera sufrir, sino en que seguramente no tendría oportunidad de salvarnos a todos si moría antes de tiempo. No podría protegernos.

Por eso me frustró mirarle, porque no entendió que iba a seguirle allá donde fuera, hiciera lo que hiciera. Que no iba a darme por vencida, que lucharía hasta dejarme la piel. No estaba manteniendo aquella conversación para ponérselo fácil a Valentino. No era tan estúpida como parecía, joder.

La hoja del cuchillo ardió sobre la piel de mi espalda.

—¡Cállate! —Le grité a Cristianno—. ¡No decidas por mí! —No fue un reproche cualquiera. Lo cargué de saña y rencor, pero Cristianno percibió el ritmo acelerado de mis pensamientos.

Me conocía bien, sabía que había aprendido todo lo que había podido de la mafia. Así que actuaría como tal. Como él hubiera hecho de haber estado en mi posición. Pero necesitaba su confirmación, necesitaba saber que podía seguir hacia delante con aquella maldita locura que tenía en mente.

Había llegado el momento de enfrentarnos cara a cara.

De terminar con aquello.

—Lo que tú digas, amor —susurró. Ahí estaba la respuesta.

Miré a Valentino.

Cristianno

—Hecho. —Aceptó Kathia. Y yo podría haber enloquecido, pero por un instante todo se detuvo y mi mente voló lejos junto a la de ella a un lugar al que nadie, más que nosotros dos, tenía acceso.

<<Soy tu compañera y vamos a terminar esto los dos juntos…>> Fue como si su voz se hubiera colado en mi cabeza. Como si de alguna manera Kathia hubiera logrado comunicarse conmigo sin moverse del lugar. Aquella conexión entre los dos me llenó de fuerza. Por un instante supe que los síntomas del contagio no podrían imponerse ante la energía que fluía dentro de mí, libre como un huracán.

Cierto, había llegado el momento de saciar uno de mis mayores deseos. Y por primera vez dejaría que Kathia asestara el primer golpe. Lo merecía tanto como yo.

Noté como el pecho de Valentino se hinchaba de orgullo pegado a mi espalda.

—Bien, pues acércate.

Kathia alzó el mentó y le plantó cara. Le retó.

—Primero suéltale —masculló refiriéndose a mí, y eso le hizo bastante gracia al Bianchi.

—Le soltaré cuando sepa que estás a mi alcance. —Extendió el brazo con el que sujetaba la pistola. Esa vez su aliento se derramó sobre mi mejilla procurándome un escalofrío de rabia—. Dame la mano. —Le dijo a ella y Kathia cogió aire con fuerza antes de comenzar a caminar hacia nosotros—. Buena chica, eso es.

Contuve el aliento y apreté los ojos. Estaba concentrándome. Debía tener el control de todos mis sentidos para lo que iba a pasar y no estaba del todo seguro de que pudiera conseguirlo. Pero me di cuenta de que así estaba siendo.

La respiración dominada, todas mis extremidades dispuestas en tensión, mi corazón latiendo a un ritmo estable. Y mi visión… perfecta.

Probablemente después de todo aquello me iría a la mierda, pero me sentí orgulloso de la tregua que me daba mi cuerpo.

Kathia extendió los dedos en dirección al brazo de Valentino. Este no se había dado cuenta de que su mano derecha lentamente se ocultaba tras la cadera y de que la sujeción sobre mi cuello se aflojaba. Estaba más pendiente de la presunción de creerse ganador, de saber que iba a volver a tener a Kathia, que asaltaría Prima Porta, que me asesinaría allí mismo.

—Incluso con esa expresión eres hermosa… —Lo dijo completamente fascinado, dejándose atrapar por la mirada gris plata de Kathia.

Entonces ella sonrió. Y seguramente pensó en la mafia antes de rodear la muñeca de Valentino con sus dedos. No pude ver el momento en que ella tiraba del brazo y empuñaba el cuchillo. Pero sentí como el cuerpo del Bianchi me empujaba por la inercia de la maniobra y después me liberaba por completo.

Un grito desgarrador.

Al levantar la vista, descubrí a Kathia presionando con ferocidad la hoja del cuchillo con el que había atravesado el brazo de Valentino. Apretaba los dientes y no dejaba de mirarle a los ojos mientras sus dedos empujaban el arma engrandeciendo la herida que empezaba a borbotear sangre sin control.

De pronto, Valentino le soltó un bofetón en la cara tirándola al suelo justo al tiempo en que yo me recomponía y me lanzaba contra él.

Era mi maldito turno.

Era él o yo, pero ambos sabíamos que juntos no podíamos compartir nuestro mundo. Uno de los dos debía morir.

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