Mafia

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Tercera parte » 57

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Kathia

Hubiera querido responder con todas mis fuerzas. Pero me quedé mirándoles luchar desde el suelo como si una losa hubiera caído sobre mí. Como si todo el miedo contenido hubiera decidido arrastrarme consigo, en ese preciso momento.

—Cristianno… —jadeé sin apenas voz al ver que iba a ser asfixiado por las manos de Valentino.

Empecé a arrastrarme. Mis uñas se clavaban en el asfalto, mi aliento se convertía en una especie de nube en cuanto se me escapaba de la boca. La lluvia me empapaba, me retenía. Pero no podía importarme, tenía que llegar hasta Cristianno.

Entonces se oyó un disparo.

Y Valentino cayó a un lado.

Todo mi cuerpo vibró con una violencia muy dolorosa. No era capaz de concebir lo que acababa de ocurrir. Pero empecé a entenderlo cuando vi a Cristianno subirse a horcajadas sobre el cuerpo agonizante de Valentino.

El modo en que su boca empezó a borbotear sangre me hizo creer que se asfixiaría mucho antes de que Cristianno vaciara el cargador de aquella pistola sobre su pecho. Pero, si fue así, nunca lo sabríamos. Porque Cristianno no dejó de disparar, incluso sabiéndose sin balas.

—¡MUERE! —Gritó desgarradoramente alto. Y yo cerré los ojos por un instante antes de empezar a escuchar el crujir de unos huesos.

Miré de nuevo. Cristianno estaba golpeando sin control el cadáver de Valentino. Había algo de enajenación en sus movimientos, frustración. Salvajismo. No concebía que su peor enemigo hubiera muerto. Que él mismo le había matado. No se sentía saciado.

Sollocé al tiempo en que volvía a arrastrarme por el suelo.

—Cristianno… —jadeé, pero él no escuchaba. Por primera vez tuve la impresión de estar muy lejos de él. Toqué su muslo—. ¡Basta! —exclamé y eso le trajo de vuelta junto a mí. Me miró con fijeza. Las pupilas habían absorbido por completo el extraordinario azul de su mirada. Le temblaban los labios y no percibía las lágrimas de rabia que se le escapaban de los ojos. Acaricié una de sus manos—. Se acabó, mi amor. Está muerto.

Pero yo tampoco fui consciente de esa realidad hasta que lo dije en voz alta.

<<Dios mío, se ha acabado…>> Y empecé a llorar.

—Ven aquí… —susurró Cristianno, que se lanzó a por mí y me rodeó con sus brazos.

Al dejarme atrapar por aquel emotivo abrazo, pude ver a Valentino, sin vida, desangrándose bajo la lluvia. Llevándose toda la crueldad consigo y el recuerdo de saber que una vez fui suya. Que me tuvo entre lágrimas.

Me aferré con fuerza a Cristianno. No quería pensar en ello en ese momento. Esa era la noche en la que iba a comenzar realmente mi vida. Era libre… Era libre de amar Cristianno, de gritar que Enrico era mi hermano, de no esconder lo orgullosa que estaba de pertenecer a una familia como los Gabbana. Iba a ser libre de recorrer el mundo, de soñar junto a mis amigos, de vivir experiencias inolvidables. Y quizás recordar todo aquello cuando estuviera sentada en el jardín de mi casa, viendo correr a mis nietos, aferrada a la mano del hombre de mi vida, sabiendo que lo había compartido todo con él. Cada día, cada instante.

Pero…

…aquella sangre no era solo de Valentino.

—Mi amor… —le susurré a Cristianno al oído. Y él me besó en la clavícula mientras mi corazón se desbocada.

Se alejó unos centímetros de mí, me miró a los ojos y acarició mi rostro con una de sus manos; la otra seguía sosteniendo mi cintura contra él. Entonces sonrió… y eso aumentó mi llanto. Y también el dolor.

—No llores más, cariño —susurró en mi boca. Sus labios pegados a los míos. Su aliento caliente acariciando mi lengua.

—Lo siento… —Me lamenté.

—¿Por qué dices eso? —preguntó él sin alejarse. Incluso dejó escapar una sonrisilla con la intención de tranquilizarme.

Él pensaba que me disculpaba por no haber sabido reaccionar cuando Valentino estuvo a punto de asfixiarle. Pero se equivocaba.

Se equivocaba. Y lo supo.

Agachó la mirada y ahogó un gemido escalofriante.

Cristianno

La herí al hacer presión sobre el agujero de su vientre, pero me dio igual. Lo que único que quería era taponar aquella brecha por la que se escapaba su vida. Y, maldita sea, se iría entre mis brazos. Moriría pegada a mi boca.

Miré a Kathia notando como me ardían los ojos, como las lágrimas cuarteaban mis mejillas al caer. Nada de lo que había hecho podía deparar un resultado así. Estaba diseñado para morir, incluso para ver morir a mis queridos compañeros, pero no para que ella se marchara antes que yo. No estaba preparado para perder a Kathia, lo había dicho mil veces, pero en esa ocasión la certeza me aniquilaba.

Mis temblores descontrolados se mezclaron con los suyos. Ella me miraba desolada mientras yo le exigía en silencio. Iba a luchar e intentar resistir, por mí, por su familia, pero ambos sabíamos que eso no bastaría.

—Lo siento… —Me acarició cuando empecé a negar con la cabeza. Su sangre me estaba empapando la mano. Me negaba a aceptar lo que estaba pasando.

—¡¡¡Qué alguien nos ayude!!! —grité de pronto mirando de un lado a otro en busca de cualquier rastro de humanidad.

—No van a llegar a tiempo —murmuró ella y odié saber que tenía razón.

Por eso…

—…Tienes que dejar que vaya a por ayuda —jadeé pensando en la manera de taponar su herida mientras yo buscaba a alguien o robaba un coche. O lo que mierda fuera.

—No quiero morir sola. —Quizás si no me hubiera murmurado en los labios, no habría sentido aquella enloquecedora impotencia.

—¡NO DIGAS ESO! —chillé provocando que ella cerrara los ojos. Me arrepentí de inmediato. Si resultaba que aquellos eran nuestros últimos minutos juntos, los estaba tirando a la basura—. Me cago en la puta… —gemí apoyando mi frente en la suya—. No puedes hacerme esto, Kathia.

Y entonces ella se desplomó entre mis brazos. Ya no soportaba mantener la postura, se quedaba sin fuerzas y yo no podía hacer nada.

—¡AYUDA! —volví a gritar mientras su cabeza se apoyaba en mi brazo. Incomprensiblemente la besé. En la boca, en las mejillas, en la frente.

Con lo poco que tenía de resistencia, Kathia levantó una mano y la colocó en mi pecho. Notó el ritmo endiablado de mi corazón, el modo en que se estaba desintegrando. Ella reconoció mi dolor, lo había experimentado cuando creyó que yo había muerto. Pero no era una situación similar. Kathia iba a morir de verdad. No iba a entender por lo que yo iba a tener que pasar…

—No me arrepiento… —murmuró sin saber que yo ya estaba pensando en el modo de seguirla allá donde fuera—…de nada de lo que he vivido contigo. De nada.

—Cállate, por favor —susurré en su boca.

—Te quiero… —Siempre que lo decía me estremecía. Que alguien me amara de aquella manera era fascinante. Pero en ese momento aborrecí esas dos putas palabras. No quería oírlas.

—No, no te despidas de mí…

—Déjame…

—¡No! —exclamé parando su insistencia. Comprendía que ella quería dejarme bien claros sus sentimientos por mí y asegurarme de que yo no era culpable de su final, pero se equivocaba. No había sabido protegerla—. No puedes dejarme ahora. ¡¿Qué coño quieres que haga sin ti?!

—Cristianno… —Esa mirada suya… insistía en vivir. Kathia en realidad no quería irse y me molestaba que estuviera aceptando su final.

<<Llévame contigo>>, pensé de pronto.

—Cariño, solo aguanta un poco, ¿vale? —Pero la herida latía cada vez con menos fuerza. Se nos agotaba el tiempo—. Un poco, mi amor.

Apreté los ojos con mi rostro completamente pegado al suyo. Saboreé el miedo, la tristeza, el delirio.

—Es una buena muerte, Cristianno —admitió ella. Su voz muy débil—. Me voy amándote con todo mi corazón.

—No… —sollocé—. No dejaré que te vayas a ningún lado.

—Mi compañero… —Ese fue su último aliento. Y murió con los ojos abiertos, pegada a mi boca, llevándose consigo todo el sentido por el que vivía.

—¡¿Kathia?!

Pero era un necio si pensaba que iba a responder. Sacudí su cuerpo, busqué en sus ojos… Allí ya no quedaba nada más que un cuerpo sin vida. La mujer que me había definido, por la que tanto había luchado, se había ido de mi lado.

—¡NOOO! ¡KATHIA! —Chillé al cielo, pegando su cuerpo a mi pecho como si de alguna forma parte de mi existencia fuera a resucitar la suya—. ¡No puedes hacerme esto! ¡No puedes dejarme así! ¡KATHIA!

Lloré, grité, temblé, perdí la razón. Y aun así nada de lo que dijera o sintiera cambiaría el hecho. Por mucho que una parte de mi insistiera en que aquello no era cierto.

—Kathia, mi amor… —Mi voz ahora hundida en el lamento y las lágrimas.

Miré al cielo sabiendo que no tardaría en consumirme en los síntomas del contagio.

<<No la dejes ir, Fabio… No te la lleves>>, le rogué a mi tío como si fuera mi único Dios.

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