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Retales madrileños » 14. Madrid y la política y la prensa

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14 Madrid y la política y la prensa

Nadie ha descrito mejor que el madrileño Ortega y Gasset el «problema político de Madrid» y «el conflicto» que otras regiones españolas, principalmente las comunidades autónomas vasca y catalana gobernadas por los nacionalistas, mantienen con la capital. Léase La redención de las provincias (1931), uno de los grandes libros sobre Madrid: «Hemos visto que en los últimos veinticinco años [léase noventa] no se hace, políticamente, en España otra cosa positiva que una cosa negativa: hablar mal de Madrid, de la capital; es decir, del Estado u organización política que ella simboliza. Hora es ya de que cambie el disco». Y todo porque «“nación” y Madrid son términos equivalentes e indiferenciados. Se toma a la nación como un Madrid, se toma a Madrid como lo normal de la nación», frente a la provincia, «simplemente un torpe tatuaje con que se ha maculado la piel de la Península. ¡Con su capital sórdida, lenta, ni cortijo ni corte, donde se pasea un gobernador petulante, donde se cocinan todas las inmundicias políticas y no se emprende nada!».

278. José Ortega y Gasset, La redención de las provincias , Revista de Occidente, 1929.

Por su parte Azorín, en su libro Madrid , apuntaba al carácter político de esta ciudad. «Cánovas define la gobernación del Estado como el arte de lo posible. Y Sagasta practica lo que ha llamado Baltasar Gracián en su Oráculo manual , el “arte de dejar estar”». En Madrid los políticos saben que las cosas se esperan, llegan y pasan.

La política en España se lleva haciendo en Madrid desde 1561 y en Madrid se ha vivido apasionadamente la política: el madrileño, de cualquier clase social, se considera protagonista de la historia y ha participado, en mayor o menor medida, en autos de fe y ajusticiamientos públicos, recibimientos reales, revueltas (con las tropelías que a veces han ido emparejadas a ellas: quema de conventos, asesinato de frailes, barricadas, «paseos», atentados), manifestaciones o huelgas generales.

En Madrid se reparten sinecuras, cargos y beneficios y en Madrid vivirán de la política, directa o indirectamente, miles de personas relacionadas con la administración del Estado. Esto ha tenido un efecto llamada parecido al de otras actividades como las artes, el periodismo, las finanzas. Y al revés, precisamente por todo ello Madrid va a estar más expuesto a revueltas, hambres, carestías, revoluciones, sitios, magnicidios y atentados terroristas que otras ciudades españolas (el último, 2004, perpetrado por islamitas, causó algunas víctimas mortales menos que los famosos fusilamientos del 2 de mayo de 1808, pero diez veces más heridos), así como a las periódicas «crisis de gobierno», que llenaron las casas del siglo XIX de cesantes.

Madrid ha visto levantamientos populares (motín de Esquilache –casi treinta muertos– y matanzas del 2 y 3 de mayo de 1808 –más de cuatrocientos–) y atentados contra reyes (Fernando VII, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII; este, con veintiocho muertos, hizo famoso al anarquista Mateo Morral, quien al parecer había anunciado su crimen en la corteza de un árbol del Retiro: «Ejecutado / será el Rey / el día de su enlace / Un irredento»: Pío Baroja lo visitó en la cárcel, Ricardo Baroja le hizo un retrato y Valle-Inclán le dedicó un poema); asesinatos de presidentes de gobierno y políticos relevantes (Juan Prim, José Canalejas, Eduardo Dato, José Calvo Sotelo, Luis Carrero Blanco); innumerables ajusticiamientos militares (los generales Riego, Diego de León y Fanjul); «paseos» o asesinatos durante la guerra civil (entre ocho y doce mil muertos, en su mayor parte por razones religiosas o ideas políticas), ejecuciones del franquismo tras juicios sin garantías (cerca de tres mil solo en los primeros años del Régimen, de las que trescientas fueron a responsables de los «paseos»); y crímenes del terrorismo de Eta y del terrorismo islamita (con casi doscientos muertos).

El posibilismo y el aventurismo políticos han conformado unos tipos y sus contratipos netamente madrileños: el escalafonista y el cesante, el pícaro y el burócrata, el oportunista, el temerario y el maquiavélico, el conspirador y el cobista, el emprendedor y el tramposo, el político de ley y el politiquero, el golfo y el obrero. Pla, que conoció bien ese sistema, describió de una manera cruel al funcionariado madrileño: «El único interés de casi todos los funcionarios era el empleo que tenían, el escalafón y el sueldo que acreditaban. En la época de la monarquía, fueron apasionados monárquicos hasta la ramplonería. Con la Segunda República, fueron furiosamente republicanos hasta lo grotesco. Quien no ha vivido el 14 de abril en Madrid no puede hacerse a la idea de la unanimidad. En la época de la guerra civil, fueron en general neutralistas, se pusieron a verlas venir. Cuando la economía dirigida les favoreció [durante el franquismo], manifestaron su entusiasmo de forma explícita. El día de mañana estarán con quien mande, sea quien sea». En otro momento se refiere Pla al «pasteleo, palabra vivísima en el léxico político madrileño, que se ha practicado más que en cualquier otro sitio».

Después de un siglo XIX en el que la política madrileña fue un enrevesadísimo vodevil con pronunciamientos y precipitados cambios de gobierno, incluido el broche final (el batacazo del 98: Cuba, Filipinas y Puerto Rico), más moral que económico, y un primer tercio del XX que, tras las guerras en las colonias africanas, embarcó a muchos en los idearios nacionalistas (bolcheviques y fascistas y su promedio local: nacionalismo español e independentismo vasco y catalán), Madrid desembocó como ninguna otra ciudad española en la dictadura de Franco, o al revés, la dictadura de Franco volvió a hacer de Madrid un Alcázar al que venían de todas partes, principalmente desde las provincias vascongadas y catalanas, a las que el Caudillo favoreció con un florido pensil de medidas proteccionistas. En cuarenta años no hubo otra política en Madrid que la personal de Franco, emanada de su palacio del Pardo y cursada al resto de España a través del Boletín Oficial del Estado, que propició más adhesiones inquebrantables que ninguna otra instancia oficial u oficiosa.

Cuando en 1975 murió Franco (en la cama), entre el franquista secretario general del Movimiento (Adolfo Suárez), el secretario del Partido Comunista (Santiago Carrillo) y el rey (Juan Carlos I) dieron paso al más formidable de los primores políticos, verdadero encaje de bolillos conocido con el nombre de Transición democrática. Franquistas y comunistas, republicanos y monárquicos, vencedores y vencidos de la guerra civil, liquidaron, con el rey a la cabeza, la dictadura a la que este debía su corona, y sellaron su reconciliación en 1978 en una Constitución que dio carta de naturaleza a la monarquía parlamentaria y al Estado de derecho, sustentado en un régimen de autonomías regionales, históricas o de nueva planta.

Aunque muchas de las competencias se transfirieran a las correspondientes comunidades autónomas, Madrid ha seguido siendo la capital de Estado y sobre todo la capital de España, pese a la creciente desafección de los nacionalistas regionales: mientras una parte del «pueblo vasco» (trescientas mil personas) encomendó la tarea de la independencia a la banda terrorista Eta, que cometió ochocientos cincuenta asesinatos (de los cuales ciento veintitrés en Madrid) hasta su definitiva derrota policial y el encarcelamiento de sus militantes, las autoridades nacionalistas catalanas promovieron unilateralmente la independencia de Cataluña y proclamaron la República Catalana, que duró veintisiete segundos de 2017, a la espera de que el «pueblo catalán» (dos millones de siete) la refrendara en la calle, lo que hicieron ese mismo día durante un cuarto de hora unas quinientas personas, tan entusiastas como a la postre boquiabiertos al ver que los principales responsables políticos del golpe de Estado acababan en la cárcel y condenados a largas condenas, bien es cierto que solo «por ensoñación».

En la actualidad Madrid es la sede tanto de las instituciones de una de las Comunidad más importantes de España como, sobre todo, de las del Estado, así como de entidades financieras y empresas nacionales e internacionales, y de un gran número de instituciones culturales y corporaciones deportivas.

Por esta razón Madrid es hoy la ciudad donde es más notoria la actividad política, tanto de las élites (congresos, convenciones, tribunales de justicia), como de la ciudadanía (con manifestaciones y concentraciones de variopinto alcance, color y propósito).

E indefectiblemente unida a la política, la prensa madrileña, irradiadora de ideas y consignas para toda España.

El primer periódico de Madrid se publicó en 1758 con el título de Diario noticioso, curioso, erudito y comercial , y cambió su nombre en 1788 por el de Diario de Madrid . Desde entonces no hizo sino crecer en número de publicaciones, de lectores y de importancia con diarios y semanarios de todas las tendencias (liberales, conservadores, monárquicos, republicanos, ateos, confesionales, satíricos, artísticos, recreativos, sindicales y políticos, de grandes tiradas y de cortas, longevos y efímeros, de pequeño formato y tabloides, en mal o buen papel, matutinos, vespertinos y nocturnos).

Los vertiginosos avances técnicos permitieron aumentar las tiradas e introducir en ellas grabados y litografías, primero, y fotografías después. Toda una legión de muchachos los voceaban en los cafés, en la Puerta del Sol y en las entradas de los teatros, mientras otros los llevaban en mano a los suscriptores.

Divertidos fueron, sacudido el yugo del absolutismo, los periódicos satíricos desde el primer tercio del XIX . Solo el título llama a la risa y destaca en la mayor parte de ellos el esmero de los cajistas y caricatos: El Duende de los Cafés , El Trabuco , El Zurriago , La Tercerola , La Holla Podrida , El Gato Escondido , El Garrotazo , Voces de un Mudito , El Mata-moscas , El Jorobado , Fray Gerundio , La Risa , El Fandango , El Motín, El Globo, El Escritor sin Título.

Fueron importantes a mediados del XIX algunas publicaciones ilustradas de corte liberal, espectaculares desde el punto de vista técnico, en especial La Flaca , El Museo Universal y El Semanario Pintoresco Español . Se inauguró en ellos una tradición iniciada por Larra a comienzos del XIX : a saber, los escritores españoles tendrían que vivir del periodismo más que de su literatura.

A finales del XIX había en España cerca de cuatrocientos periódicos, de los cuales más de ciento cincuenta, los más importantes entre ellos, se hacían en Madrid (El Imparcial , El Liberal , La Correspondencia de España , El Heraldo de Madrid y muchos más: se pasó de 380 en 1878 a 1980 en 1913). A estos fueron añadiéndose algunos otros Abc (monárquico), El Debate (clerical), El País o El Sol (liberales ambos). Especialmente importante fue Los Lunes del Imparcial , en el que colaboraron los mejores escritores, de Galdós a Ortega y Gasset, de Unamuno y Azorín a Julio Camba o Chaves Nogales.

El paréntesis de la dictadura franquista significó para el periodismo un duro golpe, porque sin libertad no hay noticias y llenar periódicos sin verdaderas noticias es como jugar al tenis sin red. Pese a ello sobrevivieron en la cuerda floja un puñado de grandes escritores y periodistas como Gaziel o Pla, Azorín, Cunqueiro o Ruano en los tradicionales periódicos madrileños que compartían su adhesión al Caudillo: Abc («el auténtico») Ya (heredero de El Debate , clerical), Arriba (falangista), Pueblo (sindicalista), Informaciones (pronazi primero y aperturista después) o Madrid (opusdeísta y aperturista). En ese panorama solo dos periódicos lograron mantener su compromiso con la realidad, sin traicionarla: El Caso (sucesos) y La Codorniz (humor).

La llegada de la democracia supuso la desaparición paulatina de todos estos grandes periódicos, excepto Abc , y la aparición de El País , Diario 16 , El Mundo, El Sol , La Razón y otros de vida efímera, hasta desembocar en la era digital, donde la ubicuidad de los periódicos es la característica general.

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