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Retales madrileños » 15. Madrid y los museos y las academias

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15 Madrid y los museos y academias

Para los amantes del arte Madrid es, fundamentalmente, el Museo de Prado, como Londres es, para otros, el Museo Británico y la National Gallery, París el Louvre, Nueva York el Metropolitan, Ámsterdam el Rijksmuseum, Viena el Kunsthistoriches Museum o Venecia la Academia. Hay también en Madrid, al igual que en esas grandes ciudades, museos «secretos»: la colección Guimet en París, La casa della vita de Praz en Roma, la Frick Collection en Nueva York o San Giorgio degli Schiavonni en Venecia.

Existen en Madrid algunos más que estos que se citan a continuación, pero estos han sido a los que ha ido uno más veces.

1. Museo del Prado . Continente (bellísimo) y contenido (completo). Puede hacer ociosos todos los museos de pintura del mundo, de la misma manera que hay lectores de un solo libro, si es el Quijote .

279. Antigua sala de Velázquez en el Museo del Prado.

2. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando . El palacio es grande y un poco fúnebre, con paredes que rezuman ciencia académica y reumatismo todo el año, pero hay en sus colecciones clásicas algunos de los goyas más felices y otras maravillas, suficientes para disipar la impresión que los cuadros de los académicos recientes hayan podido dejar en el visitante.

3. Museo Naval . Podría llamarse también a este museo el de los sueños, porque todo él está relacionado con ellos y lo desconocido. Lo que se muestra en él, maquetas minuciosas o monumentales, astrolabios, brújulas, mapas, parece indisolublemente unido al silencio con el que fue todo ello realizado. En Madrid, tan manchega, tiene un valor añadido y especial: la prueba de no hay barco feo ni un mar que no sea misterioso.

4. Museo Lázaro Galdiano / Museo Cerralbo / Museo del Romanticismo (antes Museo Romántico ). Los dos primeros fueron en origen las casas de dos ricos, uno liberal y otro carlista, y conservan algo de domicilio particular. La prueba de que la pulsión de un coleccionista es superior a sus ideas y los hermana. El Romántico es también la reconstrucción de la casa particular de un noble. En los tres hay de todo, espadas y cuadros, esculturas y abanicos, lámparas y palmatorias, bonito y feo, caro y barato, son lo más parecido a un Rastro de lujo, con el consiguiente desasosiego, porque en ellos mucho de lo que es auténtico parece falso, y lo falso no acaba de parecer bueno, al contrario de lo que sucede en otros museos. Es injusto, hélas!

5. Museo Arqueológico . De vez en cuando hay que visitar un museo arqueológico, no tanto para recordarnos de dónde venimos, sino que en arte no hay progresos, sino insistencias. Sobre su escultura más valiosa, la Dama de Elche, se han vertido toda clase de sospechas a propósito de su autenticidad (hay quien la supone una mixtificación del siglo XIX ). A su lado la Dama de Baza, aún más hermosa y sobre cuya autenticidad no hay asomos de duda, corrobora que en arte la originalidad está sobrevalorada. Y en un rincón un prodigioso ábaco rabdológico y un reloj de sol romano que habla a través de un agujero hecho en la piedra, sin gnomon, o sea sin sombra, de sol a sol.

6. Museo de Ciencias Naturales . No es, en efecto, ninguno de los espectaculares museos de ciencias naturales del mundo (Londres, París, Ottawa, Washington, Belgrado o Buenos Aires). Tiene algo de la colección particular de un cazador aficionado de mariposas (se formó, en efecto, a partir del Gabinete de Historia Natural de Pedro Franco Dávila, un ilustrado que logró con él el primer gran éxito de afluencia de público en Madrid, cuando se exhibió en el palacio Goyeneche, hoy sede de la Academia de Bellas Artes). Hay una foto, hecha durante la guerra civil, en la que se ven todos sus elefantes, jirafas y leones disecados desfilando por la Castellana, como hacia el Arca de Noé. De modo que puede preguntárseles de aquella guerra, son los únicos supervivientes.

280. El Museo de Ciencias en los altos del Hipódromo.

7. Casa Museo Lope de Vega . Aunque el emplazamiento (en el barrio de las Musas) y una de las crujías de la casa sean originales, lo demás es una recreación, pero muy lograda. Ilustra lo que sería la casa de una persona acomodada del siglo XVII , y los pájaros de su jardín cantan en castellano antiguo. Yo he ido a esa casa museo mucho porque cuidaba de ella un amigo, pero sobre todo a llevar a cabo un acto de justicia poética: la mayor parte del tiempo lo he dedicado allí a pensar en Cervantes, que desde luego merecía la casa tanto o más que su dueño, y que murió pobre como una rata al lado, a la vuelta de la esquina.

281. Casa Museo Lope de Vega, jardín.

8. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía . Dedicado al arte del siglo XX y actual. Yo dejé de ir hace quince años, cuando vi que el actual director escondía la mitad de los cuadros de Solana y el resto los dispersaba, como hacen los policías con las manifestaciones no autorizadas. Y, claro, con el dinero de todos, que es como resultan mejor las pedagogías. Entre eso y lo que voy viendo por los periódicos que exponen allí, me lo he ahorrado, a la espera de que vuelva a dirigirlo alguien sensato. Ni que decir tiene que lo visitan al año cientos de miles de personas, al igual que el museo del Real Madrid Club de Fútbol, el segundo, tras el del Prado, en eso de las visitas.

9. Museo Sorolla . Fue su casa, donde vivió y murió este pintor de facultades portentosas, un envidiable palacete años veinte, de dos plantas, con su pequeño jardín, fuente incluida. Sus cuadros más famosos están en los museos (la Hispanic Society de Nueva York o el Casón del Buen Retiro), pero aquí se custodian sus bocetos y apuntes en tablillas que son a su obra lo que la música de un jilguero al bramido del mar. Fue el pintor de moda en su tiempo, disputado por reyes y millonarios, y quien dio continuidad con más brillantez a la gran pintura del XIX , de los Madrazo a Aureliano de Beruete, de Rosales a Ignacio Zuloaga, todos ellos pintores de Madrid.

282. Jardín de la casa de Sorolla, 1919.

10. Museo Thyssen . Sus fondos, comprados a un rico y ampliados años después, en régimen de préstamo, por su viuda, están depositados en el palacio de Villahermosa, de titularidad estatal. Cuando se inauguró (1999), el entonces director del Prado protestó: «con los fondos del Prado guardados en los almacenes se podrían hacer siete thyssenes», dijo. Es cierto, como también que es el único museo español donde se puede ver un cuadro de Van Gogh, otro de Carpaccio y algunas exposiciones temporales de pintura del XIX y del XX de interés.

Y junto a los museos, las academias como centros de ordenación y tutelaje de los distintos conocimientos científicos y artísticos. Las hubo en Madrid desde Felipe II, que creó la primera, de Matemáticas, en 1582, y proliferaron en el XVII de todo tipo, desde la Academia de los Humildes, a la que perteneció Lupercio Leonardo de Argensola, a la del Buen Gusto, ya en el XVIII . De las Reales la primera, por iniciativa de Felipe V, fue la Academia Española o de la Lengua (1714), a la que siguieron la de Farmacia (1737), la de Historia (1738), la de San Fernando de Bellas Artes (1752), la de Jurisprudencia (1763), y después las demás, Medicina, Ciencias Exactas, Ciencias Morales… Todas ellas han itinerado por diferentes sedes, a las que se ha tratado de dotar en todo tiempo de edificios acordes con su magisterio, modestas en unos casos (Farmacia, Medicina), e imponentes en otras, en palacios o caserones aparatosos y bonitos (Historia, Bellas Artes y la de la Lengua). La de Ciencias Exactas, pequeña, neoclásica y medio escondida en la calle Valverde, es por dentro como un gabinete de curiosidades de la Ilustración. Si bien durante dos siglos fueron dinamizadoras de la vida cultural madrileña, la importancia de unas y otras es hoy desigual, siendo la más consultada y requerida la Rae, encargada de los arbitrajes sobre la lengua y la confección de su célebre diccionario, en el que, por cierto, en la palabra académico/a no figura su acepción más extendida: pesado, inane, insoportable. Con todo y con ello, y aunque su papel lo compartan ya con otras instituciones científicas y artísticas más relevantes y algunas no pasen de ser meros clubs sociales, a las academias se les debe un respeto siempre, siquiera sea por su pasado, y más en un país en el que ni las dinastías duran doscientos años seguidos.

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