Lola

Lola


CAPÍTULO 19

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CAPÍTULO 19

Pasaban los días y Mario estaba desesperado. No sabía cómo convencer a Lola de que la quería y que la necesitaba. Ella no le creía, y no era para menos; se había llevado tantas decepciones con él que estaba escarmentada y no se fiaba de él. Se sentía impotente. Por mucho que lo intentaba y se esforzaba, no lograba convencerla de que sus sentimientos eran verdaderos y que no lo hacía, como ella creía, por tener una simple compañera de aventuras.

Esa tarde, como durante toda la semana, Mario llegó a la Comisaría de Gavá, aparcó la moto y entró yendo directamente a los vestuarios, se puso el uniforme y recogió su arma antes de ir al despacho. Mario era sargento de la Unidad de Investigación en la Comisaría de Gavá. Estaba situada casi a las afueras del municipio, muy cerca de la carretera que llevaba hasta el pequeño municipio de Begues y que Mario había recorrido tantas veces en moto junto con Lola.

Estaba concentrado. El asunto que estaban investigando lo requería, pero Lola se colaba en su mente en cualquier descuido y allí se quedaba. No podía dejar de ver su cara, esos ojos felinos que lo miraban hipnotizándolo y esos labios insinuantes que lo invitaban a tomarlos. La constante negativa de Lola lo tenía demasiado nervioso. Cuando menos se lo esperaba, se quedaba mirando fijamente un punto, completamente distraído. Y es que últimamente se abstraía en cualquier lugar y momento, le costaba concentrarse, y cualquier distracción, por pequeña que fuera, le hacía volar, y el destino siempre era el mismo: Lola.

La frialdad de Mario a la hora de analizar todo lo que sucedía a su alrededor se desvanecía en cuanto ella inundaba su mente, y en un trabajo como el suyo, que exigía siempre una concentración extrema, un pequeño descuido podía resultar muy peligroso.

Y tantos días llevaba tentando a la suerte que, al final, esta lo encontró.

Esa misma noche habían recibido un chivatazo de un confidente avisándolos de que en tres pisos de la localidad del mismo Gavá, y que su propio equipo vigilaba desde hacía unos días, se había realizado un importante intercambio de droga. En cuanto recibieron la información y la pusieron en conocimiento de la central de Sant Feliu, les llegó la orden de prepararse para el asalto. Querían impedir que la droga se moviera a través de pequeños camellos.

El cuerpo especial, los ARRO, el Área Regional de Recursos Operativos, serían los encargados de llevar a cabo la acción en colaboración con los agentes dedicados a la investigación en esa misión. El asalto se realizaría en tres puntos diferentes: dos pisos en el mismo centro de Gavá, separados entre sí por unas cuantas calles, y el tercero en un barrio periférico, alejado del casco urbano. El asalto se planeó concienzudamente, y desde las primeras horas de la noche, se esperó el momento más propicio para hacerlo. Se realizaría simultáneamente en los tres puntos para cogerlos por sorpresa y evitar la comunicación entre ellos.

El sargento Mario sería el coordinador de la operación, actuando desde la zona más conflictiva: el barrio localizado a las afueras, donde se encontraba la mayor parte de los supuestos delincuentes. Llevaban tiempo vigilando a los ocupantes de esos pisos, dedicados sobre todo a proveer a pequeños vendedores callejeros, la mayoría de ellos drogadictos que vendían para asegurarse su dosis diaria y que actuaban en diferentes puntos de ocio de la comarca. En todo momento estuvieron ayudados por la Policía Local, que vigilaban los alrededores sin levantar sospechas.

A las seis de la mañana, la policía irrumpió en los tres pisos a la vez. En los dos del centro no hubo problemas a la hora de la detención. En uno, detuvieron a un hombre junto con dos mujeres y tuvieron que llamar también a los servicios sociales para que se hicieran cargo de dos niños de corta edad a los que una de las agentes trató de tranquilizar. Con el alboroto, los pequeños estaban asustados y no dejaban de llorar. En el otro piso tampoco hubo incidencias, pero en el piso situado en la periferia, donde Mario estaba al mando de la operación, la detención se complicó y tuvieron que actuar de forma violenta.

Era donde más narcotraficantes había. Dentro se encontraron a cuatro hombres blancos y, antes de poder reducirlos, a uno de ellos le dio tiempo de coger una pistola que tenía escondida bajo la almohada. Los agentes no pudieron entrar hasta que el delincuente gastó todas sus balas. Se emplearon a fondo y le causaron alguna lesión al detenido.

Cuando todos los individuos estuvieron desarmados y esposados en el suelo, Mario les recordó a los agentes sus obligaciones. Con las prisas y los nervios podría darse el caso de olvidar tan importante trámite.

—¡Leedles sus derechos antes de proceder con la inspección del piso! —les gritó.

—¡Señor! —gritó un de los agentes—, procedemos al registro.

—Id con cuidado y abrir bien los ojos. No quiero heridos —los advirtió Mario antes de que sus hombres se dispersaran por el piso.

Se suponía que todo estaba controlado, así que Mario se quedó en aquella habitación donde minutos antes habían arrestado a tres supuestos narcotraficantes. Bajó su arma y miró a su alrededor, pero nada le llamó la atención. La habitación solo tenía un sofá donde uno de ellos dormía y una puerta de armario. Se suponía que esa habitación era segura y había estado registrada por sus hombres, pero en el transcurso de la detención, ese pequeño detalle se pasó por alto y se dio el registro por finalizado.

En ese mismo momento, un armario se abrió de repente y el seco sonido que hace un arma cuando se dispara retumbó en la pequeña habitación. A partir de entonces, se precipitaron los hechos. Se volvió a escuchar otra detonación y, cuando el resto de los agentes corrieron hacia la habitación en la que se habían producido los disparos, al entrar, comprobaron que el sargento había sido alcanzado por una bala en la cabeza, dejándolo malherido en el suelo mientras empuñaba su arma apuntando a un muchacho que también estaba en el suelo y presentaba otro impacto en la rodilla. Los gritos del muchacho se escuchaban desde gran parte del barrio. Los vecinos, que no se habían despertado con la irrupción violenta en la vivienda, lo estaban haciendo en ese momento por los alaridos de dolor del delincuente.

Cuando Mario vio entrar a sus hombres, bajó el arma y dejó caer su cabeza, que no dejaba de sangrar, mientras escuchaba las órdenes y prisas de sus hombres. Poco a poco, fue perdiendo la consciencia. Escuchaba esas voces como si fueran alejándose, y sintió que lo movían e intentaban tirar de él muy deprisa. La oscuridad se fue apoderando de su conciencia, filtrando en su cabeza aquellas voces que cada vez parecían más lejanas, dando lugar a un profundo silencio.

En el último segundo de seminconsciencia, mientras la oscuridad se cernía sobre él, pensó en Lola, y con la imagen de la que era el amor de su vida, cayó inconsciente.

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