Lola

Lola


CAPÍTULO 23

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CAPÍTULO 23

La revisión que le hicieron una semana después solo les confirmó lo que imaginaban, que Mario estaba perfectamente. La herida de la operación cicatrizaba rápidamente. No había ningún daño interno ni coágulos, y tampoco quedaba ni rastro de la inflamación. Su cabeza estaba como si nunca la hubiera traspasado una bala. ¡Era un milagro!

Lola no se separó de él; claro que él tampoco se lo permitía. Tomó su mano en cuanto salieron del coche y no la soltó hasta que los médicos le hicieron pasar para realizarle una serie de pruebas. Realizada la revisión, tan exhaustiva que no quedó ni un solo rincón de su cabeza por examinar concienzudamente, pasaron a la consulta. El cirujano, después de comprobar las placas y el resto de las pruebas, les dijo que casi veinte días después del disparo no había ni una pequeña huella ni secuela. No había nada, a excepción de la cicatriz.

El médico estaba tan sorprendido por la rápida recuperación y la ausencia de daños que les confesó que cuando entró en el quirófano, no tenía esperanzas ni de que llegara a salir de la mesa de operaciones. Pero su caso le demostraba que nunca había que tirar la toalla, y sería siempre un ejemplo para recordárselo y luchar hasta el final por cualquier paciente, por difícil que fuera la situación a simple vista.

Soltaron todo el aire que retenían y por fin se relajaron por completo. Después de tantos días de tensión y miedos, todo quedaba atrás, como si de un mal sueño se tratara. Le habían hecho una serie de recomendaciones: nada de ejercicios bruscos y evitar los viajes en avión o sumergirse a cierta profundidad para prevenir cualquier lesión que una presión a causa de la altitud pudiera ocasionar en el cerebro, al menos durante los primeros meses.

Ya salían de la consulta cuando Mario se volvió hacia el cirujano con una sonrisa que dejaba sin aliento.

—Doctor, puedo hacer vida normal sin excesos, pero me imagino que ahí entra el sexo, ¿no es así? ¿Me da el alta en ese aspecto también? Quiero saberlo antes de llegar a casa y que mi novia —dijo, mirando a Lola— me diga que no puedo hacer esfuerzos, como lleva diciéndome toda la semana.

El cirujano los miró a los dos y no pudo evitar soltar una fuerte carcajada. Lola, a su lado, no sabía dónde esconderse. Estaba roja como un tomate. No se lo iba a perdonar. Al menos podría haber sido un poco más discreto y haberlo preguntado con disimulo. «¡Qué va, él directo!».

—Tienes el alta en ese terreno también —le dijo sin dejar de reírse.

—¿Ves, cariño? ¿Has entendido bien al doctor? Ya no te valen las excusas.

Lola lo miraba apretando los dientes y jurándose que, cuando salieran de la consulta, lo que una bala no había podido hacer con él, ella lo haría: lo iba a matar. En la vida había pasado tanta vergüenza como estaba pasando en ese momento. ¿Y él qué hacía? ¡Se lo estaba pasando en grande a su costa! «Bueno, ya veremos quién ríe el último».

Ninguno de los dos dijo nada. Se cogieron de la mano y en silencio caminaron hasta llegar al coche. Antes de soltarse para entrar en el coche, Mario la atrajo hasta pegarla por completo a su cuerpo y, estrechándola con fuerza contra su cuerpo, le susurró al oído:

—Tienes una deuda conmigo y quiero cobrármela ¡ya!

—Pero ¿se puede saber qué tornillo te han quitado de esa cabeza? ¿Cómo has podido hacerme eso? ¡Me has puesto en evidencia!

—¡Lola, por Dios, que es el doctor! ¡No querías que se lo preguntara a la enfermera de la recepción! Además, si no lo hubiera hecho, al llegar a casa no me habrías dejado hacer nada. Sé que tienes miedo de que me suceda algo, por eso lo he preguntado delante de ti. Pero yo ya se lo había preguntado antes y ya sabía su contestación, solo quería que tú la escucharas.

Y sin añadir nada más, la besó con una pasión y un deseo que desbordaba los sentidos, como nunca había besado a nadie, solo a ella, a su amiga, a su confidente, a su compañera, a su amor, a la mujer de su vida, a Lola.

Los segundos pasaban y no se separaban. La intensidad del beso aumentaba, y si no ponían fin, acabarían desnudos en medio de aparcamiento del hospital. Así que fue Mario el que se separó un poco y, con la voz ronca de deseo, le pidió las llaves del coche. Lola estaba en una nube y no atinaba, y tuvo que ser Mario el que cogiera su bolso; bueno, mejor dicho, la leonera que llevaba colgada en su hombro. Tras unos minutos de búsqueda sin éxito, decidió volcar el contenido sobre el capó del coche, así las encontraría antes.

—¡No entiendo cómo puedes encontrar algo aquí! —le dijo, metiendo rápidamente todo lo que había esparcido sobre el capó para encontrar las llaves del coche.

—¡Es cuestión de práctica, cariño! —Lola sonrió, ayudándolo.

Se sentaron en el coche sin apenas poder reaccionar y Mario lo puso en marcha. Sin darse cuenta del trayecto, se presentaron bajo el piso de él, con tanta suerte que un coche se iba y aparcaron en un momento. Solo cuando salió del coche, Lola se dio cuenta de dónde estaban.

—Mario, ¿se puede saber qué hacemos aquí? Habíamos quedado en que hoy todo el mundo iría a casa para celebrar tu recuperación. Vamos a juntarnos todos los Egea y los Casal. ¿Se puede saber por qué hemos venido a tu casa?

—Porque son las once de la mañana y, hasta la hora de comer, al menos nos quedan tres horas, y tú y yo vamos a ponernos al día ahora mismo. Tienes una deuda conmigo y quiero cobrarla en este mismo momento. Y porque si no hago ya el amor contigo, no voy a poder concentrarme en la comida, y necesito tener los cinco sentidos para el interrogatorio al que nos va a someter toda la familia. ¿Queda claro?

—Sí, queda claro, y estoy de acuerdo contigo. A mí me pasa lo mismo. No atino a hacer nada y creo que solo pienso en una cosa. Pero no voy a consentir que hagas las cosas a tu bola sin consultarlo conmigo o tendremos problemas, ¿queda claro?

—Muy claro. A partir de ahora, lo debatiremos todo, pero en esto estamos de acuerdo, ¿no es así? Pues no se hable más. ¡Andando!

Los dos subieron las escaleras casi corriendo, y es que la ansiedad los estaba matando. En cuanto entraron en el piso de Mario y cerraron la puerta, se fundieron en un abrazo y un beso que todavía los encendió más. No podían aguantar ni un minuto más. Habían sido muchos días los que se habían contenido, ya que su deseo se había visto frenado por las indicaciones médicas. Pero el médico les acababa de decir que hicieran vida normal, y eso era lo que se disponían a hacer en ese mismo momento. Iban a follar hasta que perdieran el sentido. Antes de llegar a la comida familiar tenían muchas horas por delante.

Lola tan impaciente como Mario, se retorcía entre sus brazos buscando el mayor y más intenso roce con su cuerpo. Sus bocas estaban fusionadas desde que habían entrado al piso y sus manos se recorrían aumentando su deseo y esperando ansiosos el momento de fundir sus cuerpos. Casi desesperadamente, empezaron a desnudarse sin separar sus labios. Necesitaban ese contacto, no podían alejarse ni dejar de sentirse. Suerte que estaban a principios de septiembre y con un calor insoportable, y por lo tanto muy poca ropa encima, por lo que en pocos segundos estuvieron totalmente desnudos. Mario la guio hacia su habitación y, sin saber ni cómo hicieron ese pequeño trayecto, aparecieron tumbados en la enorme cama de Mario. Lola se colocó a horcadas sobre él, y este, cogiendo su duro pene, lo introdujo sin espera dentro de ella, llegando hasta lo más profundo que su conducto admitía.

En milésimas de segundos estaba plena de Mario. Su miembro ocupaba todo su espacio y el continuo y lento roce con las pareces de su interior la llevaba a desear más de él, por eso arqueó su espalda todo lo que pudo y el miembro entró más, llegando hasta lo más recóndito de su cuerpo y activando su deseo a cada empuje.

Ninguno de los dos podía imaginar lo que estaban viviendo. Jamás las relaciones de Mario se podrían comparar con lo que sentía en esos momentos. Todo había cambiado desde que tenía a Lola a su lado, y en ese mismo instante, mirándola mientras lo recibía en su interior y viendo su expresión de felicidad, comprendió que nunca tendría bastante por mucho que le diera ella, que siempre la necesitaría a su lado. Supo, mirándola a los ojos y viendo todo el amor que le brindaba, que Lola era lo que había estado buscando toda la vida, la mujer a la que amaba y que llenaba todas las facetas de su vida. Se dio cuenta de todos los años que había desperdiciado por engañarse a sí mismo y todo lo que la había hecho sufrir por ese motivo.

Y allí mismo, mirándola y sintiendo cómo su placer explotaba y aceleraba el suyo, se prometió que a partir de ese momento viviría solo para hacerla feliz, para hacer que el amor que sentían creciera día a día y para vivir a su lado. Sentía la necesidad de crear una familia y envejecer teniéndola siempre junto a él. Solo de sentir con qué intensidad su orgasmo se adueñaba de él no pudo evitar que la emoción hiciera estragos en su contenida fortaleza, y a pesar de lo duro que era y de todo lo que había pasado, unas lágrimas resbalaron por sus mejillas. Al tener la certeza de que estaba con la mujer de su vida, su pose de hombre duro desapareció. Lo que no había conseguido un tiro, lo estaba consiguiendo la entrega de Lola. Cuando ella se recuperó y fue a besarlo, al notar sus mejillas mojadas, se asustó.

—¿Mario? ¿Qué sucede?, ¿qué te hace daño? ¡Dios mío, contéstame! —grito asustada.

Mario le puso un dedo sobre sus labios y esperó hasta poder hablar. Todo lo que sentía era demasiado intenso para asimilarlo. Había estado a las puertas de la muerte y había salido sin secuelas. Tenía a la mujer que amaba a su lado y se juró a sí mismo que sería para siempre. Todas estas emociones las había mantenido a raya durante esos días, pero al ver a Lola, a su Lola, como estaba pletórica de felicidad solo por tenerlo a su lado, no pudo seguir manteniendo a raya esos sentimientos y explotaron.

—¡Shhh! No pasa nada, cariño, pero tanta felicidad me está pasando factura. No tengo tanta fortaleza como todos pensáis, y sentir lo contento que me siento me ha hecho imposible mantener esas lágrimas traicioneras por más tiempo. ¡Soy tan feliz! No puedo esconderlo por más tiempo. ¡Te amo tanto, Lola, que no sé si lloro por el tiempo perdido ¡o porque al final te tengo!

Lola lo abrazó y ella tampoco pudo evitar que toda la emoción saliera de la misma manera. Sus lágrimas se entremezclaban mientras se besaban.

Cuando por fin se calmaron y quedaron tendidos sobre la cama sin dejar de mirarse, hicieron miles de planes para un futuro que no estaba lejos; todo lo contrario, su futuro empezaba ya. En la comida le comunicarían a toda la familia que iban a vivir juntos. Por el momento lo harían en el piso de Mario mientras buscaban algo más adecuado; claro que no tenían prisa. Lo más importante era estar unidos, y ya no pensaban separase.

Entre confidencias, planes y bromas, se amaron todas las veces que el cuerpo les pedía, hasta que la hora se les echó encima y tuvieron que cumplir con la familia. Entonces no les quedó más remedio que vestirse a marchas forzadas y salir pitando.

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