Lola

Lola


CAPÍTULO 24

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CAPÍTULO 24

Cuando llegaron a la casa familiar de los Egea, todos estaban esperándolos en el borde de la piscina con un buen aperitivo que María e Isabel habían preparado para un acontecimiento tan importante.

Les pusieron al tanto de todo lo que les había dicho el cirujano acerca de las pruebas y de cómo no quedaban secuelas en su cerebro de la operación, sin mencionar lo referente al sexo. Después, Mario recibió las felicitaciones y besos de todo el mundo, y nunca mejor dicho, pues estaban todos los miembros de las dos familias: Lucía junto a Manuel y sus dos hijos, Adrián y la pequeña Lía, de solo un mes. También estaban Blanca y Pablo, y Ana, Julia y Samuel. Estaban las dos familias al completo, no faltaba ningún miembro. Después de brindar por la rápida recuperación, Mario buscó a Lola y, apartándola de sus sobrinos, la cogió de la mano y la llevó a su costado, agarrándola de la cintura antes de decirles a todos lo que tenía pensado. Carraspeó y tomó aire antes de hablar:

—Bueno, ahora, Lola y yo os queremos decir algo. Después de muchos años, nos hemos dado cuenta de que nos amamos y que queremos estar juntos el resto de nuestras vidas. A mí me ha costado darme cuenta de que Lola es la mujer que siempre he buscado y que la quiero más que a mi vida. Vamos a vivir juntos, pero en breve nos casaremos porque quiero tenerla atada y bien atada. Me ha costado darme cuenta, pero ahora que lo sé, no pienso dejarla un segundo.

Al mirar las caras de todos los miembros de la familia pudo comprobar la sorpresa que sus palabras habían causado. A pesar del jaleo que siempre se formaba cuando se reunían al completo, en aquel momento la sala enmudeció. Lo miraban elevando las cejas y dejando caer las mandíbulas, intentaban cerrar las bocas, pero volvían a abrirse. La sonrisa de Mario era evidente, la noticia los cogía a todos por sorpresa. Hasta que se encontró con las expresiones de sus padres y los de Lola. Estos sonreían con satisfacción, como si la noticia que acababa de soltar ya la conocieran. Era imposible porque, hasta la propia Lola, parte activa del proyecto, balbuceaba abriendo y cerrando la boca.

Lo miraba con aquellos enormes ojos felinos y la enorme confusión que no podía esconder. Habían hablado de vivir juntos, pero ¿casarse? Eran palabras mayores. Intentaba asimilar lo que aquel loco estaba diciendo. Se estaba dando cuenta de que Mario no tenía filtro alguno y lo primero que se le pasaba por la cabeza lo soltaba delante de todos.

Solo unos segundos tardaron en felicitarlos con gritos de enhorabuena.

—¡Otra boda! —gritaba entusiasmada Lucía—. Chicas, tenemos que empezar a prepararlo todo.

Los ojos de Lucía destelleaban de satisfacción, después de su boda, estaba ansiosa por volver a celebrar otra en la familia.

—¡¿Os vais a casar antes que yo!? —balbuceó Julia.

—Podéis hacerlo a la vez. Sería la bomba preparar dos bodas juntas —comentó Blanca.

Empezaban a desvarías con los comentarios, no dejaban de proponer ideas. Mario no sabía por dónde salir y Lola seguía parada, solo lo miraba.

Aquel salón en pocos momentos era lo más parecido a un gallinero. La expresión de Lola poco a poco fue cambiando. La sorpresa inicial desaparecía y en su lugar aparecía otra bastante conocida para todos ellos. Cuando ella fruncía los felinos ojos y apretaba sus labios era señal inequívoca de peligro.

Mario la observaba con cierta preocupación, todavía no se había soltado de su amarre, la tenía fuertemente tomada por la cintura y anclada en el costado izquierdo y supo el momento exacto que iba a protestar, por el fallido intento de separarse. Él adivinó sus intenciones y no dejó que lo hiciera, sujetándola con más fuerza. A ella ese gesto no le amedrantó y empezó a protestar.

—Para el carro —exclamó mirándolo con seriedad—. ¿Casarnos? ¿tú y yo? ¿y con quién has contado para eso?

—Hemos estado hablando de que viviríamos juntos, es lo mismo— intentó justificarse.

—¡Cómo va a ser lo mismo! —dijo revolviéndose entre el brazo que la sujetaba y quedando frente a él de una forma desafiante. Su genio amenazaba con salir.

—¿Tienes dudas? ¿No me quieres? —le preguntó Mario con suavidad, como si estuvieran solos y no rodeados por la numerosa familia.

Todos guardaban silencio, incluso contenían la respiración. Las sorpresas no eran el fuerte de Lola y esta había sido de campeonato. No sabían por dónde podía salir su explosivo carácter.

Lola escuchó las palabras de Mario, enfadándose por momentos. Sus ojos se entrecerraban quedando apenas en una simple línea y el entrecejo muy marcado. Empezaba a tomar aire con fuerza, señal inequívoca de que iba a estallar. Pero de repente se calmó. En cuanto vio la expresión de Mario llena de decepción, suavizó su tono tan deprisa que el resto de la familia se asombró más por aquel gesto que por la noticia. No podía actuar tan impulsivamente, y fue como si un freno se activara en su mente.

Estaba cargando la escopeta para ponerlo firme por tomar una decisión sin contar con ella. Su lengua viperina, que no tenía filtro, se había preparado para dejar sin palabras al más brabucón que se pusiera delante, en cambio, la incertidumbre y el temor que asomaban en la cara de Mario la paralizó. Tragó saliva y observó a todos los allí reunidos. Sus caras lo decían todo; temían su reacción y se preparaban para interceder por el pobre Mario.

Lola enseguida reaccionó. Lo miró llena de amor y lanzándose a sus brazos, se colgó de su cuello y lo besó con deleite.

—No vuelvas a dar una noticia como esta sin contar conmigo primero, ¿queda claro? —le preguntó con suavidad y, aunque intentaba que nadie lo escuchara, todo el mundo se enteró.

—Te lo prometo, pero ¿te vas a casar conmigo? —le cuestionó sin tenerlas todas con él.

—Te merecerías un no, para que aprendieras —le contestó con una sonrisa llena de picardía— pero… es lo que más deseo y te digo que síííííí.

Mario no pudo evitar besarla como si estuvieran solos, tomando su boca con deseo. Si fuese el último beso sería como ese, no había duda. La familia los miraba sin darles tiempo para reaccionar. Un segundo antes, estaban expectantes ante lo que podría haber sido una fuerte pelea y ahora eran espectadores desde la primera fila de un beso cargado de erotismo que sacaría los colores a cualquiera.

Los silbidos les hicieron caer en la cuenta del lugar donde se encontraban y avergonzados se separaron. Después de carraspear para ganar tiempo, Mario se volvió a dirigir a todos.

—Bueno, ahora sí que es seguro que nos casamos —comentó.

Reparó en sus padres y después en los de Lola. Los cuatro tenían una sonrisa de oreja a oreja llena de satisfacción. Mario frunció el ceño y les preguntó un tanto decepcionado por aquella reacción. Esperaba dejarlos con la boca abierta, y nada más lejos de la realidad. Lola casi se enfada y parecía que todo el mundo lo sabía. Por eso les preguntó:

—¿No os ha extrañado?

Esa vez, fueron Lucas y Pedro los que hablaron entre sonrisas de satisfacción.

—¡No, hijo, para nada! ¡Ya era hora de que te dieras cuenta de que Lola era la mujer de tu vida!

—Te ha costado darte cuenta —le dijo Lucas—. Eres duro, hijo, y te has resistido a la evidencia, pero desde que erais unos niños sabíamos que terminaríais juntos.

—Muchas veces hemos estado tentados a decirte algo, Mario —le dijo esta vez su madre —, para que recapacitaras, pero no queríamos intervenir, aunque al ver lo mal que lo pasaba Lola, nos daban ganas a los cuatro de darte un fuerte pescozón. Pero sabíamos que al final reaccionarías, y así ha sido.

Mario se quedó con la boca abierta. Pensaba sorprenderlos, y el único sorprendido era él. Sus padres estaban esperando a que él se diera cuenta de sus sentimientos, incluso tenían la certeza de que el desenlace sería aquel.

Todo fueron felicitaciones, y Blanca y Pablo salieron en ese momento llevando un gran cubo con botellas de cava para brindar por la felicidad de todos los miembros de la familia. Bueno, todos, todos, era mucho decir. Había un miembro de la familia que estaba sufriendo en silencio, que sonreía sin ganas, que la alegría apenas curvaba sus labios, y que, aunque se alegraba por su hermana, un asunto le estaba impidiendo que la dicha fuera completa.

Ana era feliz hasta que un hombre alto, con pelo rubio y unos ojos azules que la dejaban sin aliento se cruzó en su camino. Pero tres meses después de conocer a Hugo, este seguía haciéndola sentir insignificante, incómoda e incluso algo despreciada siempre que estaba cerca, igual que el primer día. Pero había momentos en los que lo pillaba observándola y aquellos ojos expresaban interés, codicia e incluso deseo. Muchas veces la habían mirado de esa manera y sabía reconocerlo. De lo que estaba segura era de que en esos momentos no había indiferencia; de ahí su confusión, porque en cuanto se cruzaban sus miradas y Hugo se veía sorprendido, volvía a ser el mismo hombre de siempre, frío como un témpano de hielo y tan distante que apenas le hablaba. La hacía sentir tan insignificante que Ana apenas levantaba la vista de su coche. Pero había algo que no podía remediar, y era que se estaba enamorando perdidamente de un hombre que la aborrecía y no sabía cómo evitar que calara más adentro de su corazón.

Ana suspiró para alejar sus tristes pensamientos y brindó por la felicidad de su hermana Lola, que la miraba con preocupación. ¡Y es que lo que se le escapara a su hermana…!

—¿Qué sucede, Ana? ¿Qué es lo que no anda bien? No me mantengas al margen. No hagas como yo y cuéntamelo. Te sentirás mejor.

—Lo haré, Lola, pero no es el momento. Te prometo que haremos una reunión de hermanas y os lo contaré, pero deja que me aclare antes. ¿Conforme? Ahora, disfruta.

—Vale, pero ven conmigo y dame un beso muy fuerte. ¡Soy tan feliz que quiero que todo el mundo se sienta como yo!

—Vamos, pero por ahora mantén la boca cerrada. ¿Me lo prometes?

—¡Prometido!

Y arrastró a su hermana, quien en segundos, con el jaleo de la familia, se olvidó de sus penas y se centró en ese momento tan especial que estaba viviendo Lola.

Mario se acercó a su novia. «¡Qué bien suena esa palabra!», pensó Mario mirando a Lola, y la arrastró con él, alejándose de todos. No pudo evitar tomarla por la cintura para besarla con un deseo incontrolado. No podía dejar de tocarla y necesitaba tenerla otra vez solo para él. Sin poder dejar de rozar sus labios, le hizo una pregunta:

—¿Cuándo nos iremos? No puedo aguantar más tiempo. Verte sin poder tocarte como yo quiero me está volviendo loco. Necesito tenerte como esta mañana, para mí, sin compartirte con nadie. Además, me estas provocando en todo momento. Me miras de esa manera que haces que me ponga duro en un segundo y esa sonrisa pícara está haciendo que mi erección se convierta en permanente. No puedo disimular por más tiempo. Suerte que no puedo meterme a la piscina, si no, iba a hacer la risa.

—No podemos irnos, cariño, están todos celebrando tu recuperación y que estamos juntos, por lo que no podemos dejarlos sin más. Así que disfruta de la compañía de todos, y cuando termine la fiesta y todos se marchen, lo haremos nosotros, y te prometo que cuando lleguemos a casa, voy a ser tuya en cuerpo y alma. Además —sonrió con malicia—, echaremos el mejor polvo de la historia. No voy a dejarte dormir y vamos a disfrutar como locos. Te desnudaré poco a poco y recorreré cada centímetro de tu cuerpo llenándote de besos, y cuando ya no puedas aguantar más y estés a punto de correrte, entrarás en mí y te hundirás en mi cuerpo, moviéndonos al mismo ritmo y haciéndote gritar de placer. ¿Qué te parece el plan?

Mario no podía creer lo que Lola había hecho. Tuvo que entrar en casa y sosegarse lejos de ella sin mirarla, porque solo con recordar sus palabras, su erección crecía sin control. La tarde prometía ser como mínimo peculiar: él escondiéndose de todo el mundo para que no pudiera notar lo que le estaba pasando, que llevaba todo el día empalmado delante de toda la familia, y todo por esa bruja a la que adoraba y amaba con toda la fuerza de su corazón. Pero que en cuanto todos se fueran, se las iba a pagar todas juntas.

Lola no podía evitar reírse de su fechoría. Le estaba bien empleado por haberla hecho sufrir durante tantos años, por tener que disimular y aparentar felicidad cuando en realidad se sentía la persona más desdichada del mundo, por tener que engañar durante tanto tiempo a su amiga del alma, Julia, y también a sus hermanas, por los celos que durante años había sentido, por haber compartido con otras mujeres esos labios que nadie debería haber besado jamás. Y no quería seguir pensando más cosas, porque se negaba a que nada nublara su felicidad. Pero ese pequeño castigo se lo tenía merecido.

Despidieron a todas las hermanas y al final se quedaron solos junto con sus padres. Sabían que los cuatro estaban esperando esa intimidad para hablar con ellos. Y entraron sin pensarlo.

—¿Estáis seguros por fin de vuestros sentimientos los dos? —les preguntó Isabel.

—Yo estoy segura desde hace años, aunque entonces Mario no se fijara en mí porque le parecía una niña y él siempre iba buscando unas mujeres completamente diferentes a mí.

—¡Qué cruel eres! Yo te quería, pero estaba ciego, y creo que en el fondo siempre lo supe, porque siempre buscaba tenerte cerca.

—Sí, claro, pero te entretenías con cualquiera. Ten en cuenta que pienso cobrármelo todo.

—Ya lo sé, y ya he empezado a pagar hoy mismo, ¿no? —le dijo Mario, cogiéndola de la mano mientras Lola se reía sin parar.

Los padres de Lola y los de Mario se miraban entre ellos sin entender nada de lo que aquella pareja decía, pero estaban tan felices que no les importaba no entender nada. Los veían contentos y sobre todo juntos, y con eso era suficiente.

—¿Vas a sentar la cabeza de una vez por todas, hijo?

—Sí, papá, esta vez he encontrado a la mujer de mi vida. Todo lo demás fue entrenamiento —le dijo Mario, mirando de reojo a Lola y esperando su explosión.

Y esta no se hizo esperar:

—¿Tendrás valor? Encima de hacerme sufrir durante años, ¿te ríes de mí? No te lo voy a perdonar y te juro que…

Mario no la dejó acabar y tampoco dejó que esa fiera que tenía cogida por la cintura se alejara de él como ella pretendía, así que la tomó entre sus brazos y la besó, haciéndola callar. Cuando notó que aflojaba su tensión y que se quedaba completamente calmada, sin separarse apenas de su boca, le susurró al oído:

—Es una de las formas de vengarme de todo lo que me has hecho padecer esta tarde, ¡bruja!

Y separándose de ella y tomándola de la mano, se dirigió a sus padres, que los miraban alucinados.

—Nosotros nos vamos.

—¿A dónde os vais?

—A ver, ya somos mayorcitos, ¿no creéis? —les dijo Lola—. No vamos a perder más tiempo del que ya hemos perdido hasta ahora, así que en breve empezaremos a buscar una casa para compartir. Mientras tanto, viviremos en el piso de Mario. Nos queremos y no queremos estar separados. —Y volviéndose hacia Mario sin dejar de sonreír de esa forma que a él tanto lo excitaba, continuó—: ¿No es así cariño?

Mario volvía a estar duro solo por ver esa sonrisa tan insinuante en su boca y carraspeó incómodo temiendo que sus padres o los de Lola se dieran cuenta de su comprometida situación. Pero en cuanto llegaran a casa, iba a cobrarse todos los momentos incómodos que había soportado esa tarde por su culpa, y habían sido muchos. Pero solo pensar en tenerla entre sus brazos completamente desnuda y hundirse dentro de ella hasta que no pudieran más, hacía que la urgencia se apoderara de él.

Asintió en señal de afirmación a la vez que tiraba de ella para salir cuanto antes de allí, dejando a los dos matrimonios con un montón de preguntas por hacer pero sin darles ninguna opción para realizarlas. Cuando se dieron cuenta, los dos salían a la calle por la puerta del jardín a toda velocidad.

Mario cogió las llaves del coche y ocupó el asiento del conductor mientras Lola se sentaba a su lado. Antes de poner el coche en marcha, se volvió hacia ella, quien no dejaba de sonreír, y acercándose, la besó.

—Me has hecho pasar un infierno esta tarde. Te insinuabas y me excitabas delante de todos, y he tenido que pasarme toda la tarde medio escondido para que no pudieran ver las consecuencias de tu comportamiento. Me excitabas solo con mirarme, y has disfrutado cada minuto viendo mi impotencia y todo lo que deseaba hacerte y no podía. Pero a partir de este momento me perteneces, y me las vas a pagar. Y no me preguntes cómo, porque lo verás muy pronto.

—Yo solo te he devuelto una parte de la frustración que me has hecho sentir durante años. Cada vez que estábamos juntos, tú me hablabas de una y otra mujer y yo me moría por ti. Imagínate cómo me has hecho sentir durante tanto tiempo. ¿Y ahora me quieres castigar por la insignificancia de esta tarde y sabiendo que cuando estuviéramos solos sería tuya? No tienes vergüenza si lo haces.

—Pero la diferencia es que yo no tenía ni idea de tus sentimientos y actuaba sin ninguna malicia. En cambio, tú has actuado con premeditación.

—Es un castigo muy leve para todo lo que me has hecho sufrir, ¿no crees?

Mario la miró con intensidad y no pudo evitar que un sentimiento de adoración lo invadiera. Amaba a esa mujer que tenía frente a él como jamás había amado a nadie, y en ese mismo momento se dio cuenta de la inmensidad de sus sentimientos. Había sido la mujer que siempre había estado allí, de niños como compañera de juegos y de adulta compartiendo cada minuto de su vida por insignificante que fuera. Recordaba todas las veces que la llamaba para contarle cualquier pequeño detalle porque no quería compartirlo con nadie más, solo con ella. Su corazón sabía perfectamente lo que era Lola para él. El único ignorante era él mismo. Pero ahora lo sabía, conocía a la perfección sus sentimientos y lucharía cada día por su amor. Por eso se acercó a ella y la besó, dejándola sin palabras. Todo lo que sentía por ella estaba impreso en ese beso, y la grandeza de ese sentimiento dejó a Lola sin argumentos para seguir discutiendo. Supo en ese momento cuánto la quería, y con eso tuvo suficiente. No tenía una naturaleza vengativa, y conocer la intensidad de sus sentimientos la hizo abandonarse en sus labios y preocuparse solo de recibir todo el amor que Mario tenía para ella.

Cuando llegaron a casa, se abandonaron uno en brazos del otro y se amaron hasta el amanecer. Mario le hizo el amor, pero no se pudo resistir a infringirle un pequeño aunque excitante castigo. Durante unas cuantas veces jugó con ella, la excitó hasta lo más alto, y cuando estaba a punto de correrse, Mario se paraba en seco y salía de su interior, dejándola llena de desesperación, esperando unos segundos hasta que la urgencia de correrse se desvanecía y volvía a empezar, así hasta que la desesperación de Lola amenazaba su integridad física.

Y esa última vez, cuando Mario sintió que las paredes de su interior se aferraban a su miembro con desespero, intentando evitar que Mario volviera a salir de su interior sin conseguir su merecido placer, no tuvo valor para negarle lo que Lola tanto deseaba y se empleó a fondo. Empujó con más fuerza entrando un poco más en ella y la estrechó contra su pecho con más fuerza, sintiendo cómo todo su cuerpo se estremecía y haciéndola gritar de placer. Mario no pudo aguantar mucho más y, sin que se produjera el último estremecimiento de Lola, lo invadió una explosión que nació su bajo vientre y recorrió todo su cuerpo tan fuerte que no pudo evitar que un ronco y potente gemido saliera de su boca y se viera amortiguado en el cuello de Lola.

Se quedaron quietos, sin soltarse y sintiendo que por fin estaban completos, y tuvieron la certeza de que siempre había sido así.

Mario recorrió con sus labios la cara de Lola mientras le susurraba las palabras más dulces que jamás imaginó escuchar. Por fin Mario le pertenecía, y allí en la cama y entre sus brazos. Mientras él le repetía una y otra vez cuánto la amaba, se sintió la mujer más afortunada del mundo. Era feliz hasta decir basta, y a partir de ese momento tenía al hombre que siempre había deseado a su lado, y no dejaría que se alejara de ella. Lo miró con unos ojos llenos de amor y, dedicándole la sonrisa más maravillosa que tenía, se dirigió a él:

—No has podido evitar castigarme, ¿verdad?

—Pero te ha gustado mi castigo, no lo niegues.

—La verdad es que sí, cariño, me ha encantado y cualquier día lo probaré contigo.

A Mario no le gustó mucho la idea, pero no iba a discutir con ella cuando lo único que estaba esperando era recuperarse un poco y volver a entrar en ella. Adoraba ver cómo el placer la inundaba, y siempre desearía verla así. La besó y la volvió a colocar sobre él.

—Eres la mujer que siempre he estado buscando, mi amor, mi dulce Lola. Te amo tanto que me parece imposible no haberlo descubierto hace años.

—Yo también te amo, Mario. Lo he hecho siempre y, a diferencia de ti, lo he sabido durante toda mi vida.

—Prometo hacerte feliz cada día, dedicarte mi vida si fuera preciso, pero solo a cambio de una cosa: que jamás dejes de amarme.

—Eso no pasará nunca. Si durante años te he amado sin ser correspondida, imagínate ahora que me amas.

Y sin decir nada más, los dos volvieron a fundir sus cuerpos.

FIN

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