Lola

Lola


CAPÍTULO 14

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CAPÍTULO 14

Mario, más que conducir, voló hasta la ciudad y dejó la moto aparcada muy cerca de la casa de Lola. Se acercó al portal y llamó al timbre. Estaba convencido de que si no contestaba Lola, lo haría Margaret, o también podría ser su hermana. Pero se equivocó, no había nadie. Entonces no le quedó otro remedio que sacar su móvil y llamarla, y ante su sorpresa, Lola no se lo cogió, como estaba acostumbrado. Insistió, y a la cuarta llamada se dio cuenta de que Lola había apagado el móvil. ¡No quería hablar con él! Mario no se dio por vencido y llamó a su hermana. Si estaban juntas, le diría dónde estaban. Su hermana sí contestó:

—¡Hombre, hermano! ¿Cómo estás?

—Bien, canija. ¿Está Lola contigo?

—No, hoy se había marchado de excursión con el grupo con el que sale muy a menudo. Creo que tú los conoces, ¿no?

—Sí, bueno, casi no me acuerdo de ellos, pero sí los conozco. ¿Y dónde han ido?

—Creo que a una montaña por Tarragona, pero no me hagas mucho caso. Ya sabes que este tema no me interesa mucho y no presté mucha atención cuando nos lo dijo. Pero ¿para qué quieres a Lola ahora? Llevas un tiempo muy raro con ella, la tienes abandonada, y no puedes tomarla y dejarla cuando te convenga o simplemente te acuerdes de ella. Deberías pensar muy bien lo que haces. Últimamente, por tus desplantes, la haces sufrir sin necesidad, y eso que ella jamás se queja, pero se le nota, por mucho que quiera disimular.

—Ya lo sé. Últimamente me he comportado como un verdadero imbécil, pero no volverá a suceder. Tengo que hablar con ella.

—La llamaré y le preguntaré sobre los planes que tiene. No debería decirte nada porque no te lo mereces, aunque seas mi hermano. Pero te aseguro que si lo vuelves a hacer, si vuelves a dejarla tirada sin ningún motivo, jamás volveré a echarte una mano.

—Te lo juro, Julia. No volverá a suceder.

—Vale, cuelgo. Después de hablar con ella, te llamaré.

Julia le colgó y acto seguido llamó a Lola. Esta contestó enseguida:

—Hola, Julia.

—Hola, ¿estás en casa? Porque quería pedirte si me dejabas ese pareo que te trajeron de Turquía.

—¡Claro que te lo dejo! Pero no estoy en casa. Hemos vuelto de la excursión y estoy cenando con Pau.

—¿Solo con él?

—¡Sí, solo con él! Eres una cotilla. Pero vuelvo pronto, en cuanto acabemos. Además, estamos cenando muy cerca.

—Vale, me das un toque.

Cuando colgó, volvió a llamar a su hermano y le dijo lo que había hablado con Lola, ocultando algún que otro detalle con toda la intención.

—Lola está cenando con Pau, uno del grupo.

—¿Solos?

—Pues sí, solos. Que tú no la hayas valorado nunca, no quiere decir que los demás no lo hagan.

—¿Sabes si volverá pronto?

—No tengo ni idea, no se lo he preguntado.

—Da igual, mañana la llamaré. Quiero hablar cuanto antes con ella.

—Ya sabes lo que te he dicho: no juegues más con ella o me cabrearé.

—Te lo juro. Y gracias, Julia.

Mario no pensaba cejar en su empeño y guio su moto hasta la calle donde vivía Lola. Esperaría lo que hiciera falta, pero tenía que verla. Un pequeño bar le sirvió como observatorio. Pidió una cerveza y ocupó la pequeña mesa que estaba más cerca de la entrada. Desde allí veía perfectamente el portal de la casa de Lola.

Nervioso, golpeaba la mesa con los dedos sin parar. Pidió algo para comer; la impaciencia se lo comía por dentro.

Una hora después, el sonido de una moto le hizo dar un brinco. Conocía aquel sonido. Justo delante de su casa, Lola paró la moto. Cuando los dos ocupantes del vehículo se quitaron los cascos, pudo verla con claridad. Era ella. Su acompañante era el tal Pau. Se reían y bromeaban, y tantas confianzas estaban poniendo a Mario histérico, pero ¿por qué? Los dos se dirigieron hasta el portal bajo la atenta mirada de Mario, que no perdía ni un detalle desde su escondite. Se pararon uno muy cerca del otro, demasiado para el gusto de Mario. Pau la tomó por la cintura y la atrajo hasta él uniendo sus labios entre risas.

Mario echaba fuego por los ojos. Los movimientos sensuales de Lola lo ponían a cien, pero esta vez, aquellos contoneos no iban dedicados a él; se movía ante Pau. Apretaba fuertemente los puños y los nudillos se le quedaban blancos de tanta fuerza como ejercía. Ver cómo Lola besaba a otro hombre y recordar cómo eran de ardientes aquellos labios lo estaba matando de celos.

Después de muchos piquitos, Lola cogió entre sus manos la cara de Pau y le dio un beso caliente, lleno de pasión. Segundos después, se separó de él y, dedicándole una sensual sonrisa, se perdió en el portal mientras Pau le decía el último adiós con la mano.

Mario pagó y salió del bar totalmente hundido. Se sentía traicionado. ¿Traicionado? ¿Por Lola? Estaba desvariando. Él tenía novia y ella era libre, podía salir con quien quisiera.

Lo que en esos momentos Mario ignoraba era que Lola había visto su moto aparcada y sabía que él no estaría muy lejos y a lo mejor mirándola, por eso hizo lo que hizo. Sonrió cuando pensó en Pau. Seguro que se quedó a cuadros con aquella reacción después de lo que habían hablado durante la cena.

—No quiero confundirte, Pau. Podemos salir, pero únicamente como amigos. No puedo ofrecerte nada más —le había comentado Lola a Pau.

—¿Es por Mario, el hombre que te acompañaba en Àger?

—Es porque tengo el corazón roto y necesito que se reponga.

—Tranquila, yo tampoco busco otra cosa que amistad. Creo que nuestros corazones están ocupados por otras personas.

Por eso, cuando Lola lo besó, sintió su confusión, pero él no dijo nada; simplemente dejó que ella actuara de momento.

Al día siguiente, cuando Mario salió de su turno, eran cerca de las dos y ni siquiera había pensado en Marta una sola vez. Durante toda la mañana, Lola y la imagen del día anterior besando a otro hombre ocupó su mente. Por mucho que intentaba apartarla y centrarse en su trabajo, volvía a su cabeza con cualquier excusa. En cuanto salió, cogió su móvil y marcó el número de Lola. Esta tardó, pero al final contestó:

—Hola, Mario.

—Lola, ¿cómo estás? Hace unos días que no hablamos.

—No tantos. La última vez te llamé, pero tú no querías hablar. Apenas intercambiamos cuatro palabras, pero no fue por mi culpa.

—Olvida esa llamada, Lola. Tengo que explicarte muchas cosas. Te llamaba para quedar a tomar unas cañas y hacer planes, alguna salida en moto o a la montaña. ¿Qué te parece?

—No puedo, Mario. Hoy estaremos todo el día en la fábrica. Tenemos que dejar todo preparado para las vacaciones, como todos los años. Me imagino que tu padre te habrá dicho algo, ¿no?

—Es verdad que me lo dijo. ¿Y por la noche?

—¡Qué dices! Acabaremos muertos, solo tendré fuerza para llegar hasta la cama. ¡Imposible! ¿Y tú estás bien? ¿Tu novia también?

—Sí, estamos bien. Si estás liada, quedamos otro día.

—Será lo mejor. Bueno, Mario, que tengo muchas cosas pendientes antes de terminar el trabajo. Hablamos.

—Adiós, Lola.

Mario colgó el teléfono y su cara era un poema. Si le hubiera caído un jarro de agua fría, no estaría tan desconcertado. Era la primera vez que Lola se negaba a quedar con él, que le decía que no y ponía una excusa dudosa para evitarlo, o al menos a eso le sonó a Mario. Claro que después pensó que le estaba devolviendo la pelota. El otro día, él le contó una milonga, no tuvo el valor de contarle la verdad, y ahora Lola le pagaba con la misma moneda.

Estuvo esperando durante dos días a que su teléfono sonara y que fuera Lola, pero se quedó con las ganas. Miraba su móvil una y otra vez, lleno de ansiedad, pero ni una sola llamada de Lola. En cambio, sí tenía muchas llamadas de Marta que no devolvía. Empezaba a sentir hacia ella un resentimiento que lo mantenía alejado. Si no hubiera sido por Marta y la tonta exigencia que le impuso, no habría dejado de ver a Lola. Pero había forzado ese alejamiento con sus infundados celos, empujándolo a tomar una decisión que jamás debería haber tomado. ¿Quién era ella para decirle a quién debía ver?

Claro que lo peor de todo no era que Marta le pidiera eso. Él tuvo la mayor parte de culpa porque nunca debió ceder a esas exigencias. En el momento que aceptó, se convirtió en el clásico calzonazos, nada más lejos de la realidad. Todavía no se explicaba cómo pudo aceptar esa condición de Marta. En el mismo momento que esa proposición salió de su boca, tendría que haberle dejado muy claro que nunca iba a permitir ese tipo de chantajes en su vida. Pero había sido un gilipollas por partida doble, primero por permitirle a Marta hacerlo y después por llevarlo a cabo y ser él quien no llamara a Lola durante ese tiempo. Y cuando ella se puso en contacto con él la engañó, y lo peor de todo es que descubrió la mentira.

Lola seguía resentida, en su relación nunca había habido espacio para las mentiras hasta ese momento. Podía que él fuera la persona que mejor la conocía y sabía de sobra que no soportaba la mentira. La había defraudado y se estaba dando cuenta de lo que en realidad sucedía. Aunque siempre pensó que ella era una ficha clave, solo para sus aventureras salidas, se estaba dando cuenta de lo equivocado que había estado durante todo ese tiempo. Nunca tuvo una negativa por su parte y jamás se paró a pensar si sus deseos eran los de ella. La llamaba cuando quería salir y no se preocupaba por nada más. Sin embargo, en aquellos momentos, si que pensaba en su insensible forma de comportarse, su egoísmo, su falta de tacto. Al no tenerla a su lado y con otro hombre que no era él a su lado, lo veía todo con una claridad pasmosa ¿Por qué no se había dado cuenta antes? Porque solo era capaz de mirar su ombligo.

Ante la ausencia de llamadas por parte de Lola, fue él quien la volvió a llamar para quedar esa misma tarde.

—Hola —dijo simplemente Mario.

—Hola, ¿qué tal? —le preguntó ella en un tono jovial.

—Bien. Me preguntaba si querrías tomar una cerveza esta tarde, si no andas muy liada.

—Lo siento mucho, Mario, pero esta tarde ya he quedado.

La alarma dentro de Mario se encendió como si de un grave incendio se tratara; lo dejaba sordo. No quería quedar con él, pero sí que lo hacía con los demás.

—¿Con quién? —le preguntó sin poder evitarlo.

—He quedado con el grupo que conocimos en Àger, ¿los recuerdas? Creo que te hablé de ellos. Queremos hacer una última salida antes de las vacaciones.

—No me has dicho nada. Me encantaría ir.

—No te he dicho nada porque lo más seguro era que tuvieras que trabajar. Ya sabes que últimamente estás muy liado los fines de semana y no quiero ponerte en un compromiso y que te veas obligado a mentirme para librarte de mi.

—Cometí un error, no debí mentirte, pero no supe cómo actuar. Y para tu información, este fin de semana tengo fiesta.

Mario se repuso de la pulla instantáneamente. No quería empezar una discusión, solamente acercarse a ella. No sabía cómo hacerlo porque Lola cerraba todos los caminos, pero no dejaría de intentarlo.

—Eso ya no tiene importancia, de verdad. Pero lo siento mucho —mintió ella, exagerando el tono de falso arrepentimiento—, pero lo tenemos todo preparado: las habitaciones, los coches... Ahora es imposible. Míralo por el lado bueno, así podrás llevar a tu novia al cine.

¡Qué cabrona era, cómo se las estaba devolviendo una detrás de otra! Sabía que no soportaba ir al cine, que odiaba tener a su lado a una persona con un cubo lleno de palomitas. No soportaba ese ruido. Y si en alguna ocasión accedía a ir, si tenía la mala suerte de que el asiento de al lado lo ocupara alguien con un cubo de palomitas, salía del cine sin ver la película.

—Sí, claro, seguro que eso es lo que haré —le contestó enfadado—. ¿Ocuparás la misma habitación que Pau?

—¿A qué viene eso? Si me apetece, la compartiré con Pau, o a lo mejor con Marc. Mira, y si no con los dos. Igual nos montamos un trío.

«¡Toma, otro zasca en la otra mejilla!», volvió a pensar Mario, rojo de ira. ¿Por qué no se mantenía callado? Solo hacía falta darle ideas a esa loca.

—Bueno, ya veo que no quieres ni verme. Que vaya bien la excursión —le dijo dolido por la actitud de Lola—. Adiós, Lola.

—Y tú también. Adiós, Mario.

Y sin añadir nada más, colgó.

Lola, con mucha diplomacia, volvió a darle calabazas. Mario se quedaba sin palabras ante sus constantes negativas y no sabía cómo reaccionar. Lo único que podía decirle era un «No te preocupes, quedamos otro día». Pero por dentro, cada vez que Lola le daba un no, él se rebotaba con el mundo entero.

Después de llamarla durante dos semanas sin conseguir nada, le quedó claro que Lola no quería quedar con él. Cada día buscaba una excusa nueva, y Mario, lejos de cansarse y dejar de insistir, cada vez estaba más obsesionado. Estaba tan frustrado por la indiferencia de Lola que no pensaba con claridad, y para él solo había una culpable: Marta.

Esa misma tarde, cuando salió de la comisaría, se acercó a la floristería de Marta. Llevaba la intención de hablar con ella sin paños calientes. Entró, y enseguida, ante el suave sonido de unas pequeñas campanillas, Marta salió del interior. No pudo disimular su sorpresa cuanto lo vio plantado en medio del establecimiento. Se limpió las manos y se acercó a él.

—Hola, Marta.

—¡Qué sorpresa tú por aquí! Pensé que habías olvidado la dirección, igual que has hecho con mi número de teléfono.

—No empieces, Marta, que no estoy para tonterías. Y te agradecería que por una vez no utilizases ese tono conmigo.

—¡Claro! —le contestó, poniendo los brazos en jarra y moviendo la cabeza, dándole la razón en plan de burla—. Todo lo que yo digo son tonterías. Y que llevemos dos semanas sin vernos, a pesar de que trabajas a diez minutos de aquí, o que en todo ese tiempo no me hayas llamado ni una sola vez y solo me hayas mandado dos mensajes, ¿también son tonterías? Dos semanas sin saber de ti son tonterías. ¿Qué entiendes tú por una relación?

Mario suspiró. No había pensado durante esas dos semanas para nada en Marta, y escuchar de su boca la forma en la que se había comportado esos últimos días le resultaba vergonzoso. Marta tenía toda la razón: no eran tonterías. Si en tan poco tiempo de relación ya pasaba de ella por completo, era síntoma de que algo no funcionaba. Tenía que dejar de engañarla, tenía que ser honesto. Ella era una buena chica, pero el comportamiento de Mario la estaba desquiciando.

—Lo siento, Marta, no son tonterías y tienes toda la razón. Creo que lo mejor es que no continuemos con esta relación. No soporto las continuas peleas entre nosotros, no me encuentro a gusto y prefiero cortar esta relación antes de que nos hagamos daño. Saber que en cuanto nos veamos empezaremos a pelear, hace que no tenga ganas de llamarte ni de verte. No aguanto las discusiones, nunca las he soportado, y contigo desde hace un tiempo es algo continuo. Me he dado cuenta de que esto no funciona y sé que yo tengo mucha culpa, pero soy así. Necesito paz y calma, mi trabajo me lo exige, y entre nosotros estalla una guerra cada vez que estamos juntos.

Marta lo miraba, pero su cara no expresaba ni siquiera sorpresa por la decisión de Mario. Se quedó quieta, parada en medio de la tienda, observando por última vez a ese hombre al que adoraba, pero que sabía que nunca sería suyo. Miró con ansiedad esos ojos verdes que nunca la volverán a mirar, esas facciones duras y varoniles que tanto le gustaba acariciar. Tampoco volvería a tocar aquel cuerpo tan perfecto que siempre le había parecido un dios griego y que solo por tenerlo cerca la hacía vibrar. Todo acababa en ese mismo momento y ella lo sabía. Por eso estaba guardando en su retina esa imagen que tanto le iba a costar olvidar.

—No creas que me pilla por sorpresa; hace días que lo esperaba. Durante toda la semana, cada vez que sonaba el móvil, creía que eras tú para decirme que todo había acabado. No creía que vendrías a decírmelo en persona. Es más, esta semana tenía la intención de acercarme a la comisaría y pedirte de quedar para despedirnos civilizadamente.

—Sé que es culpa mía. No he sabido llevar esta relación y todo el peso lo has llevado tú. No sé explicarlo, pero yo estaba acostumbrado a que todas las mujeres bailaran a mi son, no tenía que esforzarme. No sé tatar a una mujer ni cómo hacer que una relación funcione.

—Y yo estoy cansada de llevar el peso de toda la relación y tener el papel de poli malo, porque yo no soy así. No me gusta ir detrás de nadie y decirle lo que tiene o no tiene que hacer. He actuado más como si fuera tu madre o una guardiana, y yo tampoco quiero eso.

—Tienes razón, Marta, no he sabido hacerlo y la culpa es solo mía.

—Bueno, pues ya está todo dicho. Deseo que te vaya bien y que, si un día nos encontramos, podamos al menos saludarnos amigablemente.

—Marta, que lo nuestro no funcione como pareja, no quiere decir que no podamos ser amigos.

—Lo siento, Mario, pero ahora mismo no puedo ser tu amiga, la verdad. Quizás más adelante lo consiga, pero en este momento es imposible.

—Lo entiendo, pero ya verás como lo conseguiremos. El tiempo cambiará esa sensación. Y para lo que necesites, ya sabes dónde encontrarme.

—Adiós, Mario.

—Adiós, Marta.

Marta se dio media vuelta y dejó a Mario solo en medio de la tienda, donde se había quedado desde que entró. No quiso ver cómo salía de allí y de su vida para siempre. Entró en un pequeño taller y siguió haciendo el centro que realizaba cuando Mario irrumpió en su tienda. Las lágrimas rodaban silenciosamente por sus mejillas. No se preocupaba de limpiarlas. Unos segundos después, escuchó las campanillas y cómo la puerta se abría y volvía a cerrarse seguidamente. ¡Ya estaba, Mario había salido de su vida! Entonces sí que lloró con ganas, sin importar el ruido que sus lastimeros sollozos hacían. Estaba sola y nadie podía escucharla, así que se desahogó.

Mario cogió su moto y salió a gran velocidad. Había quedado con Marta con la intención de echarle en cara muchas cosas, pero cuando estuvo delante de ella, no pudo hacerlo porque la mayor parte de la culpa era de él. No sabía tratar a las mujeres que le importaban, exceptuando a su madre y su hermana. Había fracasado con Marta, ¡pero no lo haría con Lola!

No iba a resignarse. Tenía que saber qué pasaba y por qué, y no iba a cruzarse de brazos. Con Lola no.

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