Lola

Lola


CAPÍTULO 15

Página 17 de 27

CAPÍTULO 15

Sabía quién le sacaría de dudas. Tenía que saber qué pasaba, así que fue directamente a casa de su hermana. En cuanto Julia abrió la puerta y vio la expresión de su hermano, supo que algo le pasaba. Se apartó para dejarlo pasar y este pasó hasta el pequeño salón, sentándose en el sofá de golpe. Ella se sentó a su lado.

—¿Qué pasa, Mario?

—¿Qué le pasa a Lola?

—¿Qué le pasa? La he visto esta mañana y estaba perfecta. ¿Por qué lo dices?

—No quiere quedar conmigo. Llevo dos semanas llamándola un día tras otro y todo lo que consigo es una excusa tras otra, pero nada más. Sé que le pasa algo porque nunca se había comportado así, y estoy seguro de que tú sabes lo que le sucede. ¿Es por el tal Pau por lo que no quiere quedar conmigo? ¿Está saliendo en serio con él? Necesito respuestas y no las tengo; todo lo contrario: cuanto más pienso, más preguntas acuden a mi mente.

—Vamos por partes hermano. Que no quede contigo no quiere decir que le pase algo. Lola, simplemente, se ha cansado de ser utilizada. Sí, no me mires así. Siempre la has utilizado. Cuando te apetecía salir con la moto o para una excursión, entonces la buscabas, para dejarla de lado cuando dejaba de interesarte. Te lo ha permitido hasta ahora, pero la paciencia tiene un límite y ya lo has rebasado con creces.

—¡Jamás he utilizado a Lola! Siempre nos han encantado esas salidas.

—¡Sí, claro, siempre le apetecía salir! ¡Qué inútil eres! Claro que así te iba bien. Pero tanto has abusado, tanto le encantaban vuestras salidas que al final no quiere ni verte.

—Tú sabes por qué no quiere quedar conmigo. Eres su mejor amiga.

—Quizás le ha pasado lo mismo que te pasó a ti cuando empezaste a salir con Marta: que no tenías tiempo para nada más. Ella ha empezado a salir con Pau y a lo mejor necesita el tiempo que pasaba contigo. Hace tres meses tú hiciste lo mismo: la dejaste tirada. Así que tuvo que buscarse la vida.

Mario se quedó sin palabras. ¡Lola salía con alguien! No era un tonteo con el tal Pau, sino que estaba empezando una relación. ¿Qué importaba quién era él? «Lola tiene pareja», era lo único que se repetía en su cabeza con un repetitivo martilleo. Otro besaría esos carnosos y suaves labios, otro se miraría en sus ojos y otro la acariciaría y se haría el dueño de su cuerpo. ¡No podía ser! ¡Lola no! ¡Lola era solo suya!

Mario se levantó y, tras decirle adiós a su confusa hermana, salió disparado. No pensaba conformarse, así que su siguiente parada sería la casa de Lola. Iba hablar con ella fuera como fuera, porque empezaba a darse cuenta de muchas cosas. No podía soportar que otro hombre la tocara, y menos que la besara o que hiciera el amor con ella. Lola le pertenecía.

No la llamó. Si lo hacía, jamás llegaría a verla. Lola lo esquivaría y le pondría cualquier excusa con tal de no quedar con él. Así que se presentó en su casa, llamó al timbre y esperó a que le abrieran. No le importaba si estaba con alguien o sola. Segundos después, la puerta se abrió y una desconcertada Lola apareció frente a él.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no me has avisado de que venías?

—Porque me habrías puesto una excusa, como llevas haciendo todos estos días.

Lola suspiró y se apartó de la puerta, dándole paso a su casa. Mario no se lo pensó y avanzó hasta el salón. Lola estaba sola, al menos a primera vista, a no ser…

—¿Estás sola?

—Sí, estoy sola, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que arreglarme porque he quedado.

—¿Con Pau?

—No es de tu incumbencia con quién quedo o no. ¿Te pregunto si has quedado tú con Marta?

—Te equivocas, sí es de mi incumbencia, y no, no he quedado con Marta. Hemos acabado.

—¡Muy bien! ¡Ahora sí que te incumbe lo que yo hago! Mira, déjame en paz y lárgate. Yo ahora seré de tu incumbencia, pero tú has dejado de ser de la mía. Así que, si quieres salir de excursión o hacer alguna salida en moto, búscate la vida como he tenido que hacer yo.

—¡Lola, escúchame! Tienes toda la razón y todo lo que me digas es poco, pero déjame hablar contigo y que te explique.

—¡Cómo no! Me explicas, me convences como a una tonta y dos días después me aparcas como a un trasto viejo ¡No, gracias! Ya sé cómo funcionas.

Lola se marchaba ya hacia la puerta de la calle sin dejarle decir nada. Solo quería echarlo de su casa. Pero no le dio tiempo ni a salir del salón cuando la fuerte mano de Mario la cogió por el brazo y la hizo girarse, quedando los dos frente a frente.

—Aunque tenga que ponerte las esposas o inmovilizarte en el suelo, me vas a escuchar, y no voy a salir de esta casa mientras me quede algo por decirte.

Lola se revolvió consiguiendo el efecto contrario que deseaba. En vez de soltarse, Mario la sujetó con más fuerza, atrayéndola contra su cuerpo. Al final de este forcejeo quedaron completamente unidos y Mario no pudo evitar estampar sus labios contra los de Lola. La tentación era muy grande, y tenerla entre sus brazos contoneándose contra su cuerpo, aunque su intención fuera soltarse, no ayudaba. Su deseo era imposible de mantener a raya.

Solo así, cuando la besó y se hizo dueño de esa boca que tanto había anhelado, Lola se calmó. Y fue entonces cuando Mario soltó suavemente sus brazos para tomarla por la cintura y atraerla con más fuerza a su cuerpo. Lola intentó resistirse, pero en cuanto se vio cercada por aquellos potentes brazos, sucumbió y todo su cuerpo se rindió, temiendo desplomarse en cualquier momento.

¡Tantos días añorándolo! ¡Y ahora estaba allí! Era como un sueño hecho realidad, o mucho más que eso.

Mario la estrechaba con fuerza. Era una sensación que solo había sentido una vez, y también con ella. A pesar de la cantidad de mujeres que habían pasado por sus brazos, tener a Lola fuertemente abrazada le hacía sentirse como un adolescente y su estómago se contraía sin cesar. ¿Podría estar sintiendo las famosas mariposas? ¿Él? ¿Era esa la sensación de la que tanto hablaba la gente? ¿Estaba enamorado? No quiso seguir pensando. Solo quería sentirla, y lo estaba haciendo. La sentía, y todos sus sentidos se llenaban de ella.

Sin darle tiempo a reaccionar, Mario le sacó su corto vestido, dejándola ante él casi desnuda; solo unas diminutas braguitas quedaron sobre su cuerpo. Sin dejar de besarla, la arrastró hasta el sofá, se sentó y la sujetó sin poder dejar de mirarla. ¡Lola era una diosa! Ese esbelto y bronceado cuerpo que no podía dejar de acariciar estaba volviéndolo loco. Mario miraba esos ojos tan azules e intensos como el mar en calma. Se reflejaba en ellos, incluso podía bucear dentro hasta llegar a lo más profundo de su alma. Lola lo miraba como si fuera el único hombre del mundo. Volvió a tomar sus labios. Aquellos salvajes y posesivos besos los habían hinchado. Estaba totalmente descontrolado.

—¡No tienes derecho a hacerme esto! —le susurró sin ningún convencimiento.

—Quiero que te des cuenta de que no podemos luchar contra lo que sentimos.

—¿Y qué es lo que sientes, si se puede saber?

Mario no dijo nada más; simplemente volvió a atraerla contra su cuerpo, asaltando su boca con urgencia. Las palabras jamás podrían expresar lo que sentía por Lola. En cada beso iban impresos los nuevos sentimientos que estaba descubriendo. Tenía que demostrarle que ella era la única mujer en todas las facetas de su vida, y con palabras era imposible hacerlo.

Así que sin más preámbulos y sin saber cómo habían desaparecido sus ropas, Mario se hundió en ella de una sola vez. Volver a estar dentro de Lola era lo que más había ansiado desde hacía casi tres meses, y negar durante todo ese tiempo lo que sentía por ella, o al menos sospechaba, había sido lo que lo había tenido nervioso, distraído e incapaz de pensar en otra cosa que no fuera ella. Y solo en esos momentos lo entendía, porque solo ahora estaba completo.

Sus cuerpos se acoplaban como si fueran uno solo, como si durante toda la vida se hubieran perseguido y finalmente hubieran conseguido su propósito, que no era otro que estar juntos. Se movían al mismo ritmo. Sus cuerpos se mecían entrando y saliendo, sus manos se recorrían y sus labios no dejaban de besarse. Toda la angustia y decepción de esos meses se diluía. Ella era lo que su vida estaba pidiendo a gritos. La necesitaba a su lado. Jamás podría vivir sin Lola.

Con esa verdad que gritaba en su cabeza, su cuerpo se dejó llevar en cuanto escuchó cómo ella gemía en su boca y cómo en su interior su miembro era oprimido con cada una de sus convulsiones, señal inequívoca de que ella había alcanzado su placer, y él la siguió.

Cuando los dos se calmaron, sin dejar de abrazarse, intentaron recobrar el ritmo normal de sus corazones y recuperar la respiración. Lola apoyó la mejilla en su pecho mientras Mario lo hacía en su cabeza. Los dos permanecían con los ojos cerrados, intentando digerir lo que había vuelto a suceder. Todo había pasado tan repentinamente que los había cogido a los dos por sorpresa. Ninguno de los dos pensó que algo así iba a pasar. Fue la cercanía de sus cuerpos lo que disparó su deseo, y un instinto primitivo los había invadido sin que ninguno de los dos pudiera evitarlo.

—Lola, te necesito. Tenía que decirte que no puedo estar lejos de ti. He intentado mantenerte a distancia, pero es imposible. Quiero que siempre estés en mi vida.

Lola lo escuchaba, pero no creía en sus palabras. Eran muchas decepciones seguidas y no quería arriesgarse y creerlo. Si lo hacía, no tardaría mucho en arrepentirse, y estaba cansada de tanto sufrimiento.

—Creía que al menos conmigo tendrías una pizca de decencia, pero veo que no, que te da igual que seamos amigos o no. Tú siempre pensando en ti.

—Lola, te estás equivocando. Yo quiero estar contigo. Hasta ahora no me he dado cuenta, pero es lo único que necesito.

—¡Eres tan cínico! Sabes que estoy saliendo con Pau y temes quedarte sin tu mascota, que siempre que la llamas acude para distraerte, ¿no? Lo que acaba de suceder entre nosotros no significa nada para ti. Es una forma de mantenerme a tu disposición. Pues esta vez te has equivocado.

—¡Lola! ¿Quieres escucharme? Me he dado cuenta de que quiero estar contigo.

—¡Claro! Y eres capaz de cualquier treta, incluso de acostarte conmigo para conseguir tus propósitos. Pues perdona que te diga que no has conseguido engañarme y no lo conseguirás. Ya tengo el antídoto contra ti.

—Eso no es cierto. En cuanto hemos hecho el amor me he dado cuenta. Ha sido como si mi mundo cambiara en ese mismo instante.

—¿Tu mundo ha cambiado, dices? Mira, eres un desgraciado. Te acostaste conmigo la primera vez, ¿y qué sucedió después? Que despareciste de mi vida. Ni siquiera te molestaste en averiguar cómo me sentía, simplemente no te importó. Ahora ya no me importa reconocerlo, pero, mientras para ti fueron unos meses felices y llenos de ilusión conociendo a otra persona, para mi fueron un infierno. No fuiste capaz de hacer una simple llamada para interesarte por mí, no te importó saber cómo me encontraba. Nunca lo has sabido, pero... ya no me importa confesarlo. Siempre he estado enamorado de ti. Desde que era una niña. Siempre he tenido que esconderlo ante ti, sobre todo, y después ante el resto del mundo —le confesó incapaz de mantener por más tiempo su vergonzoso secreto—. Pero no voy a seguir manteniendo las esperanzas. He dejado de creer en los milagros, no quiero volver a sufrir. He encontrado a un hombre que me ayudará a olvidarte y voy a poner todo mi empeño en ello.

Mario la miraba sorprendido por su revelación. ¿Estaba enamorada de él? ¿Cómo no se había dado cuenta? No podía reaccionar. La sorprendente confesión lo había dejado totalmente paralizado. Únicamente podía observarla, ni un solo sonido salía de su boca. Era como si se hubiera quedado en estado de shock.

Lola se levantó del sofá apartando las manos de Mario de su cuerpo, que resbalaron sin dificultad, y se fue al lavabo. No saldría de allí hasta que Mario saliera de su casa. No pensaba volver a mirarlo a los ojos. ¿Por qué le había confesado sus sentimientos?

Mario miraba hacia el pasillo por donde acababa de desaparecer Lola. No podía hablar. Su confesión lo había dejado conmocionado. ¡Nunca habría imaginado algo así!

Unos minutos después, cuando fue capaz de reaccionar, fue hacia la puerta del lavabo, que por supuesto estaba cerrada.

—¡Lola, sal ahora mismo! Tenemos que hablar con seriedad.

—¡No voy a hablar contigo! Quiero que salgas de mi casa. No voy a salir mientras estés aquí.

—No me voy a ir, Lola. Necesito decirte muchas cosas.

—¡Por favor, Mario! —exclamó Lola, llorando con desesperación—. Tienes que marcharte. Necesito estar sola. ¡Te lo pido por lo que más quieras!

Los desgarrados lamentos junto con la desesperación de su voz hicieron que algo se removiera dentro de él, y aunque lo que más deseaba era estar con ella y volver a tenerla entre sus brazos, se alejó de la puerta. Totalmente derrumbado, se vistió y salió de su casa. Se marchaba, aunque solo de momento. No se iba a dar por vencido.

Le iba a dar un espacio, un tiempo para que se calmara, pero tenían una conversación pendiente y no tardaría en producirse. Ahora tenía que dejar que se aplacara.

Ir a la siguiente página

Report Page