Kim

Kim


Capítulo 5

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sahib, siempre se es

sahib y los dos están pensando mantenerme en este regimiento o mandarme a una madraza (una escuela). Ya me ha pasado antes, pero siempre lo he evitado. El tonto gordo es de una opinión y el que parece un camello de otra. Pero da lo mismo. Puedo pasar una noche aquí y quizás la siguiente. Ya ha pasado antes. Luego me escaparé y me reuniré contigo.

—Pero cuéntales que eres mi

chela. Diles cómo viniste a mí cuando estaba desfallecido y desconcertado. Háblales de nuestra búsqueda y seguro que te dejarán marchar.

—Ya se lo he contado. Se ríen y hablan de la policía.

—¿Qué estáis diciendo? —preguntó el señor Bennett.

—Oah. Dice sólo que si no me dejáis ir, eso va a fastidiar sus planes… sus ur… gentes ne… gocios privados. —Esto último era un recuerdo de una charla con un empleado euroasiático del Departamento de Canales, pero únicamente consiguió provocar una sonrisa que le irritó—. Y si

supierais cuáles son sus asuntos, no estaríais tan tremendamente ansiosos de meter las narices.

—¿De qué se trata pues? —dijo el padre Víctor, no sin cierta simpatía, mientras observaba la cara del lama.

—Hay un río en esta región que él desea muchísimo encontrar. Fue hecho por una flecha que… —Kim golpeteaba con el pie, impaciente, mientras traducía en su cabeza de la lengua nativa a un inglés torpe—. Oah, fue hecho por nuestro Señor Dios Buda, sabéis, y si te lavas allí, quedas lavado de todos tus pecados y quedas tan blanco como el algodón. (En una época Kim había escuchado charlas de misión). Soy su discípulo y

tenemos que encontrar ese río. Es muy muy valioso para nosotros.

—Repítelo de nuevo —dijo Bennett. Kim así lo hizo, exagerándolo.

—¡Pero eso es una burda blasfemia! —gritó la Iglesia de Inglaterra.

—¡Tck! ¡Tck! —dijo el padre Víctor interesado—. Daría algo por poder hablar la lengua nativa. ¡Un río que lava los pecados! Y ¿desde cuándo habéis estado buscándolo?

—Oh, desde hace muchos días. Ahora deseamos irnos y buscarlo otra vez. No está por aquí, ya me entendéis.

—Ya veo —dijo el padre Víctor con gravedad—. Pero el chico no puede seguir en la compañía de este anciano. Kim, sería diferente si no fueras el hijo de un soldado. Dile que el regimiento cuidará de ti y te hará un hombre de bien como tu… tan bueno como un hombre pueda serlo. Dile que si cree en milagros, tiene que creer esto…

—No hay necesidad de jugar con su credulidad —interrumpió Bennett.

—No lo hago. Tiene que creer que la venida del chico aquí, a su propio regimiento, en busca de su toro rojo es una especie de milagro. Considere las posibilidades de que no sucediera, Bennett. De entre todos los chicos de la India, este, de entre todos los regimientos en marcha, es el nuestro con el que se encuentra. Está predestinado. Sí, dile que es

kismet[80]. ¿Kismet, mallum? (¿Lo entiendes?).

Se volvió hacia el lama, a quien lo mismo le hubiera podido hablar de Mesopotamia.

—Dicen —los ojos del anciano se iluminaron con el discurso de Kim—, dicen que el significado de mi horóscopo se ha cumplido ahora y que como fui guiado a ellos y a su toro rojo, aunque como sabes vine por curiosidad, tengo que ir ahora a una madraza y ser convertido en un

sahib. Ahora voy a hacer como que estoy de acuerdo, a lo peor significa unas pocas comidas lejos de ti. Luego me largo y sigo la carretera de Saharunpore. Por eso, santo, quédate con la mujer de Kulu, no te alejes para nada de su carro hasta que vuelva. Está claro que mi signo es de guerra y de hombres armados. ¡Fíjate cómo me han dado vino para beber y me han sentado en una cama de honor! Mi padre debió de haber sido alguien importante. Así que, si me dan honores, bien. Si no, pues bien también. Pase lo que pase, correré a ti de vuelta cuando me harte. Pero quédate con la rajputni[81]; si no, te perderé la pista… Oah sí —dijo el chico—, le he dicho todo lo que me dijisteis que dijera.

—Y no veo ninguna necesidad de hacerle esperar —dijo Bennett, revolviendo en los bolsillos del pantalón—. Podemos indagar los detalles más tarde… y le daré una ru…

—Mejor dele tiempo. Quizás le tenga cariño al muchacho —le interrumpió el padre Víctor, deteniendo el movimiento de la mano de Bennett.

El lama sacó su rosario y se caló el ala del gran gorro sobre los ojos.

—¿Qué puede querer ahora?

—Dice —Kim levantó una mano—. Dice: «Callaos». Quiere hablar conmigo a solas. Veis, no sabéis una palabra de lo que dice y creo que si habláis, a lo mejor os echa maldiciones muy malas. Cuando él coge así el rosario, veis, siempre quiere estar callado.

Los dos ingleses se sentaron abrumados, pero había una mirada en los ojos de Bennett que no prometía nada bueno para Kim en cuanto cayera en manos de la religión.

—Un

sahib y el hijo de un

sahib —El tono del lama era tenso por la angustia—. Pero ningún hombre blanco conoce la tierra y sus costumbres como tú. ¿Cómo puede ser verdad?

—¿Qué importa, santo?, pero recuerda que es sólo por una noche o dos. Recuérdalo, puedo transformarme rápidamente. Todo será como cuando te hablé la primera vez bajo el Zam-Zammah, el gran cañón…

—Como un chico con la vestimenta de un hombre blanco, cuando fui por primera vez a la Casa de las Maravillas. Y la segunda vez eras un hindú. ¿Cuál será la tercera reencarnación? —El lama soltó una risita melancólica—. Ah,

chela, has hecho un mal a un viejo porque te di mi corazón.

—Y yo el mío. Pero ¿cómo podía saber que el toro rojo me metería en esta historia?

El lama se cubrió la cara de nuevo e hizo sonar el rosario con nerviosismo. Kim se agachó a su lado y agarró uno de los pliegues de su ropaje.

—¿Quiere esto decir que el chico es ahora un

sahib? —continuó con voz apagada—. Un

sahib tal como el que cuidaba de las imágenes en la Casa de las Maravillas. —La experiencia del lama con el hombre blanco era limitada. Parecía repetir una lección—. Entonces no parece lógico que haga otra cosa que lo que hacen los

sahibs. Debe volver con su propia gente.

—Por un día y una noche y un día más —suplicó Kim.

—¡No, no te vas a ir! —El padre Víctor vio a Kim acercándose a la puerta e interpuso una robusta pierna.

—No entiendo las costumbres del hombre blanco. El sacerdote de las imágenes en la Casa de las Maravillas de Lahore era más cortés que este hombre delgado. Van a apartar al chico de mí. ¿Harán un

sahib de mi discípulo? ¡Pobre de mí! ¿Cómo encontraré mi río? ¿No tienen ellos discípulos? Pregúntales.

—Él dice que está muy disgustado por no poder ya encontrar el río. Dice, ¿por qué no tenéis discípulos y dejáis de fastidiarle? Él quiere ser lavado de sus pecados.

Ni Bennett ni el padre Víctor encontraron una respuesta pronta.

Afligido ante la angustia del lama, Kim dijo en inglés:

—Creo que, si me dejáis ir ahora, nos marcharemos en silencio y no robaremos. Buscaremos ese río como antes de que me atraparais. Ojalá no hubiera venido aquí para encontrar al toro rojo y todas esas cosas. No lo quiero.

—Es el mayor favor que hayas podido hacerte, jovenzuelo —replicó Bennett.

—Dios bendito, no sé cómo consolarle —dijo el padre Víctor, observando al lama con toda atención—. No puede llevarse al chico y, sin embargo, es un buen hombre. Bennett, si le da una rupia, ¡le maldecirá de pies a cabeza!

Escucharon la respiración los unos de los otros, tres, cinco minutos completos. Luego el lama levantó la cabeza y miró más allá de ellos, al espacio y al vacío.

—Y yo soy un seguidor de la Senda —dijo con amargura—. El pecado es mío y el castigo es mío. Quise creer, porque ahora comprendo que era pura ilusión, que tú me fuiste enviado para ayudarme en la búsqueda. Así que te di mi corazón por tu compasión, tu cortesía y la sabiduría de tus pocos años. Pero aquellos que siguen la Senda no deben permitir el fuego de ningún deseo ni de ninguna atadura porque eso es todo ilusión. Como dice… —El lama citó un texto chino viejo, muy viejo y lo reafirmó con otro, y reforzó ambos con un tercero—. Me aparté de la Senda,

chela mío. La falta no fue tuya. Disfruté con la vista de la vida, de la nueva gente en los caminos y de tu alegría viendo esas cosas. Estaba contento por ti, pero hubiera debido concentrarme en mi búsqueda y sólo en mi búsqueda. Ahora me entristece que te aparten de mí y mi río está lejos. ¡Yo he roto la Ley!

—¡Por los poderes de las tinieblas de abajo! —dijo el padre Víctor, quien, con la experiencia del confesionario, percibía el dolor en cada frase.

—Ahora veo que el signo del toro rojo era un signo tanto para mí como para ti. Todo deseo es rojo y malo. Haré penitencia y encontraré mi río solo.

—Al menos vuelve con la mujer de Kulu —dijo Kim—, de lo contrario te perderás en los caminos. Ella te alimentará hasta que yo vuelva a ti.

El lama hizo un gesto con la mano para indicar que, para él, el problema estaba finalmente resuelto.

—Ahora —su tono cambió mientras se giraba hacia Kim—, ¿qué harán contigo? Al menos puedo, adquiriendo méritos, borrar los males pasados.

—Creen que me harán un

sahib. Pasado mañana regresaré. No te pongas triste.

—¿Un

sahib de qué tipo? ¿Uno como este hombre o como ese? —El lama señaló al padre Víctor—. ¿Uno como los que he visto esta noche, hombres que llevaban espadas y pisaban con fuerza?

—Quizás.

—Eso no es bueno. Esos hombres siguen al deseo y acaban en el vacío. Tú no debes ser uno de esa clase.

—El sacerdote de Ambala dijo que mi estrella era la guerra —repuso Kim—. Les preguntaré a estos tontos, pero no es necesario, de verdad. Me escaparé esta noche, a pesar de que quisiera ver todas las cosas nuevas.

Kim hizo dos o tres preguntas en inglés al padre Víctor, traduciendo al lama las contestaciones.

Luego:

—El santo dice: «Le separáis de mí y no podéis decir lo que haréis con él». Dice: «Decídmelo antes de que me vaya, porque no es una tarea cualquiera educar a un chico».

—Serás enviado a un colegio. Más urde, ya veremos. Kimball, supongo que te gustaría ser un soldado.

Gorah-log (gente blanca). ¡Nooo! ¡Nooo-ah! —Kim negó vio lentamente con la cabeza. Tal y como era no podía encontrar ningún atractivo en el entrenamiento y la rutina—. Yo

no seré un soldado.

—Serás lo que te digan que seas —dijo Bennett—; y deberías estar agradecido de que vayamos a ayudarte.

Kim sonrió con compasión. Si esos hombres se hacían la ilusión de que él haría algo en contra de su voluntad, tanto mejor. A ello siguió otro largo silencio. Bennett se revolvía impaciente y sugirió llamar a un centinela para echar al faquir.

—¿Entre los

sahibs las enseñanzas se dan o se venden? Pregúntales —dijo el lama y Kim se lo tradujo.

—Dicen que se paga dinero al profesor, pero que el dinero lo dará el regimiento… ¿Qué necesidad hay? Es sólo por una noche.

—Y… ¿cuanto más dinero se paga, mejor enseñanza se recibe? —El lama no prestó atención a los planes de fuga inmediata de Kim—. No es malo pagar por la enseñanza. Ayudar al ignorante en el camino hacia la sabiduría es siempre un mérito. —El rosario chasqueaba con la furia de las bolas de un ábaco. Entonces el lama se dirigió a sus opresores.

—Pregúntales por cuánto dinero dan una educación sabia y conveniente y en qué ciudad se imparte esta enseñanza.

—Bueno —dijo el padre Víctor en inglés, cuando Kim se lo tradujo—, eso depende. El regimiento pagará por ti todo el tiempo que estés en el orfanato militar; o se te puede inscribir en la lista del orfanato masónico del Punyab (aunque ni tú ni él entendáis qué significa); pero la mejor educación que un chico puede conseguir en la India es, por supuesto, la de San Javier en Partibus, en Lucknow. —Traducir esto llevó algún tiempo porque Bennett quería abreviar.

—El santo quiere saber cuánto —dijo Kim con calma.

—Doscientas o trescientas rupias al año. —El padre Víctor ya estaba más allá de todo asombro. Bennett, inquieto, no comprendía nada.

—Él dice: «Escribe ese nombre y el dinero en un papel y dáselo». Y dice que debéis escribir vuestros nombres debajo porque él os va a escribir una carta dentro de unos días. Dice que tú eres un hombre bueno. Dice que el otro hombre es un tonto. Él va a marcharse.

Sin más, el lama se levantó.

—Sigo mi búsqueda —dijo y se fue.

—Se va a topar de cara con los centinelas —exclamó el padre Víctor, levantándose de un salto cuando el lama salió—; pero no puedo dejar al niño. —Kim tuvo el impulso de seguirle, pero se contuvo. Fuera no se oía ningún ruido de conflicto. El lama había desaparecido.

Kim se sentó con compostura en el catre del capellán. Al menos, el lama había prometido que se quedaría con la mujer rajput de Kulu, y el resto no tenía mucha importancia. Le complacía que los dos padres estuvieran tan visiblemente excitados. Hablaron entre sí largo rato en un tono bajo, el padre Víctor imponiendo algún plan al señor Bennett, que parecía incrédulo. Todo esto era totalmente nuevo y fascinante, pero Kim se sentía fatigado. Convocaron a algunos hombres en la tienda, uno de ellos era ciertamente el coronel, como su padre había profetizado, y ellos le hicieron una infinidad de preguntas, principalmente sobre la mujer que le cuidó, a todo lo cual Kim respondió con sinceridad. Parecían no considerar a la mujer como una buena tutora.

Después de todo, esta era su experiencia más novedosa. Tarde o temprano, si quería, se escaparía a la gran India, verde e informe, lejos de tiendas, padres y coroneles. Entretanto, si los

sahibs querían ser impresionados, haría todo lo que estuviera en su poder para impresionarles. Él también era un hombre blanco.

Después de mucha charla que no pudo comprender, Kim fue entregado a un sargento con instrucciones estrictas de no dejarle escapar. El regimiento continuaría hacia Ambala y Kim sería enviado al norte, a un sitio llamado Sanawar; la Logia correría con una parte de los costes y la otra parte iría a cuenta de una suscripción.

—Es un milagro más allá de toda lógica, coronel —dijo el padre Víctor, tras haber hablado sin interrupción durante diez minutos—. Su amigo budista se ha esfumado después de coger nombre y dirección. No acabo de entender si él va a pagar por la educación del chico, o si va a preparar algún hechizo por su cuenta. —Luego, dirigiéndose a Kim—: Vivirás todavía para agradecérselo a tu amigo, el toro rojo. Haremos un hombre de ti en Sanawar, incluso al precio de convertirte en un protestante.

—Cierto, muy cierto —dijo Bennett.

—Pero vosotros no vais a Sanawar —dijo Kim.

—Pero por supuesto que

vamos a Sanawar, hombrecillo. Es la orden del comandante en jefe, que es un poco más importante que el hijo de O’Hara.

—No iréis a Sanawar. Iréis a la guerra.

La tienda entera prorrumpió en un coro de risas.

—Kim, cuando conozcas un poco mejor tu propio regimiento, no confundirás la línea de marcha con la línea de batalla. Esperamos ir a «la guerra» alguna vez.

—Oah, yo sé bien lo que digo. —Kim tiró otra vez una flecha al azar. Si ellos no iban a ir a la guerra, al menos no sabían lo que él sabía por la conversación en la veranda de Ambala—. Ya sé que no estáis en vuestra guerra ahora; pero

os digo que tan pronto como lleguéis a Ambala seréis enviados a la guerra, la nueva guerra. Es una guerra de ocho mil hombres, además de artillería.

—Eso es muy explícito. ¿Se suma el don de la profecía a tus otros dones? Acompáñele, sargento. Coja un uniforme de tambor para él y cuide de que no se le escape de las manos. ¿Quién dijo que había pasado la época de los milagros? Creo que me voy a la cama. Mi pobre cerebro ya se está reblandeciendo.

Una hora más tarde, Kim estaba sentado, silencioso como un animal salvaje, en el extremo más alejado del campamento, recién lavado de pies a cabeza y enfundado en un uniforme de una tela horrible que le raspaba los brazos y las piernas.

—Un pájaro joven fuera de lo corriente —dijo el sargento—. Aparece bajo el ala de un sacerdote brahmán enorme, de cabeza amarilla, con los certificados de la Logia de su padre alrededor del cuello, contando dios sabe qué de un toro rojo. El brahmán se evapora sin explicaciones y el chico se sienta de piernas cruzadas en el catre del capellán profetizando una guerra sangrienta a todo el mundo. India es una tierra salvaje para todo hombre temeroso de Dios. Ataré su pierna al poste de la tienda no sea que se largue por el techo. ¿Qué dijiste de la guerra?

—Ocho mil hombres, además de cañones —dijo Kim—. ¡Lo verás muy pronto!

—Eres un diablete divertido. Acuéstate entre los tambores y vete al limbo. Estos dos chicos vigilarán tus sueños.

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