Katrina

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KATRINA » Capítulo XXVI

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Frun de Ekön regaló a Einar la hucha…? Si tú no hubieses venido a buscarme entre la nieve, aquella noche yo no hubiera encontrado el camino de casa. ¡Dios mío, cómo nevaba! Yo me sentía perdida. No veía a dos pasos de mí, y tú, en cambio, seguías avanzando, como si caminaras a la luz del sol. ¡Claro! ¿Qué persona del mundo encontraría el camino mejor que un marino? ¿Te acuerdas de cuando Gustav nació, aquel otoño en que tú volviste más pronto? ¡Cuántas veces di gracias a Dios por tenerte a mi lado y no encontrarme sola como cuando nació Einar! Beda era un alma buena (que Dios la tenga en su gloria), pero no era lo mismo que tener al lado a alguien de la familia. ¿Te acuerdas —la voz de Katrina tembló de emoción— de cuando murió Sandra? ¿Te acuerdas de su entierro? Tú y yo íbamos juntos detrás del coche mortuorio… Cuando la ceremonia hubo terminado, todo el mundo corrió a su casa, a continuar sus quehaceres; los jóvenes se fueron a bailar (era al anochecer de un sábado); pero ni tú ni yo teníamos ganas de trabajar ni de bailar. Y pasamos la noche en vela. Aquella noche, en casa de Nordkvist celebraban el cumpleaños de alguien de la familia, y llegaron señores de la ciudad, que comieron y bebieron, y jugaron luego a las cartas. ¡Oh! Si empezáramos a hablar de todos nuestros recuerdos, podríamos llenar un libro entero, Johan. ¡Son tantas las alegrías y los dolores que hemos vivido juntos, y de los que no saben nada los demás! La gente rica, como los Nordkvist, por ejemplo, no pueden comprender estas cosas. ¿Qué puede haber de común entre Nordkvist y yo? En cambio, tú y yo hemos tenido nuestra juventud, y nuestros hijos, y nuestra pobreza, y nuestro trabajo. Los capitanes y sus mujeres estaban en el salón fumando y tomando café, mientras que a nosotros nos echaron fuera. Hubimos de instalarnos como pudimos sobre unos sacos de patatas, y dormimos entre animales y mercancías. ¿Crees que Nordkvist hubiera venido nunca a asomarse allí? No, no, Johan: entre Nordkvist y yo se extiende todo un mundo. ¿No lo comprendes aún?

Katrina empezó a llorar antes de haber concluido, y apenas pudo pronunciar sus últimas palabras. Johan la había escuchado en silencio; poco a poco la pena que le oprimía se fué desvaneciendo, y las lágrimas que empezaron a deslizarse por sus mejillas eran ya de felicidad y consuelo.

Se abrazaron uno a otro y rompieron a llorar como niños.

—Vamos adentro —susurró Katrina, secándose los ojos con una punta del delantal. Johan cogió la otra punta y se secó también el rostro, humedecido por el llanto.

La barraca estaba en la obscuridad. Encendieron una vela y se sentaron a la mesa, ante las gachas de cebada, tibias aún. Erik había ya cenado y se había ido a dormir. Katrina levantó la mesa, pero no lavó los platos. Se desnudaron los dos en silencio para no despertar al muchacho y se metieron bajo las sábanas. Les parecía que, en la fragua de su vida, habían sido soldados más estrechamente aún, como dos pedazos de metal fundidos en uno.

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