Katrina

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KATRINA » Capítulo XXVII

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—¿Qué quieres?

—Conviene que me despida ya de ti. El capitán Engman quiere que todos nos hallemos a bordo esta noche por si sopla viento favorable a la madrugada.

—¡Oh. Erik!…

Y Katrina dirigió otra vez a su hijo una mirada triste y prolongada. Las lágrimas asomaron de nuevo a sus ojos; pero logró dominarse.

—¿Ya te has despedido de papá y de Gustav?

—Los encontraré en la aldea. Adiós, mamá.

—Adiós. ¿Tienes ya a bordo todo lo necesario?

—Sí.

—¿Volverás mañana, si no os marcháis?

—Sí; pero es seguro que nos vamos… Adiós, mamá.

—Qué Dios te bendiga y te ayude, Erik.

—Adiós…

Erik se fué, y Katrina permaneció largo rato sola, mientras caía el crepúsculo. A la mañana siguiente preguntó a Gustav si creía que Erik se había hecho a la mar aquella noche.

—No lo creo —repuso Gustav—. El viento era muy flojo. Pero va aumentando a medida que el sol se levanta y puede que zarpen de un momento a otro.

—¡Ahora salen! —gritó Johan en aquel momento.

Sentado junto a la ventana, hacía rato que miraba con insistencia. A lo lejos, por un claro que dejaban los árboles del bosque, se entreveía un pedazo de mar.

Katrina y Gustav corrieron a la ventana. Lento y majestuoso como un cisne blanco, el navío se deslizaba por el fondo azul, entre un marco de verdor intenso. Ahora la proa desaparecía tras el macizo obscuro de los árboles, camino del Sur… Ahora desaparecía la mitad de la nave… Ahora dejaba de verse en absoluto. Estaba lejos ya… El fondo azul había quedado desierto.

—Es curioso: al despedirme de Erik —dijo Johan— he tenido la impresión de que no había de volver a verle más.

—¿De veras? —dijo Katrina.

Con el rostro vuelto hacia el fogón, se disponía a encender el fuego. Y sus lágrimas cayeron sobre la ceniza.

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