Kalashnikov

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Capítulo 1

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Capítulo 1

—Admito que me tropecé un par de veces con Joseph Kony y su gente hará unos diez años… —admitió Román Balanegra devolviendo el documento. Y, tras observar detenidamente a sus visitantes, añadió—: Pero no sé a qué viene esto; hace mucho tiempo que saldé mis cuentas con la justicia.

—De eso no existe la menor duda… —se apresuró a replicar Songo Goumba alzando la mano como si estuviera pretendiendo regresar a la vieja época en que aún no era más que un simple guardia de tráfico—. Salvo por aquel pequeño problema con el marfil que por fortuna ha quedado olvidado, siempre le hemos considerado un ciudadano ejemplar.

—¿Entonces…? ¿A qué viene esto?

El africano se encogió de hombros indicando con un gesto a su acompañante, un pelirrojo de cabellos muy ralos y descuidada barba que no apartaba ni un momento la vista del informe del Parlamento Europeo que le había sido devuelto:

—La misión que me ha encomendado personalmente el presidente es acompañar al caballero aquí presente hasta su casa y aprovechar la ocasión para garantizarle que nuestro gobierno respalda la propuesta que le quiere hacer, pese a lo cual se mantendrá al margen y negará cualquier tipo de implicación en el tema. —Su tono de voz era el servicial y untuoso de los funcionarios de segunda fila de la República—. Y dicho esto considero que mi trabajo ha terminado. ¡Que tengan un buen y fructuoso día!

Se puso en pie, estrechó la mano de sus dos acompañantes al tiempo que aventuraba una especie de ceremoniosa inclinación «a la japonesa» y abandonó la estancia como si acabaran de avisarle que se le estaba quemando la casa.

«El caballero aquí presente» y Román Balanegra se observaron en silencio unos instantes, como si estuvieran calibrándose mutuamente, y tras lanzar un largo resoplido, el primero inquirió evidenciando que lo que pretendía era romper el hielo.

—¿Realmente se apellida usted Balanegra?

—Así figura en mi documentación.

—Pero no parece un apellido auténtico.

—Siempre es más auténtico un apellido inscrito en el registro central que otro que no figure en ninguna parte, sobre todo teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de los nacidos en la República Centroafricana no disponemos de partida de bautismo o nacimiento.

—No sé por qué me había hecho a la idea de que usted no había nacido aquí.

—Pues que yo recuerde, sí… —fue la respuesta teñida de un leve barniz humorístico—. Justo en esta misma casa; y no soy el único blanco nacido en Mobayé, el único que no fue registrado al nacer, ni el único que no fue bautizado.

—¡Entiendo…! ¿O sea que como no le registraron al nacer, cuando consideró que había llegado el momento de inscribirse eligió un apellido a su gusto?

—Más o menos…

—¿Y por qué eligió exactamente ése?

—Porque mi abuelo, que era de ascendencia polaca, tenía un apellido casi impronunciable. Korzenoski, que para más inri en dialecto local significa algo parecido a «El Comecoños». Eso hizo que casi desde el principio optaran por llamarle El Hombre de la Bala Negra, y debido a ello mi padre se convirtió, por tanto, en El hijo del Hombre de la Bala Negra. Años más tarde, cuando aquel loco de Jean-Bédel Bokassa se autoproclamó «Emperador del Nuevo y Glorioso Imperio Centroafricano», dictando una serie de disparatadas leyes por las que me arriesgaba a que me expulsaran de mi propio país por tener un apellido extranjero y ofensivo, decidí inscribirme con el que recordaba a todos que mis raíces se encontraban afincadas en este país desde hacía ya casi un siglo.

—Balanegra… —exclamó el pelirrojo al que sin duda la peculiar palabra le atraía—. Muy apropiado para el mejor cazador del continente.

—Nunca pretendí que se me considerara el mejor cazador del continente… —fue la rápida respuesta en un tono que mostraba síntomas de impaciencia—. Mi padre lo era, yo no.

—Pero es lo que aseguran cuantos le conocen… —señaló su interlocutor al tiempo que extraía del bolsillo de la impecable chaqueta blanca un pañuelo y se secaba el sudor de la frente a base de ligeros golpecitos—. Me han asegurado que es la persona viva que más elefantes ha abatido.

—Es posible… —admitió el dueño de la casa al que se advertía cada vez más incómodo—. Nunca los he contado porque se trata de un trabajo y he procurado hacerlo lo mejor que sabía… —Carraspeó levemente al añadir—: Pero antes de seguir adelante me gustaría saber con quién estoy hablando y qué tengo que ver con un mandamiento del Parlamento Europeo referente a la captura de ese hijo de mala madre de Joseph Kony.

El otro dobló con exquisito cuidado el pañuelo, lo introdujo de nuevo en el bolsillo de la chaqueta y evidenciando que lo que tenía que decir le inquietaba musitó en voz muy baja:

—Como me han elegido con el fin de transmitir noticias muy reservadas, así como para concertar ciertos acuerdos ciertamente «delicados», y visto que en este país se puede elegir libremente el nombre, podría llamarme Hermes.

—¿Como el dios griego?

—¡Exacto!

—Pues por lo que a mí respecta no veo el menor problema en llamarle Hermes, Júpiter, Apolo o como mejor le plazca, pero sí con respecto a qué demonios pinto yo en todo este asunto.

—Lo entenderá si le aclaro que el tiempo y los acontecimientos han demostrado que no existe forma humana de llevar ante la justicia a Joseph Kony.

—¡Pues vaya un descubrimiento…! —no pudo por menos que exclamar en tono despectivo su acompañante—. Esa sucia comadreja se limpia el culo con todos los «considerando que consideren» una partida de encorbatados mentecatos que jamás han puesto el pie en África. Si las «autoridades» de la Unión Europea ni siquiera han sido capaces de detener a la mayoría de los criminales serbios o croatas que tienen en su propia casa, ¿cómo coño pretenden atrapar a alguien que ha nacido y se ha criado en una de las selvas más desconocidas, despobladas, peligrosas e intrincadas del planeta? ¡Menuda bobada!

—¡Estoy de acuerdo! —admitió el que se hacía llamar Hermes—. Y el hecho de que recientemente haya hecho asesinar a seiscientas personas en el Congo, secuestrando a ciento sesenta niños, nos ha llevado a la conclusión de que la ley, tal como solemos entenderla en el mundo civilizado, no vale de nada frente a ese salvaje.

—¡Pues sí que han tardado en averiguarlo! Kony es, en efecto, el fundador del Ejército de Resistencia del Señor, pero los nativos suelen llamarle La Comadreja o Saitán, porque en realidad le consideran el demonio fundador de las Legiones de Resistencia del Infierno. Hay quien afirma que le encanta comerse a los niños albinos y a los pigmeos, aunque eso es algo de lo que no tengo constancia; pero de lo que estoy convencido es de que nadie ha asesinado, violado y mutilado a tantos inocentes con sus propias manos como ese hijo de perra.

—Lo que le convertiría en el mayor criminal de la historia de la humanidad.

—Supongo que para alcanzar tal «honor» tendría que competir duramente con un gran número de candidatos, pero lo que cabe aceptar es que, junto a algunos políticos israelíes y norteamericanos es de los pocos que aún continúan con vida. ¡Y libres!

—¡Cierto! —reconoció el otro, que había vuelto a su parsimoniosa tarea de secarse el sudor—. Y por eso hemos tomado la decisión de que acabe «encerrado o enterrado», porque no debemos consentir que continúe masacrando inocentes; a las bestias hay que tratarlas como a bestias.

—¿Y cómo piensan conseguir «encerrarle o enterrarle»?

—Con diez millones de euros —fue la seca pero firme respuesta—. Es el precio que hemos puesto a su cabeza. Y a ello se añade un millón más por la de cada uno de sus lugartenientes.

Ahora sí que Román Korzenoski, en realidad y según su pasaporte, Román Balanegra, no pudo evitar lanzar un silbido de admiración, y a continuación se puso casi calmosamente en pie con el fin de ir a apoyarse en la baranda del porche y recrearse con la belleza de un paisaje que venía contemplando desde el día en que abrió los ojos por primera vez.

Tras saltar levantando nubes de espuma en una pequeña catarata, el caudaloso y fangoso río Ubangui cruzaba mansamente a sus pies, surcado por media docena de piraguas indígenas y pequeñas embarcaciones a motor que transportan a plena luz del día toda clase de mercancías de contrabando desde o hacia la orilla congoleña que se divisaba con absoluta nitidez desde que había desaparecido la neblina de las primeras horas de la mañana.

Al poco, y sin volverse, inquirió:

—¿Cuándo harán público el comunicado?

—Nunca.

—¿Y eso?

—Porque nos vemos obligados a aceptar que resultaría ilegal, inmoral y, sobre todo, estúpido —fue la rápida respuesta de Hermes, que había acudido a colocarse a su lado y contemplar de igual modo el paisaje—. Corremos el riesgo de que al convencerse de que no le queda esperanza alguna de salvación se lance a un baño de sangre aún mayor, como dicen que suelen hacer las fieras acosadas. Y tampoco queremos que estas selvas se conviertan en un coto de caza al que acudan cientos de locos ansiosos por cobrar una multimillonaria recompensa.

—Pues tendrán que ingeniárselas a la hora de mantener esa historia en secreto, porque Kony tiene socios y espías en todas partes; por lo que tengo oído las cifras que se mueven en torno a su maldito ejército son multimillonarias.

—Se está intentando determinar quiénes le apoyan y abastecen desde el exterior, pero no resulta fácil.

—Lo supongo, y si es cierto eso de que Kony y su gente cruzaron el río hace dos meses y se ocultan en algún punto de las selvas del Alto Kotto, que, además de ser el pantanal más impenetrable que existe, hace frontera con Sudán, nunca lo detendrán —puntualizó el dueño de la casa—. He pasado la mayor parte de mi vida persiguiendo elefantes por esa zona, por lo que me atrevo a asegurarle que ningún extraño conseguiría sobrevivir en ella ni una semana. Para que se haga una idea tal vez le baste con saber que tiene una densidad de menos de un habitante por kilómetro cuadrado, es decir, que prácticamente allí no vive nadie. —Hizo una corta pausa antes de sentenciar—: Sobre todo teniendo que enfrentarse a los asesinos de Kony.

—Lo sabemos. Y también sabemos que ni el ejército de este país, ni el de Uganda, la República del Congo e incluso todas las fuerzas de las Naciones Unidas juntas, conseguirían atraparle, tal como no lo han conseguido en todos estos años. Debido a esa certeza no nos hemos planteado continuar intentando derrotarle, acosarle u obligarle a rendirse; hemos llegado a la conclusión de que la mejor solución es pegarle un tiro y punto.

—Suena lógico, tajante, brutal, poco ético y francamente ilegal.

—Sin duda, pero se acabaron los tiempos de las contemplaciones y la paciencia; Joseph Kony es una alimaña, y a las alimañas hay que exterminarlas.

Román Balanegra asintió meditabundo como si estuviera de acuerdo con lo que el otro acababa de decir, y en realidad lo estaba.

Al poco quiso saber:

—¿Es por eso por lo que ha venido a verme?

—¡Naturalmente! Nuestros informantes aseguran que ha cazado cientos de elefantes en el Alto Kotto que desde muchacho empezó a acompañar a su padre en las batidas. Y de igual modo aseguran que es capaz de volarle la cabeza a un búho a quinientos metros de distancia.

—Es que los búhos se suelen quedar muy quietos; y además… de eso hace mucho tiempo.

—Hay cosas que nunca se olvidan. Y de lo que se trata es de abatir a una pieza que le reportaría diez millones de euros.

—De acuerdo.

Su visitante no pudo evitar un gesto de sorpresa al inquirir:

—¿De acuerdo?

—¡Eso he dicho!

—¿Así sin más? Se juega la vida.

—Siempre ha sido mi oficio… —fue la respuesta carente de cualquier rasgo de presunción—. En esos pantanales una manada de elefantes liderada por un viejo macho puede llegar a ser más peligrosa que todos los hombres de esa comadreja juntos, y nadie me ofreció nunca ni la milésima parte de esa cifra por acabar con ellos.

—Esperaba que mostrara una cierta reticencia.

—¿Por qué razón? —se sorprendió su interlocutor—. ¿Por hacerme el interesante? ¡Qué estupidez! Siempre he considerado esa región casi como el patio trasero de mi casa, y me jode que una cuadrilla de asesinos y violadores de niños se haya instalado en ella. Si quiere que le sea sincero, habría aceptado por la décima parte, pero ya que ofrecen tanto dinero no pienso rechazarlo.

—No he venido hasta aquí para regatear.

—Me alegra oírlo, porque lo único que necesito es un adelanto con el fin de organizarlo todo de tal modo que pueda hacer mi trabajo y salir de allí con vida. El acuerdo es muy simple: si les traigo la cabeza de Joseph Kony me pagan; si fracaso pierden el adelanto.

El rubio del cabello ralo asintió de inmediato.

—Me parece justo. ¿Cuándo piensa partir?

—Dentro de tres o cuatro días, si el gobierno de Bangui colabora.

—Colaborará. Dispongo de dinero suficiente como para convencer a los reticentes y sé muy bien a qué manos debe ir a parar.

—Ésa es su misión, pero le repito: tenga mucho cuidado porque «los socios» de Kony son muy poderosos, tanto aquí como en el extranjero.

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