Joy

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1975 » Capítulo 75. Julio 10, jueves

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Julio 10, jueves

—¡Atención, atención! Puestos móviles 5, 6 y 7. El objetivo acaba de atravesar la calle 100.

Desde el interior de la camioneta, Manuel observa con un potente telescopio manual el carro que los sigue a treinta metros. Es el tercero en la fila. El acompañante del chofer acaba de hablar por un micrófono. Sin duda, están preparando un relevo. Manuel mira la hora: cinco y diez ¡Perfecto!

Manuel ya ha destruido, en la cabina de la camioneta, todo lo que debía destruir. Le duelen las manos de tanto machacar y limar. Conserva solo los aparatos de escuchas, la microfilmadora, las cápsulas de veneno y todas las menudencias útiles que cupieron en su maletín. Ya puede ponerse a preparar la maleta y a conectar el sistema de explosivos. En menos de media hora se escurrirán por el callejón de 22. ¡Seguro, seguro que lo lograrán! Además, la gente que los sigue viene operando con extrema cautela. Han mordido el anzuelo. Lo más probable es que ni siquiera intenten detenerlos ese día y prefieran esperar a que se produzca el contacto con el jefe, anunciado por ellos.

Víctor, al timón, actúa con su calma profesional de Premium. Por el pequeño auricular, embutido en su oreja derecha, oye la voz de Manuel al transmitirle los detalles que observa. La cosa va bien. Él también se llena de confianza. Si sortean con éxito las tres cuadras críticas, en media hora estarán fuera de peligro, a los pocos días del regreso a los Estados Unidos.

—¡Atención, atención! Puestos 11 y 12, prepárense. El objetivo acaba de salir de la Ciudad Deportiva.

El chofer del carro número 12, un Chevy verde, apostado a la salida de la terminal de ómnibus, enciende el motor. En menos de diez minutos, la camioneta pasará por allí. Vuelve a mirar las fotos en colores. No, no se puede confundir. Tiene instrucciones de seguirla durante parte del trayecto, siempre que coja por la calle G o por la avenida de la Universidad, en dirección al Calixto García. Si dobla a la derecha, por la avenida Salvador Allende, deberá comunicarse con el puesto 17, que cogerá el relevo en Infanta.

—¡Atención, puesto 12! El objetivo está detenido en el semáforo de Boyeros, frente al edificio de las FAR. Es el primero de la fila y ocupa la senda izquierda. En este momento se pone en marcha, cambio.

«Si viene por la izquierda, es seguro que va a seguir por G», piensa el chofer del Chevy y entra en la calzada para ocupar la senda del medio.

—Entendido, cambio.

El Chevy avanza lento por la calzada. Adentro van el chofer y dos pasajeros: uno atrás y otro adelante. Cincuenta metros antes de llegar al cruce con la Salvador Allende, la camioneta los pasa por la izquierda. El Chevy toma posición inmediata detrás del segundo carro que lo pasa por la senda izquierda.

La camioneta pasa frente a la Escuela de Letras, atraviesa la avenida de la Universidad y antes de llegar al monumento, se ubica detrás de una 20 que sube jadeante por la calle G.

El pasajero del asiento delantero coge un micrófono:

—¡Atención, atención! Cruces de las calles 19, 15, 11, 7 y Tercera. El objetivo está bordeando el monumento de G y 27, y mantiene la senda izquierda. ¿Todos listos?

Las respuestas no se hacen esperar:

—Listo G y 19, cambio.

—Listo G y 15, cambio.

—Listo G y 11, cambio.

—Listo G y 7, cambio.

—Listo G y Terecera, cambio.

Los grupos especiales de seguimiento actúan siempre con impecable coordinación. Jamás se les escapa una presa… Bueno…, casi nunca.

Cuando la camioneta atraviesa 21 el chofer saca la mano.

—¡Atención, puesto de G y 19! La camioneta va a doblar por 19. Ocupe posición.

La camioneta dobla por 19, pero antes deja pasar a un camión que viene subiendo por la otra senda de la calle G. Cuando el camión ha pasado, Víctor se interna por 19. A mitad de cuadra pasa a un ciclista que se coloca detrás de él. Al verlo por el retrovisor, Víctor sonríe nervioso y piensa: «¡Coño, mire que esta gente inventa!».

Poco a poco, la camioneta comienza a alejarse del ciclista, pero nunca a más de cincuenta o sesenta metros. Atraviesa Paseo, luego la calle 12 y el ciclista sigue atrás, Víctor lo ve llevarse una mano a la boca y mover los labios, sin interrumpir su marcha.

—¡Mira, Mami! —grita un niño desde un balcón—. ¡Una bicicleta con teléfono!

—¡No seas bobo, niño! —le contesta la madre.

—¿No ves que eso no puede ser, niño? —le dice el padre.

El niño es el único, de aquella familia, consciente de que lo maravilloso y fantástico forman parte de la realidad cotidiana. Los bobos son los padres.

La camioneta atraviesa las calles 16, 18, 20, y al llegar a 22 aminora la marcha como para detenerse. El ciclista ha doblado por 16. Ahora tiene atrás, a unos treinta metros, un carrito viejo todo despintado. La camioneta aminora su marcha hasta casi detenerse, y el carrito hace amago de parquearse a mitad de cuadra. Cuando la camioneta comienza a doblar por 22 hacia la derecha, el carrito se dispone a seguirla; pero de pronto la camioneta da marcha atrás. El carrito se parquea en 19 entre 20 y 22, antes de llegar a la esquina. Luego retrocede unos metros, porque observa una parada de la 57. Mientras tanto, la camioneta atraviesa en retroceso la calle 19 y se estaciona en 22, a unos ochenta metros de 19.

La camioneta permite comunicar la parte de atrás con la cabina del chofer. Manuel abre la puerta de la cabina y coloca una maleta. Víctor baja, con toda naturalidad, le da las buenas tardes a un señor que ha sacado a su perro a hacer pipi, y mientras Manuel conecta los explosivos, penetra por un pasillo largo, y carga una maleta al parecer muy pesada, como para no infundir sospechas de que piensa escabullirse. Manuel, a su vez, baja de la camioneta con un maletín en la mano y penetra en el pasillo con toda tranquilidad.

El edificio por donde se internan ambos saboteadores, es de un modelo muy frecuente en El Vedado. Tiene una vivienda adelante, a la que se ingresa por una puerta frontal; pero detrás de esa vivienda hay otro bloque, con varios apartamentos, a los que se llega por un pasillo lateral.

Lo que ignoran muchas personas ajenas al barrio, es que ese pasillo comunica, a su vez, por un estrecho corredor invisible desde la calle, con un terreno baldío situado a los fondos. Ese solar constituye el borde superior de la inmensa hondonada que interrumpe en ese punto la calle 22, y en cuya parte más baja, se halla el polígono Dos de Diciembre, con acceso por la calle 23, tras bajar una rampa sinuosa.

Cruzado al sesgo el baldío, se llega a la esquina de las calles 21 y 24; y eso lo lograron Víctor y Manuel en un minuto y medio, después de haber penetrado en el pasillo de la calle 22.

Víctor cogió por 24 hacia 23, donde capturó un bendito taxi. Ya adentro se tomó el pulso. Ochenta y dos pulsaciones por minuto. Aceptable: no se había descontrolado casi.

Manuel caminó por 21 hasta 26 y en la esquina de 26 y 23, montó en una 30 en dirección al Vedado. ¡Uff!

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