Inferno

Inferno


Capítulo 63

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Robert Langdon había transcrito el texto en espiral de la máscara mortuoria a un papel para poder analizarlo atentamente. Sienna y el doctor Ferris se habían acurrucado a su lado, y Langdon hizo todo lo posible para ignorar el hecho de que este último no dejaba de rascarse y respirara con dificultad.

«No le pasa nada», se dijo a sí mismo, y se obligó a prestar atención a los versos que tenía delante.

Oh, vosotros, poseídos de sano entendimiento,

descubrid la doctrina que se oculta…

bajo el velo de tan extraños versos.

—Como he mencionado antes —comenzó a decir Langdon—, la estrofa inicial del poema de Zobrist está extraída del Inferno de Dante casi al pie de la letra; es una advertencia al lector de que los versos tienen un significado más profundo.

La obra alegórica de Dante está tan repleta de comentarios velados sobre religión, política y filosofía que con frecuencia Langdon sugería a sus alumnos que estudiaran al poeta italiano como lo harían con la Biblia, leyendo entre líneas y esforzándose en hallar el significado que se ocultaba a simple vista.

—Los especialistas en alegoría medieval —prosiguió— suelen dividir sus análisis en dos categorías: «texto» e «imagen». El texto es el contenido literal de la obra, y la imagen, el mensaje simbólico.

—O sea —dijo Ferris con impaciencia—, que el hecho de que el poema comience con este verso…

—Sugiere —le interrumpió Sienna— que una lectura superficial solo revelará parte del mensaje. El verdadero significado puede que esté oculto.

—Algo así, sí. —Langdon volvió a posar la mirada sobre el texto y siguió leyendo en voz alta.

Buscad al traicionero dux de Venecia

que cortó las cabezas de los caballos…

y arrancó los huesos de los ciegos.

—Bueno —dijo Langdon—, todavía no sé a qué hace referencia lo de los caballos sin cabeza y los huesos de los ciegos, pero parece que tenemos que encontrar a un dux específico.

—Es decir…, ¿la tumba de un dux? —aventuró Sienna.

—O una estatua, o un retrato —añadió Langdon—. Hace siglos que no hay dux.

Los dux de Venecia eran muy parecidos a los duques de otras ciudades Estado de la península itálica y, desde el año 697 d. C., más de cien habían gobernado Venecia durante un período de mil años. Su linaje terminó a finales del siglo XVIII con la conquista de Napoleón, pero su gloria y poder seguían generando una intensa fascinación entre los historiadores.

—Como quizá saben —dijo Langdon—, las dos atracciones turísticas más populares de Venecia, el Palacio Ducal y la basílica de San Marcos, fueron construidas por y para los dux. Muchos de ellos están enterrados ahí mismo.

—¿Y sabes si hubo un dux que fuera particularmente malvado? —preguntó Sienna con los ojos puestos en el poema.

Langdon bajó la mirada al verso en cuestión. «Buscad al traicionero dux de Venecia».

—Ninguno, que yo sepa, pero el poema no utiliza la palabra «malvado», sino «traicionero». Hay una diferencia, al menos en el mundo de Dante. La traición es uno de los siete pecados capitales; el peor de ellos, en realidad, y está castigado con el noveno círculo del infierno.

La traición, tal y como la definió Dante, era el acto de traicionar al ser amado. El ejemplo más conocido de ese pecado era la traición de Judas a Jesús, un acto que Dante consideraba tan vil que confinó a Judas a una región situada en el centro mismo del infierno, y que se llamaba Judeca en honor a su residente más indigno.

—O sea, que estamos buscando a un dux que cometió un acto de traición —dijo Ferris.

Sienna asintió.

—Eso nos ayudará a limitar las posibilidades. —Se quedó un momento callada, mirando el texto—. Pero el siguiente verso… ¿Un dux que «cortó las cabezas de los caballos»? —Levantó la mirada hacia Langdon—. ¿Existe eso?

Lo que acababa de leer Sienna hizo que Langdon evocara la espeluznante escena de El Padrino.

—No me suena. Pero, según esto, también «arrancó los huesos de los ciegos». —Se volvió hacia Ferris—. Tu teléfono tiene conexión a internet, ¿verdad?

Ferris agarró su móvil, pero tenía los dedos hinchados y rojizos.

—Con estos dedos no puedo teclear.

—Ya me encargo yo —dijo Sienna, y agarró el móvil—. Buscaré «dux venecianos» y cruzaré las referencias que obtenga con «caballos sin cabeza» y «huesos de los ciegos». —Se puso a marcar rápidamente en el pequeño teclado.

Langdon volvió a centrar su atención en el poema, y siguió leyendo en voz alta.

Arrodillaos en el mouseion dorado de santa sabiduría

y pegad la oreja al suelo,

para oír el rumor del agua.

—Nunca he oído hablar de ningún mouseion —dijo Ferris.

—Es una palabra antigua que se refiere a un templo protegido por musas —respondió Langdon—. En la época de los primeros griegos, el mouseion era el lugar donde los ilustrados se reunían para compartir ideas y discutir de literatura, música y arte. El primer mouseion fue construido por Ptolomeo en la Biblioteca de Alejandría, siglos antes del nacimiento de Jesucristo, y luego cientos más comenzaron a aflorar por todo el mundo.

—Sienna —dijo Ferris, esperanzado—, ¿puedes buscar si hay algún mouseion en Venecia?

—En realidad, hay muchos —dijo Langdon con una sonrisa juguetona—. Ahora se llaman museos.

—Ahhh… —respondió Ferris—. Entonces tendremos que ampliar la búsqueda.

—O sea que estamos buscando un museo en el que podamos encontrar a un dux que cortó cabezas de caballos y arrancó los huesos de los ciegos. Robert, ¿se te ocurre algún museo en particular que pueda ser un buen lugar para comenzar la búsqueda? —preguntó Sienna mientras seguía tecleando en el teléfono, sin problema alguno para hacer dos cosas a la vez.

Langdon ya estaba considerando los museos más conocidos de Venecia: la Gallerie dell’Accademia, el Ca’Rezzonico, el Palazzo Grassi, la Colección Peggy Guggenheim o el Museo Correr, pero ninguno parecía encajar con la descripción.

Volvió a mirar el texto.

el mouseion dorado de santa sabiduría

Langdon sonrió irónicamente.

—En Venecia hay un museo que cumple con todos los requisitos para ser considerado un «mouseion dorado de santa sabiduría».

Tanto Ferris como Sienna se lo quedaron mirando expectantes.

—La basílica de San Marcos —declaró—. La iglesia más grande de Venecia.

Ferris no parecía muy convencido.

—¿La iglesia es un museo?

Langdon asintió.

—Algo así como los Museos Vaticanos. Es más, el interior de San Marcos es conocido por estar completamente adornado con azulejos dorados.

—Un mouseion dorado —dijo Sienna. La excitación era perceptible en su voz.

Langdon asintió. No tenía duda de que la basílica de San Marcos era el templo dorado al que hacía referencia el poema. Durante siglos, los venecianos la habían llamado «La Chiesa d’Oro» —la iglesia de oro—; y él consideraba su interior el más deslumbrante de todas las iglesias del mundo.

—El poema dice que nos «arrodillemos» ahí —añadió Ferris—. Y una iglesia es un lugar lógico para hacerlo.

Sienna ya estaba tecleando furiosamente.

—Añadiré «San Marcos» a la búsqueda. Ese debe de ser el lugar en el que tenemos que buscar al dux.

Langdon sabía que encontrarían no pocos dux en San Marcos. No en vano, había sido su basílica. Algo más animado, volvió a posar sus ojos en el poema.

Arrodillaos en el mouseion dorado de santa sabiduría

y pegad vuestra oreja al suelo,

para oír el rumor del agua.

«¿Rumor del agua?», se preguntó Langdon. «¿Hay agua bajo la basílica de San Marcos?». Inmediatamente se dio cuenta de que esa pregunta era estúpida. Había agua debajo de toda la ciudad. Todos los edificios de Venecia se estaban hundiendo poco a poco. Visualizó entonces la basílica e intentó imaginar dónde podía arrodillarse uno para oír el rumor del agua. «Y cuando lo oigamos…, ¿qué hacemos?».

Langdon volvió a mirar el poema y terminó de leerlo en voz alta.

Adentraos en el palacio sumergido…

pues aquí, en la oscuridad, el monstruo ctónico aguarda

en las aguas teñidas de rojo sangre…

de la laguna que no refleja las estrellas.

—Muy bien —dijo Langdon, perturbado por la imagen—. Al parecer, debemos seguir el rumor del agua…, hasta llegar a una especie de palacio sumergido.

Ferris se rascó la cara. Parecía nervioso.

—¿Qué es un monstruo ctónico?

—Subterráneo —le contestó Sienna, que seguía tecleando en el teléfono—. Ctónico significa «bajo tierra».

—En parte sí —dijo Langdon—. Aunque la palabra tiene otra implicación histórica asociada en general con dioses míticos y monstruos. Los ctónicos conforman toda una categoría: las Erinias, Hécate y la Medusa, por ejemplo, lo son. Se les llama así porque residen en el inframundo y están asociados con el infierno. —Langdon hizo una pausa—. Históricamente, salen a la superficie para crear el caos en el mundo de los humanos.

Hubo un largo silencio y Langdon tuvo la sensación de que todos estaban pensando lo mismo. «Este monstruo ctónico… solo puede ser la plaga de Zobrist».

pues aquí, en la oscuridad, el monstruo ctónico aguarda

en las aguas teñidas de rojo sangre…

de la laguna que no refleja las estrellas.

—En cualquier caso —dijo Langdon, intentando no salirse del tema—, está claro que la localización que buscamos es subterránea, lo cual, al menos, explica la referencia a «la laguna que no refleja las estrellas» del último verso.

—Bien visto —dijo Sienna, levantando la mirada del teléfono de Ferris—. Si una laguna es subterránea no puede reflejar el cielo. ¿Hay alguna subterránea en Venecia?

—Ninguna, que yo sepa —respondió Langdon—. Pero en una ciudad construida sobre el agua, las posibilidades son probablemente infinitas.

—¿Y si la laguna está dentro de un edificio? —preguntó Sienna de repente, mirándolos a ambos—. El poema hace referencia a la «oscuridad del palacio sumergido». Antes has mencionado que el Palacio Ducal está relacionado con la basílica, ¿no? Esto significaría que las dos estructuras cuentan con todo lo que menciona el poema: un mouseion de santa sabiduría, un palacio, relación con los dux…, y está todo situado en la laguna principal de Venecia, al nivel del mar.

Langdon consideró lo que había dicho Sienna.

—¿Crees que el «palacio sumergido» del poema es el Palacio Ducal?

—¿Por qué no? El poema nos dice que debemos arrodillarnos en la basílica de San Marcos y luego seguir el rumor del agua. Puede que ese ruido nos conduzca al palacio contiguo; puede que sus cimientos estén sumergidos.

Langdon había visitado el Palacio Ducal muchas veces y sabía que la extensión que ocupaba era enorme, pues estaba conformado por un vasto complejo de edificios: un museo de gran tamaño, un verdadero laberinto de cámaras, apartamentos y patios institucionales, y una red de prisiones tan extensa que estaba repartida en varios edificios.

—Puede que tengas razón —dijo Langdon—, pero una búsqueda a ciegas en ese palacio podría llevarnos días. Sugiero que hagamos exactamente lo que nos dice el poema. En primer lugar, vayamos a la basílica de San Marcos, encontremos la tumba o estatua de ese dux traicionero, y arrodillémonos.

—¿Y luego? —preguntó Sienna.

—Luego —dijo Langdon con un suspiro—, recemos para oír el rumor del agua y que nos conduzca a algún lado.

En el silencio que se hizo a continuación, Langdon visualizó la expresión de inquietud que tenía Elizabeth Sinskey en sus alucinaciones, llamándole desde el otro lado del río. «El tiempo se agota. ¡Busca y hallarás!». Se preguntó dónde estaría la doctora en ese momento y si estaría bien. Sin duda, a esas alturas los soldados de negro ya se habrían dado cuenta de que él y Sienna se habían escapado. «¿Cuánto tardarán en dar con nuestra pista?».

Reprimiendo una oleada de cansancio, Langdon volvió a mirar el poema. Al leer el último verso se dio cuenta de otra cosa. Se preguntó si valía la pena mencionarla. «La laguna que no refleja las estrellas». Probablemente era irrelevante para su búsqueda, pero decidió compartirlo de todos modos.

—Hay otra cosa que debería mencionar.

Sienna levantó la mirada del teléfono móvil.

—Las tres secciones de la Divina Comedia de Dante —dijo Langdon—. Inferno, Purgatorio y Paradiso. Todas terminan con la misma palabra.

Sienna parecía sorprendida.

—¿Cuál es? —preguntó Ferris.

Langdon señaló el final del poema que había transcrito.

—La misma con la que termina este poema: «estrellas». —Tomó la máscara mortuoria de Dante y señaló el centro de la espiral.

«La laguna que no refleja las estrellas».

—Es más —prosiguió Langdon—. Al final del Inferno, Dante oye el rumor del agua en el interior de una sima y, siguiéndolo a través de una abertura, consigue salir del infierno.

Ferris palideció ligeramente.

—Dios mío.

Justo entonces, el Frecciargento se metió en el túnel de una montaña y una ensordecedora ráfaga de aire sacudió la cabina.

En la oscuridad, Langdon cerró los ojos e intentó relajarse. «Puede que Zobrist fuera un lunático —pensó—, pero sin duda poseía un sofisticado conocimiento de la obra de Dante».

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