Igor

Igor


Capítulo cuatro

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Capítulo cuatro

Emerson había rechazado su ofrecimiento de tomar un café con él, así que Igor la vio subirse a su clásico británico y se quedó mirando hasta que ella desapareció calle arriba.

El automóvil, al instante, le hizo recordar al del abuelo de los Campbell, provocando que se amonestara por permitir que su mente se trasladara a ellos.

Agitó la cabeza, negando, y cruzó la calle mientras se pasaba la mano por el pelo. Entró en el restaurante italiano y se sentó a la barra mientras le asignaban una mesa.

—¿Qué le sirvo?

—Una copa de merlot, por favor.

Inmediatamente después de que le trajeran la copa de vino, lo hicieron pasar a la mesa. Bebió un sorbo y se bajó del alto taburete que estaba situado junto a la barra; no le pasó desapercibida la mujer rubia que lo miraba desde el otro extremo, pero no tenía ganas de enredarse con nadie; es decir, hubiese querido que Emers aceptara su invitación, pues desde que la había visto partir que no podía alejarla de sus pensamientos.

Se acomodó en la mesa y el camarero se acercó.

—¿Le dejo la carta, señor? ¿O espera a alguien?

—Déjemela, gracias.

Comió contrariado; su humor agriado se había intensificado al darse cuenta de que lo único que sabía de ella era que se llamaba Emers. Había estado tan idiotizado mirándola que la había dejado marcharse sin ni siquiera pedirle su teléfono.

Se pasó la mano por la frente y bebió del tirón lo que quedaba del vino con el que había acompañado la cena, un Barolo del año 2005 que maridaba perfectamente con la

saltimbocca alla romana que había comido. Se limpió los labios y arrojó la servilleta sobre la mesa; luego estiró un brazo y llamó con la mano al camarero… y, en cuanto éste llegó, le solicitó la cuenta.

—¿No desea tomar postre, señor?

—No, muchas gracias.

—Tal vez… sea de su agrado una copa de

champagne, o quizá una medida de

lemoncello; es obsequio de la casa.

—Se lo agradezco, de verdad, pero no. Todo estaba exquisito, como siempre que vengo, pero debo irme ya.

Tras pagar la suma de lo consumido, salió del pequeño restaurante, viró la esquina y miró hacia delante.

Se quedó de pie estudiando el lugar de donde Emers había salido, cruzó y leyó lo que indicaba el cartel.

—Pixel Factory. Estudio fotográfico. —Se pasó la mano por la barba y luego se la cepilló—. Así que eres fotógrafa…

Continuó escudriñando el local, pero no había otro dato significativo que le permitiera ponerse en contacto con ella.

—Joder, ¿cómo he sido tan estúpido? La chica estaba buenísima, tendría que haber insistido.

Volvió a experimentar la misma incomodidad que sintió en la entrepierna mientras estaba sentado en el restaurante. Su bragueta, cada vez que pensó esa noche en el vistazo que había conseguido echar a sus tetas bajo la camiseta gris que llevaba puesta, sin sujetador debajo, hizo que su polla latiera furiosa e incluso, durante un momento, se dijera que la única solución que le quedaba era levantarse de la mesa, irse al baño y sacudírsela hasta lograr satisfacerse con sus propias manos mientras imaginaba que se la pasaba por entre los pechos.

—Mierda, ¿qué me pasa? Parezco un puto cabronazo que necesita imperiosamente tener sexo, y no es así —se amonestó, contrariado.

Lo cierto era que Emers lo había vuelto loco más allá de sus asesinas curvas; la chica lo había dejado no sólo pensando en sus tetas, sino que, además, visualizaba continuamente la carnosidad de sus labios, la suavidad de su pelo rubio, el marrón claro con manchitas doradas de sus cautivantes ojos y la sedosidad abrumadora de su tersa piel. Incluso, durante la cena, mientras sorbía de su copa de vino, cerró los ojos y rememoró el sonido de su voz.

Agitó la cabeza tras desechar sus pensamientos, y caminó hacia su descapotable. Él nunca gastaba más de una reflexión en una mujer, y mucho menos hacía un examen exhaustivo de sus atributos, así que no entendía por qué con Emers se lo permitía.

—Sólo es una chica bonita a la que has sacado de un apuro —se dijo.

Igor siguió andando, alejándose de allí.

Procuró cambiar el rumbo de sus consideraciones, pues las mujeres con las que concretaba ir a la cama sólo eran para pasar el rato. Él había crecido en un mundo en el que aprendió muy bien que nada dura para siempre, así que, para él, involucrarse en una relación sólo era sinónimo de destrucción, y él no quería nunca más eso para sí… por eso estaba de acuerdo en enredarse con una mujer siempre y cuando sólo fuera por pura atracción física, para quitarse las ganas, liberar endorfinas y listo. Dedicarle más de un pensamiento a una fémina significaba complicaciones, y él no estaba para eso. Por ello, lo mejor que podía hacer era seguir su primer instinto: no había insistido con Emers porque había sentido que su yo interior le decía que se alejara de ella, así que, en ese instante, seguir dándole vueltas en su cabeza no tenía ningún sentido.

«Las relaciones nunca son buenas», afirmó mentalmente con convencimiento.

Su propia experiencia se lo indicaba, no hablaba sin conocimiento de causa. Había crecido en un hogar con un padre adicto a quien él jamás le importó y una madre que lo abandonó cuando sólo era un crío muy pequeño; además, la única vez que intentó entregarle su corazón a alguien, sólo consiguió que se lo destrozaran. Por todo ello, sabía perfectamente que las compañías ocasionales eran buenas y las relaciones, por el contrario, sólo eran un verdadero desastre.

Llegó a la mansión con reminiscencias italianas, accionó el mando a distancia del portón y entró abruptamente con el coche, dando suficientes muestras de su agriado humor. Aunque se había propuesto no hacerlo, sus pensamientos giraban en torno a esa muchacha una y otra vez, y eso lo estaba fastidiando demasiado.

Dejó el Porsche aparcado frente a la entrada principal y, tras bajarse a la velocidad de un rayo, se metió en la casa a grandes zancadas.

Pasó ignorando a los que estaban en la sala y se dirigió a la escalera que llevaba a su dormitorio.

—Y, a éste, ¿qué le pasa? —le preguntó Ziu a Zane, y recibió un encogimiento de hombros por parte del segundo como respuesta.

Igor entró en su habitación y pateó sus zapatos para quitárselos. Luego se despojó de su ropa casi a tirones para, finalmente, meterse en la cama dispuesto a dormirse y dejar todo el asunto atrás… pero, tras unos minutos de dar vueltas y más vueltas en la cama, comprendió que necesitaba hacer algo o no lograría conciliar el sueño.

* * *

—No puedo creer lo pequeño que es el mundo… Quién iba a pensar que me encontraría con Grayson aquí.

Emerson se apretó la cabeza, sosteniéndosela con ambas manos, esbozando a la vez una sonrisa bobalicona al pensar una y otra vez en él; así había estado todo el rato desde que se alejó de Gray. Aún le duraba el

shock que había significado verlo.

—¡Dios!, está para comérselo… incluso mejor de como lo recordaba. Ahora, simplemente, está para chuparse los dedos, para lamerlo de punta a punta y para cabalgarlo sin parar. Por favor —se cubrió los ojos mientras continuaba hablando sola—, me asusta lo que estoy pensando. Las cosas que le haría si tuviese apenas una oportunidad. —Se cubrió la boca; no podía dejar de reír mientras repasaba los hechos y mientras imaginaba toda clase de obscenidades que deseaba hacerle—. ¿Qué estás imaginando, Emerson? Eres una descarada. Deja de darle vueltas en tu cabeza a esa extraña coincidencia.

Francamente, no podía hacerlo. Ella siempre había estado secretamente enamorada de él y, después de haberlo visto, todas esas sensaciones de adolescente habían revivido bajo su piel, aunque ya no se trataba de los pensamientos inocentes de ese entonces; ya no sólo deseaba un beso de Grayson, anhelaba mucho más de él.

Estaba metiéndose en la cama cuando recordó sus manos. Sintió que su cuerpo vibraba al rememorar lo grandes que eran; también revivió las venas que destacaban en ellas y el ancho de sus muñecas…; se veían poderosas, y ella sabía que podían dañar pero que también podían ser muy protectoras.

Se mordió el labio al imaginar las manos de Gray en sus pechos, para luego bajar aferrándose a sus caderas; las imaginó abriendo sus muslos, apartando sus pliegues y masajeando su clítoris.

—Joder… basta —se recriminó, retorciendo las piernas, pero la verdad es que no quería detenerse.

En realidad, no podía dejar de fantasear con él. Grayson siempre había sido su fantasía secreta.

Se estiró, abrió el cajón de la mesilla de noche y sacó su vibrador. De inmediato, se quitó las braguitas que se había puesto para dormir, estaban empapadas. Su nueva adquisición, antes de mudarse allí, fue un consolador que servía para estimularle el clítoris, la vagina y el ano, todo a la vez.

—¿Por qué no? —se dijo—. Nada mejor que estrenarlo pensando en Grayson.

Emerson era una chica sin inhibiciones a la hora disfrutar del sexo y de explorar su cuerpo; simplemente se dejaba llevar por las sensaciones que podía conseguir, pues estaba segura de que el coito era sólo una opción a la hora de obtener placer. Opinaba, además, que la masturbación, en cambio, podía ser de gran ayuda para conocer qué era lo que le gustaba verdaderamente a su cuerpo.

Tras encender su vibrador, empezó a estimularse. El orgasmo, por supuesto, no tardó en llegar. Ella sabía perfectamente cómo alcanzarlo; se conocía muy bien, pues, después de un par de relaciones fallidas, se había decantado por esa forma para liberar endorfinas, ya que consideraba, por otra parte, que era la manera más segura de obtener satisfacción sexual, pues no corría ningún riesgo de contraer una ETS, es decir, una enfermedad de transmisión sexual, ni tampoco de quedar embarazada… además de que no tenía que preocuparse por poner en riesgo su corazón.

El orgasmo la había golpeado con fuerza, haciendo que su cuerpo quedara temblando, pero para su sorpresa, tras masturbarse, no había conseguido bajar sus niveles de estrés. Sus pensamientos se habían intensificado con el alivio obtenido… y Grayson no dejaba de ser como un nubarrón negro que seguía acechando su cerebro.

Se levantó de la cama y se dirigió al baño para asearse y también para lavar su vibrador. Estaba contrariada; era la primera vez que, después de autocomplacerse, no se sentía aliviada. Era como si verlo hubiese despertado en ella una necesidad que antes nunca había experimentado. Siempre lo había deseado y, por alguna razón que desconocía, en todos esos años él se había mantenido a menudo en sus pensamientos, pues de vez en cuando su loca cabeza lo recordaba. Esa noche, tras encontrárselo, había comprobado que el deseo inocente de la niña que fue, la cual fantaseaba con el exnoviete de su hermana, en ese momento se había convertido en un deseo irreverente que no parecía poder controlar.

* * *

Igor se estiró para coger su móvil y a continuación se dedicó a buscar en Google, intentando obtener información del estudio fotográfico. Tecleó rápidamente el nombre del sitio y, de inmediato, obtuvo lo que deseaba. Se desplazó brevemente por las pestañas de la página web para estudiarla. Había varios

making of en los que se podía ver a Emers en plena acción. Concluyó que la chica parecía buena en lo que hacía. En la página se mostraban varios trabajos realizados por ella y, aunque él no entendía demasiado sobre eso, se notaba que tenía talento. Después de mirar varias fotografías, se dirigió a la pestaña de contacto.

—¡Joder! —exclamó al encontrarse con un formulario para completar en vez de toparse con un número telefónico para poder llamarla.

Regresó a la página en la que ella aparecía en plena acción y se quedó mirándola, estudiando sus facciones, sus curvas…, incluso se fijó en sus manos sosteniendo la cámara fotográfica. Notó que, aunque sus manos eran pequeñas, tenía los dedos largos y llevaba las uñas cortas pero arregladas.

Cuando se percató de su minucioso escrutinio, empezó a sonreír al notar la forma en que estaba obsesionándose con la muchacha.

Agitó la cabeza, sin poder creérselo. Igor jamás dejaba que una mujer le quitase el sueño. Ellas, a menudo, se obstinaban con él, pero éste jamás dejaba que tuvieran esa parte suya que sencillamente no existía, ya que estaba convencido de que las relaciones de pareja estaban condenadas mucho antes de que comenzaran, pues el «feliz para siempre» sólo era una leyenda.

No estaba dispuesto a que ninguna fémina controlase lo que hacía y lo que dejaba de hacer, y mucho menos a que alguna provocara en él devastaciones emocionales. Por esa sencilla razón, su contacto con las mujeres era puramente físico. Ellas sólo poseían el coño para que él pudiera enterrar su polla y conseguir alivio, así que lo mejor era dejar de estudiar tan exhaustivamente a Emers; después de todo, aunque era muy atractiva, sólo era una más.

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