Igor

Igor


Capítulo dieciocho

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Capítulo dieciocho

La noche fue un castillo de fuegos artificiales parecido a los que lanzan para las Fallas de Valencia. Por la mañana fue difícil para ambos tomar la decisión de marcharse del hotel, pero no podían eludir que debían regresar a la realidad, aunque los dos hubiesen preferido quedarse allí retozando en la cama, haciendo uso del cuerpo del otro.

El aliento de Grayson en su nuca, y los besos que dejaba desperdigados por su espalda, eran la tácita prueba de cuánto les costaba separarse.

—Hace más de una hora que acordamos que debíamos levantarnos e irnos.

—Pero tú pareces tener menos voluntad que yo —aseveró Gray, mordiendo su hombro y pasando su morena mano por la pálida piel de la chica, que en su mayor parte se veía cubierta por la tinta de los tatuajes.

Le apartó el pelo de la nuca y le sopló allí, después dejó unos cuantos besos en esa zona, provocando que ella se estremeciera.

—Gray. —El tono que empleó fue de advertencia.

—Eres una hipócrita; intentas hacerme sentir culpable, pero tú no paras de refregar tu mullido culo por mi pelvis —le informó con la voz oscura. Su miembro se balanceó entre la raja del culo de Emerson

—. Soy muy consciente de que esto es lo que pretendías lograr —añadió meciendo sus caderas—, ya me tienes duro otra vez.

Ella se movió y se puso boca arriba para enfrentarlo; levantó la mano y le acarició el rostro, le delimitó los surcos que se le formaban en la parte externa de los ojos, resiguió con sus dedos la estructura de los huesos de su cara, los límites de su barba y la carnosidad de sus labios.

Suspiraron, sin dejar de mirarse.

—Por mucho que me encantaría sentirte de nuevo dentro de mí, debo confesar que también hay otras cosas que deseo de ti.

—¿Qué quieres?

—No sé… Tal vez que sigamos hablando como lo hicimos anoche. —Ella se rio y se mordió uno de los dedos al recordar cómo había terminado cada una de esas conversaciones en las que sólo intentaron conocerse un poco más.

—Si mal no recuerdo —expresó él—, no acabamos ninguna; fallamos estrepitosamente en cada intento, porque terminé comiéndote la boca, como estoy a punto de hacer ahora.

—Espera… —Ella posó sus dedos sobre los labios de Grayson, deteniéndolo—. Quiero saber cuál es tu comida favorita.

—¿Planeas cocinar para mí?

—Quizá.

—¿Sabes hacerlo?

—Bueno, no soy una gran chef, pero, con la ayuda de algún tutorial en YouTube, he logrado grandes resultados.

—Torta de panqueques salados.

—Eso es fácil de hacer.

—Pero no la que yo quiero. La persona que me la hacía murió, y te puedo asegurar que nadie, nunca, la ha hecho más sabrosa que ella.

—¿Te refieres a tu madre?

—No, ni siquiera recuerdo el rostro de mi madre. De ella sólo sé que heredé el color de sus ojos y que se llamaba Helena Svensson. Hablo de quien fue lo más parecido a lo que alguna vez tuve como madre. Victoria, se llamaba, y era la esposa del hombre que, junto a ella, me sacó de la calle y me salvó de que fuera un delincuente que acabara en prisión.

«Rude y Victoria Magic», declaró Emerson para sí. Sabía de sobra de quién hablaba. Además, no era la primera vez que Grayson los mencionaba, y siempre hablaba de ellos con mucho cariño y agradecimiento; anteriormente le había estado contando algunas cosas de su vida como pandillero, una vida de la que ella no necesitaba detalles, porque los conocía muy bien.

—Ahora es tu turno, ¿cuál es tu comida favorita?

—Las hamburguesas de Shake Shack 1 con patatas fritaaaaaaaaaas.

Él se rio ante su elección, recordando que, la primera y única vez que la llevó a cenar, ella sugirió que una hamburguesa grasienta estaría bien.

—¿Qué? ¿De qué te ríes?

—Me gusta que seas tan auténtica y sencilla. En el centro comercial Stanford hay un Shake Shack, ¿lo sabías?

—Sí; tengo la aplicación en mi móvil, y ya he hecho algún pedido con la app y luego lo he pasado a recoger por allí. Eso hace que no eche de menos Los Ángeles.

—O sea, eres adicta a la comida basura.

—Sí, lo asumo, y no me importa que te horrorices, pues ya sé que en tu dieta no hay sitio para una hamburguesa. —Levantó la piel de su vientre, pellizcándolo para comprobar que en el cuerpo de Grayson no había un gramo de grasa.

—¿Por qué asumes que no como hamburguesas? Sí lo hago, aunque no con frecuencia, pero de vez en cuando me descarrilo de la dieta, aunque eso signifique más horas de entrenamiento.

—Ok, lamento haber dado por sentado ese hecho; lo que pasa es que tu cuerpo es tan perfecto que es difícil imaginar que lo haces.

—Tu cuerpo también es perfecto, y admiro que tu metabolismo no tenga que batallar con lo que comes.

—Es mi turno nuevamente. ¿Vino o cerveza?

—Depende de la ocasión; no me desagrada ninguno, pero prefiero el vino rojo. ¿Y tú?

—Prefiero el vino blanco.

Él asintió.

—¿Cómo es un día completo en la vida de Igor?

—¿De Igor?

—Sí, porque hasta ahora estoy conociéndolo sólo en parte; presumo, y en esto creo que no me equivoco, que Igor es metódico, y Grayson es más distendido.

—¿Pretendes decir que soy dos personas?

—Sí, lo eres. Estoy segura de que el Grayson de la intimidad es muy diferente del Igor que dejas ver.

—Tal vez no estés tan equivocada.

—Has visto…

—Te lo contaré, sabelotodo. —Él le dio una nalgada cariñosa—. El día de Igor empieza muy temprano, a menudo alrededor de las cinco y veinticinco de la mañana. Salgo a correr seis kilómetros; media hora más tarde, el baño de los primeros rayos del sol me está dando los buenos días en mi recorrido y, al cabo de una hora, aproximadamente, estoy de regreso para estirar los músculos y hacer un poco de meditación. Después de eso, me doy una ducha y hago un primer desayuno, con media docena de huevos crudos y un suplemento dietético.

—¡Puaj!

—No sabe tan mal, te acostumbras. Posteriormente, me voy al gimnasio; ahora lo tenemos en la casa, así que ya no tenemos que salir para entrenar. Entonces, hago mi entrenamiento físico, que es muy diferente del técnico; ese es el que se hace para aprender y perfeccionar los métodos de combate en las diferentes disciplinas de artes marciales. Ambas preparaciones son muy importantes; de nada sirve una buena técnica de lucha si, cuando subes al ring, te cansas, ya que, si eso ocurre, sólo quiere decir que vas directo a un fracaso asegurado.

»En fin —añadió, pasando un dedo de ida y vuelta por el canalillo de Emerson—, después del entrenamiento físico, tomo un desayuno real, y hago un descanso; luego, a media mañana, regreso al gimnasio para mi entrenamiento táctico.

—Joder, no pensaba que fuera tan sacrificado.

—Lo es; todo depende de a qué nivel quieras llevar tu preparación física y de cuánto aspires a conquistar dentro de la jaula. En mi caso, como ya te he contado, es lo más parecido al entrenamiento militar al que estaba acostumbrado mi cuerpo y mi mente.

»Estaba habituado a que mi cuerpo rebasara mi propio límite. Me habían entrenado para no dudar.

Cuando entré en el Cuerpo de Marines, fui capacitado para enfrentar el miedo, pues me enseñaron a reemplazar el sentido de la duda por el de la urgencia para resolver, ya que una nación no puede darse el lujo de depositar su fe en quienes no confían en sí mismos. Allí descubres el compromiso de inventar ese segundo hálito, aun cuando sientes que es imposible continuar respirando. —Se detuvo brevemente, tal vez recordando alguna misión; luego exhaló y dijo—: Dentro de la jaula, en una pelea, sucede lo mismo; no tienes tiempo para el miedo ni para dudas, y mucho menos para dar paso al cansancio, porque entonces, simplemente, te vencen. Es una batalla física y mental, que enfrentas cada vez, hasta que hallas una respuesta inconsciente que te ayuda a vencer ese estrés para poder encontrar la forma de ganar.

Emerson lo miró con admiración.

—Dios, ya estoy agotada tan sólo de oírte. Yo aún estoy en esa fase de que empiezo hoy, que empiezo mañana… y así voy postergando cada día ir al instituto de yoga de Peighton. Ahora entiendo tu tolerancia al esfuerzo.

Grayson rio sonoramente.

—No, no, no te rías, si es que me siento una holgazana.

—No te subestimes; me consta que tienes bastante tolerancia. —Le apretó un pecho y retorció su pezón entre los dedos.

—Tonto, no me refiero a esa tolerancia.

—Pero estás en buena forma, créeme. —Le dio una cariñosa nalgada de nuevo.

Ella sonrió.

—¿Continúo con el día de Igor?

—¿Aún hay más?

—El gimnasio es como mi oficina, así que, cuando acabo de almorzar, regreso para mi entrenamiento cardiovascular. Después de eso, me tomo un baño, en el que se alterna calor y frío, y el día culmina con un masaje que me ayuda a mantener los músculos desanudados y elásticos. A veces, después hago una siesta, o jugamos a la Play o la Xbox. Ya, el resto del día, lo tengo para disponer de él como quiera, y con quien quiera. —Le acarició la cintura y trazó círculos en su plano abdomen—. Cuando te apetezca, te paso a buscar para que asistas a un entrenamiento.

—¿De verdad? Me encantaría.

—Pues hecho; la próxima vez que salga a correr, paso por ti.

—Pero nos volvemos en mi coche.

—No seas floja.

Gray le hizo cosquillas, y las cosquillas dieron paso a los besos, y los besos a las caricias, y las caricias a más sexo.

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