Igor

Igor


Capítulo veintiuno

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Capítulo veintiuno

Iban de camino a su casa. Emerson se sentía como una mierda por haber cedido, pero de pronto las palabras habían salido de su boca sin que las quisiera decir, y sin pensárselo había aceptado ser su novia.

De inmediato, Gray se mostró tan feliz como un niño en la mañana de Navidad, cuando se encuentra con los regalos bajo el árbol. Por suerte, lo había convencido de que le permitiera seguirlo con su coche, así que estaba conduciendo el suyo. Eso le dio un poco de distancia, y también algo de tiempo para reflexionar acerca de la disparatada situación en la que se había metido.

—Es lo que deseabas, deja de mentirte; le has dicho que sí porque, cuando te lo ha pedido, no querías decir otra cosa, pero eres una hipócrita en toda regla, ya que deberías haberle expuesto la verdad y que él decidiera, después de que supiera quién eres, si quería seguir adelante o no. —Hablaba sola dentro del habitáculo del automóvil—. Te niegas a perderlo, pero tarde o temprano eso va a suceder, y lo sabes. No puedes tapar el sol con un dedo… Cuando Gray descubra tus mentiras, sólo pensará en dejarte.

Entraron en el vecindario. Las casas revelaban poder y dinero. Grayson se detuvo en el 47 del Camino Por Los Arboles, frente a un portón de madera que se abrió de forma automatizada, y la joven fotógrafa lo siguió, como había venido haciendo durante todo el camino.

Sus ojos casi se le salieron de las órbitas cuando vislumbró la fachada de la mansión en la que acababan de entrar. La lujosa y excéntrica casa tenía el estilo de las villas italianas, y era enorme. A decir verdad, ella había imaginado que Grayson vivía en una casa grande, pero no con la clase que tenía ésa; él nunca hacía alarde de nada, aunque en ese instante se dio cuenta de que bien podría haberlo hecho.

Igor bajó de su coche y se acercó al suyo; cuando ella paró el motor, le abrió la puerta y le tendió la mano para ayudarla a descender.

—Bien, ésta es mi casa. Aquí es donde vivo, donde vivimos todos nosotros, en realidad, porque los luchadores del equipo estamos todos aquí.

—Sí, ya me lo habías contado. ¡Guau! —exclamó Emerson, sin ocultar su asombro—. La casa, realmente, tiene una fachada preciosa, y se ve grandiosa.

—Sólo es una casa. Coge tu bolsa, luego iremos al gimnasio para tu clase personal de entrenamiento.

Ella emitió una risita.

—No te rías, te demostraré que puedo ser un gran instructor.

Gray no había soltado su mano, así que la invitó a que lo siguiera. Caminar junto a él la hacía sentir demasiado bien.

Atravesaron la inmensa puerta y Emerson quedó más obnubilada que antes, de ser eso posible. Los techos abovedados de ladrillo le recordaron a los de alguna catedral visitada en alguno de los tantos viajes que había tenido oportunidad de hacer.

No podía despegar sus ojos de la arquitectura que conformaba esa casa. Cada acabado era más suntuoso y exquisito que el anterior, y allá donde su mirada se posara sólo encontraba exquisitez.

Accedieron a una inmensa sala, y encontraron a casi todos los habitantes de la villa reunidos allí.

—Oh, Emerson, ¡qué alegría volver a verte! —expresó Ellie, poniéndose de pie. Había estado sentada en uno de los sofás, con un niño a su lado. Se acercó y le dio un cálido abrazo.

—Hola, Ellie, también me alegra verte.

Otra mujer, que estaba recostada en otro de los sofás, se incorporó, y su barriga se vio, simplemente, como un fenómeno. Supo enseguida que se trataba de la esposa de Zane, pues había oído la noche de la pelea que ésta estaba embarazada.

Se puso de pie con dificultad y Em se apenó por no haber reaccionado antes de que lo hiciera; sin duda parecía muy pesada y a simple vista se notaba que le costaba mucho esfuerzo moverse.

—Bueno, he oído hablar mucho de ti en todos estos días. Por fin te has dignado traerla para que la conociera —regañó a Gray y le golpeó el brazo antes de acercarse a saludarla—. Soy Ariana, la esposa de Zane; a mi marido ya lo conoces.

—Sí, lo conozco. Encantada, tu barriga es…

—Gigante, lo sé. Mi médico y Viggo, quien no sé si sabes que, además de luchador, es obstetra, me regañan constantemente por lo mucho que he aumentado de peso.

—No iba a decir eso, aunque concuerdo contigo, pero iba a decir hermosa. El estado de gestación en

una mujer es la transformación más asombrosa del cuerpo, y la más sublime, porque está llena de tanta vida dentro… Te ves guapísima, de verdad lo digo.

—Gracias; tendremos una niña.

—Hola —intervino Viggo, acercándose a saludarla. El pequeño que antes estaba sentado junto a Ellie en esos momentos estaba en sus brazos—. Él es nuestro hijo, Daniel.

—Oh, pero qué guapo eres.

—Tengo cuatro años.

—Aún no —lo corrigió su madre—, faltan algunas semanas para que los cumplas.

—Ah, pero se ve grande y fuerte como si ya los tuviera —replicó Emerson, y el niño sonrió de oreja a oreja.

Nix y Ezra se acercaron a saludarla; no había nadie más a la vista. Faltaban Ziu y Zane, y tampoco estaban los entrenadores.

—Ven, te llevaré a la cocina; seguramente encontraremos a Agatha allí, nuestra cocinera.

—¡Maldición! —Se oyó claramente cuando la regordeta mujer blasfemó y luego soltó una retahíla de improperios al tiempo que ellos entraban en el enorme lugar.

—Su boca no parece siempre una letrina.

—Oh, por Dios, qué vergüenza —dijo la mujer, dándose la vuelta cuando oyó a Grayson y vio que venía acompañado—. En realidad, soy bastante floja de lengua, pero… qué quieres que te diga, si vivo rodeada de todos estos hombres, que muy a menudo olvidan sus modales… y me han contagiado. Tú debes de ser Emerson —añadió, saliendo de detrás de la isla de la cocina mientras se limpiaba las manos en el delantal.

—No se preocupe, a menudo también se me escapan improperios cuando algo me molesta o no me sale.

—Qué alegría conocerte, tesoro. Llámame Agatha, y tutéame. Ellie nos comentó que eras muy bonita, pero creo que se quedó corta.

—Gracias.

—Te quedas a cenar con nosotros, ¿verdad?

—Sí, por supuesto —contestó Igor por ella, y Emerson le dio un apretón en la mano y lo miró amonestándolo.

—La niña tiene boca para contestar y no te he preguntado a ti —le rebatió la cocinera, evitando la mirada de Gray y cogiendo las manos de Emerson—. A veces, a los hombres, hay que recordarles que somos independientes y tenemos criterio propio. ¿Te quedas, entonces?

—Está bien, me quedo. Gracias por preguntar.

—Mujeres… Ven, Emers, haremos un recorrido por el resto de la casa y luego iremos al gimnasio.

—Una cosa más, antes de que te la lleves… ¿Quieres comer algo en especial? Estoy acostumbrada a hacer varios menús, aquí nadie come lo mismo, así que no te aflijas por pedir.

—Cualquier cosa que prepares para alguien más me servirá, no tengo problemas con la comida. Me gusta todo.

—Y te fascinará cuando la veas comer —acotó Gray—, porque es una chica de buen apetito.

—Oh, eso es fantástico, y lo bien que te ves.

Después de enseñarle los exteriores de la casa, entraron por la cocina, accedieron a la zona de escaleras, ascendieron hasta la última planta y Grayson la llevó a su dormitorio.

—Madre mía, esto es tan grande como todo mi apartamento de Los Ángeles, y para qué hablar del que ocupo aquí en Menlo Park; este baño ya es del tamaño de mi actual casa. Ahora entiendo que todos viváis juntos y no sintáis que invadís el espacio del otro.

—Al principio, antes de mudarnos aquí, pasaba eso que dices, así que, en cuanto las cosas empezaron a ir bien para todos, en lo que primero estuvimos de acuerdo fue en invertir en una propiedad… decente.

—No sé cuál es tu concepción de la decencia, pero esto, para mí, ha superado ampliamente todos los estándares, y hasta me atrevería a decir que es casi obsceno compararlo con decente.

Gray soltó una carcajada echando la cabeza hacia atrás y la abrazó; le acarició la espalda, abarcándola con sus poderosas y grandes manos, luego la enfrentó y sostuvo su barbilla para que ella lo mirase.

—Vuelvo a repetírtelo: sólo es una casa. Sé que vivir bien da seguridad, pero quiero que sepas que, aunque tener una holgada situación económica es genial, para mí no es lo más importante en la vida.

He vivido muy mal, y no me avergüenzo de ello. ¿Sabes?, mi casa… era casi una pocilga; ahora, cuando miro lo que he logrado, hace que sienta que me he superado, pero… —le besó la punta de la nariz—… no quiero asustarte. Sin embargo, desde que te conozco, siento que no tengo a nadie a mi lado para compartir mis logros, por eso tú…

«No lo digas… no lo digas… no lo digas…», imploró ella en silencio, mientras el latido de su corazón se disparaba, fuera de control, pero, como evidentemente él no iba a detenerse, era necesario que hiciera algo, así que se lanzó a sus labios y lo besó, aunque eso también podía malinterpretarse.

Gray empujó su lengua aún más fuerte, y sus manos apresaron sus nalgas, apretándola más contra él. Era inaudito pensar en ir despacio cuando ellos se encendían.

Ella se apartó y le dijo:

—La clase; prometiste que haríamos ejercicio, pero no el tipo de ejercicio que ya sé que tienes en mente.

—Tú me has besado, y sabes que, cuando logro acceder a tu boca, me es muy difícil parar.

—Lo sé, para mí tampoco resulta fácil. Gracias por decirme siempre cosas tan bonitas. Sé que a veces no te las retribuyo, pero es sólo que… —Se encogió de hombros; no podía decirle que no lo hacía porque no le quería hacer falsas promesas.

Grayson le besó la punta de la nariz de nuevo y buscó una de sus manos, sosteniéndola en la suya.

—Vamos a por ese entrenamiento.

—En mi bolsa tengo ropa para practicar yoga; me cambiaré.

—Hagámoslo en el gimnasio, también tengo que cambiarme —le explicó—. Allí hay una zona de vestuario donde podrás hacerlo. Si te desnudas aquí, frente a mí, no te dejaré salir de esta habitación.

—¿Ya te vas? —preguntó Ariana cuando se los cruzó en la escalera; ella iba hacia la cocina.

—No, aún no. Gray me ha invitado a cenar.

—Oh, genial; supongo que ya habéis avisado a Agatha.

—Sí, ya lo sabe —contestó Grayson—. Ahora iremos a hacer un poco de entrenamiento al gimnasio.

Por mi culpa ha perdido su clase de yoga, así que le he prometido que le prestaría el nuestro.

—Yo soy tan floja para eso que pienso que, cuando tenga el crío, tendré que instalarme ahí y ya me da debilidad.

—No vayas a creer que soy diferente de ti. Se suponía que hoy empezaba, y así igual todos los días, y ya ves, aquí estoy.

—Pero hoy empiezas —ratificó Igor—. Vamos, no perdamos más tiempo. —Le dio un cachete cariñoso en el culo para que empezara a andar.

—Guau, había dicho que no iba a impactarme con nada más de esta casa, pero debí suponer que, siendo todos deportistas, esta zona sería la mejor equipada, aunque reconozco que ansío ver alguna vez una película en esa sala de vídeo que parece un cine; me ha dejado flipada, ese espacio.

—Ya lo haremos.

Ella caminó entre las máquinas y luego se trasladó hacia la zona donde varios sacos de boxeo colgaban del techo; también había soportes con

punching balls, o peras de boxeo, cuerdas para saltar colgadas, mancuernas, guantes, vendas, protectores de cabeza y cojines de impacto, una pared para escalar y, en el centro, una jaula donde practicaban artes marciales mixtas.

—Madre mía, hay de todo aquí.

—Sí, es un gimnasio muy completo. Ésta es nuestra empresa, nuestra oficina en casa.

»Ven a cambiarte; te diré dónde puedes hacerlo, mientras yo también lo hago.

Emerson se cambió rápidamente, poniéndose unas mallas blancas de yoga y un

top del mismo color que resaltaba sus tetas; se calzó las zapatillas deportivas, se recogió el cabello en una coleta y salió.

Cuando lo hizo, se sorprendió de que él ya estuviera listo y esperándola, pues le pareció que no había tardado tanto; sin embargo, Grayson ya estaba junto a la cinta caminadora, aguardándola. Cuando ella le pegó un mejor vistazo, casi se cae de culo.

Él llevaba puesto un chándal negro que marcaba su entrepierna, dejando muy poco a la imaginación.

No es que ella tuviera que imaginar, pues sabía muy bien lo que había dentro de ese envoltorio, pero, vestido o desnudo, Grayson tenía el poder de dejarla con la mandíbula colgando.

Necesitaba concentrarse, así que realizó una respiración y se preparó para su clase personal.

«Madre de Dios —pensó—, qué afortunada soy al tener el

personal trainer que tengo.»

—Haremos algo suave para empezar. —Le hizo un gesto para que se subiera en la cinta y, cuando ella lo hizo, Grayson cerró los ojos; para él no era fácil tampoco pasar por alto lo bien que esas mallas la envolvían y le resaltaban el culo.

Empezaron con diez minutos de cardio en la cinta.

—¿Tú sólo me mirarás?

—No seas floja y deja de quejarte.

—Entonces, súbete ahí y comienza a sudar conmigo.

—Ok, si ése es el incentivo que necesitas, lo haré. Te acompañaré en la rutina.

Se subió en la máquina de al lado y, antes de ponerla en marcha, se acercó a su oído.

—Sí quieres verme sudar, tengo otra forma que estoy seguro que apreciarás más.

Ella soltó una risa.

—No me distraigas; eres mi entrenador personal, no mi tentación.

—Tú te lo pierdes.

Emers estaba roja, sudada y a punto de echar los pulmones por la boca.

—Vamos, sólo faltan unos pocos minutos para que la cinta pare, un esfuerzo más —la animó él.

Ella se aseguró a los manillares de la cinta, levantó la cabeza para mirarlo y luego se observó en el espejo de la pared de enfrente; no pudo creer lo que el reflejo le devolvía. Ladeó la cabeza, casi rompiéndose el cuello, y le dijo:

—No es justo, tú ni siquiera has empezado a transpirar; tienes el aspecto de no haber comenzado siquiera.

—Cariño, esto es un juego de niños para mí: corro seis kilómetros diarios.

La máquina paró y ella se sintió mareada. Él se bajó de un salto y la atrapó, sosteniéndola contra su pecho.

—Joder, ya quiero abandonar, me ha dado vértigo.

—Eso es porque no estás habituada. Vamos, me habías dicho que en Los Ángeles hacías ejercicio y no has parado de protestar.

—Sí, pero evidentemente mi cuerpo no tiene memoria, y ha pasado mucho tiempo ya. Vale, que ya estoy bien… ¿Qué sigue ahora?

Él se inclinó y le alcanzó un botellín de agua.

—Ahora, a rehidratarte.

Emerson bebió un poco y luego se sintió con fuerzas para continuar.

—Saltaremos a la cuerda. —Le alcanzó una—. Creo que ésta estará bien para tu estatura.

Luego cogió otra para él.

—Tú hazlo a tu ritmo, ¿de acuerdo? Esto será durante cinco minutos.

Emerson pensó que eso sería fácil, pero, después del primer minuto, ya parecía que sus pies no se despegaban del suelo y la cuerda comenzó a trabársele, mientras que él se reía y lo hacía con el estilo y la rapidez con la que lo hacen los boxeadores.

—Deja de reírte, ¿quieres?

—Está bien, te pido disculpas. —Intentó ponerse serio—. Procura divertirte, cariño. Mira, mueve sólo las muñecas como lo hago yo, te cansarás menos; mantén la cabeza recta, obsérvate en el espejo y salta sobre las puntas de los pies.

—Para ti es fácil, y encima te haces el chulo y cruzas los brazos, alardeando de que no te supone ningún esfuerzo.

—No me estoy burlando de ti. Es algo que hago todos los días, claro que es sencillo para mí, pero te recuerdo que has sido tú la que ha querido que entrenara a la par que tú. Ha sido idea tuya, cielo.

Vamos, escucha lo que te digo y prueba; con práctica, ya verás que te saldrá con naturalidad.

Después de la cuerda, se subieron a la bicicleta estática. Eso Emerson lo llevó bastante mejor, y casi no se quejó pedaleando. Luego hicieron brazos, con mancuernas y después en el banco. A posteriori, realizaron tres series de abdominales diferentes. Grayson la ayudó bastante para que terminara cada serie, y sin duda ese ejercicio fue lo que más le costó.

—Joder, eres una bestia si no te cansas haciendo esto. Ahora entiendo por qué llevas incrustada esa tableta de chocolate en tu estómago; es admirable que te veas como te ves, y créeme que hoy aprecio más que nunca tu físico.

—Con práctica y voluntad, todo se consigue. Lo lograrás.

Él siguió contando y ayudándola a que se levantara de la colchoneta.

—Ya está. Ahora relájate… un poco. Lo has logrado.

—¿Hemos terminado? —preguntó cuando culminó la última serie de abdominales.

—Nos faltan las sentadillas y habremos trabajado casi todo nuestro cuerpo; para comenzar, será más que suficiente por hoy.

—Bien, las sentadillas siempre me han salido bien; ya verás que aquí me luzco.

Emerson tenía razón, eso lo hizo fácilmente, y los ojos de Igor no se pudieron apartar ni un instante de su trasero.

—Señor entrenador, creo que no queda bien que le esté mirando el culo a su alumna como lo está haciendo.

—Pues el que se queja ahora soy yo; estoy deseando que esto acabe, ya que en cualquier momento detendré la clase y te follaré ese culo, pues, cada vez que te agachas, le habla a mi polla, pidiéndole que le dé atención.

—Eso ha sido muy grosero.

—Pero es la verdad; sólo estoy siendo sincero: tu culo me está llamando, cariño.

Ambos empezaron a reírse a carcajadas. Cuando se detuvieron, él se acercó y le dio un beso.

—Eres increíble. Me encanta el tiempo que comparto contigo; lo único malo es que, cuando estoy a tu lado, el reloj se acelera.

—Me pasa igual.

Volvieron a besarse.

—Falta que estiremos los músculos.

—¿Me ayudas a hacerlo?

—Por supuesto.

La acomodó sobre la colchoneta y le hizo estirar los glúteos; para ello, le indicó que cruzara la pierna sobre la rodilla contraria y que rotara ligeramente el cuerpo, mientras él la ayudaba a hacer presión en la rodilla que estaba en el aire.

Luego se situó detrás de ella y la ayudó a que estirara los brazos y la espalda. Finalmente, la tendió en el suelo para hacerle estirar los abdominales, pero ahí perdió el control y cayó sobre su boca; le lamió los labios, y Emerson, de inmediato, le dio acceso a su boca y enredó sus piernas en su cintura.

—Puede entrar alguien —dijo preocupada, deteniéndose por un instante entre lametones.

—Nadie nos va a interrumpir, quédate tranquila. Además, cuando hemos entrado, he cerrado la puerta.

—O sea, que ya tenías planeado este final.

—A decir verdad —Grayson se acercó a su oído—, cuando hemos entrado aquí, tenía planeado que el entrenamiento ni siquiera empezara.

En cuestión de segundos, la ropa de ambos voló de sus cuerpos. Grayson se arrodilló frente a ella y abrió sus muslos, enterrando de inmediato su cabeza entre ellos; lamió sus pliegues, y su clítoris se hinchó.

—Sabes tan rico.

Emerson gimió y sintió que la sangre le palpitaba, taponándole los oídos, ahogando los chillidos de placer que no podía contener cada vez que Gray movía expertamente su lengua.

Sus labios, en ese momento, estaban succionando su clítoris; él chupaba con fuerza, y uno de sus dedos ya estaba enterrado en su húmedo y caliente interior.

—Gray, por favor… —le rogó, apretando su dedo.

—Em, cariño, eres tan dulce…

Su liberación fue explosiva, y llegó con la furia de un tornado. Grayson la miró cuando lo consiguió y su polla estuvo a punto de derramarse. Sin detenerse, se situó sobre ella y, con su punta, empujó dentro de su sexo, abriéndose paso lentamente, hasta que su cuerpo contuvo cada milímetro de su carne.

Cuando estuvo enterrado por completo, empezó a moverse, llenándola y golpeándola una y otra vez.

—No pares nunca, haz que este momento dure para siempre. Gray, por favor, no me dejes.

—Jamás lo haré.

Sus lágrimas se derramaron por el rabillo de los ojos cuando su orgasmo cobró vida, y entonces él se movió más rápido, más duro, más desbocado, y montó su propia cresta de placer, vaciándose por completo en ella, derramando hasta la última gota de su cremoso semen en su interior. Nunca se había sentido tan feliz, nunca se había sentido tan hombre y tan completo. Se inclinó sobre su cuerpo y le susurró al oído.

—Eres perfecta; no quiero salir nunca de ti, eres todo lo que quiero en la vida.

Emerson tragó el nudo en su garganta; ella también había tenido el orgasmo más increíble de toda su vida y, cuando le había pedido que no la dejara, sabía que su ruego no era más que un deseo que jamás se iba a cumplir.

Después de unos segundos, Igor se retiró y ella pudo advertir consternación en su rostro.

—¿Qué ocurre, Gray? ¿Algo va mal?

Él la tomó por las mejillas y le besó los labios castamente, una y otra vez, y entre beso y beso comenzó a pedirle perdón.

—Perdón, ¿por qué? Sólo me haces feliz, Grayson; no tienes por qué pedir perdón.

—No me he puesto un condón, no sé cómo no me he dado cuenta. Ni siquiera te he preguntado, sólo me he dejado llevar… Nunca me había pasado esto, te lo juro.

—Cálmate; llevo puesto un DIU, y me ha encantado.

—Estoy sano, te lo prometo. Si quieres que me haga pruebas, me las haré para que no haya dudas entre nosotros. Siempre soy muy cuidadoso y jamás lo hago sin preservativo.

—No las necesito —ella le acarició la frente para que se relajara; luego rozó sus carnosos labios, levantó la cabeza y lo besó—, pero si tú necesitas que yo me haga las mías, no tengo ningún problema en eso.

—No hace falta, creo en tu palabra si tú crees en la mía. Dicen que una relación se basa al ciento por ciento en la confianza, ¿no es así?

Ella asintió con la cabeza.

—Te doy mi palabra de que jamás te mentiría —le aseguró él.

—Ya está bien —lo cortó, sintiéndose una mierda por tantas mentiras que ella sí le había dicho—, no hace falta que sigas justificándote. Yo también podría haberte detenido y no lo he hecho, así que soy tan culpable como tú.

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