Hope

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Tercer acto » Capítulo 72. La propuesta

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Como todos los años, el teatro había cerrado sus puertas para tomarse un descanso y desde fuera el pequeño edificio parecía más dormido que de costumbre; un anciano de huesos frágiles, cansados, que chirriaban cuando le dabas la vuelta a la cerradura y accedías al interior.

Buscamos a Joseph por todo el teatro hasta que lo encontramos en la habitación de las telarañas —como Hope la había llamado nada más descubrirla—, con la cabeza metida en un armario atestado de papeles.

—¡Se ha ido! —Fue tal lo inesperado del grito de Hope que Joseph se golpeó la cabeza con el estante superior.

—¡Au! —gruñó él, frotándose la coronilla.

—Se ha ido —volvió a decir Hope.

—Tendrás que ser más específica.

—Marianne se ha ido. He ido a buscarla al teatro y me han dicho que se marchó el sábado.

—Ya sabíamos que se iba.

—Sí, pero no cuándo. El mismo sábado vino a vernos a Collodi y no me dijo nada de que se marchaba. No lo entiendo. —Hope sorteó una de esas telarañas que daban nombre a la habitación y se derrumbó en una de las sillas de cuero—. No lo entiendo —repitió.

Joseph se acercó.

—¿Qué no entiendes?

—Que no me dijera nada. Se fue y ya está, como un día más.

—Tal vez ella quería que fuera como un día más.

—Es mi amiga. —Hope me envolvió en sus brazos—. Las personas que más me importan nunca se despiden de mí.

—Un adiós implica que algo llega a su fin. ¿Qué prefieres, recordarlos como son o con un adiós en los labios?

—No es justo, ni siquiera pude darle un abrazo. No pude decirle que nunca la olvidaré.

—Dices que fue a verte a Collodi, ¿verdad? —Hope hizo un gesto leve de asentimiento—. ¿No te parece eso un abrazo?

—Pues no —contestó ella. De pronto, los ojos se le iluminaron—. Tú podrías encontrarla.

—¿Yo?

—Conoces a mucha gente, puedes preguntar adónde se ha ido. Si pudiera dar con ella…

—No puedes hacer eso. Si Marianne no se despidió de ti fue por un motivo de peso, ella quiso que fuera así y deberías respetar su decisión. Hay cosas que un adiós no puede terminar, ¿para qué pronunciarlo entonces? Un adiós solo significa lo que tú quieres que signifique; a fin de cuentas no es más que una palabra. Las historias son criaturas libres, salvajes. Tú me has enseñado eso.

—No la voy a volver a ver —dijo ella con tristeza.

—Lo harás cada vez que la recuerdes.

—Ni siquiera le he devuelto su diario.

—¿Qué diario?

Hope sacó el cuaderno de cuero del bolso para mostrárselo.

—Lo encontré en mi habitación. Iba a dárselo hoy. —Respiró hondo, vencida.

Él se la quedó mirando durante unos segundos mientras Hope acariciaba las tapas de cuero con las yemas de los dedos y se perdía en sus recuerdos con Marianne.

En silencio, Joseph, regresó a la tarea de rebuscar entre los papeles.

—He estado pensando —empezó a decir. Su voz sonó hueca dentro del armario— que podríais actuar aquí.

—¿Aquí?

—Considéralo mi regalo de Navidad.

Hope se inclinó hacia delante.

—Tú eres mi regalo de Navidad.

—Entonces considéralo el regalo de tu regalo de Navidad.

—Pero ¿cómo?

—¿Debo decirte cómo tenéis que actuar? —Joseph le dedicó una mirada significativa.

—Quiero decir que… ¿Te refieres a que podemos actuar aquí como lo hacemos en Collodi?

—Tú misma has dicho que conozco a gente. Solo tengo que hacer algunas llamadas y correrá la voz. A lo mejor no viene nadie, pero es un riesgo que merece la pena correr, ¿no crees?

—¿Actuar en Serendipity? —A Hope le brillaban los ojos por la emoción—. Sería como un sueño.

—Tendríais que trabajar mucho. Pegar carteles, ensayar, montar el decorado… Quién sabe, si sale bien podríais dedicaros a esto algún día.

—¿Crees que sería posible?

—¿Por qué no?

—¿Y si no viene nadie?

—¿Tenéis público en Collodi? —le preguntó Joseph.

—Sí.

—Pues traedlo.

Hope se levantó de un salto y se abalanzó sobre él para darle un abrazo. Con la emoción del momento no solo tiró el diario al suelo, sino que, además, hizo que Joseph se golpeara la cabeza una segunda vez.

—¿Quieres matarme? —gruñó.

—¡A besos! —gritó ella mientras recogía el diario del suelo, abierto de par en par. Y fue precisamente al mirar la página abierta cuando una idea cruzó por su mente—. Joseph, se puede encontrar la dirección de una persona con su nombre y apellido, ¿verdad?

—¿Por qué lo preguntas?

—Porque sé cómo hacerle llegar el diario a Marianne. —Le señaló un nombre en la libreta.

—¿Quién es?

—El único que puede devolverle el diario a Marianne.

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