Hope

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Primer acto » Capítulo 6. Vamos a contar mentiras

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Hope solía contar mentiras. O lo que la gente decía que eran mentiras.

Sobre su padre, sobre su madre, sobre su hermano muerto, incluso sobre los amigos que no tenía y la escuela a la que no asistía. Al escucharla, era fácil quedarse en la superficie y creer que mentía. Pero ella no mentía, solo contaba historias. Moldeaba la realidad como si esta fuera un pedazo de plastilina; la estrujaba y estrujaba entre sus dedos para luego darle la forma que quería. La base era la misma, aunque el aspecto siempre variaba. Y por todos es sabido que toda mentira tiene algo de verdad.

En realidad, lo único que hacía Hope era creer que todo podía ser distinto a pesar de que no lo era. A veces es mejor vivir creyendo en mentiras que hacerlo soportando la realidad. La entendía. Aunque yo había optado por el camino fácil y pedregoso del olvido, envidiaba a Hope por haber tomado uno diferente, por la esperanza con la que se aferraba a la realidad.

Joseph nunca la juzgó, tampoco la trató de manera diferente tras haber descubierto quién era y cuál era el problema que la hacía refugiarse cada día en aquel teatro lleno de polvo. Un día colocó una silla de madera que él mismo había tallado detrás del mostrador, justo al lado de su asiento. Y ese se convirtió en el sitio de Hope, donde se sentaba balanceando las piernas sin parar de hablar.

Cuando Hope prometía que iba a estar callada, Joseph le permitía entrar y sentarse al fondo de la sala para ver uno de los ensayos. Y mientras la niña veía cómo los actores se movían al ritmo en el que lo hacían sus labios, se inventaba una historia que luego nos contaba con detalle.

Joseph nunca la sacaba de su error. Yo tampoco lo habría hecho.

Cuando los humanos tienen que enfrentarse a cosas que no son capaces de comprender, lo habitual es que huyan o finjan que no ocurre nada pese a tenerlo delante de sus narices. Hope requería demasiado esfuerzo en un mundo que no estaba preparado para aceptar a personas como ella, para lo extraordinario, de modo que sin pretenderlo se había convertido en invisible a pesar de brillar con luz propia.

Formábamos un curioso grupo. Hope, que no era capaz de escuchar palabras; Joseph, que hablaba sin palabras; y yo, al que nadie era capaz de escuchar.

Durante aquellos días me sentí parte de algo. Sentí que encajaba en un lugar.

Hasta que Joseph, una tarde como otra cualquiera, se acercó a mí para tomarme entre sus manos. No entendí nada. Protesté pero no me escuchó.

—¡Ni se te ocurra tirarme! —le grité.

Joseph limpió el polvo que me cubría con mimo, me examinó de arriba abajo y después sonrió. He de reconocer que estaba muy nervioso. ¿Pensaba tirarme o venderme? Solo podía acordarme de una señora pomposa que siempre preguntaba por mí, lanzando cifras y más cifras que Joseph rechazaba.

Me entró el pánico.

—Buen viaje —me dijo.

—¿Qué? ¡No! —protesté.

Me colocó en la silla de Hope e inmediatamente me dio la espalda, volviendo a sus tareas. No era capaz de comprender qué estaba sucediendo.

Cuando Hope me vio sentado en su sitio, acercó su carita todo lo que pudo para darme un beso. Era la primera vez que alguien me besaba y no me gustó. Fue asqueroso y me llenó de babas. Sin embargo, de haber podido, una sonrisa se habría escapado de mis labios.

—¿Qué hace aquí? —le preguntó a Joseph, señalándome.

Él se encogió de hombros.

—Fue hasta allí él solo. Me dijo que le gustabas.

¿Me había oído? Era imposible.

—¡Estoy aquí! ¿Me oyes? —grité con todos mis pensamientos—. Viejo loco, ¡contéstame!

Si me escuchó, no lo pareció.

—¿Tiene nombre? —le preguntó Hope.

—Me llamo… —Me lo pensé durante unos segundos—. Bueno, Marioneta, claro.

Nunca me habían puesto un nombre. Me sentí expectante. Obviamente, mi nombre debía de ser elegante, lleno de fuerza, un nombre que con solo escucharlo supieras que el poseedor debía de ser alguien importante.

—Pregúntale —contestó Joseph.

—¿Cómo te llamas? —me preguntó Hope, acercando su oreja a mis labios—. Oh, ¡vale! —Sonrió y ladeó la cabeza para mirar a Joseph—. Se llama Wave. Dice que era el gran príncipe de una de las mejores olas del mar y que una bruja con muchas verrugas se enfadó porque no quiso casarse con ella, así que lo convirtió en marioneta.

—¡No he dicho nada de eso! ¡Quítame ese nombre horrible, niña!

—¿Wave? —preguntó Joseph con un atisbo de sonrisa en los labios.

—Mira sus ojos, parece que todavía lleve el mar en ellos.

¿Tenía los ojos azules? No podía saberlo, nunca me había visto en un espejo. En cualquier caso, curiosa teoría y horrible nombre.

Hope me cogió para ocupar mi sitio en la silla. Me colocó sobre sus rodillas y me miró a la cara.

—Eres muy guapo —me dijo.

—Vaya, gracias —le respondí.

Joseph rio por lo bajo. Si hubiera podido fulminarlo con la mirada, ten por seguro que lo habría hecho.

—¿Cuidarás de él?

—¿Es para mí? —preguntó Hope.

—Te ha elegido y no es que aquí ayudase mucho. Sobreviviré sin él.

—Desagradecido —refunfuñé.

—Lo traeré siempre para que lo veas. Nunca me separaré de él.

Joseph se encogió de hombros.

Hope me volvió a dar un húmedo beso.

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