Hope

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Primer acto » Capítulo 20. ¿Por qué?

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Hope solía preguntarme si habría más gente como ella en algún lugar.

Al principio le contestaba que sí, más tarde dejé de hacerlo al darme cuenta de que era una de esas preguntas que lo que persigue no es una respuesta sino esperanza. Dicen que las dificultades preparan a las personas comunes para destinos extraordinarios. Pero Hope no tenía nada de común, era extraordinaria en un mundo anodino y gris que se negaba a aceptar la existencia de más colores.

Conforme más crecía más la señalaban, como si ya no estuviera permitido ser diferente, como si el hecho de crecer llevara implícito el dejar de ser ella. Aquellos que eran cordiales acabaron por unirse al grupo de los que señalaban, pues una rareza como la de Hope podía ser aceptada de una niña pero cuando dejaba de serlo se convertía en locura. Es por eso que con solo trece años Hope ya era toda una apestada.

Lo peor, lo más triste de todo, era su actitud. Por alguna extraña razón, Hope seguía creyendo. Creía en las personas. Le gustaban sus vecinos a pesar de que a sus vecinos no les gustaba ella. Sentía la necesidad de observarlos desde la distancia, a veces incluso les ponía voces imaginando qué diría cada uno. Ella los admiraba, a mí me causaban algo parecido a la repulsión.

Me gustaba más cuando imitaba a las personas de mentira, esas que aparecían en la televisión y que no podían hacerle daño. Me parecía más divertido. Aunque a decir verdad prefería los momentos en los que leíamos. Lo hacíamos a todas horas. Era la única forma de escapar de la maldición y poder escuchar.

Lamentablemente, había muchos días en los que las personas ganaban a los libros y a la televisión. Quizá por ese afán que tenían los humanos de buscarse los unos a los otros, de cubrir los silencios o la soledad. Lo entendía, pero odiaba cuando Hope sufría. Y la experiencia me había enseñado que siempre que los humanos se acercaban a Hope, de una manera o de otra, ella terminaba sufriendo. Con el único que no sufría era con Joseph, claro.

Hope había aprendido a escuchar lo que no se dice. A ver entre silencios, miradas y gestos. Era toda una experta.

—Está triste —dijo aquel día, refiriéndose a un hombre que reía—. Tiene los hombros caídos, cuando no habla suspira y sus parpadeos son demasiado largos. ¿Qué crees que le habrá pasado?

—Está riéndose, Hope —le contesté yo.

Ella fijó más la vista, arrugando los ojos de una manera que en otro momento me habría hecho gracia.

—¿Crees que deberíamos decirle algo?

—No.

—Podría darle un abrazo, así no estaría triste.

—Hope, déjalo —insistí.

Como venía siendo habitual, ella no me hizo caso.

Íbamos al encuentro de aquel hombre cuando sucedió. Nos cruzamos con un grupo de chicas de la edad de Hope que comenzaron a cuchichear nada más vernos. Hope ni siquiera había reparado en ellas cuando empezaron a llamarla. ¿Eran tontas?

Una de ellas se acercó corriendo a nosotros, gritando el nombre de Hope mientras lo hacía, y cuando nos alcanzó le dio un toque en el hombro. Ella, que no estaba acostumbrada a que alguien se pusiera a su lado, pegó un grito y la chica se apartó un poco asustada.

—Hola, no quería asustarte —dijo esta muy despacio.

De haber podido poner los ojos en blanco, lo habría hecho.

Hope meneó la cabeza.

—¿Puedes escribirlo? —le preguntó con una gran sonrisa que le llegaba a los ojos, sacando una libreta y un bolígrafo que apenas tenía oportunidad de usar—. Toma.

La chica comenzó a escribir mientras sus amigas se acercaban para mirar lo que estaba poniendo. Hope estiró el cuello para intentar ver también, pero no hubo manera.

Cuando la chica terminó, le tendió la libreta.

Hope leyó las líneas varias veces, incrédula.

—¿De verdad? ¿Quieres que vaya a tu cumpleaños?

La chica asintió con una sonrisa que me dio escalofríos. Sus amigas no dejaban de reír detrás de ella.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó Hope.

—Alice —contestó. Hope volvió a pasarle la libreta para que se lo escribiera.

—Menuda idiota —murmuró Alice mientras escribía.

—¿De verdad no oye? ¿Y cómo habla si no escucha? —preguntó una de sus amigas.

—Dicen que siempre está con el viejo de Serendipity —dijo otra.

—Ni siquiera la quieren sus padres —oí que decía otra más.

—Que marioneta más fea —murmuró Alice, que continuaba escribiendo.

No hacían más que burlarse. Una ira ciega se apoderó de mí. ¿Por qué no la dejaban en paz? Si no les gustábamos solo tenían que ignorarnos. Nunca nos metíamos con nadie, tampoco molestábamos.

Alice le mostró la libreta con su nombre, dirección, el día y la hora de la supuesta fiesta. Solo que no habría fiesta, o al menos no la que ella esperaba. Hope no dejaba de sonreír, parecía que en cualquier momento su sonrisa fuera a cobrar vida propia. Entonces me miró y torció el gesto. Durante unos segundos esperé que me hubiese escuchado, que todos los insultos y maldiciones que les dirigía a aquellos demonios hubieran llegado a sus oídos. Pero no.

—¿Te importa si viene conmigo? Se llama Wave. —Alice me miró y dijo que no con la cabeza mientras el resto de chicas estallaban en risas mal disimuladas.

Me di cuenta de que Hope también era humana, como si hasta ese momento no la hubiese incluido en la definición de persona; ella, que era capaz de ver lo que no se podía ver, no había podido —o querido— percatarse de lo que estaba pasando.

Los dos días siguientes fueron una tortura.

Hope estaba emocionada. Había decidido que iba a regalarle a Alice una historia y que se pondría el vestido azul, aunque luego se desanimaba un poco pensando que quizá una historia no fuese suficiente y que el vestido azul era el mismo que usaba para ir al cementerio y que tal vez no fuese lo más apropiado para un cumpleaños.

Parloteaba durante todo el día y atisbé algo en ella que no había visto hasta ese momento: ilusión. Le brillaban los ojos, aunque lo que más brillaba en ella eran sus palabras. Ya no lloraba durante las noches, solo imaginaba. «Alice será mi mejor amiga», me decía y a mí se me partía el corazón o lo que fuese que tuviera en el pecho. Estaba devastado. Hope iba a sufrir y no había nada que yo pudiera hacer para evitarlo.

Una pregunta me atormentaba a todas horas.

¿Por qué?

—¿Crees que habrá música? ¡Me encantaría bailar!

¿Por qué?

—Le voy a regalar la historia de Misery y Joy. No te pongas así, Wave, era para ella. Estaba esperándola.

¿Por qué?

—¿Se enfadará mamá si me pongo el vestido azul? Es que no tengo más.

¿Por qué?

—Ay, Wave, la maldición se ha roto. ¿Ves? Te lo dije.

¿Por…

… qué?

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