Hope

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Segundo acto » Capítulo 27. Creer

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La primera vez que escuché el silbido, Hope no reparó en él, estaba concentrada pintando una piedra más alta que yo. Había cubierto el suelo de su habitación con viejos periódicos y daba largas y lentas pinceladas a la superficie rugosa de la piedra con diversos tonos de azul.

No me molesté en intentar adivinar de qué se trataba. Sabía que era algo relacionado con el mar. Desde que vivíamos lejos de la playa, Hope echaba de menos las olas; no le bastaba conmigo, de modo que se las arreglaba para traerse el mar a su habitación.

Los grandes ventanales estaban abiertos de par en par y la luz entraba a raudales, acompañada de una brisa que, si te encontrabas a nuestro lado y estirabas el cuello hacia el cielo despejado, podías imaginar que al otro lado te esperaba el mar.

El silbido llegó claro en la distancia pero se marchó demasiado rápido, dejando tras de sí una estela apenas perceptible. No le habría prestado atención de no ser porque minutos después Hope comenzó a tararear

Lavender’s Blue, como si en su mente se hubiese proyectado la melodía con total nitidez y necesitara seguir los acordes de aquel rastro.

Lavender’s Blue —dijo Marianne irrumpiendo en la habitación, costumbre que había adquirido y que a mí me parecía de muy mala educación—. Hacía tiempo que no la oía.

Observé cómo Hope daba un brinco por la sorpresa, aunque supo disimularlo bastante bien para que no se le notara.

—¿Te gusta?

—Solo como método de tortura —contestó Marianne—. Las canciones infantiles son todas horribles.

—A mí me gusta.

—Tú eres rara —repuso con una sonrisa, dándole un toquecito en la nariz—. ¿Estás pintando una piedra?

—Son olas —aclaró Hope mientras se afanaba por ocultar un pequeño orificio a base de capas y capas de pintura.

Marianne se sentó junto a ella.

—Me gusta el azul.

—Es mi color favorito —confesó Hope—. El color de las olas.

—Y de los sueños.

—¿Los sueños son azules?

—Solo los bonitos. Las pesadillas son todas rojas.

Hope dejó de pintar para observarla.

—Nunca he pensado en los sueños como colores.

Marianne sonrió.

—Pues piénsalo ahora. Cuando tienes un sueño que ansías mucho, o cuando duermes y estás soñando algo que te gusta y no quieres despertar, ¿qué color se te viene a la cabeza? La gente no se fija, pero tiene un ligero tono azulado. Solo hay que prestar atención.

—Creo que los míos también son azules —murmuró Hope tras pensárselo unos segundos.

—¿Y sabes de qué color son los deseos? —preguntó Marianne, animada. Hope negó con la cabeza—. Pues depende del deseo. Ya sé que todavía quedan unos días para tu cumpleaños, pero quiero que pidas un deseo, así te podré decir el color. Pero no me lo digas —se apresuró a pedirle—, solo piénsalo.

Hope esbozó una enorme sonrisa. Sabía que estaba contenta porque Marianne hubiese recordado su cumpleaños.

—Vale.

Ni siquiera le dio tiempo a cerrar los ojos cuando Marianne chasqueó los dedos delante de su cara y sacó un sobre del bolso.

—Deseo concedido.

—¿Pero…? —Hope se limpió los dedos manchados de pintura en el pantalón desteñido antes de coger el sobre—. ¿Qué es?

—Ábrelo —la instó Marianne.

Ella obedeció. Se tomó varios segundos para abrir el sobre con suma delicadeza, y otros más para asimilar lo que había en su interior.

—¿Qué es? —pregunté. Me mataba la curiosidad.

—Una entrada —musitó Hope con un hilo de voz.

—Sabía que te morías por verme actuar, sobre todo porque por fin vas a poder enterarte de algo, así que ahí está tu deseo. —Lo dijo como si no significara nada, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia.

—¿Existe de verdad? —quiso saber Hope.

—¿El qué?

—Un mundo de lágrimas.

—Es como la magia, solo tienes que creer.

—Yo creo en ti.

Marianne posó una mano en su hombro y se quedó mirando al infinito, como si de verdad pudiera acceder a cualquier lugar, incluso a un mundo de lágrimas.

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