Hope

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Segundo acto » Capítulo 29. El Chico Azul

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Era un milagro.

Otro más.

El chico. Las canciones. Las palabras.

Un milagro cualquiera de la vida, diminuto, en el que nadie repararía. El milagro de Hope. ¿Qué podía hacer yo? ¿Quién se atrevería a quitárselo?

La noche, con todas sus sombras, trajo consigo un despliegue de luces, colores y formas. Las estrellas se veían lejanas, distantes, como purpurina en la negrura. Hope engulló todas las palabras hasta que no quedó nadie más que el chico y ella, contemplándose en la distancia. Y yo, que no quería mirar pero no podía dejar de hacerlo.

El chico esperó varios segundos en los que se dedicó a observar a Hope, con la guitarra en la mano, con la expectativa de que dijera algo. No lo hizo, quizá porque ella también esperaba.

No me gustó la media sonrisa que se dibujó en los labios de él, ni la manera en que se echó el pelo hacia atrás y soltó una risotada, como si diera algo por sentado.

—Hope, levántate —exigí—. Es hora de volver a casa.

Observé cómo el chico se aproximaba, lentamente, y rogué que desapareciera. En lugar de eso, se sentó a nuestro lado.

—Bueno, ¿qué? Después de cuatro horas creo que al menos me merezco unas monedas.

—No veo por qué tengo que echarte unas monedas —le dijo Hope, muy seria.

El chico se inclinó hacia nosotros.

—Eh, tú, apártate de ella —espeté.

—¿Qué es lo que no ves? Yo toco, la gente me escucha durante un rato y luego me echa alguna moneda. Así es como funciona.

—¿Solo tocas para que te paguen?

—Pues sí. —Los ojos del chico recorrieron el rostro de Hope con extrema lentitud.

—¿Dejarías de hacerlo si no te pagara nadie?

—Probablemente —contestó él, encogiéndose de hombros.

Hope se lo quedó mirando. Sus rostros estaban muy cerca pero no parecía afectada, ni por su actitud chulesca ni por el análisis al que la estaba sometiendo.

—No te creo.

Él soltó una carcajada vacía.

—Está bien, quédate con tu dinero —dijo antes de levantarse.

Estaba guardando las monedas en una bolsa de tela cuando Hope se acercó a él.

—Eran muy bonitas las canciones —se apresuró a decir al ver que el chico había dejado de prestarle atención—. Pero ninguna era para mí.

El comentario consiguió que él sonriera.

—Ya. —Había terminado de guardar las monedas y ahora colocaba la guitarra dentro de la funda.

—Te pagaré si me cantas una canción.

El chico sonrió, sin mirarla, y se colocó la guitarra a la espalda.

—Lo siento, se acabaron las canciones por hoy.

—¡Espera! —exclamó Hope, corriendo tras él—. Deja que antes te cuente quién soy y qué hago aquí. Luego podrás decidir si quieres cantarla o no.

No es que el chico tuviera grandes opciones. Hope se había colocado delante de él y prácticamente se le había echado encima.

—Hope, va a pensar que eres una acosadora —le advertí—. Y ya te mira muy raro.

El tiempo que tardó Hope en contar su historia —y con su historia me refiero a toda su historia, empezando con la peculiaridad de que no podía escuchar palabras y terminando con ella siguiéndolo desde Folktale hasta la Avenida Collodi para que le cantara

Lavender’s Blue— se me hizo eterno. No podía taparme los oídos, de modo que me puse a cantar.

Lavender’s blue, dilly dilly, lavender’s green. When you are king, dilly dilly, I shall be queen. —Ya puedes imaginarte lo incómodo que me sentía como para tener que recurrir a la dichosa cancioncita.

Para cuando Hope se calló, el chico había cambiado su expresión chulesca por una de perplejidad.

—Eso te pasa por imbécil —le dije.

Lavender’s Blue fue la última canción que escuché. Por eso esperaba que pudieras cantármela.

Lavender’s Blue, ¿eh? —Una sonrisa se asomó a los labios del chico—. Tengo que reconocer que me has sorprendido. Aunque habría sido más fácil que me pidieras mi número de teléfono. Te lo habría dado —le aseguró antes de guiñarle un ojo.

—Genial, ahora piensa que te gusta. —Resoplé.

El rostro de Hope se encendió.

—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho?

—Te he escuchado tan bien como tú a mí —contestó él con un deje de burla, pasando por delante de ella.

—¡Es mi cumpleaños! —gritó a sabiendas de que se aferraba a la última posibilidad que le quedaba—. ¡Solo una canción! —le pidió.

—Feliz cumpleaños, Dilly —dijo él sin volverse, levantando una mano a modo de despedida.

—Adiós, Chico Azul. —La voz de Hope sonó exhausta, como si todas las emociones del día se hubiesen desinflado y de ellas solo quedara un vago recuerdo.

Si hubiera podido pedir un deseo, habría pedido unos pocos minutos para que Hope me escuchara. Porque esa noche alguien había cantado

Lavender’s Blue bien alto. Y ese alguien había sido yo.

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