Hope

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Segundo acto » Capítulo 30. Garfio

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Dos días.

Dos días llenos de suspiros. De «¿Y si…?». De frases inacabadas y murmullos ininteligibles. Pero, sobre todo, de:

«Sí».

«No».

«Tal vez».

Dos días en los que permanecimos encerrados en Serendipity, en los que Hope se convirtió en una sombra de lo que era. Y todo por culpa del Chico Azul, como ella había decidido llamarle.

A Hope le picaban las plantas de los pies por salir detrás de él cada vez que oía el silbido desde su ventana. Salía disparada para verlo alejarse por las calles, cargando su guitarra a la espalda. Era entonces cuando me preguntaba si debía seguirlo o no.

—¿Qué hago, Wave? No debería ir, piensa que estoy loca.

—Tienes razón, deberíamos quedarnos —respondía yo con resolución, a la espera de que cambiara de tema, que pusiera en orden las cuentas o barriera el teatro de punta a punta, como hacía cada vez que no quería pensar en nada más.

—Pero es que no todos los días conozco a alguien a quien pueda escuchar. Sé que luego me arrepentiré —decía con un largo suspiro.

—Pues entonces ve —le contestaba yo, armándome de mucha paciencia. Solo quería lo mejor para ella, aunque no me gustara nada ese chico.

—No quiero ir —era su último comentario antes de suspirar y fingir que se enfrascaba en la actividad de Serendipity.

Entonces me tocaba a mí suspirar, porque empezaba todo eso de los suspiros, las miradas hacia ninguna parte y la melodía de

Lavender’s Blue que se escapaba de los labios de Hope.

No podía quejarme. En el fondo la entendía. Había personas y personas en el mundo; todo dependía de cómo estuvieran diseñadas. Por un lado estaban los escépticos y por otro los que creían sin condiciones. Desgraciadamente, Hope había conocido a ambos grupos y había vivido en carne propia lo que era capaz de hacer el ser humano cuando no comprendía. No importaba que la verdad se alzara ante ellos como un muro de ladrillos invisible, los escépticos se chocarían y culparían al viento con tal de no aceptar lo que no podían ver. Porque lo que no se puede ver o entender no existe.

Hope todavía tenía muy presente los golpes que había recibido de aquellas niñas, golpes que iban más allá de toda la porquería que nos echaron encima, golpes que tenían como objetivo quebrar su confianza, la esperanza que se hallaba encerrada muy dentro de ella. Puede que no consiguieran su objetivo pero sí que sembraron en Hope un miedo que antes no había conocido, el miedo a hacerse visible.

Esa era la razón por la que Hope no había vuelto a la Avenida Collodi a pesar de que no dejaba de pensar en otra cosa. Tenía miedo al rechazo.

Por eso, cuando Marianne llegó aquella tarde me puse a dar saltos de alegría, metafóricamente hablando, claro. Estábamos sentados en una de las últimas butacas de la sala, viendo cómo los actores ensayaban

Peter Pan. Imagina qué absorta estaba Hope que había dejado pasar la oportunidad de inventarse una buena historia a través de las expresiones de los actores, el vestuario y esa manera de abrir los labios que encajaba tan bien con las voces que ella les ponía. No prestaba mucha atención porque, aunque sus ojos estuvieran fijos en el escenario, su mente estaba en algún mundo lejos de allí.

—¡Ya era hora! —le grité a Marianne en cuanto se sentó a nuestro lado.

—Feliz cumpleaños —susurró ella al oído de Hope con retintín.

—Lo siento —se disculpó Hope, avergonzada.

Marianne no dijo nada durante un rato en el que se limitó a analizar la actuación de los actores.

—¿De verdad hay gente que paga por ver esto? —Arrugó la nariz.

—A mí me parecen buenos —contestó Hope.

—Tú no puedes escucharlos.

—Ya.

—He conocido a alguien —soltó Marianne, cambiando de tema.

Hope ladeó la cabeza para mirarla con interés. Fue curioso porque estaba convencido de que ella llevaba dos días deseando verla para hacerle el mismo comentario.

—¿Cuándo? —quiso saber.

—El viernes por la noche. La misma noche en que me dejaste plantada. Más te vale que tengas una buena excusa.

—La tengo. —A Hope le brillaban los ojos por la curiosidad—. ¿Cómo es?

—Es… —Marianne se dio un toquecito en la barbilla, pensativa—. Un reto.

—¿Un reto?

—Sí, todo él es un reto. Por eso me gusta. —Sonrió—. Me cuesta muchísimo conseguir que se ría y cuando no me mira pone cara de estar pensando en algo muy serio. Él dice que es un defecto de su trabajo.

—¿A qué se dedica?

—Es escritor.

Hope abrió mucho los ojos.

—Me gustan los escritores.

—Este no te gustaría —aseguró Marianne.

—¿Por qué?

—La gran mayoría de la gente no puede separar lo que es de lo que hace. Al final te quedas atrapado en todo lo que creas. Tú cuentas tus historias siendo tú, él escribe siendo él. Al final siempre acabas latente en lo que haces. —Miró hacia el escenario y sonrió al ver cómo Garfio perseguía a Peter Pan—. Y aunque apenas lo conozco creo que es más Garfio que Peter Pan. Tú eres de las de Peter Pan.

—¿Y tú eres de Garfio?

—Siempre he sido de imposibles —contestó Marianne, encogiéndose de hombros.

—No existen los imposibles. Estás hablando con una chica que no escucha palabras.

Marianne sonrió y le acarició el pelo con aire maternal.

—Me da un poco de miedo —confesó.

—¿Garfio? —preguntó Hope.

Marianne rio.

—Nunca le diré que le llamamos así. —Suspiró—. Lo que me da miedo es cómo soy cuando estoy con él.

—No te entiendo.

—Yo tampoco, la verdad. Solo hemos quedado un par de veces, pero siento que sé mucho de él aunque en realidad no sepa nada.

—Eso suena bastante bien.

—Sí. El problema es que él no sabe nada de mí. Cuando estoy con él es como si estuviera sobre el escenario actuando, como si fuera el mejor papel que pudiera representar. —Marianne sonrió al ver la cara que ponía Hope—. A veces me da la sensación de que él me está escribiendo y yo solo estoy actuando bajo el hechizo de su pluma.

—Es una buena historia.

La actriz que interpretaba a Campanilla se incorporó y les señaló la puerta. Hope se puso roja, pero se levantó enseguida y prácticamente salió corriendo de la sala. Marianne, en cambio, se tomó varios segundos para levantarse. Les dedicó una sonrisa nada amable y salió como si tuviese todo el tiempo del mundo para hacerlo, sabiendo que todas las miradas estaban puestas en ella. Más que incomodarla, le encantaba.

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