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Segundo acto » Capítulo 39. El ladrón de magia

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A veces no sabes que buscas algo hasta que lo tienes delante. En ocasiones sucede porque lo que buscas te parece una tontería, un imposible. Otras porque ni siquiera sabías qué estabas buscando.

Eso último era lo que le sucedía a Hope. Buscaba sin buscar por aquella avenida interminable. Y todo el mundo sabe que cuando buscas, aunque no lo sepas, acabas por encontrar. Claro que nadie nos preparó para lo que encontramos ese día.

Magia.

Puede que Hope y yo fuéramos dos seres extraños que habíamos ido a parar a un mundo igual de extraño, dos seres unidos por algo que algunos señalarían como magia. Puede que fuera así o puede que no. La cuestión es que si alguna vez habíamos perseguido la magia había sido a través de los sueños, de la imaginación, de todas esas historias encerradas en los libros que habíamos devorado a lo largo de los años, pero nunca en la vida real. En la vida real no creíamos que fuese posible.

Hasta ese día.

Habíamos decidido marcharnos pronto y el Chico Azul nos seguía a unos metros, casi como una sombra, mientras Hope observaba a cada artista. Malabaristas, estatuas humanas, bailarines, cómicos… Había de todo.

Fue entonces cuando distinguimos a un grupo de personas formando un semicírculo casi perfecto alrededor de una pared desnuda que había entre una tienda de golosinas y una heladería. Nos acercamos con la idea de encontrar a alguien como la mimo.

Y ahí estaba él, de pie, al lado de una mesa plegable negra con un tapete blanco y una baraja de cartas. Nos abrimos paso entre la gente para poder ver mejor.

—Todos creen que cuando despiertas —decía el chico a la vez que levantaba una de las cartas de la baraja que resultó ser la reina de tréboles—, los sueños simplemente desaparecen.

Movió la carta con un gesto rápido y comprobamos que se había transformado en otra totalmente blanca.

—Ilusos. La magia es una ladrona de sueños. Repta por el mundo —había comenzado a mezclar la baraja mientras seguía hipnotizando con su voz— haciendo creer que solo es una ilusión, que todo es siempre igual.

Se tomó su tiempo para extender las cartas en el tapete con extrema precisión y cuando terminó nos mostró cómo se habían convertido todas en el dos de corazones.

—Pero es una gran mentira. —Cogió la baraja y la abrió en abanico. Esta vez las cartas se habían convertido en El Joker—. La magia se ríe de los mortales porque a pesar de tenerla tan cerca —dijo a la vez que cerraba los ojos y soplaba sobre la baraja, ahora cerrada— no sois capaces de verla.

Se inclinó y fue colocando cartas, una a una, sobre el tapete. En cada una de ellas pudimos ver que había escrita una letra y solo se detuvo cuando la frase que quería mostrarnos estuvo formada.

—Y es que a veces nos pasamos la vida buscando cosas que siempre hemos tenido delante. —Se apartó para mostrarnos la frase al tiempo que hacía una reverencia.

La gente prorrumpió en aplausos y apenas podíamos ver al mago esbozar una sonrisa. Hope tuvo que ingeniárselas para llegar hasta la primera fila, entre empujón y empujón, y conseguir leer la frase que había escrito:

El que no cree en la magia nunca la encontrará.

Abrió los ojos desmesuradamente, mirando al chico y a las cartas de manera alternativa, como si acabase de ver a un fantasma. Supe lo que estaba pensando por cómo sus ojos brillaron y su boca se abrió ligeramente en una palabra que no acabó de emerger.

Y lo lamenté. Ese chico no tenía magia, quien la tiene no necesita trucos. Había pasado unos cuantos años junto a un mago y sabía todo lo que se esconde tras unas manos ágiles y una voz hipnótica.

En cuanto la gente se dispersó, Hope se acercó a él.

—Eres mago —aseveró. Él le dedicó una media sonrisa y asintió—. ¿Puedes hacer magia de verdad o solo trucos?

Esta vez el mago, que se había agachado para recoger la mesa plegable, la observó con verdadera curiosidad.

—Los trucos son magia —dijo, incorporándose. Como Hope no reaccionaba y solo le miraba los labios, explicó—: Durante un rato, aunque la gente sepa que la magia no existe finge que sí, ¿no es eso magia también?

—No escucha palabras —explicó el Chico Azul, adelantándose unos pasos para dejar de ser sombra.

—¿Es sorda? —quiso saber el mago.

—No, lo único que no escucha son las palabras. —El Chico Azul puso los ojos en blanco.

Eso captó la atención del mago, que le tendió la mano a Hope pese a las miradas de advertencia que le dedicamos el Chico Azul y yo.

—Diggs —se presentó haciendo una reverencia teatral que le quedó bastante estúpida. Hope ladeó la cabeza para mirar al Chico Azul, momento que el mago aprovechó para acercarse a ella sin que nos diéramos cuenta—. ¡Abracadabra! —le gritó al oído, haciéndome viajar a través del tiempo y del espacio hasta el día del maldito cumpleaños, con todos los globos y todas las lágrimas.

—Cabrón —espeté.

Hope no se inmutó, pero el Chico Azul retrocedió unos pasos.

—¿Estás loco? —Tenía la mandíbula apretada y un atisbo de furia en los ojos.

—Tranquilo —contestó Diggs, alzando las manos—. Solo quería comprobarlo por mí mismo. Me gusta resolver los trucos.

—No es ningún truco —dijo el Chico Azul, aunque parecía que no se lo decía a nadie más que a sí mismo—. No es ningún truco —repitió.

—Te ha costado —susurré.

—¿Qué pasa? —preguntó Hope. La pobre no se enteraba de nada.

El Chico Azul negó con la cabeza.

—No es mago de verdad, la magia no existe.

—Pues claro que sí —replicó ella.

—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? —contestó el Chico Azul, molesto.

—¿Puedes hacer que vuelva a escuchar palabras? —le preguntó Hope al mago, ignorándolo.

En respuesta, Diggs se frotó las manos, sopló y de ellas salieron pétalos blancos. Hope no podía estar más maravillada. Lo miraba como si él mismo fuera la magia cuando, de repente, unos hombres se acercaron corriendo.

—¡Ladrón! —gritaron.

Diggs le guiñó un ojo a Hope, plegó la mesita con un movimiento rápido y salió corriendo.

—¡Encantado! —se despidió mientras corría calle abajo ante la estupefacción de Hope y la sonrisa del Chico Azul.

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