Hope

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Segundo acto » Capítulo 40. No se puede arreglar algo que no está roto

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Hope había leído mucho desde que llegamos a Serendipity, buscando una forma de escapar de lo que una vez pensamos que era una maldición. Solo que Hope había crecido y ya no creía en cuentos de hadas ni en brujas malvadas. Tenía que haber algo más. Una razón lógica. Una explicación. Pasaba tanto tiempo entre libros y artículos que pensé que iba a ahogarse entre tantas palabras y aun así no encontraba las que buscaba.

—¿Conoces a alguien que pueda ayudarme? —le preguntó una noche a Joseph mientras este tallaba un trozo de madera y Hope se perdía entre libros que no tenían ninguna respuesta.

—¿Ayudarte con qué?

—Con mi problema.

—¿Qué problema?

—¿Por qué puedo escuchar a Marianne, al Chico Azul y a ti pero no al resto? Tiene que haber un motivo.

—¿Por qué la gente se enamora de una persona entre millones de ellas? ¿Por qué esa y no otra?

—Pero lo de escuchar no es algo que pueda elegir —repuso Hope.

—Igual que el amor.

—Te estás riendo de mí.

—¿Dónde debería ir un pájaro que solo puede volar cuando hay viento? —Joseph siguió tallando la madera con la navaja. Al cabo de unos segundos de silencio, dijo—: A Wellington.

—¿Dónde debería ir yo?

—A dormir, te vas a quedar ciega de tanto leer.

—Joseph.

—Hope.

Transcurrieron unos segundos en los que ninguno de los dos dijo nada. Fue Joseph quien rompió de nuevo el silencio mientras pasaba el pulgar por la madera para limpiarla.

—Puedes pasarte la vida buscando un motivo, un porqué, una explicación, y hasta puede que la encuentres. ¿Y entonces qué? ¿Cambiaría eso algo? ¿Sería más justo? ¿Serías más feliz?

—Solo es el primer paso.

—¿El primer paso para qué?

—Para arreglarlo.

—No se puede arreglar algo que no está roto.

—¿Cómo sabes que no estoy rota?

—¿Cómo sabes que lo estás?

—Porque no soy como el resto. La gente normal puede escuchar.

—Lo normal está sobrevalorado. —Joseph respiró hondo—. Verás, si tallase cincuenta elefantes idénticos con sus trompas y después tallase uno sin ella, ¿pensarías que está roto?

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque no tiene trompa.

—¿Y qué?

—Que los demás sí tienen.

—¿Y qué?

—No puede ser un elefante si no tiene trompa.

—¿Y eso quién lo dice?

—Todo el mundo.

—Todo el mundo se equivoca. Puede ser un elefante o puede no serlo.

—¿Y qué es?

—No lo sé. Que no tengas una palabra para algo no quiere decir que no exista. Lo único que significa es que debes seguir buscando y si no la encuentras, puedes crearla.

—Soy un elefante sin trompa.

Joseph compuso una mueca, aunque tanto Hope como yo nos dimos cuenta de que tras ella se ocultaba una sonrisa.

—Solo si dejas que las diferencias te definan. Puedes ser un elefante sin trompa o un… —se quedó pensativo—

falente. El único ejemplar de

falente conocido hasta la fecha, todo un hallazgo.

—Eso no existe.

—Ahora sí.

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