Hope

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Segundo acto » Capítulo 45. Cuéntame una historia

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Cuando bajamos del autobús y llegamos a la Avenida Collodi, nos dimos cuenta de que ese sábado la calle sería casi al completo para nosotros. La lluvia no solo tenía el poder de ahuyentar a una simple marioneta, también podía con las personas, que preferían refugiarse en sus casas o en centros comerciales, sintiéndose a salvo con un techo sobre sus cabezas.

—¿Crees que hoy vendrá? —le preguntó Hope al Chico Azul.

Él se encogió de hombros.

—Supongo, ese tío es como un chicle. Una vez se pega ya nada consigue que se vaya —dijo con acritud.

—Me refiero a la mimo —aclaró ella, no sin antes esbozar una sonrisa—. ¿Por qué te cae mal?

—Está celoso —contesté.

—No me cae mal. —El Chico Azul vio que Hope ponía cara escéptica, de modo que añadió—: No demasiado.

—No lo conoces.

—Tú tampoco.

—No puedes entenderlo —murmuró Hope a la vez que pisaba un charco.

Sin poder evitarlo, los tres recordamos la conversación que habían mantenido en el autobús. Supongo que fue ese recuerdo el que llevó al Chico Azul a cambiar de actitud.

—¿Sabes qué? Tienes razón. A lo mejor él puede hacerlo, a lo mejor su magia puede hacer que vuelvas a escuchar. Creo que deberíamos buscarlo.

Hope no fue la única que se quedó descolocada ante semejante propuesta.

—¿Lo crees en serio?

El Chico Azul, que había comenzado a buscar con la mirada al mago, se detuvo en seco. Cogió a Hope por ambos brazos e hizo que se diera la vuelta, de espaldas a aquello que quería ocultarle.

—¿Importa lo que yo crea? —El brusco movimiento me dejó colgando a un lado, con la cabeza girada en un ángulo que habría sido mortal para cualquier humano.

—Eh, se me va a caer la cabeza —me quejé.

—¿Importa o no importa? —insistió él al advertir que Hope seguía mirándolo con el ceño fruncido.

Estaba claro que quería acaparar su atención y gracias a la posición en la que me encontraba pude fijarme en lo que estaba sucediendo. A unos metros de nosotros el mago discutía acaloradamente con una chica de ropas llamativas que reconocí como la mimo. Discutían como si se conocieran.

—Pues no —contestó Hope. Sin embargo, su afirmación no fue nada convincente. Hope no estaba hecha para las mentiras, tampoco para herir a nadie con sus palabras. De ser otra persona habría actuado con indiferencia, con burla, pero era Hope y en el fondo temía que sus palabras pudieran ser malinterpretadas, que la verdad quedara atrapada en ese «no»—. Vale, sí, me importa. No sé por qué, pero me importa.

—¿No sabes por qué? —El Chico Azul esbozó una media sonrisa.

La expresión de Hope se endureció mientras yo escuchaba que la mimo llamaba al mago cobarde y alguna cosa más que no llegó a mis oídos. No sé cómo lo hacen los humanos, pero para una marioneta es bastante difícil estar en dos conversaciones a la vez.

—No lo sé. Lo único que sé es que si no me importara no te escucharía. —Él se la quedó mirando de una manera que me hizo querer coger a Hope de la mano y salir corriendo, como corría ahora la mimo, lejos del mago—. ¿Qué? —espetó cuando vio que el Chico Azul no tenía intención de hablar.

—¿No lo ves? Ahí tienes la respuesta.

—¿Qué dices? No tengo nada.

—Claro que sí. —El Chico Azul estiró el brazo y me recolocó en la cintura de Hope. Si pensaba que le daría las gracias, lo llevaba claro—. ¿Sabes adónde va la magia los días de lluvia?

—¿Adónde?

—A la playa.

—¿Y eso por qué?

—Pues porque nadie se acerca —contestó él con una sonrisa. Aguantaba con entereza la manera en que Hope lo evaluaba y eso me hizo respetarlo un poco—. ¿Vamos? —propuso.

—¿A la playa?

—Si quieres, claro. Si lo prefieres, puedes quedarte aquí y buscar a tu mago —lo dijo señalando al lugar vacío en el que segundos antes había estado este. Luego echó a andar, dejando a Hope paralizada en el sitio.

—¡Espera! —gritó ella cuando por fin logró reaccionar, corriendo tras él hasta alcanzarlo.

—Hola de nuevo, Dilly.

—A veces no te soporto.

—Tarde, ya has dicho que te importo.

—¡No he dicho eso! —replicó ella.

Con toda la naturalidad del mundo, el Chico Azul le pasó un brazo por encima de los hombros, como si lo hubiera dejado caer ahí por casualidad, y acercó su rostro al de ella para hablarle al oído.

—Eh, ¡esas confianzas! —Cerré los ojos. No podía mirar.

—Cuéntame una historia, Dilly.

—¿Una historia?

—Una historia de verdad.

—Todas las historias son de verdad —repuso Hope.

—No me digas.

—Te lo digo.

—Entonces cuéntame una de mentira.

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