Hope

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Segundo acto » Capítulo 46. Una sorpresa

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El día de mi

no cumpleaños había llegado. Como todos los años desde aquel primero, sentía una extraña excitación. Por un día, un día entero, yo era el protagonista. Y eso me gustaba, no puedo negarlo. Pero este año era diferente. Ya no éramos Hope, Joseph y yo. Ahora estaba Marianne y también el Chico Azul, quien había preparado una sorpresa.

Él.

Una sorpresa.

Para mí.

Sí, a mí también me sorprendió. Pero es de mala educación rechazar una sorpresa, y más si esa sorpresa proviene de un

no cumpleaños.

Y ahí estaba el Chico Azul, esperando al otro lado de la puerta, donde el tiempo corría ajeno a lo que Serendipity escondía dentro de sus viejas paredes. Había pasado casi una semana desde el sábado en que terminamos en la playa, Hope y él con los pies hundidos en el agua, debatiendo acerca de los lugares en los que escuchar era innecesario, como el fondo del mar, y yo rezando para no caerme al agua. El Chico Azul nos había acompañado hasta la puerta del teatro y, ahora que sabía dónde vivíamos, había tomado por costumbre el plantarse delante de la puerta y llamar a Hope de la única manera en que podía hacerlo: silbando la canción que había dado comienzo a su historia.

Él nunca entraba. Quizá porque veía aquella puerta como uno de los charcos que a Hope le gustaba pisar, la entrada a un mundo del que seguramente ya nunca más podría salir. Entrar o no entrar, una cuestión difícil. Lo entendía, cualquier ser humano se habría acobardado.

Cada vez que Hope oía su silbido sacaba medio cuerpo por la ventana y sonreía al verlo. Luego me ataba a su cintura, bajaba corriendo y se despedía de Joseph antes de reunirse con él para hacer frente a un nuevo día en Collodi.

Pero ese día el destino era otro, así se lo había hecho saber él la noche anterior cuando nos dejó en la puerta del teatro. Tenía un regalo para mí y no veía la hora de saber lo que era.

Hope, más emocionada que yo cuando oyó que el Chico Azul la llamaba, me había dejado en el mostrador con Joseph al percatarse de que con las prisas había olvidado cambiarse de zapatos. Cuando regresó y me ató a su cintura, le recordó a Joseph que Marianne vendría a cenar.

—No llegues tarde —le pidió él, pues esa noche había función y no tenía tiempo para encargarse de la cena.

—No te preocupes, solo serán un par de horas. —Hope se volvió para comprobar que el Chico Azul tenía la mirada perdida en algún punto de la calle.

—Podría entrar —gruñó Joseph.

—Creo que te tiene miedo —confesó Hope en un susurro, como si él pudiera oírla.

—Quien algo teme, algo oculta.

Hope sonrió. Sabía que solo se preocupaba por ella.

—A mí también me gustaría saber lo que oculta. —Soltó un hondo suspiro. Luego elevó las cejas y se quedó mirando a Joseph, esperando algo.

—¿Vas a quedarte ahí todo el día?

—No lo has felicitado. —Hope me señaló.

—Lo he hecho. —Apartó la mirada y eso fue lo que lo delató—. Esta noche —prometió. Ella se lo dejó pasar.

—Te lo recordaré —le grité mientras Hope salía del teatro y se acercaba al Chico Azul.

—¿Y bien?

Él no pudo contener una sonrisa.

—¿Listos? —nos preguntó, mirándonos a Hope y a mí alternativamente.

Al ver que pasaba un autobús, el Chico Azul no esperó a que Hope respondiera. En su lugar, la cogió de la mano y echó a correr.

—Vamos, ese mismo nos sirve.

—Pero ¿adónde vamos? —quiso saber Hope.

—A la playa.

—¿Por qué a la playa? —me quejé yo—. No hay nada en la playa que pueda sorprenderme.

No tardé en darme cuenta de cuán equivocado estaba.

El trayecto fue muy rápido, apenas cuatro paradas y bajamos de nuevo. Era el mismo lugar al que habíamos ido la vez pasada, muy cerca de un parque infantil habilitado en la arena, con vallas de colores, toboganes, la taza que daba vueltas y vueltas, los juegos de balanceo en forma de animales y los columpios oxidados. La misma playa a la que íbamos cuando Hope era niña, pero bastante alejada de la zona rocosa en la que se encontraba su casa. Ella lo agradecía y yo también. Ir allí significaba enfrentarse a viejos fantasmas y Hope todavía no estaba preparada para ello.

Desde la calle, el Chico Azul divisó algo en el parque vacío a esa hora y se puso delante de Hope para que no lo viera.

—Ahora tenéis que cerrar los ojos. Los dos —nos dijo a la vez que me señalaba con un dedo.

—¿Por qué?

—Es una sorpresa.

—Pero si al final la vamos a ver, no será menos sorpresa por verla antes, ¿no?

—¿Los cierras o no? —insistió él, irritado.

—Vale —se rindió Hope cuando vio que él se había cruzado de brazos. A continuación cerró los ojos.

Aunque hubiese querido no habría podido cerrarlos, de modo que tuve que contenerme para no mirar hacia el parque. Yo también quería sorprenderme. Me concentré en mirarlo a él, que ahora se acercaba a Hope y la cogía de las manos.

—Prométeme que no los vas a abrir.

—Te lo prometo —dijo Hope.

—Bien.

El Chico Azul nos condujo por la arena muy despacio, hizo que nos detuviéramos para abrir la puertecilla que daba al interior del parque y siguió guiándonos en dirección a los columpios.

—Todavía no los abras. —Le pidió a Hope que se sentara en uno de los columpios, sin soltar su mano, y luego se colocó detrás de ella. Y esperó.

Me esforcé mucho por no mirar, pero los ojos se me escaparon y pude ver a la mimo, justo delante de nosotros, que se ponía los guantes y sacaba algo de su mochila. Aparté la mirada y vi que el Chico Azul se había agarrado a las cadenas del columpio y acercaba los labios al oído de Hope.

—Hoy no necesitarás escuchar —le susurró—. Y Wave tampoco.

Ella se volvió hacia el Chico Azul y los rostros de ambos se quedaron tan cerca que a punto estuvieron de besarse. Descubrí la turbación en los ojos de él, que por un instante —muy breve— la miró a los labios y sé que quiso hacerlo, que casi estuvo a punto de cubrir la distancia que los separaba para besarla. Sé que piensas que debería haber dicho algo, haber intentado pararlo, pero no se puede detener un huracán, de la misma manera que no se puede pedir a la lluvia que cese. Esas cosas solo pueden detenerse cuando son volátiles, cuando no despierta nada más que un sentimiento frágil llevado por la curiosidad. Y yo sabía que había más, mucho más. Me daba miedo, pero también esperanza. Y si algo quería para Hope era que nunca, jamás, le faltara la esperanza. Puede que el chico fuese un entrometido, pero también era una fuente de esperanza para ella. Y contra eso yo no podía, ni quería, luchar.

Sin embargo, contra todo pronóstico, algo le hizo cambiar de idea en el último momento. El Chico Azul se apartó unos centímetros y comprobó que la mimo estaba lista y le hacía señas. La forma en que se aferraba al columpio me demostraba que no me lo había inventado, que le había costado resistirse.

—Cuenta hasta cinco y ábrelos —le dijo a Hope un momento antes de hacer que el columpio se balanceara.

Después, se marchó sin mirar atrás.

Mientras veía cómo el Chico Azul se alejaba, mientras Hope contaba y mientras la mimo pisoteaba el suelo para calmar los nervios, me pregunté qué era lo que lo había detenido. Si fue ella, si fue él o si fue una mezcla de los dos quien puso final a algo que aún no había comenzado.

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