Hope

Hope


Segundo acto » Capítulo 47. Kafka y la marioneta perdida

Página 51 de 84

C

A

P

Í

T

U

L

O

4

7

K

a

f

k

a

y

l

a

m

a

r

i

o

n

e

t

a

p

e

r

d

i

d

a

Mi regalo era una historia. Una actuación de Raven. El parque era todo su escenario y se notaba que había pasado tiempo en él, ensayando los pasos, aprendiéndose cada uno de los rincones para conocer sus límites y la libertad de la que disponía para moverse. Sus ropas, que esta vez consistían en un traje oscuro y desgastado de pantalón y chaqueta, me recordaban a las de un vagabundo.

Los movimientos y gestos de Raven estaban acompañados por un enorme cuaderno de dibujo anillado en el que había anotado parte de la historia que quería contar. Frases, palabras e incluso dibujos tan torpes que podrían haber pasado por míos. Es difícil explicar cómo lo hizo, cómo desgranó lo que quería contar, los sentimientos allí escondidos, sin necesidad de articular una sola palabra. Hope me abrazaba con fuerza y percibí su estremecimiento como una extensión de mi propio cuerpo. La mimo reía, lloraba e incluso cantaba sin necesidad de hablar. Pero lo más sorprendente de todo es que podíamos escucharla como nunca habíamos escuchado a nadie. Aprendí ese día que hay muchas formas de hablar, de contar una historia, y no hay nada más mágico que cuando se hace con el alma y con todo el ser; no caben ahí las dudas, las mentiras ni los malentendidos.

Era la historia de una marioneta que un día fue olvidada en un parque por una niña. Una niña que, sin saberlo, había dejado de necesitarla. Al principio, la marioneta se sintió frustrada, al borde de la desesperación. Sin embargo, conforme pasaban las horas y el parque se iba quedando desierto, una extraña calma se fue abriendo paso en ella. Y comprendió que había llegado el momento. Con todas las fuerzas que tenía, y con las que le faltaban, consiguió ponerse en pie y tomar sus hilos como muchos otros lo habían hecho por ella anteriormente. Tras lo que le pareció un largo viaje lleno de obstáculos, se hizo con papel y lápiz y escribió una carta que dejó donde había sido perdida. Y se escondió bien, esperando a que pasara lo que sabía que tendría lugar de un momento a otro. La niña, su fiel compañera, regresó. Lloraba, desesperanzada, cuando encontró la carta. La primera de muchas cartas.

Las lágrimas dieron paso a una sonrisa llena de más lágrimas, pero lo que la marioneta vio en el fondo de los ojos de la niña le hizo comprender que no se equivocaba. Había llegado la hora de partir. Pero primero tendría que despedirse y esas cartas, escritas de su puño y letra, eran su manera de hacerlo.

Dos semanas duró aquella insólita pero bonita correspondencia en la que la marioneta le contaba sus aventuras por el mundo. «He aprendido a manejar mis hilos, pequeña. No debes temer por mí», le dijo en una de sus últimas cartas, animándola a que siguiera sus pasos. En la última de todas no escribió un «adiós», porque una marioneta nunca podría decir «adiós» al que había cargado con su peso, manejado sus hilos, con tanto cariño. Solo cuando la marioneta vio desaparecer a la niña por última vez, salió de su escondrijo y una lágrima se deslizó por su mejilla, tan inesperada, tan pesada y dolorosa, que se quedó allí, impresa para siempre.

Sentí en ese momento que me inundaba un desasosiego inmenso en el corazón, porque hablaba de mí. No pienses que era una historia triste. De serlo, no estaría aquí ahora. La marioneta encontró un nuevo hogar, al lado de otra niña que, para no separarse de ella, la llevaba siempre atada a su cintura.

Raven me había regalado algo más que una historia; me había regalado un pasado. Cierto es que no se parecía en nada a ninguno de mis pasados reales, pero lo agradecí. ¿Importaba acaso que fuera inventado? Hope tenía razón. Todas las historias, todas, tienen algo de verdad. Y ese día, el día de mi

no cumpleaños, aquella historia se me quedó grabada a fuego en el corazón. Era mía. Y ya nadie me la quitaría.

Cuando la mimo terminó su relato, Hope aplaudió con lágrimas en los ojos.

—Es como la historia de Kafka y la niña que perdió la muñeca —le dijo.

Raven asintió, inclinándose en una reverencia para dar las gracias. Recordé entonces la historia del escritor que Joseph nos había contado antes de mudarnos al teatro y comprendí que la joven se había basado en ella para contar la mía. Pero no me importó.

—Ojalá alguien hubiera encontrado esas cartas —añadió Raven, que no tardó en darse cuenta de su despiste al ver que Hope no la había escuchado.

Guardó el cuaderno y se sentó en el columpio libre.

—Gracias, de parte de los dos —le dijo Hope, apretándome contra ella.

—Feliz

no cumpleaños, Wave —me dijo Raven.

—Gracias —le respondí, no sin cierta timidez. Me gustaba esa chica.

A continuación, se digirió a Hope y le hizo un par de señas a su espalda. Hope se volvió, pero no vio a nadie. La mimo se rascó la cabeza y puso cara de estar pensando a toda velocidad. Los ojos le brillaron cuando cogió el cuaderno que había usado para su representación y un rotulador azul con el que escribió:

«Le importas». Señaló el lugar por donde el Chico Azul había desaparecido.

—¿Hablas del Chico Azul? —preguntó Hope. La mimo asintió—. Antes no me creía.

Raven abrió las manos e hizo un gesto con los hombros para expresar que eso daba igual.

«Yo tampoco», escribió.

Mientras pasaba la página del cuaderno para escribir me di cuenta de que la voz de Raven sí que era azul.

«Lo importante no es que te crea o no, lo que importa es que quiera hacerlo».

—¿De verdad crees que le importo? —La voz de Hope era apenas un susurro.

La mimo asintió con una sonrisa.

«Por eso estoy aquí», escribió. Cuando vio que Hope se quedaba mirando la frase sin decir nada, añadió: «¿Y a ti?».

Las mejillas de Hope se encendieron.

—Estoy tan acostumbrada a estar sola con Wave que a veces no sé qué decir ni qué hacer cuando estoy con él. Siento que en cualquier momento puede desaparecer. —Miró a Raven—. Y no me parecería raro. Es más, creo que estoy esperando a que lo haga —confesó.

A pesar de la pintura, de la falsa sonrisa de labios rojos de la mimo, pude ver la angustia al escuchar las palabras de Hope. Y me gustó más, porque no era lástima sino un sentimiento sincero, desinteresado, de ayudarla.

«¿Quieres que desaparezca?», le escribió la pregunta aunque todos sabíamos la respuesta.

Hope meneó la cabeza. Raven la cogió de la mano y le dio un apretón.

—Entonces díselo —le dijo en voz alta. Y Hope no necesitó que se lo escribiera, lo leyó en sus labios.

Ir a la siguiente página

Report Page