Hope

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Segundo acto » Capítulo 55. El beso más grande del mundo

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El tiempo dejó de contar. No importaba si habían pasado minutos u horas o a qué día de la semana estábamos. Lo único que importaba era ese momento en el que Hope dejó los cuentos de hadas y se enfrentó a la realidad.

Nos habíamos sentado en los escalones de una tienda que hacía horas que había cerrado sus puertas. El Chico Azul apoyaba los codos en los escalones de atrás mientras que Hope hundía la cara entre las manos.

—Perdona. No sé qué me ha pasado. —Él guardó silencio—. Ahora sí que debes pensar que estoy loca.

Más silencio.

Hope asomó la cara para mirarlo y comprobó que tenía la vista fija en algún punto de la carretera.

—¿Cuándo dejaste de escuchar? —le preguntó él. Hope volvió a esconder el rostro—. Dices que no te conozco y es verdad. Y ¿sabes por qué? Porque no dejas que nadie te conozca, solo dejas que conozcan tus historias y eso es como no tener nada. No quiero tus historias, Dilly, te quiero a ti. —Ladeó la cabeza para mirarla—. ¿No vas a decirme nada? —Hope continuaba sollozando—. Está bien, no hables. No vuelvas a pronunciar una palabra si eso te hace feliz, pero no conseguirás que me aleje. No pienso irme a ninguna parte. —La observó durante unos segundos. Al final, suspiró y le dijo—: Gano mucho más dinero con vosotros. ¿Qué loco se alejaría de una mina de oro?

—Si no vuelvo a hablar, no ganarás nada.

—El que habla es Wave, tú solo eres un decorado.

Hope rio entre todas aquellas lágrimas y yo odié un poco menos al Chico Azul.

—Mi hermano se suicidó —empezó a contarle Hope en cuanto consiguió calmarse—. Yo era muy pequeña y no recuerdo todo lo que pasó. Lo que sí recuerdo es que una tarde entró en mi habitación cuando yo estaba dibujando, se sentó en mi cama y me preguntó si había oído hablar del beso más grande del mundo. Corrí a su lado para escuchar la historia. Siempre tenía una. Me senté en su regazo y me dijo que el beso más grande del mundo era muy pequeño, apenas un suspiro. Que a veces incluso era invisible. Me dijo que el beso más grande del mundo era el que estaba lleno de palabras. Y me dio un beso en la mejilla que apenas noté. Lo que sí noté fue la humedad. Estaba llorando. Cuando me di cuenta, mi hermano ya se había marchado. —Se aclaró la voz, estrangulada por los recuerdos—. Me asomé por la ventana y lo vi frente al mar. Recuerdo esa imagen como si la tuviera grabada a fuego en mi mente. El sol empezaba a ponerse y estaba rodeado de sombras. El viento le removía el pelo. Se quitó los zapatos y se metió en el mar. Yo me asusté porque recordé que no sabía nadar. Cuando era niño estuvo a punto de ahogarse y desde entonces nunca había vuelto a meterse en el agua a pesar de que vivíamos frente a la playa. Siempre se quedaba en la orilla, escribiendo en su cuaderno…, quizá por eso me gusta tanto Marianne, porque cuando la veo escribiendo en su cuaderno me parece verlo a él.

»Al principio pensé que estaba intentando aprender. Pero no. Se adentró tanto que apenas lo veía. Corrí hacia la playa con todas mis fuerzas y perdí uno de mis zapatos por el camino. Cuando llegué no sabía qué hacer. Grité su nombre como una loca porque no conseguía ver dónde estaba. Me metí en el agua y nadé sin saber bien adónde quería ir. Solo nadaba y abría los ojos bajo el agua para ver si lo encontraba. Las olas me hundían y cada vez que conseguía sacar la cabeza y respirar creía que sería la última. Pensé que iba a morirme. Grité y luché contra el mar hasta que al final conseguí llegar adonde hacía pie. —Hope se secó las lágrimas—. No podía dejar de llorar. No veía a mi hermano y solo escuchaba un pitido dentro de mi cabeza. Mis padres tardaron en llegar. No pude enterarme de lo que decían, ni siquiera podía hablar. Me quedé sorda durante unos días por la presión del mar. No escuchaba absolutamente nada. Después, cuando volví a escuchar, me di cuenta de la suerte que había tenido de no haberlo hecho hasta entonces. La gente hablaba de mi hermano. Decían que se había suicidado porque era raro. Yo me preguntaba por qué creían que era raro. Era tímido, le gustaban los chicos y Folktale siempre ha sido un pueblo dado a los murmullos. Decían tantas cosas horribles sobre él, incluso después de muerto. No podía soportarlo.

Hope hizo un gran esfuerzo por contener los sollozos, que se hicieron más audibles al sentir que el Chico Azul le acariciaba la espalda.

—Entonces lo comprendí. No se suicidó, las palabras lo mataron —afirmó Hope con solemnidad—. Una noche estaba en mi habitación y vi una estrella fugaz. Deseé no volver a escuchar ni una sola palabra. Y sucedió, aunque parezca mentira. Al día siguiente, cuando me desperté, ya no las escuchaba. Durante los primeros meses mis padres me llevaron a varios especialistas. Pensaban que mi sordera temporal había vuelto, pero todo estaba bien y era capaz de percibir cualquier otro sonido. Después me llevaron a psicólogos que apuntaban muchas cosas en sus libretas y no solucionaban nada. Al final no hubo nada más, hasta que conocí a Joseph y a Wave.

Por una vez, creo que mi rostro se contrajo en un gesto de angustia. Sentí mi madera restallando y también sentí el dolor. Cualquiera que hubiese dirigido sus ojos hacia mí habría podido verlo, pero Hope no me miraba y el Chico Azul tampoco.

Esa parte de la historia no la conocía y me sentí celoso de que ella se la hubiera regalado a él.

El Chico Azul se acercó a ella y le dio un beso en la frente. Hope cerró los ojos. Así fue como vi el beso más grande del mundo y escuché todas las palabras que habitaban en él.

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