Hope

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Segundo acto » Capítulo 56. Nadie está solo

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Al día siguiente el Chico Azul no apareció.

Durante las primeras horas no le dimos la menor importancia. No siempre era puntual. Estábamos seguros de que en cualquier momento oiríamos su silbido. Sin embargo, una semilla de duda se plantó en nuestro interior y la esperanza de verlo aparecer se fue diluyendo conforme la tarde caía.

Había perdido la cuenta del tiempo que Hope llevaba pegada a la ventana.

—Wave, ¿tú lo has oído? A lo mejor no lo he escuchado.

—No me he movido del sitio, Hope —le recordé desde el lugar donde ella misma me había colocado: sentado en la cama, con la espalda recostada en la almohada.

—¿Y si ha ido a Collodi sin nosotros? Deberíamos ir —me dijo al tiempo que fruncía los labios, indecisa—. Pero si viene y no estamos… No sé qué hacer, Wave.

Al final, no pude detenerla. Me cogió y salimos corriendo para coger el próximo autobús.

La calle estaba prácticamente desierta cuando llegamos. En las tiendas, los dependientes habían comenzado a hacer la caja, aburridos por la falta de movimiento, e incluso algunos habían puesto el cartel de cerrado, dando por finalizada la jornada.

Los pasos de Hope se volvieron lentos mientras volvíamos a casa. Apenas se fijaba en nada; sus pensamientos se habían marchado a algún lugar remoto, lejos de todo lo que conocíamos. Fue el olor a pasteles lo que hizo que Hope desviara la mirada hacia la dulcería y, por pura casualidad, descubrimos al mago salir con un dónut al que ya le faltaba una mitad. Iba cargado con sus bártulos.

Hope se aproximó a él.

—Vaya, vaya. Mira a quién tenemos por aquí. —La forma en que Diggs la evaluó con la mirada no me gustó lo más mínimo. Entendía por qué el Chico Azul quería cortarle las manos—. ¿Quieres? —dijo después de darle otro bocado al dónut.

—¿Has visto al Chico Azul? —preguntó Hope a bocajarro.

Diggs enarcó las cejas.

—¿Hablamos de algún tipo de mutante o algo?

De haber podido, habría puesto los ojos en blanco.

—Hay que ser corto de entendederas —murmuré.

—El Chico Azul —insistió Hope.

—Es verdad, que no puedes escuchar palabras. —El mago sonrió, como si la preocupación que se podía ver en el rostro de Hope le hiciera verdadera gracia. La miró de arriba abajo mientras se terminaba el dulce. Luego se acercó a su cara y le habló despacio para que pudiera leerle los labios—. Así que el Chico Azul, ¿eh? —Chasqueó la lengua—. Me gustaría saber qué ve en ti. Tal vez si me dejas averiguarlo… —Con un movimiento ágil, le pasó una mano por el pelo y entonces apareció una rosa roja.

—Qué original —ironicé.

Hope miró la rosa y al mago alternativamente y enseguida se apartó de él. La rosa fue a parar al suelo y ahí se quedó, olvidada.

—No lo has visto —determinó, más para sí misma que para el mago.

Oí que algo se rompía pero no supe si surgía de Hope, si tenía que ver con el mago y sus trucos o si venía de mí mismo, de la impotencia de saber que no podía hacer nada por calmar la angustia que llenaba el corazón de Hope. Me estremecí, porque cuando le dio la espalda al mago, ignorando sus intentos por que regresara, también pude oír sus gritos; los de Hope. Claros, desgarrados. Gritaba en un idioma mudo que pocos pueden escuchar. Un idioma que nace de las entrañas y se alimenta de todo lo que atrapa a su paso.

Durante el camino de vuelta al teatro, a pie, Hope se mantuvo callada. Sus manos se aferraban a mi cuerpo como a un salvavidas.

Joseph también escuchó los gritos de Hope, porque durante la cena no le quitó la vista de encima. Tampoco lo hizo cuando la vio entrar en la sala y derrumbarse en el escenario, contemplando el cielo de mentira, salpicado de nubes, del nuevo decorado.

Preocupado como estaba, Joseph terminó por sentarse como pudo junto a nosotros, al borde del escenario.

—La primera vez que te vi pensé que eras la niña más molesta que había conocido en toda mi vida. No me equivoqué. Y ¿sabes por qué? —La mirada de Hope se desvió hacia Joseph y en los labios de este pudimos atisbar una leve sonrisa—. Porque verte es creer y es mucho más fácil mirar hacia otro lado y darse por vencido. Llegaste a mi vida cuando ya estaba demasiado cansado, cuando estaba dispuesto a mirar hacia otro lado y dejar que los días pasaran sin más. Cuando vivir ya solo consistía en respirar. Y me retaste. Me desafiaste a esforzarme todos los días, a no rendirme, a intentarlo. —Los labios de Hope se curvaron de manera casi imperceptible—. Ahora soy yo el que te desafía. Te reto a vivir, Hope.

Tras esas palabras, guardó silencio. Le dio tiempo hasta que estuvo preparada para hablar, como había hecho otras tantas veces.

Al final, Hope habló.

—Hay algo en mí que no funciona bien, Joseph. No sé cómo lo hago, pero tarde o temprano todo termina por estropearse.

—A Wave lo veo de una pieza y estás todo el día pegada a él.

—Él es diferente. —Ni Joseph ni yo necesitamos que nos dijera que se refería al Chico Azul.

—Así que todo esto se debe a él —manifestó Joseph—. En realidad, es exactamente igual. ¿Te acuerdas de cuando perdiste a Wave en la playa? Seguiste buscándole. No te rendiste. De eso se trata, de seguir, de no rendirse. Mientras no te rindas no habrá nada que puedas estropear. Si rompes un vaso y lo das por roto, estará roto; pero si no te rindes y buscas todos los pedazos y los vuelves a unir, dejará de estarlo. Puede que nunca vuelva a ser el mismo vaso, pero seguirá siendo un vaso.

Hope arrugó el ceño.

—No puedo buscar los pedazos de una persona.

—No, no puedes. Pero puedes luchar, no rendirte y mantener la esperanza.

—A veces creo que todo sería mejor si no sintiera nada.

—Puede que fuera más fácil, pero te aseguro que no sería mejor. Sería como buscar el tapón que vacía al mar. ¿Y qué sería el mar sin agua? No quedaría nada, solo la desesperanza. ¿Es eso lo que quieres? Tú eres vida, Hope. Te veo y veo vida en ti. Es hora de que aprendas a hacerle frente.

—Me gustaría poder darle a la tecla de los sentimientos y apagarlo todo —siguió ella sin escucharlo.

—Deberías saber mejor que nadie que hay que tener cuidado con lo que se desea.

—Llevo toda la vida pidiendo deseos que nunca se cumplen.

—No podrás saber si se han cumplido o no hasta el último suspiro. Hasta los deseos necesitan tiempo.

—Estoy cansada —admitió Hope.

—Todos lo estamos en algún momento. Y está bien, no pasa nada. Tienes derecho a enfadarte, a gritar, a patalear, a recluirte en una cueva y jurar que jamás volverás a salir. Pero no olvides que estaremos esperando a que vuelvas. Al final, siempre sale el sol. Te guste o no, no estás sola.

Hope me acarició el pelo con tal ternura que fue como si respondiera a las palabras de Joseph.

Él se dio cuenta.

—Wave no es suficiente —le dijo.

Y por primera vez desde que había entrado en su vida, Hope fingió que no lo escuchaba.

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