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Tercer acto » Capítulo 67. Tercera historia. Dónde estés tú

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Tardamos casi medio día en llegar a la tercera historia, de modo que ambos comprendimos el motivo por el que el Chico Azul había venido a buscarnos tan temprano.

Fue un largo trayecto a través de trenes y autobuses en el que solo nos detuvimos para comprar comida.

—En serio, ¿adónde me llevas? Nunca en mi vida pensé que me alejaría tanto de Folktale.

—¿No confías en mí?

—Es un poco tarde para preguntar eso, ¿no te parece?

Él sonrió. Le apartó el pelo de la cara y depositó un beso en sus labios, un gesto tan sencillo que dejó a Hope descolocada.

—¿Y ya está? —inquirió ella.

—¿Ya está qué?

—Me refiero al beso.

—¿Qué pasa con el beso?

—Nada, es que… —Pero Hope no terminó la frase. Habíamos alcanzado nuestro destino y el Chico Azul le hizo un gesto para que lo siguiera.

Esta vez no le dio la mano. El resto del camino lo hicieron en silencio; él mirando al frente, ella cabizbaja y con cientos de palabras que ansiaban salir de sus labios. Ni siquiera se fijó en que no había nada a nuestro alrededor, solo árboles algo manchados por la nieve que había ido derritiéndose a lo largo del día y una carretera que daba acceso a lo que parecía ser un cementerio.

Cuando Hope se dio cuenta de dónde estábamos, se detuvo en seco. Era normal, los dos habíamos pasado demasiados domingos en un cementerio como ese, huyendo de la soledad.

El Chico Azul comprendió que no debía de ser fácil para ella y su rostro se suavizó.

—Vamos. No estaremos mucho rato —le prometió, tendiéndole la mano.

Hope apretó su mano con fuerza. A pesar de su deseo de seguirle adonde fuera, sus pisadas eran lentas; cargaban un dolor que siempre llevaría consigo y que se hacía más latente conforme nos acercábamos a las tumbas y leíamos nombres y fechas al azar. Una vieja costumbre nuestra, inventarnos historias sobre los que allí descansaban. Solo que ahora era otro el que iba a contar su historia.

Nos detuvimos junto a dos tumbas de piedra muy cuidadas a pesar de los años que llevaban azotadas por la naturaleza. El Chico Azul apartó las ramas que se agolpaban a su alrededor y dedicó varios minutos a limpiarlas con un cuidado que dejaba claro lo importantes que eran para él. Cuando terminó, se sentó frente a ellas y sacó la guitarra de la funda, además de dos rosas, que colocó sobre las lápidas con el mismo cuidado.

—Ven, siéntate —le pidió a Hope, que se sentó con cuidado a su lado—. Te presento a mis padres, Jamie y Hannah. Siento no haberte hablado de ellos, prefería presentártelos formalmente.

—Hola —los saludó Hope.

—Odio hablar de esto porque siempre tengo que responder a un millón de preguntas y la gente tiende a compadecerse de mí. Es inevitable. —La miró con una sonrisa—. Ahora mismo lo estás haciendo.

—Claro que no.

—Venga ya, estás a punto de echarte a llorar. No te he traído para eso.

—¿Y para qué me has traído?

—Todavía no. —Él levantó el dedo índice—. Tengo que contarte mi historia.

—No tienes que hacerlo.

—Quiero hacerlo. —No quedaba ni un atisbo de sonrisa en sus labios. Sus ojos se apartaron de los de ella, agarró la guitarra y comenzó a tocar. Pero esta vez la letra eran sus palabras, las notas que salían de la guitarra solo la melodía de acompañamiento—. Murieron cuando tenía un año. Los únicos recuerdos que tengo de ellos son los que me contaba mi abuela cuando todavía vivía. Mis padres también eran huérfanos, pero esa es otra historia. El caso es que viví con mi abuela un tiempo y luego fui adoptado por la misma familia que adoptó a mi tía. No son mis padres biológicos pero como si lo fueran, son los únicos que conozco. A ellos —dijo, señalando a las tumbas— solo he podido imaginármelos. Sé cómo es la voz de mi madre, cómo suena la guitarra a manos de mi padre, puedo escuchar su risa y ver las caras que ponen cuando están felices. Algunas cosas son verdad y otras me las invento, pero ¿qué más da? Tú me has enseñado que no importa, que siempre hay algo de verdad en todas las historias.

Guardó silencio durante unos segundos en los que tocó la misma melodía lenta que había tocado cuando me secuestró.

—Pero vivir de mentiras tiene sus efectos colaterales. Mi tía me transmitió su amor por la música y, de alguna forma, hice mío el sueño de mi padre. Me gusta tocar —dijo mientras sus dedos acariciaban las cuerdas—, más que gustarme, para mí es casi como respirar. Nunca elegí la música, es como si ella me hubiera elegido a mí. No sé vivir sin mi guitarra. Pero ¿de verdad quiero dedicarme a eso? ¿Lo hago por mí o por el recuerdo de mi padre? He perdido la cuenta de las veces que llevo haciéndome las mismas preguntas. Mis padres están siendo pacientes conmigo. Me han dado un año para mí, para que me lo piense, para que descubra qué es lo que quiero hacer con mi vida. El futuro me daba miedo —confesó.

—¿Y ahora? —preguntó Hope—. ¿Tienes respuestas?

Él se volvió hacia ella.

—Tengo una respuesta, la única que necesito. ¿Quieres saber cuál es? —Hope dijo que sí con la cabeza—. Tú, tú eres la respuesta.

—No entiendo.

—¿Qué no entiendes?

—¿Cómo puedo ser yo la respuesta?

—Desde que te conozco ya no necesito buscar respuestas. No necesito preguntarme quién soy, porque sé quién soy. —El Chico Azul meneó la cabeza y vi que tenía los ojos rojos—. Lo que hacemos en Collodi, jamás pensé que podría llegar a hacerlo. No pienso en mi padre ni en nadie más que en mí y en tus historias y en lo que siento mientras estamos creando algo. —Sus labios se curvaron en una sonrisa que me pareció que estaba repleta de sueños—. Y siento que puedo hacer todo lo que quiera con mi guitarra, que puedo conseguirlo. Lo que quiero decir es que mi futuro está donde estés tú. En Folktale, en Collodi o en la luna.

Hope tragó saliva antes de volver a enfrentarse a su mirada.

—No es para que te asustes —bromeó él mientras seguían saliendo notas de la guitarra.

Ella no pudo evitar reírse.

—Lo siento, no sé qué decir.

—No hace falta que digas nada.

—Pero quiero decirte muchas cosas. Antes no te estaba compadeciendo, solo compartía tu dolor, como tú has compartido el mío otras veces. Y antes de eso, no quise que pareciera que no me gustan tus besos, solo es que…

—¿Qué? —preguntó el Chico Azul.

En lugar de responder, Hope lo agarró de la camiseta y se inclinó para besarlo. De Hedgehog salió una última nota antes de que las manos del Chico Azul se posaran en la cintura de Hope. Un beso lento, tímido, que pronto se tornó más profundo. Un beso que hizo que Hedgehog y yo también nos besáramos, estando como estábamos entre los dos.

Cuando Hope se apartó, vi que tenía la cara roja y respiraba con dificultad.

—Si tú puedes, yo también.

—Acabas de besarme delante de mis padres, descarada —dijo sonriendo. Por su voz, supuse que a él también debía de faltarle el aliento—. Pero puedes hacerlo cuando quieras, no voy a quejarme.

—Idiota. —Hope lo empujó hacia atrás, aunque él se resistió a soltarla—. Todavía no me has dicho el porqué de las tres historias.

—¿Tienen que tener un porqué?

—Pues claro. Es como

Canción de Navidad y los tres fantasmas; sin la moraleja no tendría sentido.

—Tienes razón. Hay un porqué escondido detrás de las tres historias. —Se lo pensó mientras guardaba la guitarra dentro de la funda—. Quería que vieras que todos tenemos una historia. Más triste o más alegre, eso es lo de menos. La vida es así, no hay nadie que no tropiece alguna vez. Enfrentarnos a ella todos los días…, ese es el reto. Algunos, como Raven, lo hacen y no les tiembla el pulso. Otros, como Diggs, ni siquiera lo intentan, porque el miedo es más grande. Y luego están los que son como yo, con una vida normal y corriente pero que tienen también sus cosas, porque todos tenemos algo. —Respiró hondo—. Lo que quiero decir es que ninguna vida es fácil, tú lo sabes mejor que nadie. No importa lo que hagas o adónde vayas, tu pasado siempre irá contigo. Tu futuro, en cambio, es el resultado de lo que hagas ahora.

—¿Crees que no lo hago bien?

—Eres la persona más valiente que conozco. No te das cuenta, pero haces que los problemas de los demás parezcan cosas de críos. Te enfrentas a la vida como nadie lo ha hecho nunca.

—¿Pero…?

Él se echó a reír.

—Pero es hora de que la vivas por ti misma.

—¿Crees que no lo hago? ¿Qué crees que he estado haciendo todo este tiempo?

—¿De verdad no lo sabes? —El Chico Azul se acercó para desatar el cinto que me mantenía pegado a Hope—. ¿Por qué no le preguntamos a Wave?

Ahí estaba yo, otra vez en manos del Chico Azul. Hope me miraba con cara de susto; él, en cambio, parecía saludarme como a un viejo amigo.

—¿Por qué no le dices a Hope lo que ha estado haciendo todo este tiempo? —me animó, encarándome a ella.

Agaché la mirada. Fue un gesto cobarde, soy consciente de ello, pero nadie me había preparado para ese momento. Hasta que apareció él, yo había sido el único testigo, el único que cargaba con el peso de los motivos que llevaban a Hope a actuar como lo hacía. Por supuesto, sabía lo que había estado haciendo. A fin de cuentas, yo la había ayudado a hacerlo; era su cómplice y seguiría siéndolo todo el tiempo que ella necesitara.

—Sobrevivir —respondí. Y juro por toda mi madera que en ese instante los dos pudieron escucharme.

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