Hacker

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Capítulo 8

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Capítulo 8

Al menos la conversación entre ambos era fluida. Incluso se acercaba a la cordialidad.

—¿A dónde vamos exactamente? No es que me importe seguir tus indicaciones, pero no acostumbro a dejarme conducir ciegamente por desconocidos.

—Vamos a casa de un colega de profesión. Toei.

Max asintió. Ya no miraba de reojo. Semus había dejado de sonrojarse y la calle se llenó de repente de peatones, ciclistas y mensajeros que pretendían colarse por los escasos y estrechos intersticios que los coches dejaban en la calzada.

—Trabajamos juntos… antes.

—¿Antes de qué?

Semus se aclaró la garganta, como si le incomodase hablar de aquello. Max conocía una parte de la historia porque Nefilim no había tenido más remedio que contársela. De otro modo no habría aceptado trabajar con una persona ajena a su equipo. De todas formas, prefería tener la información de primera mano.

—Antes de que todo se viniera abajo. Estoy seguro de que sabes una buena parte de todo esto. De todas formas, supongo que necesitas oírlo de la fuente.

A Max empezaba a fastidiarle aquella especie de clarividencia.

—Todos tenemos un pasado. El mío se puede interpretar de dos maneras. Si eres un muerto de hambre, como la mayor parte de la población europea y mundial, lo que hice se puede considerar venido del cielo. Si formas parte del pequeño reducto de privilegiados que maneja la economía a nivel local, nacional o global, entonces eres un terrorista.

—No creo que hayas puesto una bomba en toda tu vida.

Aquello no era exactamente un cumplido, pero sí respondía a la verdad. Por una parte, Max no creía que Semus tuviera la menor oportunidad en una pelea cuerpo a cuerpo. Por otra, tampoco le parecía el tipo de fundamentalista que arriesgaba la vida de inocentes. A pesar del episodio con la electricidad del otro coche.

—Los atentados informáticos son capaces de sembrar una forma de terror más sutil. Hay quien diría que más insidiosa. Estamos en la era de la comunicación —dijo Semus encogiendo los hombros—. Revelar lo que se desea que esté oculto o cifrar el acceso a los datos que determinadas personas necesitan puede causar verdaderos problemas. Piensa en Anonymous, o en la filtración de papeles de determinadas instituciones.

Max conocía aquellos casos porque habían aparecido hasta en el último periódico del último rincón del planeta. Internet, televisión, radio… Todo el mundo se había hecho eco de lo sucedido con la información clasificada. Pero lo cierto era que el ciudadano de a pie no había notado ningún cambio sustancial en su vida diaria.

—Imagino que tu objetivo era desestabilizar los Gobiernos.

—El poder financiero, en realidad. Desde el punto de vista de un agente de tus características, nuestro trabajo debe de parecer una estupidez. Pero a las personas y entidades afectadas les provocó algunos trastornos importantes. Durante meses los mantuvimos en jaque. Saber que en cualquier momento sus transacciones y movimientos fraudulentos podían salir a la luz hizo que operasen dentro de la legalidad. Algo que no había sucedido, según nuestros cálculos, desde poco después de que se estableciera el patrón oro.

—Estás hablando del comienzo del sistema bancario.

—Sí. El modo en que las sociedades ordenan la economía y la política es corrupto desde la base. Como no hay un órgano de control que impida a quienes ostentan el dinero y el poder desviar dinero y poder…

Semus hizo un gesto muy revelador con las manos. Por lo visto creía ciegamente en la causa.

—Pero nos pillaron —reconoció con pesar—. Y nos ofrecieron un trato.

Max dio un pequeño frenazo. Unos críos vestidos con uniforme escolar cruzaron la carretera sin mirar. Una mujer airada sacó el brazo por la ventanilla de su vehículo y los amenazó. Los niños se rieron de ella.

—El Gobierno solicitó vuestra colaboración a pesar de que podríais engañarlos —dijo Max. Prefería prestar atención a la conversación con Semus que a los peatones imprudentes que seguían colándose entre los coches en lugar de esperar a que los semáforos cambiaran de color.

—No son idiotas —dijo Semus—. Ya deberías saberlo. Poco claros, sí. ¿Corruptos? Por supuesto. Todos los Gobiernos lo son. Pero nos atraparon, así que tenemos que respetarlos por eso. También nos ofrecieron no ir a la cárcel. No sé cómo lo ves desde tu metro ochenta y tu musculatura, pero alguien como yo no aguantaría mucho en prisión.

Max tuvo que darle la razón. Entre rejas no había demasiadas oportunidades para desarrollar complejos artefactos electrónicos ni para controlar los movimientos de los demás mediante redes informáticas.

—Además —continuó Semus— la mayor parte de las veces la intención de los Gobiernos no es mala. En ocasiones tienen las manos atadas, simplemente. Las leyes son bonitas. Y útiles. Pero el orden efectivo requiere que alguien se las salte de vez en cuando. Para eso estamos nosotros.

Max asintió con un gesto de la cabeza.

—Supongo que eso confirma tu postura inicial de que no son de fiar y justifica el terrorismo informático al que te dedicabas. Y sin embargo, aquí estás: justificando a aquellas instituciones contra las que luchabas.

—La vida cambia. Las personas no demasiado. En la siguiente gira a la derecha.

—Si es que puedo —contestó Max—. Parece que todos los coches de Londres han escogido esta hora para venir precisamente aquí.

—Podrás. Puedo echarte una mano si quieres.

—Supongo que eso quiere decir que intervendrás en los sistemas eléctricos de toda esta gente, lo que provocará un caos y multiplicará las posibilidades de que alguien atropelle a un chaval. Entiéndeme, Semus, no me son especialmente simpáticos. Pero no estoy aquí para eso.

—En realidad me refería a llamar a Toei. Puede manipular la duración de los semáforos sin poner en peligro la vida de nadie.

—¡Venga ya!

No era que Max ignorase que aquello era posible. Estaba seguro de que Scotland Yard lo hacía a petición del cuerpo de seguridad de Su Majestad, por ejemplo. O cuando algún representante extranjero realizaba una visita al país. Pero le extrañaba que un par de personas ajenas al tinglado gubernamental tuvieran esa posibilidad. Claro que en realidad no eran tan ajenas.

—No será necesario. ¿Cuánta gente hay en tu grupo, Semus? ¿Cuántos sois?

—Muchos menos de los que empezamos. La vida de hacker no es exactamente un lecho de rosas, por decirlo de alguna manera. Muchos se retiraron después de cumplir con el periodo de redención y colaboración establecido por el Gobierno. Es difícil tener una vida normal cuando apenas sales de casa. Y la gente quiere casarse, tener familia y esas cosas.

—Así que… —le animó Max.

—Toei y yo somos los dos activos principales. Hay agentes que colaboran con nosotros. El grupo es amplio, pero nadie sabe exactamente cuántos somos ni qué hacen los demás. Así, si detienen a alguno, no puede delatar al resto.

Semus miró a Max directamente por primera vez en el viaje.

—Sé que suena a mafia organizada callejera —dijo—. Pero somos los buenos.

—De acuerdo —dijo Max—. Lo que no entiendo es por qué os necesitamos para esto. Mi equipo y yo nos hemos enfrentado a todo tipo de organizaciones. —Max pensó en el loco transhumanista con el que se habían enfrentado no hacía demasiado tiempo—. Podríamos…

—En realidad no está en vuestra mano desmantelar La Furia. Nosotros sabemos cómo funcionan. Conocemos su manera de pensar. Y además tenemos experiencia en infraestructura. Ellos quieren crear un caos absoluto. Para conseguirlo hay mucho que se puede hacer en remoto, pero hay otras cosas completamente analógicas. Como lo del Lloyds Bank.

—Pero todo eso dejará una huella —intervino Max.

—Las huellas informáticas pueden borrarse sin demasiado trabajo. Donde tenemos que adelantarnos a ellos es en las acciones que deben llevar a cabo en el mundo real. Las compañías eléctricas y de suministro de agua serían mis siguientes objetivos. El mundo funciona con electricidad y agua. Pero para hacer un daño real al sistema no basta con cortar el suministro en la red. Hay que acercarse a las estaciones.

Max asintió para animar a su compañero a que siguiera hablando. Ahora que se refería a la realidad, el asunto se le hacía mucho más interesante.

—¿Has estado alguna vez cerca de un puesto eléctrico? No hablo de una central, sino de esas cabañas que hay en medio de cualquier parte, cerca de las torres de alta tensión.

Max negó con la cabeza al tiempo que volvía a frenar de repente. La inercia los empujó en dirección al parabrisas. Semus se frotó la zona del pecho donde el cinturón de seguridad le había hecho daño, pero no se quejó.

—Para entrar en una de ellas los operarios deben protegerse casi tanto como para entrar en un reactor nuclear. La electricidad se siente en varios metros a la redonda. Algunos técnicos han muerto con solo abrir las puertas. De los accidentes en lo alto de las torres de alta tensión no habla la prensa. Y es que el poder de la industria eléctrica es prácticamente ilimitado. El plan de La Furia tiene que contemplar una fase en la que se corte el suministro eléctrico de una zona. Me refiero a informáticamente. En ese momento, un grupo entrenado cortará los cables físicamente. Si escogen bien sus objetivos, y me consta que no tendrán mayor problema para identificarlos, podrán aislar bancos, hospitales o el Parlamento. Por supuesto, la población civil también sufrirá. Pero no creo que les importe demasiado, la verdad.

—Entiendo —dijo Max—. Nefilim me habló de la necesidad de localizar grandes consumos eléctricos. Los servidores. Lo que no me queda tan claro es por qué van a cortar los suministros si ellos también necesitan la electricidad para llevar a cabo la mayor parte de su actividad.

—Acabo de decírtelo.

Max sabía que en cualquier otro caso se habría enfadado con su interlocutor. No tenía mayor inconveniente en reconocer que había algo que no entendía, pero detestaba que lo tomaran por tonto. En cambio, Semus no le hablaba con superioridad. Al contrario. Parecía acostumbrado a que, simplemente, la gente normal no le entendiera. Se preguntó cómo sería una conversación entre Mei y él. Sin duda, algo digno de verse.

—Si hacen bien las cosas —explicó Semus—, no necesitarán cortar la luz en todo el país. Ni siquiera en una zona demasiado grande. Tienen planos de instalaciones, eso es algo que debemos dar por hecho. Y seguro que cuentan con gente especializada. Los habrán introducido en las eléctricas o reclutado directamente desde dentro. Así que podrán aislar perímetros que les dejen fuera de la zona de apagón.

—¿Y tu gente tiene efectivos suficientes como para interceptarlos o localizarlos?

—Eso espero. Somos buenos. Pero ellos son más. Y tienen una causa.

Semus dijo esto último en un tono soñador que no hizo mucha gracia a Max. Parecía que echase de menos su época de activista. Algo que él no podía permitirse en realidad. Sin embargo, tenía que admitirlo, le gustaba que aquel hombre tuviera un pasado, unas raíces, aunque fueran ideológicas. Según su experiencia, las personas más peligrosas eran aquellas que iban por la vida sin asidero. Resultaban impredecibles.

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