Gulag

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I - Los orígenes del Gulag, 1917-1939 » 3 - 1929: El gran viraje

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1929: El gran viraje

Cuando los bolcheviques llegaron al poder eran benignos y suaves con sus enemigos … habíamos comenzado cometiendo un error. La indulgencia hacia tal poder era un crimen contra las clases trabajadoras, que pronto se hizo evidente…

IÓSIV STALIN[1]

El 20 de junio de 1929, el buque Gleb Boki atracó en el pequeño puerto situado al pie del kremlin de Solovki. En vez de los reos demacrados y silenciosos que habitualmente desembarcaban allí, bajaron varios hombres saludables y enérgicos (y una mujer) que hablaban y gesticulaban mientras caminaban por la playa. En las fotografías tomadas ese día, casi todos parecen haber vestido uniformes. Había entre ellos importantes chequistas, incluido Gleb Boki en persona. Uno de los hombres, el más alto, tenía un tupido mostacho e iba vestido de forma más sencilla, con una gorra de jornalero y un simple abrigo. Era el novelista Máximo Gorki.

En ese momento de su vida, Gorki era el muy alabado y celebrado hijo pródigo de los bolcheviques. Aunque era un socialista comprometido que había estado cerca de Lenin, Gorki se opuso al golpe bolchevique de 1917. En sus artículos y discursos ulteriores había continuado denunciando el golpe y el terror posterior con auténtica vehemencia, hablando de la «política demencial» de Lenin y de la «cloaca» en que se había convertido Petrogrado. Finalmente emigró en 1921, dejando Rusia para ir a Sorrento, donde al comienzo continuó fulminando con misivas condenatorias y airadas cartas a sus amigos que permanecían en Rusia.

Con el tiempo, su tono cambió, hasta tal punto que en 1928 decidió regresar, por razones no del todo claras. Solzhenitsin, con un asomo de maldad, afirma que regresó porque no se había hecho tan famoso en Occidente como había esperado, y simplemente se había quedado sin dinero. Orlando Figes señala que era muy infeliz en el exilio, y no podía soportar la compañía de los emigrados rusos, la mayoría de los cuales eran anticomunistas mucho más fanáticos que él.[2] Cualesquiera que fueran sus motivaciones, una vez que se decidió a regresar parece haber tomado la determinación de ayudar al régimen soviético cuanto le fuera posible. Casi de inmediato dio inicio a una serie de giras triunfales por la Unión Soviética, incluyendo expresamente Solovki en su itinerario. Su antiguo interés por las prisiones se remontaba a sus propias experiencias de delincuente juvenil.

Son numerosos los biógrafos que recuerdan la visita de Gorki a Solovki, y todos concuerdan en que se hicieron elaborados preparativos con antelación. Algunos recuerdan que las reglas del campo cambiaron por ese día: se permitió a los maridos ver a sus mujeres, presumiblemente para hacer que todos parecieran contentos.[3] Lijachev escribe que se plantaron frondosos árboles alrededor de la colonia de trabajo para que no pareciera tan inhóspita, y que se hizo salir a algunos presos de los barracones para que no parecieran estar tan hacinados. Según Lijachev, el escritor descubrió los intentos de engañarlo. Cuando le mostraban la enfermería, donde todo el personal llevaba uniformes nuevos, Gorki dijo con desdén: «No me gustan los desfiles», y se marchó. Pasó solo diez minutos en la colonia de trabajo —según Lijachev— y después se encerró con un preso de catorce años para oír la «verdad». Cuarenta minutos después Gorki salió llorando.[4]

Por otra parte, Oleg Volkov, que también estaba en Solovki cuando Gorki lo visitó, asegura que el escritor «solo miraba donde le decían que mirase».[5] Otros afirman que los presos que trataron de acercarse al escritor fueron rechazados.[6] V. E. Kanen, un agente de la OGPU destituido que estaba preso, afirma que Gorki visitó las celdas de castigo de Sekirka, donde firmó en el diario de la prisión. Uno de los jefes de la OGPU de Moscú que estaba con Gorki, escribió: «Habiendo visitado Sekirka, encontré todo en orden, tal como debía ser». Debajo de esta nota, dice Kanen, Gorki agregó un comentario: «Yo diría que es excelente».[7]

Pero aunque no podamos estar seguros de lo que realmente vio en la isla, podemos leer lo que escribió con posterioridad en un relato de viaje. Gorki elogió la belleza natural de las islas, y describió los edificios pintorescos y sus no menos pintorescos habitantes.[8] También escribió con admiración sobre las condiciones de vida, claramente con el objeto de que sus lectores comprendieran que un campo de trabajo soviético no era en modo alguno lo mismo que un campo de trabajo capitalista o zarista, sino una institución completamente nueva. En algunas salas, escribía, vio «cuatro o seis camas, cada una decorada con objetos personales … en el alféizar de las ventanas había flores. No se tiene la impresión de que la vida está siendo regulada en exceso. No, de ninguna manera existe semejanza alguna con una prisión; en cambio, parece como si fueran habitaciones en que viven pasajeros salvados de un barco hundido».

Fuera de las zonas de trabajo, encontró «muchachos saludables» vestidos con camisas de lino y calzados con sólidas botas. Tropezó con unos cuantos presos políticos, pero cuando esto ocurrió los descartó por «contrarrevolucionarios, gente emotiva, monárquicos». Cuando le dijeron que habían sido injustamente arrestados, supuso que estaban mintiendo.

Mas, en la descripción de Gorki, no eran solo las condiciones de vida las que hacían de Solovki un nuevo tipo de campo. Sus reclusos, los «pasajeros salvados» no solo estaban felices y sanos, también estaban desempeñando un papel vital en la gran experiencia: la transformación de personalidades criminales y antisociales en ciudadanos soviéticos útiles. Gorki estaba revitalizando la idea de Dzerzhinski de que los campos no eran meras penitenciarías, sino «escuelas de trabajo», especialmente concebidas para forjar el nuevo trabajador que requería el sistema soviético. En su opinión, el fin último de la experiencia era asegurar la «abolición de la prisión», y estaba consiguiéndolo. «Si cualquiera de las sociedades europeas llamadas civilizadas se atreviera a llevar a cabo una experiencia como la de esta colonia —concluía Gorki— y si esta experiencia diera los frutos como ha dado la nuestra, ese país haría una gran alharaca y se vanagloriaría de sus logros». Consideraba que solo la «modestia» de los dirigentes soviéticos les había impedido hacer esto antes.

Se cree que después Gorki dijo que ni una sola frase de este relato sobre Solovki había escapado a los retoques de «la pluma del censor».[9] En realidad, no sabemos si escribió por ingenuidad, por un deseo calculado de engañar o porque los censores lo compelieron a hacerlo. Cualesquiera que hayan sido sus motivos, el trabajo sobre Solovki que Gorki publicó en 1929 se convertiría en la piedra angular de la formación de actitudes tanto públicas como privadas hacia el nuevo y mucho más extenso sistema de campos ideado ese mismo año.

Sin embargo, 1929 sería recordado por otras cosas antes que por el relato de Gorki. La revolución había madurado. Habían pasado diez años desde que la guerra finalizara, y hacía mucho tiempo que Lenin había muerto. Se habían intentado experiencias de diversa índole: la Nueva Política Económica, el Comunismo de Guerra, y habían sido abandonadas. Hacia 1929 la revolución también había consagrado un tipo de dirigente muy distinto.

Con notable habilidad, Stalin había eliminado a su principal rival en la pugna por el poder, León Trotski. Primero lo desacreditó, luego lo desterró a una isla del litoral turco y después lo utilizó para sentar un precedente. Cuando Yákov Bliumkin, un fervoroso trotskista, agente de la OGPU, visitó a su héroe en su destierro turco, y volvió con un mensaje de Trotski para sus seguidores, Stalin hizo que Bliumkin fuera sentenciado y ejecutado. Al hacerlo, afirmó la voluntad del Estado de utilizar toda la fuerza de sus órganos represivos no solo contra los miembros de los demás partidos socialistas y el viejo orden, sino también contra los disidentes del propio partido bolchevique.[10]

Sin embargo, en 1929, Stalin no era todavía el dictador que sería a finales de la década siguiente. Es más exacto decir que ese año Stalin aplicó las políticas que en última instancia consagrarían su propio poder, y que transformarían la economía y la sociedad soviéticas de un modo radical. Los historiadores occidentales han utilizado diversas denominaciones para esas políticas: «la revolución desde arriba» o la «revolución estalinista». Stalin las llamó «el gran cambio».

El eje de la revolución de Stalin era un nuevo programa de industrialización sumamente rápida (casi frenética). La revolución soviética no había traído una mejora material real a la vida de las mayorías. Por el contrario, los años de revolución, guerra civil y experimentación económica habían llevado a un mayor empobrecimiento. Ahora Stalin, quizá percibiendo el creciente descontento popular con la revolución, se dispuso a cambiar las condiciones de vida del pueblo de modo radical.

Con ese fin, en 1929 el gobierno soviético aprobó un nuevo «plan quinquenal», un programa económico que exigía un crecimiento anual del 20% de la producción industrial. Volvió el racionamiento de alimentos. Durante un tiempo fue abandonada la semana de siete días (cinco laborables, dos de descanso). En lugar de eso, los trabajadores descansaban por turnos, de modo que ninguna fábrica dejara de estar activa. Impuesto desde arriba pero adoptado con entusiasmo desde abajo, el espíritu de esta época se basaba en la superación del competidor: los propietarios de fábricas y los burócratas, los trabajadores y los empleados, rivalizaban entre sí por cumplir el plan, por superarlo o al menos por proponer formas nuevas y más rápidas de hacerlo. Al mismo tiempo, a nadie se le permitía dudar de la sensatez del plan. Esto era válido también en los niveles más altos: los dirigentes del partido que dudaban del valor de una industrialización acelerada no permanecieron mucho tiempo en sus cargos. Un superviviente de la época recordaba que cuando era niño marchaba dando vueltas en el aula del jardín de infancia llevando una banderola y cantando:

Cinco en cuatro,

cinco en cuatro,

cinco en cuatro

¡y no en cinco!

Lástima que no comprendiera el significado de esta cantinela: que el plan quinquenal debía ser cumplido en cuatro años.[11]

Como ocurriría con todas las principales iniciativas soviéticas, el inicio de la industrialización masiva creó nuevos tipos de delincuentes. Tal como era de esperar, el cambio no pudo ser cumplido a la velocidad requerida. La aplicación precipitada de una tecnología primitiva generó errores. Tenía que haber un culpable. De ahí los arrestos de los «minadores» y los «saboteadores» cuyos malos propósitos se cifraban en impedir que la economía soviética plasmara en la vida real lo difundido en la propaganda. Algunos de los primeros procesos publicitados fueron efectivamente juicios contra los ingenieros y la intelligentsia técnica (el proceso de Shakti en 1928, el del Partido Industrial en 1930).

Pero habría otras canteras de prisioneros. En 1929, el régimen soviético aceleró el proceso de colectivización forzada en el campo, una gran mutación que fue en cierto modo más profunda que la revolución rusa. En un lapso increíblemente corto, los comisarios rurales obligaron a millones de campesinos a dejar sus pequeñas parcelas e incorporarse a las granjas colectivas. La transformación debilitó permanentemente la agricultura soviética, y creó las condiciones para las terribles y devastadoras hambrunas en Ucrania y el sur de Rusia en 1932-1934, que acabaron con la vida de entre seis y siete millones de personas.[12] La colectivización también destruyó —para siempre— el sentido de continuidad con el pasado de la Rusia rural.

Los que se resistieron fueron llamados kulaks o campesinos ricos, un término que (casi como la definición de «minadores») era tan vago que se podía aplicar prácticamente a todo el mundo. La posesión de una vaca más o de una habitación extra, era suficiente para dejar de ser considerado un campesino pobre, lo mismo que la acusación de un vecino envidioso. En efecto, para quebrar la resistencia de los kulaks, el régimen recobró la vieja tradición zarista de la deportación administrativa. De un día para otro simplemente llegaban camiones y carros a una aldea y se llevaban a familias enteras. Entre 1930 y 1933, más de dos millones de campesinos kulaks fueron deportados a Siberia, Kazajstán y otras regiones poco pobladas de la Unión Soviética, donde vivirían el resto de sus vidas como «desterrados especiales» a quienes estaba vedado dejar sus pueblos de destierro. Unos 100 000 más fueron arrestados y acabaron en el Gulag.[13]

Mientras la hambruna arreciaba, agravada por la escasez de lluvias, se realizaron más arrestos. Se sacó de las aldeas todo el grano disponible y les fue negado a los kulaks deliberadamente. Una ley de 7 de agosto de 1932 imponía la pena de muerte o una larga condena en un campo, para todos los «crímenes contra la propiedad del Estado». Algunas personas fueron condenadas a penas de diez años por robar una libra de patatas o unas cuantas manzanas.[14] Estas leyes explican por qué los campesinos formaron la amplia mayoría de presos en los campos soviéticos durante la década de 1930 y por qué los campesinos seguirían siendo una parte sustancial de la población reclusa hasta la muerte de Stalin.

El impacto de estas detenciones masivas en los campos fue enorme. Tan pronto como las nuevas leyes entraron en vigor, los administradores del campo comenzaron a pedir una revisión general rápida y radical de todo el sistema. El sistema penitenciario «ordinario», que estaba todavía a cargo del Ministerio del Interior, era mucho más amplio que Solovki, dirigido por la OGPU. Durante la década anterior, el sistema había seguido manteniendo un número excesivo de presos, estaba desorganizado y contaba con demasiado presupuesto. En el ámbito nacional, la situación era tan precaria que en cierto momento el ministro del Interior intentó reducir el número de reclusos sentenciando a más personas a «trabajos forzados sin privación de libertad» (asignándoles trabajos pero sin recluirlos) con lo cual alivió la presión en los campos.[15]

Sabiendo que el sistema penitenciario se estaba deteriorando con rapidez a medida que el número de presos crecía, en 1928 el Politburó del Partido Comunista constituyó una comisión para remediarlo. De modo ostensible la comisión era neutral, y tenía representantes de los Comisariados de Justicia y de Interior, así como de la OGPU. El camarada Yanson, comisario de Justicia, fue hecho responsable. La tarea de la comisión era crear «un sistema de campos de concentración, organizados a la manera de la OGPU», y sus deliberaciones tuvieron lugar dentro de límites claros. Pese a los pasajes líricos de Máximo Gorki ensalzando el valor del trabajo en la rehabilitación de los criminales, todos los participantes emplearon un lenguaje explícitamente económico. Guénrik Yágoda, el representante de la OGPU en el comité, expresó los intereses reales del régimen con bastante claridad:

Es posible y absolutamente necesario sacar 10 000 presos de centros de confinamiento en la república rusa, cuyo trabajo podría estar mejor organizado y ser mejor utilizado. Obviamente, la política soviética no permitirá la construcción de nuevas prisiones. Nadie dará dinero para ello. Por otra parte, la construcción de grandes campos, campos que harán un uso racional del trabajo es una cuestión diferente. Tenemos muchas dificultades para atraer trabajadores al norte. Si enviamos muchos miles de presos allí, podemos explotar los recursos del norte … la experiencia de Solovki, muestra lo que puede hacerse en esta área.

Yágoda prosiguió explicando que el nuevo asentamiento sería permanente. Después de su liberación, los presos permanecerían allí: «con diversas medidas, tanto administrativas como económicas, podemos obligar a los presos liberados a permanecer en el norte, poblando así nuestras regiones remotas».[16]

La idea de que los prisioneros debían convertirse en colonos (muy parecida al modelo zarista) no era una improvisación. Para cumplir el plan quinquenal de Stalin, la Unión Soviética necesitaría enormes cantidades de carbón, gas, gasolina y madera, recursos disponibles en Siberia, Kazajstán y el extremo norte. El país también necesitaba oro para comprar nueva maquinaria en el extranjero, y los geólogos acababan de descubrirlo en la lejana región nororiental de Kolimá. Pese a las temperaturas gélidas, a las primitivas condiciones de vida y a su inaccesibilidad, estos recursos tenían que ser explotados a un ritmo acelerado. El 13 de abril de 1929, la comisión propuso la creación de un nuevo sistema de campos unificado, que eliminara las distinciones entre campos «ordinarios» y «de destino especial». Lo más relevante fue que la comisión entregó el control del nuevo sistema unificado directamente a la OGPU.[17]

La OGPU asumió el control de los presos de la Unión Soviética con asombrosa celeridad. En diciembre de 1927, el Departamento Especial de la OGPU había controlado a 30 000 presos, cerca del 10% de la población reclusa, la mayoría en los campos de Solovki. Empleaba a más de 1000 personas y su presupuesto apenas si excedía el 0,05% del gasto estatal. En contraste, el sistema penitenciario del Comisariado del Interior tenía 150 000 presos y consumía 0,25% del presupuesto del Estado. Entre 1928 y 1929, sin embargo, la situación dio un giro. Mientras otras instituciones gubernamentales renunciaban lentamente a sus presos, a sus prisiones, a sus campos y a las empresas industriales adscritas a ellos, el número de prisioneros bajo la jurisdicción de la OGPU pasó de 30 000 a 300 000.[18] En 1931, la policía secreta también se hizo cargo de los «desterrados de destino especial» —la mayoría kulaks deportados— que eran en realidad trabajadores forzados, pues les estaba prohibido dejar sus asentamientos y centros de trabajo asignados bajo pena de muerte o arresto.[19] A mediados de la década, la OGPU controlaría toda la inmensa fuerza de trabajo cautiva de la Unión Soviética.

Para hacer frente a sus nuevas responsabilidades, la OGPU reorganizó su Departamento Especial para los campos y lo rebautizó con el nombre de Dirección General de los Campos Penitenciarios y Colonias de Trabajo. Finalmente, este título sería abreviado a Dirección General de los Campos, en ruso: Glávnoe Upravlenie Lagueréi. De ahí las siglas por las cuales el departamento, y hasta el sistema mismo, sería conocido: Gulag.[20]

Desde el momento en que los campos de concentración soviéticos comenzaron a existir a gran escala, sus reclusos y sus cronistas han debatido sobre los motivos que había para su creación. Un historiador, James Harris, ha sostenido que los dirigentes locales, no los burócratas de Moscú, impulsaron la construcción de nuevos campos en la región de los Urales. Obligados, por una parte, a satisfacer los imposibles requerimientos del plan quinquenal y enfrentados, por otra, a una escasez de trabajo crítica, las autoridades de los Urales aumentaron el ritmo y la crueldad de la colectivización para lograr la cuadratura del círculo: cada vez que expulsaban a un kulak de su tierra, obtenían otro trabajador esclavo.[21]

En efecto, no sería sorprendente que los orígenes del Gulag fueran arbitrarios. A comienzos de la década de 1930, los dirigentes soviéticos en general, y Stalin en particular, cambiaban de rumbo constantemente, ponían en marcha ciertas políticas y luego las revocaban, y hacían pronunciamientos públicos concebidos para encubrir la realidad. No es fácil, al leer la historia de la época, detectar un maligno plan magistral concebido por Stalin o algún otro.[22] Por ejemplo, Stalin mismo lanzó la colectivización, solo para cambiar de opinión, al parecer en marzo de 1930, cuando atacó a los funcionarios rurales demasiado entusiastas que se habían «mareado con el éxito». Lo que hubiera querido decir con este pronunciamiento tuvo muy poco impacto en la realidad, y la destrucción de los kulaks continuó inexorable muchos años después.

Los burócratas de la OGPU y la policía secreta que planearon la ampliación del Gulag tampoco parecen haber sido inicialmente más claros sobre su meta final. Durante los años treinta, por ejemplo, la OGPU declaró frecuentes amnistías, con miras a terminar con el hacinamiento en las prisiones y los campos. Invariablemente, las amnistías serían seguidas por nuevas oleadas de represión y nuevas oleadas de construcción de campos, como si Stalin y sus secuaces nunca estuvieran seguros si deseaban que el sistema creciese o no, o como si personas diferentes estuvieran dando órdenes distintas en cada momento.

Y sin embargo, ahora existe un creciente consenso en torno a que Stalin, si no había concebido cuidadosamente el plan, al menos tenía una creencia muy firme en las enormes ventajas del trabajo penitenciario, que mantuvo hasta el fin de sus días. ¿Por qué?

Algunos, como Iván Chujin, un antiguo policía secreto e historiador del primer sistema de campos, especulan que Stalin promovió las primeras obras de construcción excesivamente ambiciosas del Gulag con el fin de consolidar su propio prestigio. En ese momento solo estaba perfilándose como el líder del país después de una larga y enconada lucha por el poder. Bien pudo creer que las nuevas hazañas industriales, logradas con el aporte del trabajo esclavo de prisioneros, le servirían para consolidarse en el poder.[23]

Stalin pudo inspirarse en antecedentes históricos más antiguos. Entre otros estudiosos, Robert Tucker ha mostrado ampliamente el interés obsesivo de Stalin por Pedro I, otro gobernante ruso que empleó masivamente el trabajo de siervos y presidiarios para coronar gigantescas obras de ingeniería y construcción. En la tradición rusa, Pedro I es recordado como un rey grande y cruel, y no se cree que esto sea una contradicción. Después de todo, nadie recuerda cuántos siervos murieron durante la construcción de San Petersburgo, pero todos admiran la belleza de la ciudad. Stalin pudo haber tomado este ejemplo bastante en serio.

Sin embargo, el interés de Stalin por los campos de concentración no necesariamente tenía un fundamento racional: quizá su interés obsesivo por los grandes proyectos de construcción y los equipos de tareas de trabajadores forzados estaba de algún modo vinculado con su peculiar megalomanía.

Cualquiera que fuera su inspiración, política, histórica o psicológica, está claro que desde los primeros días del Gulag, Stalin mostró un profundo interés personal en los campos y ejerció una enorme influencia en su desarrollo. La decisión crucial de transferir todos los campos y las prisiones de la Unión Soviética de la justicia ordinaria a las manos de la OGPU, por ejemplo, fue casi con seguridad realizada por orden de Stalin. Esta decisión de entregar los campos a la OGPU determinó su carácter en el futuro. Los sustrajo al escrutinio judicial ordinario, y los colocó firmemente en las manos de una burocracia policial secreta, cuyos orígenes estaban en el mundo misterioso y extralegal de la Checa.

Aunque hay pocas pruebas fehacientes para respaldar la teoría, también es posible que el énfasis en la necesidad de construir «campos al estilo de Solovki» proviniera de Stalin. Como se ha mencionado antes, los campos de Solovki nunca fueron rentables, ni en 1929 ni después. En el año laboral de junio de 1928 a junio de 1929, SLON todavía recibía un subsidio de 1 600 000 rublos del presupuesto del Estado.[24] Aunque SLON podría haber parecido más exitoso que otras empresas locales, todo aquel que supiera de economía sabía que difícilmente era competitivo en buena lid. Por ejemplo, los campos de silvicultura que empleaban presos siempre parecían más productivos que las empresas normales de silvicultura simplemente porque los campesinos empleados en estas trabajaban solo en el invierno, cuando no podían cultivar.[25]

Sin embargo, se percibía que los campos de Solovki eran rentables, o al menos Stalin los percibía así. Y Stalin creía que lo eran precisamente gracias a los métodos «racionales» de Frenkel (distribución de comida según el trabajo de los prisioneros, eliminación de «extras» innecesarios).

La prueba de que el sistema de Frenkel había obtenido aprobación en los niveles más altos está en los resultados: no solo se aplicó el sistema en todo el país, sino que el propio Frenkel fue nombrado jefe de construcción del canal del mar Blanco, el primer gran proyecto del Gulag de la era estalinista, un cargo de gran relieve para un antiguo prisionero.[26]

También se pueden encontrar pruebas de la preferencia de Stalin por el trabajo penitenciario en su continuo interés por los pormenores de la administración del campo. Durante toda su vida, Stalin exigió información regular sobre el nivel de «productividad de los reclusos» en los campos, con frecuencia mediante estadísticas específicas: cuánto carbón y petróleo habían producido, cuántos presos empleaban, cuántas medallas habían recibido sus jefes.[27] Para asegurar que sus propios edictos fueran cumplidos en los más remotos campos, envió equipos de inspectores, y a menudo exigía que los jefes de los campos acudieran personalmente a Moscú.[28]

Cuando un proyecto le interesaba particularmente, se implicaba aún más estrechamente. Los canales, por ejemplo, lo obsesionaban, y a veces parecía que deseaba abrirlos casi sin estudio previo. Yágoda se vio obligado a escribir a Stalin objetando cortésmente a su deseo impracticable de construir un canal utilizando trabajo esclavo en el centro de Moscú.[29]

No obstante, el interés de Stalin no era estrictamente teórico. También se interesó por los seres humanos implicados en el trabajo de los campos: quiénes habían sido arrestados, dónde habían sido condenados, cuál había sido su destino final. Leía personalmente, y a veces comentaba, las peticiones de libertad enviadas por los prisioneros o sus esposas, respondiendo muchas veces con una palabra o dos («manténganlo trabajando» o «libertad»).[30] Después exigió información regular sobre prisioneros o grupos de presos que le interesaban tales como los nacionalistas ucranianos occidentales.[31]

También hay pruebas de que el interés de Stalin por ciertos presos no siempre fue estrictamente político, y no se limitaba a sus enemigos personales. En 1931, antes de consolidarse en el poder, Stalin impulsó en el Politburó una resolución que le otorgaba enorme influencia en las detenciones de ciertas categorías de técnicos especializados.[32] Y no es una coincidencia que la pauta de los arrestos de ingenieros y especialistas en esta primera etapa sugiera un nivel superior de planificación. Quizá no es un mero accidente que el primer grupo de presos enviados a los nuevos campos en los yacimientos de oro de Kolimá incluyera a siete famosos expertos en minas, dos expertos en organización laboral y un ingeniero hidráulico con experiencia.[33]

Finalmente, numerosas pruebas (circunstanciales pero no menos interesantes) sugieren que los arrestos masivos de finales de la década de 1930 y de la década de 1940 pudieron ser realizados con el fin de satisfacer el deseo de Stalin de trabajo esclavo, y no (como siempre se ha creído) para castigar a sus potenciales o presuntos enemigos.

Unos cuantos documentos dispersos apuntan en esa dirección. En 1934, por ejemplo, Yágoda escribió una carta a sus subordinados en Ucrania, exigiendo de 15 000 a 20 000 presos «aptos para trabajar»: eran necesarios urgentemente para acabar las obras del canal Moscú-Volga. La carta está fechada el 17 de marzo, y en ella Yágoda exige a los jefes locales de la OGPU «adoptar medidas extraordinarias» para asegurar que los presos lleguen el 1 de abril. Sin embargo, no se explica con claridad de dónde habrían de salir esos 15 000 o 20 000 presos.

Si los arrestos estaban dirigidos a poblar los campos, lo hicieron con una ineficacia casi ridícula. El historiador Terry Martin y otros autores también señalan que la oleada de detenciones masivas pudo haber cogido desprevenidos a los jefes de los campos, planteándoles problemas a la hora de brindar una apariencia de eficiencia económica. Tampoco los oficiales a cargo de los arrestos escogían a sus víctimas de modo racional: en vez de limitarse a arrestar a jóvenes sanos que habrían sido los trabajadores más aptos en el extremo norte de Rusia, apresaban a mujeres, niños y ancianos en gran número.[34] La evidente falta de lógica de las detenciones masivas parece contradecir la tesis de una fuerza de trabajo esclava cuidadosamente escogida, llevando a muchos a concluir que las detenciones eran realizadas para eliminar a los presuntos enemigos de Stalin, y solo secundariamente para llenar sus campos.

Sin embargo, en última instancia, ninguna de estas explicaciones de la expansión de los campos es mutuamente excluyente. Es muy posible que Stalin tuviera como meta eliminar a sus enemigos y conseguir trabajadores esclavos. Podría haber estado motivado tanto por su paranoia como por las necesidades de trabajo de sus subordinados sobre el terreno.

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