Gulag

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I - Los orígenes del Gulag, 1917-1939 » 4 - El canal del mar Blanco

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El canal del mar Blanco

Donde solían dormitar los musgosos acantilados y las aguas,

allí gracias a la fuerza del trabajo

se edificarán fábricas

y crecerán ciudades.

bajo los cielos del norte

los edificios brillarán con las luces

de bibliotecas, teatros y clubes.

MEDVEDKOV,

un prisionero del canal del mar Blanco, 1934[1]

En contra de una difundida creencia, en realidad hubo extranjeros que describieron los campos soviéticos de prisioneros con bastante frecuencia. En la prensa alemana, francesa, británica y estadounidense aparecieron extensos artículos sobre las prisiones soviéticas, en especial en la prensa de izquierda, que mantenía un amplio contacto con los socialistas rusos encarcelados.[2] En 1927, un escritor francés llamado Raymond Duguet publicó un libro sorprendentemente preciso sobre Solovki: Un bagne en Russie Rouge (Una prisión en la Rusia Roja), que describía tanto la personalidad de Naftalí Frenkel como los horrores de la tortura de los mosquitos. S. A. Malsagov, un oficial del Ejército Blanco que logró escapar de Solovki y pasar la frontera, publicó An Island Hell, otro relato sobre Solovki, en Londres en 1926.

El canal del mar Blanco, norte de Rusia, 1932-1933.

Sin embargo, después de la expansión de los campos en 1929-1930, el interés extranjero por ellos se modificó; dejó de lado el destino de los presos socialistas y se centró en la amenaza económica que los campos parecían representar para los intereses empresariales occidentales. Las compañías y los sindicatos amenazados comenzaron a organizarse. Aumentó la presión, principalmente en Gran Bretaña y Estados Unidos, para boicotear los productos soviéticos más baratos producidos presuntamente con mano de obra forzada. Paradójicamente, el movimiento en pro de un boicot ocultó el verdadero problema a la izquierda occidental que todavía apoyaba la revolución rusa, en especial en Europa, aunque muchos de sus dirigentes se sentían molestos con el destino de sus hermanos socialistas. El Partido Laborista británico, por ejemplo, se opuso a la prohibición de los productos soviéticos porque desconfiaba de los motivos de las empresas que lo promovían.[3]

Sin embargo, en Estados Unidos, los sindicatos, sobre todo la American Federation of Labor, dieron apoyo al boicot. Tuvieron un éxito efímero. En Estados Unidos, la ley arancelaria de 1930 señalaba que: «Todos los productos … extraídos, producidos o manufacturados … por el trabajo de prisioneros convictos y/o mediante trabajos forzados … no tiene derecho a ingreso en ninguno de los puertos de Estados Unidos».[4] Con esta base, el Departamento del Tesoro prohibió la importación de cerillas y pulpa de madera soviéticas. Aunque el Departamento de Estado no apoyó la prohibición, que duró solo una semana, el debate sobre el tema continuó.[5]

En efecto, el régimen soviético tomó en serio la amenaza del boicot y adoptó una serie de medidas para impedir la interrupción del flujo de divisas al país. Algunas de esas medidas fueron aparentes: por ejemplo, la comisión Yanson abandonó finalmente la expresión kontslager o «campo de concentración» en sus declaraciones públicas. A partir del 7 de abril de 1930 todos los documentos oficiales denominaban a los campos de concentración soviéticos, ispravitelno-trudovye lagerya (ITL) o «campos de trabajo correccional». En lo sucesivo únicamente se utilizaría este término.[6]

Las autoridades del campo hicieron otros cambios sobre el terreno, particularmente en la industria maderera. En ese momento 12 000 prisioneros fueron técnicamente «trasladados» de los campos de la OGPU, pero en realidad continuaron trabajando, aunque su presencia quedaba encubierta por la confusión burocrática.[7]

En otras partes, los presos que trabajaban en los campos de extracción maderera fueron efectivamente reemplazados por trabajadores libres (o con más frecuencia por «colonos» desterrados, kulaks que no tenían mejor opción en esta cuestión que los presos).[8] En algunas memorias se afirma que este cambio a veces ocurría de la noche a la mañana. George Kitchin, un empresario finlandés que pasó cuatro años en los campos de la OGPU antes de ser puesto en libertad con la ayuda del gobierno finlandés, escribió que poco antes de la visita de una delegación extranjera:

Se recibió un telegrama secreto en clave procedente de la oficina principal en Moscú impartiendo instrucciones de hacer desaparecer nuestro campo en tres días, y hacerlo de tal manera que no quedara ningún rastro … se enviaron telegramas a todos los puestos de trabajo para que interrumpieran los trabajos en menos de veinticuatro horas, agruparan a los reclusos en centros de evacuación, eliminaran cualquier huella de los campos penales, tales como alambradas, torres de vigilancia y carteles; y para que todos los funcionarios vistieran trajes de civil, desarmaran a los guardias y esperasen nuevas instrucciones.

En marzo de 1931, Molótov, entonces presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, se sentía seguro de que no había presos trabajando en la industria maderera soviética (al menos no serían visibles) e invitó a todos los extranjeros interesados en visitarla a comprobarlo por sí mismos.[9]

Pero aunque la presión del boicot había desaparecido hacia 1931, la campaña occidental en contra del trabajo esclavo soviético no había sido del todo inútil: la Unión Soviética era, y continuaría siendo, muy sensible a su imagen exterior, incluso bajo Stalin. Algunos (entre ellos Michael Jakobson) especulan ahora que la amenaza del boicot podría incluso haber sido una razón de peso para impulsar un cambio más amplio en la política. La industria maderera, que requiere mucho trabajo no calificado, había sido un modo idóneo para emplear a los presos. Pero las exportaciones de madera eran una de las principales fuentes de divisas en la Unión Soviética, y no podían ponerla en peligro con otro boicot. Los prisioneros tendrían que ser enviados a otra parte (preferiblemente a algún lugar donde su presencia se pudiera celebrar, no ocultar). No faltaban posibilidades, pero una en particular atrajo a Stalin: la construcción de un vasto canal, desde el mar Blanco hasta el mar Báltico que atravesaba un paisaje formado casi totalmente de granito.

En el contexto de la época, el canal del mar Blanco (Belomorkanal en ruso, o Belomor, para abreviar) no era algo excepcional. Para cuando empezó su construcción, la Unión Soviética ya había comenzado a ejecutar proyectos de envergadura similar con una parecida intensidad de trabajo: la siderúrgica más grande del mundo en Magnitogorsk, grandes plantas de tractores y automóviles, y nuevas y vastas «ciudades socialistas» en medio de los pantanos. Sin embargo, incluso entre otros vástagos de la gigantomanía de los años treinta, el canal del mar Blanco sobresalía.

Como muchos rusos sabían, el canal representaba el cumplimiento de un sueño muy antiguo. Los primeros planos para la construcción de ese canal se habían trazado en el siglo XVIII, cuando los mercaderes del zar buscaban un modo de hacer que los barcos llevaran madera y minerales de las frías aguas del mar Blanco a los puertos mercantes del Báltico sin hacer un viaje de 370 millas por el océano Glacial Ártico a lo largo de la costa de Noruega.[10]

Era un proyecto de una extrema y temeraria ambición, quizá por eso nadie lo había intentado antes. El canal se extendía 227 kilómetros y necesitaba cinco diques y diecinueve compuertas. Los planificadores soviéticos deseaban construirlo utilizando el mínimo posible de tecnología en una región boreal y preindustrial que nunca había sido adecuadamente explorada y que, según Máximo Gorki, era «terra incognita desde el punto de vista hidrológico».[11] Todo esto, sin embargo, pudo haber hecho más atractivo el proyecto para Stalin, que deseaba un triunfo tecnológico (uno que el antiguo régimen no hubiera logrado nunca) lo más rápido posible. Exigía no solo que se construyese el canal, sino también que se hiciera en veinte meses. Cuando estuviera concluido, llevaría su nombre.

Stalin fue el primer impulsor del canal del mar Blanco y deseaba específicamente que fuera construido con trabajo penitenciario. Su influencia puede apreciarse en la celeridad con que comenzó la construcción. La decisión de abrir el canal fue tomada en febrero de 1931 y después de apenas siete meses de trabajo de ingeniería y prospección preparatoria, en septiembre empezaron las obras.

Administrativa, física y aun psicológicamente, los primeros campos de prisioneros asociados con el mar Blanco fueron una prolongación de SLON. Los campos del canal se organizaron según el modelo de SLON, y emplearon sus equipos y sus cuadros. Tan pronto como se inició, los jefes del canal transfirieron inmediatamente muchos reclusos de los campos continentales de SLON y las islas de Solovki para que trabajaran en el nuevo proyecto. Durante un tiempo, la vieja burocracia de SLON y la nueva del canal del mar Blanco compitieron para controlar el proyecto, pero el canal triunfó. Finalmente, SLON dejó de ser una entidad independiente. El kremlin de Solovki fue reconvertido en una prisión de alta seguridad, y el archipiélago de Solovki simplemente se transformó en una división del campo penitenciario Belomor-Baltiskii (mar Blanco-mar Báltico), llamado «Belbaltlag». Varios guardias y altos funcionarios de la OGPU pasaron de SLON al canal. Entre ellos Naftalí Frenkel, que dirigió el trabajo diario en el canal desde noviembre de 1931 hasta su finalización.[12]

En las memorias de los supervivientes, el caos que acompañó la construcción del canal adquiere casi una dimensión mitológica. La necesidad de ahorrar dinero hacía que los presos utilizaran madera, arena y piedras, en vez de metal y cemento. Donde se podía se simplificaban los detalles. Después de muchos debates, el canal se excavó con una profundidad de solo cuatro metros, apenas suficiente para las embarcaciones navales. Dado que la tecnología moderna era muy cara o inaccesible, los planificadores del canal utilizaron una gran cantidad de mano de obra no calificada. Durante 21 meses trabajaron en el proyecto aproximadamente 170 000 prisioneros y «desterrados especiales» utilizando palas de madera, toscos serruchos, picos y carretillas para abrir el canal y edificar sus grandes diques y compuertas.[13]

Todo se hacía a mano, desde las carretillas hasta los andamios. Un recluso recordaba que «no había tecnología. Incluso los automóviles constituían una rareza».[14] La propaganda soviética alardeaba de que las piedras eran extraídas del canal con «Fords Belomor»: «un pesado camión de cuatro pequeñas y sólidas ruedas de madera hechas de tocones de árbol».[15]

Las condiciones de vida no eran menos improvisadas, pese a los esfuerzos de Yágoda, el jefe de la OGPU que tenía la responsabilidad política del proyecto. Parecía creer genuinamente que los prisioneros debían ser dotados de buenas condiciones de vida si debían terminar el canal a tiempo, y con frecuencia arengaba a los jefes de los campos a tratar mejor a los presos, «a observar con la mayor atención que los prisioneros estuvieran correctamente alimentados, vestidos y calzados». Los jefes siguieron su ejemplo, como hizo el jefe de Solovki del proyecto del canal en 1933, quien, entre otras cosas, ordenó a sus subalternos que acabaran con las colas de comida por la noche, eliminaran el robo de la cocina y limitaran el recuento nocturno a una hora.[16]

Inevitablemente, la precipitación y la falta de planificación ocasionaron grandes sufrimientos. A medida que avanzaba la obra, tenían que construirse nuevos campos a lo largo del curso del canal. Los prisioneros y desterrados, al llegar a cada uno de estos nuevos campos, no encontraban nada. Antes de comenzar a trabajar tenían que construir sus propios barracones de madera y organizar el suministro de alimento. En el ínterin, el frío gélido del invierno de Carelia los mataba antes de que completaran sus tareas. Según algunos cálculos, más de 25 000 prisioneros murieron, aunque esta cifra no incluye a aquellos que fueron puestos en libertad debido a enfermedad o accidente y que murieron poco después.[17]

Entonces (como ocurriría después) algunos problemas se hacían constar en los informes oficiales. En una reunión de la célula del Partido Comunista de Belbaltlag en agosto de 1932, hubo quejas sobre la mala organización de la distribución de alimentos, las cocinas sucias y los casos de escorbuto cada vez más numerosos. El secretario de la célula escribió con pesimismo: «Dudo que el canal sea construido a tiempo…».[18] Pero la mayoría no tenía la opción de dudar. En efecto, las cartas y los informes escritos por los directores del canal durante el período de su construcción transmiten un tono de pánico abrumador. Stalin había decretado que el canal fuera construido en veinte meses, y sus constructores comprendían que su sustento, y posiblemente su vida, dependían de que se terminara en ese plazo. Para acelerar el trabajo, los jefes de campo comenzaron a adoptar prácticas que ya se utilizaban en el mundo laboral «libre», incluidas las «competiciones socialistas» entre los equipos de trabajadores —carreras por ser los primeros en cumplir el cupo de trabajo asignado por la norma, mover piedras o excavar una zanja—, así como «maratones» nocturnos en que los presos «voluntariamente» trabajaban de veinticuatro a cuarenta y ocho horas seguidas.[19]

Junto con estas competiciones, las autoridades también favorecían el culto del udarnik o «trabajador de choque». Después, estos trabajadores fueron rebautizados con el nombre de «estajanovistas» en honor a Alexéi Stajánov, un minero que encabezó el movimiento para aumentar el rendimiento del trabajo. Los udarniki y los estajanovistas eran prisioneros que habían superado el cupo de trabajo establecido por la norma; por lo tanto, recibían comida extra y privilegios especiales, incluido el derecho (impensable posteriormente) a un traje nuevo cada año, además de un conjunto nuevo de ropa de trabajo cada semestre.[20] Los mejores trabajadores también recibían mejor comida. En los comedores comían en mesas separadas, bajo unos carteles que decían: «Para los mejores trabajadores, la mejor comida». Los de rendimiento inferior se sentaban bajo carteles que decían: «Aquí comen la peor comida: los refractarios, los haraganes, los vagos».[21]

Finalmente, los mejores trabajadores eran puestos en libertad antes: por cada tres jornadas al cien por cien en que se cumpliera con la cuota de trabajo estipulado por la norma, a cada prisionero se le condonaba un día de condena. Cuando el canal fue terminado en el plazo previsto, en agosto de 1933, 12 484 presos fueron liberados. Muchos otros recibieron medallas y premios.[22]

La construcción del canal del mar Blanco fue notable en muchos sentidos: por el caos abrumador, por la precipitación y por su importancia para Stalin. Pero la retórica utilizada para referirse al proyecto fue única: el canal del mar Blanco era el primero, el último y el único proyecto del Gulag que se expuso a la luz de la propaganda soviética tanto en el ámbito nacional como en el internacional. Y el hombre escogido para explicar, promover y justificar el canal ante la Unión Soviética y el resto del mundo no fue otro que Máximo Gorki.

No era una elección sorprendente. En esa época, Gorki era real y verdaderamente parte de la jerarquía estalinista. Después de que Stalin viajara triunfante en un barco a vapor por el canal concluido en agosto de 1933, Gorki encabezó a 120 escritores soviéticos en una expedición similar. Los escritores estaban (o así lo aseguraron) tan emocionados con este viaje que apenas podían sostener sus cuadernos: sus dedos estaban «temblando de asombro».[23] Aquellos que se pusieron entonces a escribir sobre la construcción del canal recibieron muchos alicientes materiales, incluido «un espléndido bufet libre en el Astoria», un grandioso hotel de la época de los zares en Leningrado, para celebrar su participación en el proyecto.[24]

Incluso para los bajos estándares del realismo socialista, el libro que surgió de sus esfuerzos, Kanal imeni Stalina (El canal bautizado en honor de Stalin), es un extraordinario testimonio de la corrupción de los escritores y los intelectuales en las sociedades totalitarias. Como la incursión de Gorki en Solovki, Kanal imeni Stalina justifica lo injustificable, pretendiendo no solo documentar la transformación espiritual de los prisioneros en resplandecientes modelos de Homo sovieticus, sino también de crear un nuevo tipo de literatura. Aunque lleva una introducción y una conclusión de Gorki, la responsabilidad del libro no fue atribuida a un individuo sino a un colectivo de 36 escritores. Usando un lenguaje florido, hipérboles y un sutil acomodamiento de los hechos, trataron conjuntamente de captar el espíritu de la nueva época.

Para aquellos que no tienen familiaridad con el género, algunos aspectos socialrealistas de Kanal podrían resultar sorprendentes. Por lo pronto, el libro no intenta ocultar toda la verdad, pues describe los problemas que planteaban la falta de tecnología y de especialistas preparados. Pero el mensaje es claro: las condiciones materiales eran difíciles, el material humano era tosco, pero la omnisciente e incansable policía política soviética triunfó contra todas las previsiones. Gran parte del libro está dedicado en realidad a historias edificantes semirreligiosas y a la «rehabilitación» de los prisioneros mediante el trabajo en el canal. Muchos de los que así habían renacido eran delincuentes, pero no todos. A diferencia del trabajo de Gorki sobre Solovki, que descartaba o minimizaba la presencia de presos políticos, Kanal incluye de modo estelar a algunos conversos políticos. Dominado por sus prejuicios de casta, el ingeniero Maslov, un antiguo «minador»», trata de «sellar con hierro esos procesos oscuros y profundos de reconstrucción de su conciencia que continuamente afloraban en su interior». El ingeniero Zubrik, antiguo saboteador de clase obrera, «ganó honestamente el derecho a volver otra vez al seno de la clase en que había nacido».[25]

Mas Kanal imeni Stalina no era en modo alguno la única obra literaria de la época en alabar el poder transformador de los campos. La pieza teatral de Nikolái Pogodin, Aristokraty, una comedia sobre el canal del mar Blanco, es un notable ejemplo, sobre todo porque adopta un antiguo tema bolchevique: una visión condescendiente de los ladrones.

Estrenada en diciembre de 1934, la obra de Pogodin (finalmente convertida en una película titulada Prisioneros) olvida a los kulaks y a los presos políticos que constituían el grueso de los reclusos del canal, pero recoge las divertidas bromas de los bandidos del campo (los «aristócratas» del título) utilizando una forma muy estilizada de la jerga de los criminales. Sin embargo, al final todos confiesan sus crímenes, ven la luz y comienzan a trabajar con entusiasmo. Se canta una canción:

Sí, fui un cruel bandido

robaba al pueblo, odiaba trabajar,

mi vida era negra como la noche,

pero entonces me llevaron al canal.

Ahora todo lo pasado parece una pesadilla.

Es como si hubiera vuelto a nacer.

Quiero trabajar y vivir y cantar…[26]

Fuera de los campos, esta literatura tenía dos funciones. Por una parte, desempeñaba una función en la campaña continua para justificar el rápido crecimiento de los campos ante un público extranjero escéptico. Por otra, probablemente también sirvió para tranquilizar a los ciudadanos soviéticos, inquietos por la violencia de la colectivización y la industrialización, prometiéndoles un final feliz: incluso las víctimas de la revolución estalinista tendrían la oportunidad de reconstruir sus vidas en los campos de trabajo.

La propaganda funcionó. Después de ver Aristokraty, Jerzy Gliksman, un socialista polaco, solicitó visitar un campo de trabajo verdadero. Para su sorpresa, pronto fue llevado al campo de «muestra» en Bolshevo, no lejos de Moscú. Recordaba después «las bonitas camas y los cubrecamas blancos, las agradables lavanderías. Todo estaba inmaculadamente limpio», y encontró a un grupo de jóvenes prisioneros que le contaron las mismas historias edificantes que habían referido Pogodin y Gorki. Encontró a un ladrón que estaba estudiando para ser ingeniero. También a un gamberro que había reconocido los errores de su vida y ahora estaba a cargo del almacén del campo. «¡Qué bello podría ser el mundo!», le susurró al oído un director de cine francés. Lástima por Gliksman, cinco años después se encontraba a bordo de un atestado vagón de ganado, en dirección a un campo que no guardaba la menor relación con el campo modelo de Bolshevo, en compañía de presos muy diferentes de los de la comedia de Pogodin.[27]

Dentro de los campos, también una propaganda semejante desempeñaba un papel. Las publicaciones y los «periódicos murales» —hojas pegadas en pizarrones para que las leyeran los prisioneros— contenían el mismo tipo de historias y poemas que se contaban en el exterior, con algunas pequeñas diferencias de énfasis. El periódico Perekovka (Regeneración) escrito y producido por los reclusos del canal Moscú-Volga, un proyecto iniciado a raíz del «éxito» del canal del mar Blanco, es típico. Pleno de elogios a los «trabajadores de choque» y descripciones de sus privilegios («No tienen que esperar turno, las camareras enseguida les sirven en la mesa»), Perekovka pasa menos tiempo que los autores de Kanal imeni Stalina cantando himnos a las ventajas de la transformación espiritual, y más tiempo analizando los privilegios concretos que podrían obtener los reclusos si trabajaban más duro.

Asimismo notable es la sección de Perekovka dedicada a las «quejas». Los prisioneros escribían para quejarse de las «riñas y juramentos» en los barracones de las mujeres, y el «canto de himnos» en otra; sobre los cupos de trabajo imposibles fijados por la norma; sobre la escasez de zapatos y de ropa interior limpia; sobre los golpes innecesarios a los caballos; sobre el mercado negro en el centro de Dimitrov, la sede del campo; y el mal uso de la maquinaria («no hay máquinas malas, solo malos gestores»). Esta suerte de apertura sobre los problemas del campo desaparecería posteriormente, limitada a la correspondencia privada entre los inspectores del campo y sus superiores en Moscú. A comienzos de los años treinta, no obstante, tal glasnost era bastante común fuera y dentro de los campos. Era una parte natural del impulso frenético y urgente por mejorar las condiciones, los estándares de trabajo y, sobre todo, por mantenerse a la altura de las febriles demandas de la cúpula estalinista.[28]

Caminando por las orillas del canal del mar Blanco hoy en día, es difícil evocar esa atmósfera convulsa. Visité el lugar un relajado día de agosto de 1999, en compañía de varios historiadores. Nos detuvimos brevemente a mirar el pequeño monumento a las víctimas del canal en Povenets, que lleva esta breve inscripción: «A los inocentes que murieron construyendo el canal del mar Blanco, 1931-1933». Uno de mis acompañantes insistió en fumar ceremoniosamente un cigarrillo Belomor. Explicó que la marca de cigarrillos Belomor, otrora la más popular de la Unión Soviética, fue durante décadas el único monumento a los constructores del canal.

En el canal había muchachos nadando y tirando piedras. Las vacas caminaban en el agua poco honda y fangosa, y la maleza crecía en las grietas del hormigón.

Al lado de una de las compuertas, en una pequeña caseta con cortinas rosadas y con las originales columnas estalinistas en el exterior, la mujer que controlaba la subida y la bajada de las aguas nos dijo que pasaban al día siete buques como mucho, y con frecuencia solo tres o cuatro. Después de todo, parece que la ruta naval del Báltico al mar Blanco no ha resultado tan urgentemente necesaria.

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