Grey

Grey


Jueves, 2 de junio de 2011

Página 33 de 43

Poco más de una hora después ya estoy acabando con la reunión con la Autoridad para la Remodelación de las Zonas Industriales de Savannah. Georgia tiene muchísimo que ofrecer, y el equipo le ha prometido a Grey Enterprises Holdings unos incentivos fiscales importantes. Oigo que llaman a la puerta y Taylor entra en la pequeña sala de reuniones. Su expresión es adusta, pero lo que resulta aún más preocupante es que nunca, jamás, me ha interrumpido durante una reunión. Noto un hormigueo en la cabeza.

¿Ana? ¿Le ha pasado algo?

—Disculpen, señoras, señores —nos dice a todos.

—¿Sí, Taylor? —pregunto, y él se me acerca y me habla discretamente al oído.

—Tenemos una situación complicada en casa relacionada con la señorita Leila Williams.

¿Leila? ¿Qué narices…? Y una parte de mí se siente aliviada porque no se trata de Ana.

—Si me disculpan, por favor —me excuso con los dos hombres y las dos mujeres de la Autoridad.

En el pasillo, Taylor habla en tono grave mientras se disculpa una vez más por haber interrumpido la reunión.

—No te preocupes. Cuéntame qué ha ocurrido.

—La señorita Williams está en una ambulancia de camino a Urgencias del Free Hope de Seattle.

—¿En ambulancia?

—Sí, señor. Se ha colado en el apartamento y ha intentado suicidarse delante de la señora Jones.

Joder.

—¿Suicidarse? —¿Leila? ¿En mi apartamento?

—Se ha cortado una muñeca. Gail va con ella en la ambulancia. Me ha informado de que el médico de emergencias ha llegado a tiempo y que la señorita Williams está fuera de peligro.

—¿Por qué en el Escala? ¿Por qué delante de Gail? —Estoy conmocionado.

Taylor sacude la cabeza.

—No lo sé, señor. Y Gail tampoco. No ha conseguido sacar nada en claro de la señorita Williams. Por lo visto solo quiere hablar con usted.

—Joder.

—Exacto, señor.

Taylor lo dice sin juzgar. Me paso las manos por el pelo intentando comprender la magnitud de lo que ha hecho Leila. ¿Qué narices se supone que debo hacer? ¿Por qué ha acudido a mí? ¿Esperaba verme? ¿Dónde está su marido? ¿Qué ha pasado con él?

—¿Cómo está Gail?

—Bastante afectada.

—No me extraña.

—He pensado que debía saberlo, señor.

—Sí, claro. Gracias —mascullo, distraído.

No me lo puedo creer; Leila parecía feliz la última vez que me envió un e-mail. ¿Cuánto hará de eso?, ¿seis o siete meses? Pero aquí, en Georgia, no encontraré ninguna respuesta… Tengo que regresar y hablar con ella. Descubrir por qué lo ha hecho.

—Dile a Stephan que prepare el jet. Tengo que volver a casa.

—Lo haré.

—Nos iremos en cuanto podamos.

—Estaré en el coche.

—Gracias.

Taylor se dirige a la salida llevándose ya el móvil al oído.

Todo me da vueltas.

Leila, pero ¿qué narices…?

Hace un par de años que salió de mi vida. Habíamos intercambiado algún que otro correo de vez en cuando. Se casó, y parecía feliz. ¿Qué puede haberle ocurrido?

Vuelvo a entrar en la sala de reuniones para disculparme antes de salir al calor sofocante del exterior, donde Taylor me espera con el Suburban.

—El avión estará listo dentro de cuarenta y cinco minutos. Podemos regresar al hotel, hacer las maletas e irnos —me informa.

—Bien —contesto, y agradezco el aire acondicionado del coche—. Debería llamar a Gail.

—Ya lo he intentado, pero salta el buzón de voz. Creo que aún sigue en el hospital.

—De acuerdo, la llamaré después. —Esto no es lo que Gail necesitaba un jueves por la mañana—. ¿Cómo ha entrado Leila en el apartamento?

—No lo sé, señor. —Taylor cruza una mirada conmigo por el espejo retrovisor y veo su rostro adusto y contrito a partes iguales—. Me pondré como prioridad averiguarlo.

Las maletas están hechas y ya estamos de camino al aeropuerto internacional Savannah/Hilton Head cuando llamo a Ana. No contesta, lo cual me resulta bastante frustrante, y no hago más que pensar en lo ocurrido mientras nos dirigimos al aeropuerto, con la mirada fija en la ventanilla. Poco después, me devuelve la llamada.

—Anastasia.

—Hola —dice con voz entrecortada. Es un placer oírla.

—Tengo que volver a Seattle. Ha surgido algo. Voy camino del aeropuerto. Pídele disculpas a tu madre de mi parte, por favor; no puedo ir a cenar.

—Nada serio, espero.

—Ha surgido un problema del que debo ocuparme. Te veo mañana. Mandaré a Taylor a recogerte al Seattle/Tacoma si no puedo ir yo.

—Vale. Espero que puedas resolver el problema. Que tengas un buen vuelo.

Ojalá no tuviera que irme.

—Tú también, nena —susurro, y cuelgo antes de que cambie de opinión y decida quedarme.

Llamo a Ros mientras rodamos hacia la pista de despegue.

—Christian, ¿qué tal por Savannah?

—Estoy en el avión de vuelta a casa. Ha surgido un problema que debo solucionar.

—¿Algo relacionado con la empresa? —pregunta Ros, preocupada.

—No, es personal.

—¿Puedo ayudarte en algo?

—No, nos vemos mañana.

—¿Cómo ha ido la reunión?

—Tengo una buena sensación, aunque he tenido que interrumpirla. Veamos qué envían por escrito. Puede que me decante por Detroit solo porque es más fresco.

—¿Tanto calor hace?

—Es asfixiante. Tengo que dejarte. Te llamaré luego para ver si hay noticias al respecto.

—Que tengas buen viaje, Christian.

Me centro en el trabajo durante el vuelo para no pensar en el problema que me aguarda en casa. Cuando aterrizamos, he leído tres informes y he escrito quince e-mails. El coche nos espera, y Taylor conduce bajo la lluvia torrencial en dirección al Free Hope de Seattle. Tengo que ver a Leila y saber qué narices está ocurriendo. La rabia me invade de nuevo a medida que nos aproximamos al hospital.

¿Por qué me haría Leila algo así?

La lluvia cae con fuerza cuando me bajo del coche. Hace un día de perros que está en consonancia con mi humor. Respiro hondo para controlar la ira, atravieso la puerta principal y pregunto por Leila Reed en el mostrador de recepción.

—¿Es usted un familiar?

La enfermera de guardia me mira con el ceño fruncido y los labios apretados en un gesto hosco.

—No —contesto con un suspiro. Esto no va a ser fácil.

—Entonces, lo siento, pero no puedo ayudarle.

—Ha intentado cortarse las venas en mi apartamento. Creo que tengo derecho a saber dónde narices está —siseo entre dientes.

—¡Ni se le ocurra hablarme en ese tono! —replica la mujer.

La fulmino con la mirada, pero sé que no conseguiré nada de ella.

—¿Dónde está Urgencias?

—Señor, no podemos ayudarle si no es usted un familiar.

—No se preocupe, ya me las apañaré yo solo —mascullo, y me dirijo a la puerta doble con paso airado.

Sé que podría llamar a mi madre y que ella aceleraría las cosas, pero entonces tendría que explicarle lo ocurrido.

Urgencias es un caos de médicos y personal sanitario, y la sala de triaje está a rebosar de pacientes. Abordo a una enfermera jovencita y le dirijo mi sonrisa más deslumbrante.

—Hola, busco a Leila Reed. Ha ingresado hoy. ¿Podría decirme dónde se encuentra?

—¿Y usted es…? —pregunta sonrojándose ligeramente.

—Su hermano —miento con toda naturalidad, como si no me hubiera dado cuenta de su reacción.

—Venga por aquí, señor Reed. —Se acerca apresurada al puesto de enfermería y consulta el ordenador—. Está en la segunda planta, en el ala de psiquiatría. Tome el ascensor que hay al final del pasillo.

—Gracias.

La recompenso con un guiño y ella se coloca un mechón suelto detrás de la oreja y me dirige una sonrisa coqueta que me recuerda a cierta chica que he dejado en Georgia.

Sé que algo va mal en cuanto salgo del ascensor en la segunda planta. Al otro lado de lo que parecen unas puertas cerradas con llave, dos guardias de seguridad y una enfermera recorren el pasillo mientras van comprobando todas las habitaciones. Se me eriza el vello, pero me dirijo al área de recepción intentando no prestar atención al jaleo que se ha armado.

—¿Puedo ayudarle en algo? —me pregunta un joven con un aro en la nariz.

—Estoy buscando a Leila Reed. Soy su hermano.

Palidece.

—Oh, señor Reed. ¿Le importaría acompañarme?

Lo sigo hasta una sala de espera y me siento en la silla de plástico que me indica. Veo que está atornillada al suelo.

—El médico vendrá enseguida.

—¿Por qué no puedo verla? —pregunto.

—El médico se lo explicará —contesta con expresión cautelosa, y se marcha antes de que pueda hacerle más preguntas.

Mierda. Tal vez he llegado demasiado tarde.

La idea me produce náuseas. Me levanto y paseo intranquilo por la salita mientras me planteo si llamar a Gail, aunque no tengo que esperar demasiado ya que al poco entra un joven con rastas no muy largas y unos ojos oscuros de mirada perspicaz. ¿Este es el médico?

—¿Señor Reed? —pregunta.

—¿Dónde está Leila?

Me mira fijamente un instante y luego suspira armándose de valor.

—Me temo que no lo sé —contesta—. Se las ha ingeniado para escapar.

—¿Qué?

—Se ha ido. Cómo lo ha logrado, no lo sé.

—¡¿Que se ha ido?! —exclamo, incrédulo, derrumbándome en una de las sillas.

El médico toma asiento frente a mí.

—Sí, ha desaparecido. Estamos buscándola en estos momentos.

—¿Sigue aquí?

—No lo sabemos.

—¿Y quién es usted? —pregunto.

—Soy el doctor Azikiwe, el psiquiatra de guardia.

Parece demasiado joven para ser psiquiatra.

—¿Qué puede decirme de Leila? —quiero saber.

—Bueno, ingresó después de un intento fallido de suicidio. Quiso abrirse las venas en casa de un exnovio. La trajo el ama de llaves.

Noto que me pongo lívido.

—¿Y? —lo apremio. Necesito más información.

—Eso es todo lo que sabemos. Dijo que había cometido un error, que estaba bien, pero preferimos mantenerla en observación y hacerle más preguntas.

—¿Usted habló con ella?

—Sí.

—¿Por qué lo hizo?

—Dijo que había sido un grito de socorro, tan solo eso. Y que, después del espectáculo que había montado, estaba avergonzada y que quería irse a casa. Nos aseguró que no pretendía matarse, y la creí. Sospecho que solo se trataba una ideación suicida.

—¿Cómo han podido dejarla escapar?

Me paso una mano por el pelo intentando controlar mi frustración.

—No sé cómo ha logrado salir de aquí. Se abrirá una investigación interna. Si se pone en contacto con usted, le sugiero que la convenza para que vuelva aquí cuanto antes. Necesita ayuda. ¿Puedo hacerle unas preguntas?

—Por supuesto —contesto sin prestarle demasiada atención.

—¿Existen antecedentes de enfermedades mentales en su familia?

Frunzo el ceño, hasta que recuerdo que está hablando de la familia de Leila.

—No lo sé. Mi familia es muy reservada para esas cosas.

Parece preocupado.

—¿Sabe algo sobre ese exnovio?

—No —aseguro, tal vez demasiado rápido—. ¿Se han puesto en contacto con su marido?

El médico me mira de hito en hito.

—¿Está casada?

—Sí.

—Eso no fue lo que nos dijo.

—Ah. Bueno, ya lo llamaré yo, no quiero hacerles perder más tiempo.

—Pero tengo más preguntas…

—Prefiero emplear el mío en buscarla. Es evidente que no está bien.

Me levanto.

—Pero, su marido…

—Me pondré en contacto con él.

No voy a sacar más información de aquí.

—Pero deberíamos hacerlo nosotros…

El doctor Azikiwe se pone en pie.

—No puedo ayudarles, tengo que encontrarla.

Me dirijo a la puerta.

—Señor Reed…

—Adiós —murmuro mientras salgo ya apresuradamente de la sala de espera.

No me molesto en esperar el ascensor, sino que bajo los peldaños de la escalera de incendios de dos en dos. Odio los hospitales. Me asalta un recuerdo de mi infancia: soy pequeño, estoy asustado y muy callado; el olor a desinfectante y a sangre me embota la nariz.

Me estremezco.

Salgo del hospital y me detengo un instante bajo la lluvia torrencial para que se lleve el recuerdo con ella. Ha sido una tarde estresante, pero al menos la fría lluvia resulta un alivio en comparación con el calor de Savannah. Taylor da media vuelta con el SUV para recogerme.

—A casa —le digo mientras subo al coche.

Llamo a Welch desde el móvil en cuanto me he abrochado el cinturón de seguridad.

—¿Señor Grey? —masculla.

—Welch, tengo un problema. Necesito que localices a Leila Reed, de soltera Williams.

Gail está pálida y no dice nada mientras me observa con preocupación.

—¿No va a acabárselo, señor? —pregunta.

Niego con la cabeza.

—¿La cena estaba a su gusto?

—Sí, sí, claro. —Le dirijo una tenue sonrisa—. Después de todo lo que ha pasado hoy se me ha quitado el apetito. ¿Cómo lo llevas tú?

—Estoy bien, señor Grey, aunque esa chica me dio un buen susto. La verdad es que prefiero mantenerme ocupada para no pensar.

—Te entiendo. Gracias por preparar la cena. Si recuerdas algo, dímelo.

—Por descontado, pero, como ya le he comentado antes, ella solo quería hablar con usted.

¿Por qué? ¿Qué quiere de mí?

—Gracias por no llamar a la policía.

—La policía no es lo que necesita esa chica. Lo que necesita es ayuda.

—Ya lo creo. Ojalá supiera dónde está.

—La encontrará —asegura Gail con suma tranquilidad, cosa que me sorprende.

—¿Necesitas algo? —pregunto.

—No, señor Grey, estoy bien.

Se lleva el plato inacabado al fregadero.

La información de Welch sobre Leila es frustrante. Le han perdido la pista. No está en el hospital y siguen sin explicarse cómo ha logrado salir de allí. Una pequeña parte de mí la admira; siempre ha sido una chica de recursos, pero ¿qué ha ocurrido que la haya hecho tan infeliz? Apoyo la cabeza entre las manos. Menudo día, de lo sublime al completo absurdo. Primero alcanzo el cielo con Ana y luego me toca lidiar con este problema. Taylor continúa sin entender cómo ha conseguido Leila entrar en el apartamento, y Gail tampoco tiene ni idea. Por lo visto, ha entrado en la cocina sin más, exigiendo saber dónde estaba yo y, cuando Gail le ha dicho que no me encontraba aquí, ella ha gritado «Se ha ido» y luego se ha hecho un corte en la muñeca con un cúter. Por suerte, no ha sido muy profundo.

Miro disimuladamente a Gail, que está lavando los platos en la cocina. Se me hiela la sangre. Leila podría haberle hecho daño. Tal vez lo que quería era hacérmelo a mí. Pero ¿por qué? Cierro los ojos con fuerza e intento recordar si en los últimos correos que intercambiamos hay algo que pudiera proporcionarme una pista sobre el motivo que le ha hecho perder el norte. No saco nada en claro y me dirijo al estudio con un suspiro de exasperación.

Cuando me siento, el teléfono me avisa de que acabo de recibir un mensaje.

¿Ana?

Es Elliot.

*Eh, campeón. ¿Nos echamos unos billares?*

Echar una partida al billar con Elliot significa que venga aquí y se beba toda mi cerveza. Sinceramente, no estoy de humor.

*Estoy currando. ¿La semana que viene?*

 

*Venga. Antes de que me vaya a la playa.

Te daré una paliza.

Hasta luego.*

Tiro el teléfono sobre el escritorio y repaso con atención el informe de Leila buscando cualquier dato que pudiera ofrecerme una pista acerca de su paradero. Encuentro la dirección de sus padres y un número de teléfono, pero no hay nada sobre su marido. ¿Dónde se ha metido? ¿Por qué no está Leila con él?

No quiero llamar a sus padres y asustarlos, así que me pongo en contacto con Welch y le doy su número para que averigüe si ellos saben algo.

Al encender el iMac, veo que tengo un e-mail de Ana.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 22:32

Para: Christian Grey

Asunto: ¿Has llegado bien?

 

Querido Señor:

Por favor, hágame saber si ha llegado bien. Empiezo a preocuparme.

Pienso en ti.

 

Tu Ana x

Sin darme cuenta, mi dedo acaricia el besito que me ha enviado.

Ana.

Pero qué cursi eres, Grey. Qué cursi. Contrólate.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 19:36

Para: Anastasia Steele

Asunto: Lo siento

 

Querida señorita Steele:

He llegado bien; por favor, discúlpeme por no haberle dicho nada. No quiero causarle preocupaciones; me reconforta saber que le importo. Yo también pienso en usted y, como siempre, estoy deseando volver a verla mañana.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Le doy a «Enviar» con el vivo deseo de tenerla a mi lado. Alegra mi casa, mi vida… y me alegra a mí. Sorprendido, niego con la cabeza ante unos pensamientos tan poco propios de mí y repaso el resto de los e-mails.

El sonido de una campanita anuncia la llegada de un nuevo correo de Ana.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 22:40

Para: Christian Grey

Asunto: El problema

 

Querido señor Grey:

Me parece que es más que evidente que me importa mucho. ¿Cómo puede dudarlo?

Espero que tenga controlado «el problema».

 

Tu Ana x

 

P.D.: ¿Me vas a contar lo que dije en sueños?

¿Le importo mucho? Qué bonito. De pronto, ese sentimiento extraño, que ha estado ausente todo el día, despierta y se extiende por mi pecho. Debajo esconde un pozo lleno de dolor que no deseo reconocer o al que no estoy dispuesto a asomarme, y que invoca el recuerdo olvidado de una mujer joven que se cepilla una melena larga y oscura…

Joder.

No vayas por ahí, Grey.

Contesto el correo de Ana… y decido provocarla para distraerme.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 19:45

Para: Anastasia Steele

Asunto: Me acojo a la Quinta Enmienda

 

Querida señorita Steele:

Me encanta saber que le importo tanto. «El problema» aún no se ha resuelto.

En cuanto a su posdata, la respuesta es no.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 22:48

Para: Christian Grey

Asunto: Alego locura transitoria

 

Espero que fuera divertido, pero que sepas que no me responsabilizo de lo que sale de mi boca mientras estoy inconsciente. De hecho, probablemente me oyeras mal.

A un hombre de tu avanzada edad sin duda le falla un poco el oído.

Por primera vez me echo a reír desde que he vuelto a Seattle. No sabe cuánto agradezco la distracción que me proporciona.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 19:52

Para: Anastasia Steele

Asunto: Me declaro culpable

 

Querida señorita Steele:

Perdone, ¿podría hablar más alto? No la oigo.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Su respuesta no se hace esperar.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 22:54

Para: Christian Grey

Asunto: Alego de nuevo locura transitoria

 

Me estás volviendo loca.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 19:59

Para: Anastasia Steele

Asunto: Eso espero…

 

Querida señorita Steele:

Eso es precisamente lo que me proponía hacer el viernes por la noche. Lo estoy deseando. ;)

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

Tendré que pensar en algo muy, muy especial para mi pequeña con un lado oscuro.

De: Anastasia Steele

Fecha: 2 de junio de 2011 23:02

Para: Christian Grey

Asunto: Grrrrrr

 

Que sepas que estoy furiosa contigo.

Buenas noches.

 

Señorita A. R. Steele

¡Uau! ¿A quién si no a ella le toleraría algo así?

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 20:05

Para: Anastasia Steele

Asunto: Gata salvaje

 

¿Me está sacando las uñas, señorita Steele?

Yo también tengo gato para defenderme.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

No contesta. Han pasado cinco minutos y nada. Seis… Siete.

Maldita sea, lo ha dicho en serio. ¿Cómo voy a contarle que mientras dormía confesó que no me dejaría? Pensará que estoy loco.

De: Christian Grey

Fecha: 2 de junio de 2011 20:20

Para: Anastasia Steele

Asunto: Lo que dijiste en sueños

 

Anastasia:

Preferiría oírte decir en persona lo que te oí decir cuando dormías, por eso no quiero contártelo. Vete a la cama. Más vale que mañana estés descansada para lo que te tengo preparado.

 

Christian Grey

Presidente de Grey Enterprises Holdings, Inc.

No contesta, y por una vez espero que haya hecho lo que le he pedido y que esté durmiendo. Me detengo a pensar unos momentos en lo que podríamos hacer mañana, pero resulta demasiado excitante, así que aparco la idea y me concentro en los e-mails que debo contestar.

Sin embargo, he de confesar que me siento un poco más animado después de bromear un rato con la señorita Steele. Ana es un buen bálsamo para mi oscurísima alma.

Ir a la siguiente página

Report Page