George

George


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Expectación

Los alumnos de la clase 205 subieron en tromba los fríos y oscuros escalones de piedra. Sus pisadas rebotaban con fuerza en las paredes embaldosadas. Dos barandillas, una a treinta centímetros de la otra, recorrían las dos paredes de arriba abajo. Las habían pintado de rojo hacía años, pero con el tiempo se habían desconchado y dejaban al descubierto capas de color naranja y verde, y por debajo, trozos de metal sin pintar. Las niñas subían con la barandilla a su derecha. Los niños tenían la barandilla a la izquierda, de modo que tenían que dar la vuelta a los rellanos de las plantas por las que pasaban.

Los tablones de anuncios del primer piso estaban decorados con hileras de Wilburs y Carlotas de cartulina que habían hecho los alumnos de los primeros cursos. La directora Maldonado estaba al final del pasillo. Observaba sin sonreír ni decir una palabra y para asegurarse de que los alumnos se metían silenciosamente en sus clases, donde los esperaba el profesor con las fichas de clase en su abarrotada mesa y las tareas escritas en la pizarra.

En la clase 205, la tarea para esa mañana estaba escrita con letra clara en la pizarra. Decía: «Si pudieras ser un color, ¿qué color te gustaría ser? Explica por qué en, como mínimo, cinco líneas». La clase empezó a adoptar el ritmo de la mañana, y los rasguidos de los lápices en las libretas sustituyeron los chirridos metálicos de las sillas y las cremalleras de los abrigos.

Cuando ya no quedaba nadie en la fila para sacar punta y casi todos los alumnos habían acabado de escribir, la señorita Udell pidió voluntarios para leer lo que habían puesto en su diario. Janelle dijo que sería fucsia porque era un color claro y oscuro a la vez. Chris quería ser naranja porque era el único color que era una comida.

George quería ser rosa para que la gente supiera que era una niña, pero no era eso lo que había escrito. Lo que había puesto era que le gustaría ser púrpura, como el cielo al amanecer. No levantó la mano para leer su redacción en voz alta. Nunca lo hacía. La señorita Udell decía que le parecía bien que los diarios fueran privados.

Al terminar la hora dedicada a escribir en el diario, la señorita Udell se dirigió a la clase.

—Sé que hoy es el gran día que muchos de vosotros habéis estado esperando… Quizá incluso habéis ensayado para hoy.

Los murmullos invadieron la clase, junto con las risitas de varias niñas. George sintió una oleada de calor al recordarse leyendo el papel de Carlota.

—Me alegra comunicaros que empezaré las pruebas a la una y media —siguió diciendo la señorita Udell.

La clase se quejó. Faltaban muchas horas.

—Consideraré que todo aquel al que pille leyendo su papel en lugar de prestando atención y todo aquel que me haga preguntas sobre el casting antes de la una y media de la tarde… —La señorita Udell hizo una pausa para causar mayor efecto— es incapaz de asumir la responsabilidad de actuar.

Asintió con firmeza para indicar que el tema quedaba zanjado. La clase se adentró en una mañana de mates, lectura y ciencias, impaciente por que llegara la una y media de la tarde.

—¿Quién come judías verdes con espaguetis?

Kelly hizo una mueca de dolor mientras llevaba su bandeja naranja a la mesa. Como el comedor de la escuela estaba en el sótano, las ventanas con rejas, en lo más alto de las paredes embaldosadas, dejaban entrar muy poca luz. Casi toda la iluminación de la gran sala procedía de los largos fluorescentes que recorrían el techo.

George ya se había sentado y pinchaba con el tenedor trozos blanduzcos de verdura. Se inclinó para olerlos, pero el único olor que le llegó fue el de leche derramada, que se había filtrado por las grietas de la mesa y que no había manera de eliminar ni con toda la lejía del mundo.

—¿Quién come judías verdes con lo que sea? —preguntó George arrugando la nariz.

—Pues a mí me encantan las judías verdes. Cuando mi padre las sofríe con ajo y un chorrito de aceite de oliva… —Kelly se llevó los dedos a la boca y los besó—. ¡Mmmmmm! Bon appétit! Pero ¿esta mierda? —Cogió una judía mustia con el pulgar y el índice—. ¡Están más blandas que los espaguetis! ¡Que también están pasados! No están al dente, como se supone que hay que cocer la pasta. Al dente es una expresión italiana, «al diente», y significa que están un poco duros por el centro, así que tienes que masticarlos. —Kelly cogió varios espaguetis con el tenedor, los levantó por los aires y les dio vueltas—. Esta mierda no está al dente. Te lo aseguro.

George se encogió de hombros e hizo girar su spork para enrollar unos cuantos espaguetis. En el comedor, el ruido fue aumentando a medida que los alumnos de entre tercero y quinto se incorporaban a la fila y ocupaban las largas mesas.

—Bueno, ¿quieres que ensayemos? —preguntó Kelly.

—Aquí no.

George señaló con un gesto la mesa, llena de gente. No quería que nadie de la clase la oyera recitando el texto de Carlota.

—Sabes que se enterarán cuando te den el papel —comentó Kelly.

—Es diferente… si me lo dan.

George no tenía del todo claro por qué sería diferente, así que intentó no darle demasiadas vueltas.

—Como quieras. Ensayaremos a la hora del recreo.

Kelly se sacó de repente la cámara del bolsillo para fotografiar las judías y los espaguetis blanduzcos hasta que la señora Fields, que se ocupaba de vigilar el comedor, giró la cara hacia Kelly y le dijo que guardara la cámara.

—En el comedor no se valora a los artistas —murmuró Kelly metiéndose la cámara en el bolsillo.

Desde fuera llegaba el olor a pino procedente de los patios de las casas que rodeaban la parte trasera del colegio. El rumor de un centenar de alumnos en el recreo invadía el aire, entrecortado por gritos, risas y de vez en cuando el agudo pitido de la señora Fields. Era una vieja bajita y arrugada, con el pelo gris cardado, a la que todo le parecía mal y andaba tan jorobada que parecía aún más baja y arrugada.

Maddy, Emma y varias niñas más habían formado un corro y chismorreaban sobre su programa de televisión favorito, Not-So-Plain Jane, y sobre si sus padres las dejarían ir el mes siguiente a ver un concierto de Jane Plane, la estrella.

A Jeff también le rodeaba un corro de niños que esperaban su turno para ver su nuevo móvil. Como la señora Fields se lo habría confiscado si lo hubiera visto, los niños que lo rodeaban cerraron el círculo. Jeff no se lo dejó coger a ninguno, aunque algunos elegidos pudieron tocar la pantalla.

Kelly y George buscaron un sitio tranquilo en el otro extremo de la valla para ensayar. Kelly se sacó del bolsillo una copia del texto. George se sabía su papel y no necesitaba mirar la página mientras hablaba, pero, como el corazón le latía con fuerza, habló demasiado deprisa, tragándose las últimas palabras de cada frase. Cada vez que hablaba Kelly, George echaba un vistazo hacia atrás para asegurarse de que nadie estaba mirando, así que se perdía la mitad de sus frases.

Cuando acabaron, Kelly frunció el entrecejo.

—No ha sido nuestra mejor actuación.

—Lo sé.

—¿Quieres que la repitamos?

—¡No! —Varios alumnos de tercero que estaban cerca giraron la cabeza hacia George, que bajó la voz—. Bueno, no. Hay demasiada gente. Lo haré bien cuando esté a solas con la señorita Udell.

—Sigo sin entender dónde está el problema —dijo Kelly—. Quieres hacer un papel de niña. Eso no quiere decir que quieras ser una niña.

George se quedó pálida. Al instante empezó a sofocarse.

—¿Qué te pasa? —le preguntó Kelly.

George abrió la boca, pero no supo qué decir, así que volvió a cerrarla. Empezó a reírse nerviosa. La tensa risa de George invadió el aire, y Kelly no tardó en reírse también, aunque no sabía por qué. La risa de George se volvió histérica y sintió que se mareaba. Se le doblaron las rodillas y cayó al suelo. Kelly, que no quería quedarse al margen, se tiró también al suelo.

Los niños del patio no prestaron atención a George y a Kelly, pero la señora Fields sí.

—¡Levantaos! —les ordenó—. ¡A saber qué animales han orinado ahí!

Kelly se levantó de un salto y tendió una mano a George, que la cogió y dejó que Kelly tirara de ella hasta incorporarse.

—Espero que se le mee un animal en la cabeza —susurró Kelly a George. Y luego le preguntó—: Por cierto… ¿de qué nos reíamos?

George miró fijamente a su mejor amiga.

—¿Lo dices en serio?

—Claro que lo digo en serio —le contestó Kelly con su serio rostro iluminado—. Siempre hablo en serio. Bueno, menos cuando no hablo en serio. Pero ahora mismo hablo en serio.

—Pero si lo has dicho tú…

George no sabía si sentirse aliviada o decepcionada por que Kelly no viera que ella era una niña. Su tono, agudo, reflejaba su angustia.

—Lo único que he dicho ha sido… —Kelly hizo una pausa—. ¿Qué he dicho, George? Bueno, siempre he pensado que era graciosa, pero no pensaba que fuera tan buena actriz como para decir algo tan divertido sin darme cuenta.

George abrió la boca, pero, como le había pasado con su madre, no pudo decir las únicas palabras que le retumbaban en el cerebro: «Soy una niña». Deseó que sonara el timbre del final del recreo.

—¿Estás nervioso por el casting? —le preguntó Kelly—. No te pongas nervioso. Mi padre dice que es bueno para el feminismo que los hombres también hagan papeles que no son los habituales en su género. Dice que, como artista, es importante estar en contacto con tu lado femenino.

El verano anterior, George había visto aquella misma frase en una revista de su padre, un artículo titulado «Diez maneras de contactar con tu lado femenino». George lo había leído entusiasmada, pero el artículo le había resultado decepcionante. Hablaba de concederse tiempo para sentir las emociones, y George ya se concedía demasiado. Es más, el artículo no dejaba de recordar al lector que buscar su lado «femenino» lo hacía más hombre.

—¿Podemos no volver a hablar del tema? —preguntó George.

De alguna manera, era peor que Kelly pensara que no era tan grave que George quisiera ser Carlota en la obra que si hubiera dicho que era una pésima idea. Era como si Kelly no viera que algo no iba bien.

—Vaya, ¡estás a salvo!, ¡estás a salvo!

—¿Qué?

Kelly se encogió de hombros.

—No sé. Lo dice mi padre.

—Kelly. —George cogió a Kelly por los hombros, pasó por alto el cosquilleo que sentía en el estómago y habló muy seria—: Por si no te has dado cuenta, tu padre es un poco raro.

En el fondo, lo que a George le preocupaba era que seguramente ella lo era todavía más.

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