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Segunda parte. El plan » 34. El escenario

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El escenario

El lugar era Barcelona. James enseguida pensó que para llevar a cabo semejante golpe tenía que ser en una ciudad grande, mucho más que Lleida y, por supuesto, donde pasáramos más desapercibidos. Y yo había estado de acuerdo.

Las dos horas de coche con Jessi han sido muy placenteras. Desde que ella es novia formal de Arturo nuestros encuentros son siempre clandestinos, pero hoy es la primera vez que casi vamos a hacer algo en pareja. Eso no se va a repetir mucho, por lo que estoy dispuesto a aprovecharlo.

No me voy a desviar de mi objetivo, tengo un plan y cada vez veo más claro que es la única luz en ese túnel en el que nos hemos metido nosotros solos. Un agujero bien negro donde ahora estamos comprobando que allí nos habíamos metido sin ni siquiera una linterna.

Pero este plan es la luz por donde buscar una salida y nada nos tiene que despistar, ni siquiera los ojazos de Jessi. Ni sus tejanos ajustados. Ni su camiseta de tiras que deja entrever unas letras en forma de tatuaje en el pecho izquierdo que asoman entre la ropa. Yo sé qué dicen: «Vive la vida, sé feliz», pero para el resto de los mortales que no han tenido acceso a ver sus enormes tetas aquello es un tan solo y simple «Vive».

Quizá venía demasiado ajustada. Siempre he dicho que si Jessi hubiera tenido otras oportunidades, jamás la habríamos visto por el barrio, sino en la tele, en algún programa o de la mano de algún futbolista enano, feo y podrido de dinero. Pero Jessi es del barrio. Y en él las oportunidades pasan de largo, a pesar de que tengas un cuerpo de infarto.

Eso se recrudece cuando te enganchas a la coca. Y Jessi seguía metida en el polvo blanco. Temo que le pase como a Mia en Pulp Fiction y algún día no controle y se meta demasiado. Y temo más aún no estar ahí para ayudarla, si eso pasa. ¿Quién le clavará una inyección de adrenalina a mi Jessi si no estoy yo ahí?

Durante una temporada le di al tráfico de droga. Fue poco tiempo, pero el suficiente para ver que tenía que cambiar de oficio o aquello iba a acabar conmigo. Dinero muy fácil que entra, pero si no tienes cuidado, sale con la misma facilidad. Allí me di cuenta de lo que hacen las drogas y que no tienen en cuenta ni quién eres, ni de dónde vienes. Supongo que si eres inmensamente rico, esto no te arruinará, pero siempre recordaré a aquella pareja de pijos enganchados que se esnifaban el negocio familiar hasta casi dejar a la familia en la ruina. Un día subió ella mientras su novio esperaba en el coche. Ese día estaba mi proveedor en el piso que yo tenía alquilado para las ventas. La tía estaba muy buena y vestía muy bien. La pija de toda la vida que en otros tiempos a mí me miraba por encima del hombro por la calle. Pero a Mamayumba aún le gustó más. Aquel negro cabrón sabía muy bien lo que hacía. Ella subió para comprar dos gramos y llevaba justo los ciento veinte euros. Él simplemente le dijo que se los podía llevar gratis o llevarse cuatro. Tampoco ella desconocía el juego, porque sin casi darme cuenta nos la estaba chupando a los dos. Y si hubiéramos querido, la cosa se hubiera alargado. Pero con aquel trabajo rápido el negro tenía bastante y yo también. Y así nos dejó a los dos en el sofá, sentados con una buena sonrisa, mientras ella regresaba al coche de su novio con los dos gramos comprados y dos más extras para ella escondidos en el sujetador, y la explicación a la tardanza fue que se la habíamos cortado allí mismo y era de una calidad excelente. Pobre cornudo.

Lo dejé cuando me enganché y ni yo sé cómo me salí. Tuve un episodio de casi sobredosis y acabé en el hospital. Ahora solo le doy muy de vez en cuando y con las pastillas que me dieron voy pasando. Pero con aquella especie de curro hice los contactos que nos llevaron a Bakary. De hecho, este era primo de Mamayumba. Malditas drogas.

Y aquí estamos, en Barcelona, observando el tráfico de la calle Muntaner, donde está el Banco Santander. La cosa no pinta mal.

Tenemos nuestro objetivo.

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